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Si a lo largo del siglo VI hemos encontrado notables
novedades
culturales y religiosas, en sus últimos años se
produjeron
los acontecimientos políticos más interesantes. El
Imperio
Persa estaba gobernado por el que sería uno de sus gobernantes
más
eficientes, el rey Darío I. Sin embargo, sus primeros
años
de reinado fueron difíciles. Cuando aparentemente tenía
las
riendas del poder en su mano estalló una peligrosa
rebelión
en Babilonia. Un hombre de impresionante apariencia y fácil
elocuencia
dijo ser hijo de Nabónido y se proclamó rey con el nombre
de Nabucodonosor III. Levantó defensas a lo largo del
Tigris
y se dispuso a impedir que Darío I las atravesara cuando llegara
de Media. Darío I no quiso un enfrentamiento directo, sino que
hizo
que sus hombres cruzaran el río en grupos reducidos y en puntos
muy alejados unos de otros, y luego ordenó que se reunieran en
la
retaguardia enemiga, con lo que pillaron por sorpresa a los hombres de
Nabuconodosor III, los derrotó y marchó sobre Babilonia
en
519.
Darío I no destacó tanto por sus
hazañas
militares como por la eficiencia con la que organizó el imperio.
Lo dividió en veinte provincias independientes llamadas
satrapías,
al frente de cada una de las cuales puso a un virrey o sátrapa(protector
del reino). No obstante extendió ligeramente la frontera del
imperio
hacia el este. En 518 creó las
satrapías
de Gandhara y el Sind, en el valle del Indo. Hizo
construir
buenos caminos y creó un sistema de mensajeros a caballo de
valor
incalculable a la hora de mantener unidos sus territorios.
Reorganizó
las finanzas, estimuló el comercio, acuñó moneda y
estandarizó los pesos y medidas.
Aunque Darío I era mazdeísta, su
actitud
para con las demás religiones fue extremadamente tolerante,
conceció
a los babilonios el derecho a adorar a sus dioses, y lo mismo hizo en
Egipto,
quienes lo consideraron como un buen rey pese a ser extranjero. Los
reyes
persas fueron incluidos en la XXVII dinastía de reyes
egipcios.
Los judíos aprovecharon la situación para solicitar de
Darío
I el permiso para reconstruir el templo, que les había sido
denegado
bajo el reinado de Ciro II. Darío I no puso inconveniente, y en
516
el llamado
segundo templo estuvo acabado.
Darío I había establecido la capital
de
su imperio en Susa, la antigua capital de Elam, pero ordenó
construir
una nueva ciudad a unos 40 Km al sur de Pasargadas, destinada a ser la
nueva capital, si bien nunca llegó a ser ocupada como tal. En la
práctica nunca pasó de ser una residencia real. Se la
conoce
como Persépolis. Una obra de Darío I que iba a
resultar
valiosísima para los historiadores fue una gigantesca efigie
suya
que mandó esculpir en un lugar elevado, casi inaccesible, donde
incribió la historia sobre el falso Smerdis tal y como la
conocemos.
La inscripción estaba en persa antiguo, en elamita, en acadio y
en arameo. Gracias a ella en 1833 pudo descifrarse el acadio y,
más
tarde, a su vez, a partir de él se descifró el sumerio.
Mientras tanto, Hiparco, que junto con su hermano
Hipías
gobernaba Atenas como tirano, se enamoró de un joven llamado Harmodio,
del cual estaba enamorado también Aristogitón,
quien
optó por asesinar a Hiparco. Para disimular sus motivos
personales
trató de dar tintes políticos al asunto y planeó
matar
a los dos tiranos con el apoyo de algunos nobles. Las cosas no salieron
como estaban previstas, e Hipías quedó con vida y
mandó
ejecutar a los conspiradores. Sin embargo, el suceso le amargó y
decepcionó tanto que en su desencanto cambió
drásticamente
su forma de gobierno e inició un reinado del terror.
