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En los últimos años del siglo VI
surgieron
pensadores notables en los puntos más distantes del mundo
civilizado.
Desde los principios del siglo, en la India habían surgido
corrientes
divergentes respecto de la religión brahmánica oficial.
Éstas
se interesaron por los aspectos más filosóficos del
brahmanismo:
la relación entre el cuerpo y el alma, la reencarnación,
etc., relegando a segundo plano los rituales, a los que a menudo dieron
una interpretación alegórica. Una de estas corrientes fue
desarrollada por un grupo de místicos que se retiraron a los
bosques
y compilaron una serie de abstrusos tratados conocidos como los Upanisads
(que significa algo así como "sentarse junto al maestro"). La
filosofía
de los Upanisads es monista, en el sentido de que considera a la
materia
una ilusión y concibe el Universo como una unidad espiritual, en
contraste con la filosofía dualista conocida como Samkhya,
atribuida a Kapila (que tal vez vivió en el siglo
precedente),
según la cual existen dos realidades eternas: una es la materia,
o mundo de las apariencias, y la otra la componen un número
infinito
de almas individuales. Cada alma es prisionera de su cuerpo, al que se
cree ligada, y sólo consigue la salvación cuando
comprende
su naturaleza distinta, y asimila que es sólo un espectador, no
un actor, en el mundo, y se libera de los deseos, procedentes del
cuerpo.
Esta corriente Samkhya fue el punto de partida de lo
que
ya no puede clasificarse como corriente, sino más bien como
herejía
respecto al brahmanismo. Su creador fue Vardhamana, hijo del
jefe
de un clan, nacido cerca de Vaisali. Consideró que la
única
forma en que el alma podía llegar a comprender su naturaleza
independiente
del cuerpo, dotada de sabiduría, poder y bondad ilimitados, y
lograr
así su liberación, era mediante una vida rigurosamente
ascética.
Así lo aplicó a su propia persona y, tras doce
años
de severa ascesis, a la edad de cuarenta y dos años,
alcanzó
el conocimiento espiritual pleno y se convirtió en Mahavira
(el venerable). Durante los treinta años siguientes
recorrió
la región enseñando su sistema, que recibió el
nombre
de jainismo (dominio de las pasiones). Sus seguidores se
organizaban
en comunidades sin un reglamento concreto, que más tarde se
dividieron
en dos facciones rivales: los vestidos de blanco y los vestidos
de aire, llamados así porque los primeros iban vestidos y
los
segundos desnudos. Les estaba prohibido quitar la vida a todo ser
animado,
así como la mentira, el hurto, la sensualidad y todo tipo de
atadura
terrena. También había laicos que, sin abandonar el
mundo,
hacían los mismos votos, pero sustituyendo el celibato por una
vida
casta, y la renuncia absoluta por la reducción de sus
pertenencias
al mínimo imprescindible. El jainismo no reconoce ningún
dios, sino que la fe se interpreta como el recto conocimiento de la
relación
entre
materia y pensamiento. Los jainistas no pudieron dedicarse a ninguna
actividad
como la agricultura, la pesca, etc., que conlleva la muerte de seres
vivos
(las plantas también cuentan) así que se dedicaron a
actividades
comerciales, y hoy en día forman una minoría
próspera,
integrada por banqueros, abogados y terratenientes.
En 530 empezó a
enseñar
en China Kongfuzi (el maestro Kong), al que conocemos como Confucio.
Sus enseñanzas versaban sobre todo sobre ética social.
Instruyó
a un grupo de discípulos que terminaron ocupando posiciones
destacadas
en el gobierno, lo que les dio la oportunidad de poner en
práctica
las ideas de su maestro. Para Confucio y sus discípulos, el
sabio
difunde un orden que se va extendiendo del individuo al universo
entero.
El hombre debe respetar este principio de orden tomando ejemplo de los
sabios y los grandes hombres del pasado. Las virtudes confucianas son
el
ren,
compasión o simpatía que induce a socorrer a los
semejantes,
y el yi, la equidad que lleva al respeto de los bienes ajenos y
de la posición social. La sabiduría se consigue con el
estudio,
la reflexión y el esfuerzo, y su meta es llegar al ideal de
hombre
superior, sereno, virtuoso, sabio y recto, que ha asimilado el
principio
del orden universal y puede hacer lo que le place sin transgredirlo.
Confucio atribuye una naturaleza divina al principio
de
orden universal, pero por lo demás adopta una postura
agnóstica,
y no acepta los mitos y rituales religiosos. En contra de lo que
podría
pensarse, este agnosticismo racionalista fue bien recibido por el
pueblo.
