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A la entrada del siglo V,
el mundo civilizado gozaba en general de cierta tranquilidad y
prosperidad.
La moneda hizo su aparición en la India. El rey Darío I
gobernaba
suave y eficientemente el vasto imperio Persa, desde Libia hasta el
Indo.
Al norte estaban los escitas. Los restos arqueológicos escitas
muestran
un estilo artístico bastante homogéneo, desde el norte
del
Mar Negro hasta Siberia. En las cercanías de Mongolia se han
encontrado
tumbas escitas muy bien conservadas por el hielo. Contenían los
cuerpos de altos personajes acompañados de sus caballos. El
hielo
ha conservado objetos perecederos, como vestidos de tela, cuero, piel y
fieltro, y útiles domésticos de madera. Las tumbas son de
gran riqueza, con telas bordadas, decoradas con perlas y láminas
de oro. Sin embargo, hacía ya casi cien años que un nuevo
pueblo indoeuropeo avanzaba hacia Europa desde Asia. Eran los Sármatas,
tal vez una rama lejana de los escitas, pues sus lenguas y sus
costumbres
tenían ciertas semejanzas.
En el sur de Arabia, los reyes sabeos conquistaron
una
región de África, en la actual Etiopía, donde
fundaron
la ciudad de Aksum. Poco a poco se fue formando una
aristocrácia
árabe que se impuso sobre la población negra nativa.
En México aparece una nueva cultura alrededor
de Teotihuacán.
Se trata de pequeños pueblos de agricultores que veneraban a
Tlaloc,
divinidad del agua y de la lluvia.
Grecia continuaba su ascenso imparable. La ciudad de
Egina
alcanzó su apogeo, fruto de su idea de introducir la moneda en
el
comercio griego un siglo atrás, que ahora estaba ya plenamente
consolidada.
La única excepción era Esparta, que había
prohibido
el uso de monedas y la importación de artículos de lujo.
La oligarquía espartana tenía sus razones para esto. En
otras
ciudades, el comercio estaba dando poder a los grandes mercaderes, que
rivalizaban con la antigua nobleza y a menudo contribuían a
derrocarla
favoreciendo tiranías. La cultura griega seguía
progresando. Hecateo
de Mileto viajó por el imperio persa y escribió
libros
de geografía e historia en los que descartó cualquier
explicación
mitológica. De hecho, mostró escepticismo y burla hacia
las
presuntas intervenciones divinas en los asuntos humanos.
En Elea destacaba Parménides, un
pitagórico
discípulo de Jenófanes que desarrolló una
teoría
filosófica opuesta a la de Heráclito. Frente a la
opinión
de éste según la cual la realidad es un continuo cambio,
Parménides sostenía que lo auténticamente real es
inmutable. Sus argumentos según los cuales todo cambio es
ilusorio
mantuvieron ocupados a muchos pensadores griegos en los años
posteriores.
Los etruscos se veían obligados a retirarse
del
norte de Italia ante las incursiones de los galos, esto es, los
pueblos celtas que ocupaban las actuales Francia, Alemania y Polonia y
que poco a poco fueron asentándose también al sur de los
Alpes, a lo largo del valle del Po, en la región que los
romanos llamarían más tarde la Galia Cisalpina,
(la
Galia de este lado de los Alpes). Por esta época, otros pueblos
celtas penetraron en la isla que actualmente es Gran Bretaña. El
oeste fue ocupada por un grupo conocido como Gäels,
mientras
que el este lo ocuparon los celtas Britónicos. Parece
ser
que ambos pueblos llegaron simultáneamente, pero tenían
distinta
procedencia y siguieron rutas distintas.
En España desapareció la
monarquía
de Tartesos. El reino se diluyó en pequeñas ciudades
independientes
que fueron perdiendo importancia rápidamente y terminaron siendo
absorbidas por los cartagineses. Al parecer, el comerció del
bronce
en que se basaba su economía fue decayendo conforme se
extendió
la metalurgia del hierro, mucho más abundante.
Sin embargo, la tranquilidad no tardaría en
acabarse.