Naturalmente,
entre los atenienses cundió el descontento y Aristogitón
se convirtió en un mártir.
En 514 Ho-hü
se convirtió en señor del estado de Wu, bajo cuyo mandato
empezó a destacar frente a los desgastados Reinos del Centro.
Mientras tanto, una vez organizado el imperio,
Darío
I se interesó por la expansión territorial. Puso los ojos
en Europa y en 512 avanzó sobre
Tracia.
Avanzó por la costa del mar Negro hasta la desembocadura del
Danubio.
En esta campaña cayeron en poder persa nuevas colonias griegas,
entre ellas el Quersoneso Tracio, conquistado por Milcíades para
Atenas tiempo atrás, así como algunas de las islas del
norte
del Egeo. El rey Amintas II de Macedonia reconoció el
dominio
persa, pero su reino no fue invadido y conservó el trono. El
Imperio
Persa había alcanzado su máxima extensión.
Volviendo a Atenas, el descontento del pueblo con el
tirano
Hipías fue canalizado por Clístenes,
alcmeónida
nieto de Megacles, quien construyó un hermoso templo a las
autoridades
de Delfos a expensas de su familia. Esto indujo al oráculo a
aconsejar
a los espartanos que ayudasen a los atenienses a conseguir su libertad.
Los espartanos accedieron de buen grado. Desde que se habían
hecho
dueños del Peloponeso se las habían arreglado para
eliminar
todas las tiranías de la región, y ahora tenían la
oportunidad de continuar su obra más al norte. En 510,
el rey espartano Cleómenes I marchó sobre el
Ática,
derrotó a Hipías y lo condenó al exilio. Esparta
pensaba
haber rertaurado la oligarquía en Atenas, pero dicha
"oligarquía"
tenía a la cabeza a Clístenes y, desde los tiempos de la
maldición, los alcmeónidas eran demócratas,
así
que Clístenes usó su autoridad para reorganizar Atenas
bajo
un régimen democrático al estilo de Solón.
Ese
mismo año se libró una batalla decisiva en el sur de
Italia,
por la que Crotona destruyó definitivamente a su rival
Síbaris.
Los sibaritas habían adquirido fama por su afición a los
lujos más refinados. Se decía que un sibarita se hizo un
colchón relleno de pétalos de rosa, pero que dijo que era
incómodo porque uno de los pétalos estaba arrugado.
Respecto
a la batalla, los historiadores griegos contaban que los sibaritas
habían
enseñado a bailar a los caballos para los desfiles, y que los
crotonenses
aprovecharon el hecho y llevaron músicos al frente, de modo que
los caballos se pusieron a bailar al oír la música y
desorganizaron
el ejército sibarita. Síbaris fue arrasada de tal modo
que
durante mucho tiempo los historiadores dudaron de su emplazamiento
exacto.
Por esta época se difundió en China la
fundición
del hierro.
En 509 Roma
logró
librarse de la dominación etrusca. El rey Tarquino el
Soberbió
usó su poder en Roma para doblegar a las demás ciudades
latinas.
En aquel momento Roma estaba en guerra con los Volscos, que
habitaban
el sureste del Lacio. Mientras el rey estaba en el frente, en la ciudad
triunfó una revuelta encabezada por un primo suyo, Tarquino
Colatino,
y por un patricio llamado Lucio Junio Bruto (Lucio Junio el
estúpido).
Al parecer, el rey había ejecutado al padre de Bruto y a su
hermano
mayor, y él mismo habría sido ejecutado también si
no hubiera fingido exitosamente ser un débil mental, de
donde
le vino el apelativo que después llevó con orgullo, como
recuerdo de su inteligente estratagema. Bruto fue recordado como
un héroe y por ello el apelativo de Bruto fue honrosamente
aplicado
a muchos romanos en los siglos posteriores a pesar de su significado
literal.
Respecto a Colatino, los historiadores romanos contaban que su esposa
fue
violada por el hijo del rey, incidente que hizo saltar la chispa de la
rebelión.