Mientras los judíos podían atribuir sus visicitudes a un
castigo divino por sus pecados, los chinos cumplían
escrupulosamente
con los ritos religiosos, y ello no impedía que de tanto en
tanto
se produjeran inundaciones o periodos de sequía, sin que los
dioses
parecieran responder a los debidos sacrificios. Así se
empezó
a dudar de que realmente los dioses se ocuparan del mundo y que tuviera
algún sentido tratar de relacionarse con ellos. A esto hay que
añadir
que la religión oficial estaba en manos de los hechiceros Wu, al
servicio del Rey, y por aquel entonces estaban muy desprestigiados. Se
contaban historias de un rey que ordenó a un Wu que disparara
flechas
contra muñecos representando a los nobles que no acudían
cuando eran convocados a palacio, o de otro que se sirvió de un
Wu para encontrar posibles conspiradores, con lo que la
población
estaba tan atemorizada que apenas se comunicaban por señas.
Evidentemente
esto son exageraciones, pero muestran que la religión Wu
incomodaba
al pueblo.
En realidad el confucianismo fue sólo una de
las
muchas líneas de pensamiento que surgieron en China como
reacción
contra la religión tradicional. Otra no menos importante fue la
iniciada por Lao-Tse, del que se tiene poca información,
pero parece ser que fue historiador y astrólogo en la corte
real.
Escribió un libro llamado Tao-Te-King, en el que
sentó
las bases del Taoísmo, una religión
mística
que puede practicarse en solitario. El taoísmo predica la
meditación,
la quietud y la inactividad. Su filosofía es "no hacer nada
para
alcanzarlo todo", hay que dejar que la naturaleza siga su curso. El
Cielo y la Tierra permanecen porque son la materialización de
una
realidad inmutable que crea sin esfuerzo ni objeto. La mayor virtud del
sabio es la contemplación, impregnarse del Tao hasta el punto de
identificarse con él como realidad última impersonal y
amoldar
la propia existencia a su acción incesante y silenciosa. Se dice
que Confucio había rechazado a Lao-Tse calificándolo de
soñador
incomprensible.
Por esta época un jonio llamado Jenófanes
dejó su ciudad natal, Colofón, y decidió
emigrar
a Sicilia, lejos de los persas. Más tarde pasó a Elea,
donde
fundó una escuela de pensamiento conocida como la Escuela
Eleática,
cuyas figuras más importantes surgirían en el siglo
siguiente.
A Jenófanes se le recuerda principalmente por su idea de que la
existencia de conchas marinas en regiones montañosas es un
indicio
de que en otros tiempos ciertas regiones estuvieron sumergidas bajo el
mar.
Otro jonio ilustre fue Pitágoras de Samos,
que, al igual que otros griegos, aprovechó la unidad del gran
Imperio
Persa para viajar por sus confines. Pitágoras estudió en
Babilonia, e incluso llegó a visitar la India. Cuando
volvió
a su patria, Samos, la encontró gobernada por el tirano
Polícrates,
mientras que él formaba parte de la aristocracia a la que
éste
había derrocado. Consideró que la vida en Samos se le
hacía
insoportable y en 529 se fue a Crotona,
la
colonia del sur de Italia, donde había oído que
florecía
la cultura.
Allí fundó una institución muy
peculiar.
Podían ingresar tanto hombres como mujeres, pero tenían
que
hacer voto de castidad y comprometerse a no tomar nunca vino, huevos ni
habas (nunca se sabrá por qué). Debían vestir
sencilla
y decentemente, la risa estaba prohibida, y al final de cada curso los
alumnos debían hacer una autocrítica en público,
confesando
toda infracción de las reglas que hubieran cometido. Los alumnos
se dividían en externos e internos. Los últimos eran los
que vivían en la propia institución. Sólo
éstos
podían ver al maestro, y ello tras cuatro años de
iniciación.
Hasta entonces les mandaba las lecciones por escrito, firmadas con authos
epha (lo ha dicho él), indicando que no había lugar a
discusión.
Si Tales fue el primer científico,
podríamos
decir que Pitágoras fue el primer universitario. Timón de
Atenas, que le admiraba intelectualmente, decía que era solemne
hasta la pedantería, que había conseguido importancia a
copia
de dársela él mismo. Se llamaba a sí mismo filósofo
(amigo del saber), término que con el tiempo se aplicaría
a todos los pensadores griegos. En sus descubrimientos había
poco
de original. La mayor parte de ellos eran cosas que había
aprendido
en Egipto y Babilonia. Sus enseñanzas versaban sobre los
números,
la geometría, la música y la astronomía, siempre
desprovistas
de cualquier posible (a la vez que despreciable) aplicación
práctica.