El detonante fue una revuelta organizada por las ciudades jonias (las
ciudades
griegas de la costa del Asia Menor) contra el dominio persa. Los jonios
habían tolerado el gobierno lidio porque habían terminado
helenizando a sus dominadores, pero las autoridades persas les
gobernaban
desde muy lejos y les imponían unas costumbres muy alejadas de
las
suyas propias. Sólo necesitaban un líder y lo encontraron
en Aristágoras, cuñado del tirano de Mileto, que
al
parecer se había enemistado con los persas y no tenía
nada
que perder con la revuelta, mientras que si todo iba bien podía
acabar como tirano de toda Jonia. En
499 Aristágoras
declaró a Mileto independiente y las otras ciudades jonias,
siguiendo
su ejemplo, expulsaron a los gobernadores persas.
Inmediatamente Aristágoras viajó a
Esparta
a pedir ayuda para derrotar a los persas, pero cuando el rey
Cleómenes
I se enteró de que había un viaje por tierra de tres
meses
hasta la capital persa, ordenó a Aristágoras que se
marchara.
Esparta no combatiría contra un enemigo tan lejano.
Aristágoras
marchó a Atenas y allí tuvo más suerte. Los
atenienses
estaban acrecentados por su reciente victoria sobre Tebas,
además
sabían que Hipías, el hijo de Pisístrato que
había
sido exiliado años atrás, se encontraba en la corte de
uno
de los sátrapas persas. Cabía la posibilidad de que
aspirara
a recuperar el poder en Atenas con la ayuda persa. Aristágoras
volvió
a Mileto anunciando que Atenas enviaría barcos y hombres.
Sólo
Hecateo pareció juzgar insensato el proyecto. Él
conocía
bien el poder de los persas, poder que los griegos infravaloraban
indudablemente.
De todos modos, recomendó que si la revuelta se llevaba a cabo
era
crucial disponer de una buena flota en el Egeo que mantuviera
conectadas
a las distintas ciudades, pues si los persas lograban incomunicarlas no
tendrían ninguna dificultad en derrotarlas una a una. Nadie le
hizo
caso.
En Atenas, Clístenes también se
mostró
en contra de apoyar a los jonios. Los atenienses optaron por
desterrarlo.
Él y su familia fueron considerados partidarios de los persas
durante
el medio siglo siguiente, así que los Alcmeónidas no
tuvieron
ninguna influencia sobre la ciudad en este periodo.
En 498 murió el
rey
Amintas II de Macedonia y fue sucedido por su hijo Alejandro I.
Ese mismo año tuvo su primer éxito el más famoso
de
los poetas griegos: Píndaro. Había nacido en
Tebas,
hijo de un aristócrata, pero se educó en Atenas.
Entre tanto Atenas cumplió su promesa y
envió
veinte barcos a la jonia, junto con otros cinco de su aliada Eretria.
En
vistas de la situación, otras ciudades griegas de Tracia y
Chipre
decidieron rebelarse también contra los persas. En Tracia
gobernaba
como tirano Milcíades, sobrino del otro Milcíades
ateniense que había conquistado el Quersoneso años
atrás.
El joven Milcíades había aceptado el dominio Persa y
ahora
vio la ocasión de librarse de él. Anaxágoras
condujo
a los milesios en un ataque sorpresa a Sardes, la antigua capital
lidia.
Se apoderó de la ciudad, la incendió y volvió a
Jonia.
Cuando volvió a Mileto se encontró con el ejército
persa que le estaba esperando y fue derrotado. Los atenienses
decidieron
marcharse.
Pero el daño estaba hecho. El rey
Darío
I estaba furioso. Tenía ya más de sesenta años,
pero
no estaba dispuesto a dejar las cosas como estaban. Reunió
barcos
fenicios y se hizo con el dominio del mar Egeo, aislando a las ciudades
jonias tal y como había predicho Hecateo. Aristágoras
huyó
a Tracia, donde murió poco después. Chipre fue tomada y
después
la flota se dirigió contra Mileto.
En 496 subió al
trono
de Yue el rey Kou Chien, que terminaría logrando una
victoria
definitiva frente a Wu. Entre tanto, el rey derrocado Tarquino el
Soberbio
hizo un último intento de apoderarse de Roma. De algún
modo,
logró enemistar a Roma con las ciudades del Lacio, y así,
un ejército latino capitaneado por el viejo rey y sus hijos se
enfrentó
a los romanos. Esta vez la victoria de Roma fue absoluta, la familia
real
fue exterminada con excepción del propio Tarquino, que se
exilió
en Cumas, donde murió más tarde. Los historiadores
explicaban
que en la batalla los romanos habían sido ayudados por Cástor
y Pólux, hermanos de Helena de Troya, que desde entonces
recibieron honores especiales.