El gobierno de Roma quedó en manos del
Senado,
pero era necesario dotar a alguien de la autoridad necesaria para tomar
decisiones con rapidez, por lo que se creó el cargo de Pretor
(el que va delante), elegido anualmente por el senado con funciones de
presidente de gobierno. Sin embargo, la monarquía dejó
tan
mal recuerdo en la historia de Roma que, en los siglos posteriores, lo
peor que podía ocurrirle a un político era ser acusado de
pretender convertirse en rey. El recelo por que un solo hombre pudiera
acumular demasiado poder hizo que pronto se eligieran dos pretores
simultáneamente,
de modo que ninguna de sus decisiones era válida si no estaba
avalada
por ambos. Con ello se pretendía que cada pretor cuidara de que
el otro no abusara de su autoridad. Poco después los pretores
pasaron
a llamarse Cónsules (los que se sientan juntos), palabra
de la que deriva el verbo "consultar", pues los cónsules
necesitaban
consultarse uno a otro para poder llevar a cabo cualquier
acción.
Este sistema de gobierno: senado-cónsules era muy similar al de
Cartago. La política pasó a ser considerada
responsabilidad
de todos (de todos los patricios, se entiende), por lo que el estado (y
por extensión la nueva forma de gobierno) pasó a
denominarse
la República (los asuntos públicos, o del
pueblo).
También se creó otro cargo doble: cada año se
elegían
dos cuestores que supervisaban los juicios penales en la
ciudad.
Pero el rey exiliado no se resignó a su
suerte,
sino que pidió ayuda a Lars Porsena, rey de la ciudad
etrusca
de Clusium, al norte del Lacio. En 508
se presentó ante Roma con un ejército en un ataque por
sorpresa.
La leyenda cuenta que los romanos lograron atrincherarse en la ciudad
gracias
a que Publio Horacio Cocles (el tuerto) retrasó el
avance
del ejército etrusco manteniéndolo a un lado del puente
de
madera sobre el Tíber mientras los romanos lo destruían,
primero con la ayuda de otros dos hombres, luego solo. Cuando el puente
fue destruido se arrojó al Tíber y nadó hasta
llegar
a la otra orilla y ponerse a salvo.
P orsena se dispuso a asediar Roma. Según la
leyenda,
un joven patricio llamado Cayo Mucio se ofreció
voluntario
para infiltrarse entre los enemigos y asesinar a Porsena, sin embargo
fue
capturado y Porsena le amenazó con quemarle con una antorcha si
no le revelaba las condiciones en que se encontraba la ciudad y sus
posibilidades
de resistir el asedio. Sin embargo, la respuesta de Mucio fue poner
él
mismo la mano en el fuego y esperar impertérrito a que fuera
consumida.
Impresionado, Porsena consideró que era inútil
enfrentarse
a un pueblo capaz de "poner la mano en el fuego" por su ciudad
(de
aquí viene la expresión) y optó por liberar al que
desde entonces sería conocido como Cayo Mucio Escévola
(el
zurdo) y retirarse sin restaurar la monarquía.
Las leyendas de Horacio y Mucio fueron inventadas
por
los romanos para ocultar un desenlace menos glorioso: Roma debió
de rendirse ante Porsena y aceptar la dominación etrusca a
condición
de que la monarquía no fuera restaurada. Al rey etrusco le
debió
de parecer un trato razonable y se marchó.
En 507 Roma
firmó
un tratado comercial con Cartago.
Mientras tanto los nobles atenienses lograron el
apoyo
de Esparta para expulsar a Clístenes y poner fin a su proceso
reformista.
El argumento oficial fue que los alcmeónidas eran malditos y
debían
ser expulsados. El rey espartano Cleómenes I volvió a
Atenas,
los alcmeónidas fueron expulsados y el gobierno quedó en
manos de una oligarquía encabezada por Iságoras.