Parece ser que Pitágoras fue el primero que afirmó que la
Tierra es una esfera que gira sobre sí misma. A estos hechos
realmente
prometedores, unía supersticiones tontas (tal vez tomadas del
hinduismo),
como que, tras la muerte, el alma abandona el cuerpo y, tras una
estancia
en el Hades (el infierno griego), vuelve a encarnarse en un
recién
nacido. Él mismo recordaba haber sido en otra vida una famosa
cortesana,
y luego un destacado héroe de la guerra de Troya.
Otra figura destacada en la época fue Heráclito.
Había nacido en Éfeso, una de las ciudades griegas de
Asia
Menor. Fue más soberbio que Pitágoras y, en
añadidura,
un misántropo. Despreciaba prácticamente todo lo que le
rodeaba,
incluso llegó a escribir:
La gran cultura sirve de poco. Si
bastase
para formar genios, lo serían hasta Hesíodo y
Pitágoras.
La sabiduría no consiste en aprender muchas cosas, sino en
descubrir
aquella sola que las regula todas en todas las ocasiones.
Con esta forma de pensar, Heráclito
decidió
abandonarlo todo e irse a vivir a una montaña. Pasó toda
su vida meditando. Reunió sus conclusiones en un libro llamado Sobre
la Naturaleza, poco menos que incomprensible, pues al parecer no
quería
que los hombres mediocres le entendieran, y con ello se ganó el
apelativo de Heráclito el oscuro. La base de su
filosofía
consistía en que la realidad es un continuo cambio: todo
fluye,
nada permanece. Toda la realidad es el cambio incesante de un
único
principio: el fuego. De él surgen los gases, que luego se
condensan
en líquidos y de sus residuos al evaporarse surgen los
sólidos.
El universo es fuego en distintos estados. No hay dioses.
¿Cómo
iba a existir un dios eterno e inmutable, si ya ha quedado claro que
todo
es cambiante? A lo único a lo que en cierto sentido
podríamos
llamar "dios" es al fuego, pero teniendo bien claro que el fuego no es
bueno ni malo, ni distingue entre el bien y el mal. Llamamos
"bien"
a lo que nos conviene llamar "bien", pero nuestro juicio no está
avalado por el de ningún dios antropomorfo. La existencia de
algo
conlleva necesariamente la posibilidad de cambiar a su contrario. No
puede
haber día sin noche, riqueza sin pobreza, vida sin muerte. El
cambio
de algo en su contrario es una necesidad inevitable. El sabio debe
comprender
la necesidad de que existan los opuestos, y resignarse ante el dolor,
la
pobreza o la enfermedad como complementos necesarios de el placer, la
riqueza
o la salud.
Por esta época había ganado fama Epidauro,
una ciudad de la Argólida a la que acudían todos los
enfermos
de Grecia. Allí estaba el templo de Asclepios, dios
especializado
en curaciones milagrosas. Se han encontrado muchas lápidas con
inscripciones
como ésta:
Oh Asclepios, oh deseado, oh invocado
dios
¿cómo podría conducirme dentro de tu templo si
tú
mismo no me conduces a él, oh invocado dios que sobrepasas en
esplendor
el esplendor de la Tierra y de la primavera? Y ésta es la
plegaria
de Diofanto. Sálvame, oh dios socorredor, sálvame de esta
gota, que sólo tú lo puedes, oh dios misericordioso,
sólo
tú en la tierra y en el cielo. Oh dios piadoso, oh dios de todos
los milagros, gracias a ti he sanado, oh dios santo, oh bendito dios,
gracias
a ti, gracias a ti Diofanto no caminará más como un
cangrejo,
sino que tendrá buenos pies, como tú has querido.
El templo estaba rodeado por unos pórticos de
setenta
y cuatro metros de longitud, donde acudían los peregrinos y,
tras
darse un baño obligatorio, podían entrar en el templo. No
sabemos qué clase de curas se dispensaban allí.
Probablemente
los sacerdotes de Asclepios eran unos embaucadores, pero también
es posible que conocieran unos rudimentos de medicina basados en
hierbas
y aguas termales. De todos modos el ingrediente principal de las
curaciones
era sin duda la sugestión de las ceremonias espectaculares.