Roma quedó muy debilitada con estas guerras.
La
peor parte se la llevaron, naturalmente, las clases bajas, los
plebeyos.
Muchos se arruinaron y tuvieron que venderse a sí mismos como
esclavos,
lo que mejoró la posición de la oligarquía
dominante,
los patricios, pero a costa de grandes tensiones sociales. En 495
fue nombrado cónsul Apio Claudio, que era sabino de
nacimiento,
pero que de joven había acudido en apoyo de Roma con un
ejército,
por lo que finalmente fue admitido entre los patricios. Gobernó
con mano dura y logró que en 494
los
plebeyos terminaran optando por abandonar la ciudad y establecerse en
una
colina cercana. Los patricios no podían permitirse prescindir de
su mano de obra, así que tuvieron que negociar.
Se llegó a un acuerdo por el que los plebeyos
tendrían
funcionarios propios, elegidos por votación como representantes
de la plebe. Eran los tribunos (nombre que antes designaba al
jefe
de una tribu). Su misión era defender los intereses de la plebe
e impedir que se aprobasen leyes en su perjuicio. Los tribunos
tenían
derecho de veto en el senado, de modo que ninguna ley podía
aprobarse
sin su consentimiento. Dada la hostilidad con que sin duda iban a ser
acogidos
entre los arrogantes patricios, se acordó que los tribunos
fueran
inviolables, y que cualquier falta de respeto hacia ellos fuera penada
con una multa. Se nombraron ayudantes de los tribunos, llamados ediles,
cuya misión era recaudar las multas, pero que en parte
ejercían
también una labor policial. Con el tiempo su labor
administrativa
se extendió, y los ediles llegaron a estar al cuidado de los
templos,
las cloacas, el suministro de aguas, la distribución de
alimentos
y los juegos públicos. También regulaban el comercio.
El ascenso del poder de la plebe debió de
generar
un nuevo género de conflictos sociales en la antigua Roma. Los
detalles
están ocultos tras leyendas que carecen de fundamento
histórico,
pero que atestiguan un pulso entre patricios y plebeyos que
terminó
con la consolidación de los privilegios recientemente
conseguidos
por éstos últimos. La más famosa es la de Cayo
Marcio Coriolano. Según contaban los romanos, hubo un
periodo
de escasez de alimentos que obligó a importar trigo de Sicilia.
Coriolano propuso privar del trigo a los plebeyos si no renunciaban al
tribunado. Los tribunos vetaron la propuesta y Coriolano fue expulsado.
Éste marchó a la ciudad volsca de Corioli en el Lacio
(recientemente
conquistada por él mismo, de ahí su tercer nombre) y
propuso
a los volscos, conducirles hasta Roma y saquearla. Según la
leyenda,
Roma sólo pudo librarse del desastre por la intercesión
de
la madre de Coriolano, que le convenció para volverse
atrás,
a raíz de lo cual los volscos le mataron.
También en 494
Darío
I acabó con la revuelta jónica. Mileto fue incendiada y
ya
nunca recuperó su ventajosa situación anterior, si bien
las
otras ciudades fueron tratadas con indulgencia. Luego el rey
envió
a su yerno Mardonio a reconquistar Tracia. Mientras tanto la
ciudad
de Argos decidió rebelarse contra Esparta, pero Cleómenes
I sofocó la revuelta sin dificultad.
Por esta época, en China, la vida de Confucio
sufrió
un cambio drástico. Parece ser que llegó a ocupar un
cargo
político importante, pero viendo que le era imposible emprender
las reformas que pretendía, abandonó y se dedicó a
viajar de un lugar a otro ofreciendo su consejo a cuantos
señores
se lo pedían, enseñando historia y filosofía.
Atenas se preparaba contra un eventual ataque persa.
En
493
fue elegido arconte Temístocles, quien comprendió
que la única esperanza de Atenas era disponer de una flota
poderosa,
que por el momento no poseía. De todos modos, Temístocles
reforzó una posición en la costa cercana a la ciudad con
la intención de convertirla en el futuro en la base de una
flota.
En 492 Mardonio
había
pacificado Tracia, forzando a Milcíades a volver a Atenas.