Sin
embargo, Cleómenes I pecó de exceso de confianza. El
ejército
que llevó era demasiado reducido, el pueblo se rebeló y
sitió
a los espartanos en la Acrópolis. Cleómenes I
accedió
a volverse a Esparta, Clístenes regresó y logró
llevar
a cabo las reformas políticas.
Dividió al Ática en un complicado
sistema
de grupos sin apenas relación con la división anterior en
función de la riqueza. Su finalidad era que estos grupos fueran
operativos a la vez que carecieran de todo significado, de modo que los
ciudadanos se sintieran simplemente atenienses. Duplicó el
número
de ciudadanos con derecho a voto. Instituyó la Asamblea de
los
Quinientos, dividida en diez secciones que rotaban sus funciones a
lo largo del año. Acrecentó y reglamentó las
atribuciones
de la Asamblea de los Ciudadanos (Ecclesia), en la que
inscribió
por primera vez a una gran masa de metecos y libertos
(artesanos
y esclavos liberados, hasta entonces sin derecho a voto).
Repartió
el control del ejército entre diez estrategas. El
Areópago,
formado por los nobles, seguía administrando la justicia. Para
proteger
el sistema estableció que una vez al año los ciudadanos
con
derecho a voto se reunieran en la plaza del mercado provistos de una
pieza
de cerámica donde podían escribir el nombre de cualquier
ciudadano que consideraran peligroso para la democracia. Las piezas se
recogían en urnas y si el número total de votos superaba
los seis mil, el más votado debía abandonar el
Ática
durante diez años. Este procedimiento se llamó ostracismo,
pues los griegos llamaban ostraka (conchas) a los trozos de
cerámica
usados en la votación. (Eran fragmentos de vasijas rotas,
más
baratos y abundantes que el papiro, y que se usaban habitualmente para
escribir notas y mensajes cortos.)
La región colindante con el Ática era Beocia,
y entre sus mayores ciudades estaba Tebas, que aspiraba a tener
la hegemonía en la región. La pequeña ciudad de
Platea
se
negaba a aceptar la dominación tebana, y Atenas decidió
ayudarla.
Por su parte, Tebas se alió con Esparta. El rey Cleómenes
I estaba deseoso de resarcirse del triste papel que había
representado
el año anterior, y en 506
atacó
a Atenas desde el sur mientras Tebas lo hacía desde el este. Por
su parte, la ciudad de Calcis, rival comercial de Atenas, se
unió
a los tebanos en el ataque.
Atenas parecía condenada a la
destrucción,
pero en el último momento Corinto decidió no participar
en
la expedición espartana. La principal rival comercial de Corinto
era Egina, que por estas fechas era pionera en el uso
sistemático
de la moneda en las relaciones comerciales, y sucedía que Atenas
y Egina eran rivales, por lo que Corinto pensó que destruir
Atenas
sería hacerle el juego a Egina. Esparta no estaba dispuesta a
que
se cuestionara su autoridad en el Peloponeso, por lo que
prefirió
dejarse convencer por Corinto y dejó plantada a Tebas. Los
atenienses
derrotaron a los tebanos y confirmaron la independencia de Platea. A
raíz
de esta derrota, Tebas mantendría una actitud hostil hacia
Atenas
durante todo el siglo siguiente. Seguidamente Atenas atacó a
Calcis
y obtuvo una victoria aún mayor. Obligó a Calcis a
cederle
la soberanía de la parte sur de la isla de Eubea, al norte del
Ática.
Sus habitantes pasaron a ser considerados ciudadanos atenienses con
todos
los derechos que ello conllevaba. La ciudad de Eretria, enemiga
de Calcis, situada también en Eubea, se convirtió
automáticamente
en aliada de Atenas.
El estado chino de Wu derrotó al de Chu, pero
inmediatamente
después fue invadido por Yue desde el norte. Wu se
defendió
y pudo seguir al mismo tiempo la guerra contra Chu.
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