En 527 murió el
tirano
ateniense Pisístrato. En un par de ocasiones había sido
obligado
a abandonar el poder (y la ciudad), pero logró recuperarlo poco
después. Finalmente se ganó el respeto de sus
conciudadanos,
pues en ningún momento tomó represalias o trató de
instaurar un régimen policial. Al contrario, organizó
elecciones
libres para los arcontes, se sometió al control del Senado y la
Asamblea, e incluso cuando alguien le acusó de asesinato, su
respuesta
fue una querella ante un tribunal. Ganó la causa porque el
acusador
no se presentó. Su autoridad se basaba en una personalidad
arrolladora.
Se hacía lo que él quería, pero sólo
después
de haber convencido a los demás de que era también lo que
ellos deseaban hacer. Entre sus reformas más destacadas estaba
una
reforma agraria por la que destruyó los latifundios en favor de
los pequeños propietarios. Había establecido que a su
muerte
sería sustituido por sus dos hijos, Hipías e Hiparco,
y así fue. Éstos continuaron la política de su
padre
y Atenas continuó progresando económica y culturalmente.
En 525 murió el
faraón
Ahmés II y fue sucedido por su hijo Psamético III,
quien ese mismo año tuvo que enfrentarse al desastre para el que
su padre había ido preparando a Egipto: El rey persa Cambises II
había terminado de ordenar la parte oriental de su imperio y
ahora
se dirigía hacia Egipto. Hubo un encuentro en Pelusio,
al
este del delta, pero las tropas persas arrollaron a las egipcias sin
dificultad.
Seguidamente Cambises II tomó Menfis, aceptó la
rendición
sin resistencia de los libios, marchó hacia el sur,
saqueó
Tebas y penetró en Nubia, puso bajo su control la parte norte
del
país y retornó a Menfis para aprovisionarse.
Los egipcios describieron a Cambises II en su
historia
como un gobernador cruel, pero, como en otras ocasiones, "cruel" puede
significar simplemente "extranjero". Contaban que Cambises II fue
derrotado
en Nubia (lo cual no es probable), y que al volver a Menfis se
encontró
a los egipcios en una celebración. Se imagino que estaban
celebrando
su derrota y montó en cólera. Los egipcios le explicaron
que la fiesta se debía a que habían encontrado un toro
que
satisfacía unos exigentes requisitos que demostraban que era el
dios Apis, lo cual prometía buenas cosechas. Cambises II,
aún
enfadado, desenvainó su espada e hirió al toro, lo que
para
los egipcios era un abobinable sacrilegio.
En 524 la ciudad
griega de
Cumas, en Italia, derrotó a una coalición
etrusco-itálica.
Las tropas griegas estaban capitaneadas por Aristodemo, que
poco
después se convertiría en tirano de Cumas. Esta derrota
no
pareció afectar sensiblemente al poder etrusco en Italia, ni
siquiera
en la Campania, la región de Cumas, pero lo cierto es que esta
fecha
puede considerarse como el inicio de la decadencia etrusca, que se
iría
acentuando en las décadas siguientes.
En 523 empezó a
predicar
en la India Siddhartha Gautama, conocido como Buda (el
iluminado).
Había nacido en el bosque de Lumbini, en las laderas del
Himalaya. Su padre era el jefe de una aldea y su madre había
muerto
a los pocos días de su nacimiento. Por aquel entonces en la
India
había sociedades muy diversas. Algunas se encontraban
todavía
en el neolítico, otras estaban bajo la dominación Aria, y
entre ellas algunas estaban empezando a desarrollarse económica
y culturalmente. Gautama tuvo una infancia fácil y protegida, se
casó y tuvo un hijo, pero a la edad de 29 años se
sintió
conmovido por todo el sufrimiento que veía a su alrededor, con
lo
que decidió abandonar a su familia y entregarse al
ascetismo.
Finalmente, meditando al pie de un árbol, obtuvo la
iluminación
y se convirtió en Buda, momento en que empezó a difundir
sus enseñanzas. Contaba con la amistad y la protección
del
rey Bimbisara de Magadha.
Buda aceptó algunas ideas del hinduismo, como
la
reencarnación de las almas, si bien la concebía en un
sentido
más débil: el alma es un agregado de cinco elementos:
-
El cuerpo y los sentidos,
-
los sentimientos y sensaciones,
-
la percepción sensorial,
-
las voliciones y facultades mentales,
-
la razón o conciencia.