Mardonio
podía haberle seguido, pero una tormenta dañó en
parte
a su flota, así que decidió volver a Persia. Pero
Darío
I no quiso olvidar que Atenas había ayudado a los jonios en su
revuelta.
Parece ser que aquí intervino Hipías, que ahora estaba en
la corte del mismo Darío I. Al parecer, el rey persa no
había
oído hablar de los atenienses hasta que Hipías le
explicó
lo peligrosos que eran y lo conveniente que era enviar tropas para
dominar
la zona. Entre tanto había surgido una disputa entre
Cleómenes
I y el otro rey espartano, Demarato, que fue desterrado y
huyó
a la corte de Darío I. Mientras éste preparaba una
expedición
contra Grecia, envió mensajeros a todas sus ciudades
exigiéndoles
que aceptaran la soberanía persa. La mayoría de las islas
del Egeo aceptaron inmediatamente. La ciudad de Egina sentía tal
rivalidad contra Atenas que decidió someterse a los persas aun
antes
de que llegaran los mensajeros. Naturalmente, Esparta no aceptó
el dominio Persa. Se dice que cuando llegó el mensajero
reclamando
"la tierra y el agua", los espartanos lo tiraron a un pozo y le dijeron
"ahí tienes ambas". Poco después el rey Cleómenes
I fue víctima de los recelos de la oligarquía espartana,
que temían porque estaba acumulando cada vez más poder,
así
que también fue exiliado.
En 490 la
expedición
persa estuvo lista para partir. No era muy grande, pero sí
suficiente
para someter a unas pequeñas ciudades belicosas, a juicio de
Darío.
Atravesó el Egeo ocupando sobre la marcha las islas que no
habían
aceptado la rendición. Luego, una parte del ejército
desembarcó
en Eubea, donde Eretria fue incendiada, mientras la otra parte
desembarcó
en el Ática, con el propio Hipías al frente, que la
dirigió
a una pequeña llanura, cerca de la aldea de Maratón.
Mientras tanto Atenas envió un mensajero llamado Fidípides
para que pidiera ayuda a Esparta. Las tradiciones de Esparta mandaban
que
no se emprendiera ninguna acción hasta que fuera luna llena, y
cuando
Fidípides llegó todavía faltaban nueve
días.
Atenas tuvo que enfrentarse sola a los persas, con
un
total de 9.000 hombres, más otros 1.000 enviados por Platea. A
la
cabeza del ejército estaba Milcíades, que había
logrado
acallar las voces que optaban por la rendición. Milcíades
conocía a los persas y estaba convencido de que el hoplita
griego
estaba mejor preparado que el soldado persa, tanto en armamento como en
preparación. No sólo insistió en resistir a los
persas,
sino que afirmó que era esencial atacar primero. Así lo
hizo
y, de algún modo, logró coger desprevenidos a los persas,
que sufrieron grandes bajas y no pudieron hacer más que
retirarse
malamente hasta sus naves. Podrían haberse recuperado y atacado
a Atenas, pero su moral estaba destrozada y les llegaron noticias de
que
los espartanos estaban en camino, así que volvieron a Persia.
La tradición cuenta que los griegos enviaron
un
mensajero a Atenas, el mismo Fidípides que había sido
enviado
a Esparta poco antes. Recorrió a toda velocidad los 42
kilómetros
que separan Atenas de Maratón, balbuceó la noticia de la
victoria y murió con los pulmones reventados. Los espartanos
llegaron
al campo de batalla poco después de que ésta terminara,
elogiaron
a los atenienses y se volvieron a Esparta.
Este mismo año, Ajatasatru se hizo
con el
trono del reino indio de Magadha tras matar a su padre Bimbisara. Ello
lo enfrentó con su tío Prasenajit, rey de Koraba.
Según la tradición Ajatasatru fue hecho prisionero con su
ejército, pero Prasenajit decidió dejarlo en libertad y
sellar
con él una alianza. Así Ajatasatru se casó con la
hija de Prasenajit. Un tiempo después, Virudhaka, el
hijo
de Prasenajit derrocó a su padre, que se vio obligado a huir a
Rajagrha,
donde murió al llegar.
Volviendo a Grecia y Persia, los resultados de la
última
campaña enfurecieron más aún a Darío I, que
inmediatamente empezó a preparar una nueva expedición.