Estos elementos están en continuo cambio y su
unión
se disuelve con la muerte. Lo que se transmite en las reencarnaciones
no
es el alma, sino el karma que ésta ha acumulado, un flujo de
energía
que se reviste de un cuerpo tras otro hasta que alcanza el fin
último,
llamado nirvana. Como el jainismo, el budismo es una
religión
sin dios. Según Buda hay cuatro verdades excelentes:
-
La existencia humana es sufrimiento,
-
El sufrimiento está causado por el deseo,
-
El sufrimiento puede ser superado por la victoria
sobre el
deseo,
-
Esta victoria puede lograrse siguiendo el camino
de las ocho
etapas: visión justa; resolución justa; palabra
justa,
verdadera y buena; comportamiento correcto; trabajo correcto; esfuerzo
correcto; memoria o atención correcta y contemplación.
A su vez, la contemplación requiere cuatro etapas: aislamiento,
que se convierte en alegría, meditación, que
proporciona
la paz interior, concentración, que provoca el bienestar
del cuerpo, y contemplación, que es recompensada con la
indiferencia
ante la felicidad o la desgracia.
El budismo era concebido como un "camino intermedio"
para
lograr la liberación del alma, intermedio entre las dos
vías
(fáciles y superficiales) que reconocía el brahmanismo y
el ascetismo riguroso de los jainistas. Aceptó los votos
jainistas
modificados para ser compatibles con una vida normal. Así, la
muerte
de seres vivos era permitida con fines alimenticios, la castidad fue
sustituida
por la fidelidad en el matrimonio, etc., pero las bebidas
embriagadoras,
el juego, el trato con personas indeseables, etc. estaba rigurosamente
prohibido.
En 522 murió
Polícrates,
el tirano de Samos. Parece ser que fue sorprendido en una emboscada por
un enemigo y fue cruelmente asesinado. Ese mismo año, un
sacerdote
medo llamado Gaumata afirmó ser Smerdis, hermano
del
rey persa Cambises II, y fue proclamado rey por algunos nobles medos
mientras
Cambises II estaba en Egipto. Sin embargo, el sacerdote no podía
ser quien dijo ser, pues el propio Cambises II había mandado
asesinar
a su hermano antes de su partida, en previsión de una posible
traición
como la que, aun así, tuvo lugar. Cambises II se enteró
de
lo sucedido mientras volvía de Egipto. Hizo saber que el
verdadero
Smerdis estaba muerto, pero no pudo hacer más, porque pronto fue
asesinado. Junto a él estaba un pariente lejano, también,
pues, de la familia Aqueménida, quien inmediatamente se puso al
frente de las fuerzas leales a Cambises II, marchó sobre Media,
mató al falso Smerdis, se hizo proclamar rey y, tras unos meses
de incertidumbre, en 521, logró el
control absoluto del imperio. Su nombre era Darío I.
Es muy probable que bajo estos hechos haya
motivaciones
nacionalistas e incluso religiosas. Por ejemplo, Ciro y Cambises II
aceptaron
la religión babilónica, mientras que el falso Smerdis y
Darío
I eran mazdeístas. Tal vez Cambises II descubrió o
sospechó
que un grupo de nobles medos descontentos con el dominio persa estaban
urdiendo una rebelión, y que su hermano podría estar
pensando
en aprovechar las circunstancias para proclamarse rey. Tal vez
Darío
I aprovechó las circunstancias para proclamarse rey matando a
Cambises
II. Tal vez era mazdeísta o tal vez juzgó que los
mazdeístas
eran entonces la facción más poderosa, con lo que la
mejor
forma de verse respaldado era aparecer como mazdeísta promedo a
la vez que como aqueménida con derecho al trono. Sea como fuere,
Darío I acabó contando con el apoyo de Media y con los
recelos
de Babilonia, justo al revés de lo que le había ocurrido
a Cambises II.
En 520 Cleómenes
I ocupó uno de los dos tronos de Esparta. Poco
después
marchó sobre la Argólida e infligió a Argos una
decisiva
derrota, tras la cual Esparta dominó definitivamente todo el
Peloponeso.
Estrictamente poseía un tercio del territorio, el otro tercio
era
Arcadia, que desde hacía tiempo era su aliada incondicional, y
el
otro tercio era la Argólida, que ya nunca más se
atrevió
a cuestionar la autoridad espartana. En el Peloponeso no se
movía
un soldado sin permiso de Esparta, y la ciudad fue considerada como el
líder del mundo griego, pese a que culturalmente era con
diferencia
la ciudad más pobre.
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