Para
colmo de los males, cuando Egipto se enteró de lo sucedido en
Maratón
decidió rebelarse. Mientras tanto, Milcíades logró
que los atenienses pusieran a su mando una flota de 60 naves, con la
que
fue a la isla de Paros en 489 y
reclamó
a sus habitantes una fuerte cantidad con el pretexto de que
habían
aportado un barco a la flota persa. Milcíades pretendió
quedarse
con este dinero, pero el gobierno ateniense lo reclamó. La
disputa
no llegó más lejos porque Milcíades murió
entretanto.
También murió ese mismo año el rey espartano
Cleómenes
I. Fue llamado del exilio, pero enloqueció y tuvo que ser
aprisionado.
Sin embargo, logró hacerse con una espada y se suicidó.
Su
trono fue ocupado por Leónidas, medio hermano de
Cleómenes
I. Entre tanto Atenas declaró la guerra a Egina, como represalia
por su pronta rendición ante los persas.
En 487 se
decidió
en Atenas el primer destierro por ostracismo del que se tiene notica.
Se
trataba de un político llamado Hiparco.
Darío I no tuvo ocasión de ocuparse de
los
griegos y los egipcios, pues murió en 486.
Fue sucedido por su hijo Jerjes I, que tuvo que elegir a
qué
frente acudir primero. Optó por Egipto, que sin duda era
más
importante para el imperio persa que unas ciudades belicosas. Las
convicciones
Mazdeístas de Jerjes I eran mucho más firmes que las de
su
padre, y la revuelta egipcia debió de acrecentar sus recelos
frente
a las otras religiones. Así, el dominio sobre Babilonia se hizo
más severo y los babilonios terminaron por rebelarse
también.
En 485 Gelón
se convirtió en tirano de Siracusa. Dedicó todos sus
esfuerzos
a incrementar la prosperidad de la ciudad y, ciertamente,
consiguió
que Siracusa se convirtiera en la ciudad más rica y poderosa del
occidente griego, status que conservó durante casi tres siglos.
En 484 Jerjes I
había
sometido a Egipto y sus ejércitos se encaminaron a Babilonia.
Allí
se encargó de destruir la religión babilónica. Lo
hizo sistemáticamente, hasta el punto de que ordenó
desmantelar
la gran estatua de oro de Marduk, cuyo culto desapareció para
siempre,
y con él la grandeza de Babilonia. La ciudad entró en un
proceso de decadencia del que ya nunca se recuperó.
Ese mismo año consiguió su primer
éxito
en el teatro de Atenas el dramaturgo Esquilo. Se le considera
el
padre de la tragedia griega. Hasta su aparición la tragedia
consistía
en cantos corales que alternaban con un solista. Esquilo introdujo un
segundo
solista, con lo que se hizo posible el diálogo. También
perfeccionó
las técnicas teatrales, la maquinaria escénica, los
decorados
y las vestimentas de los actores.
En 483 murió
Buda.
Sus discípulos organizaron un concilio en Rajagriba,
donde
se puso por escrito la doctrina del maestro y se reguló la forma
de vida de los monjes budistas de acuerdo con la tradición que
él
había instaurado. Los monjes viajaban por toda la India ayudando
al pueblo y predicando la religión, pero en los meses del
monzón
se retiraban a unos refugios que pronto se convertirían en
monasterios.
Poco después el rey Ajatasatru de Magadha invadió la
confederación
de los Vrji, al tiempo que Virudhaka de Kosala atacó a la
república
de los Sakya y la destruyó casi completamente.
Mientras tanto los atenienses estaban sumidos en una
controversia
sobre la forma más apropiada de hacer frente a los persas, en
caso
de que -como era de esperar- volvieran. Naturalmente, se
consultó
al oráculo de Delfos, cuyo consejo fue que los atenienses "se
protegieran
con murallas de madera." Uno de los ciudadanos más ilustres de
Atenas
era Arístides. Había sido colaborador de
Clístenes,
luchó en Maratón y tenía fama de absoluta
honestidad
e integridad. Contaban que una noche en el teatro un actor declamaba
unos
versos de Esquilo que decían: "Él no pretende parecer
justo,
sino serlo", y todas las miradas se volvieron hacia Arístides.
Arístides interpretó literalmente el
consejo
del oráculo: debían construir murallas de madera
alrededor
de la Acrópolis y prepararse a resistir. Sin embargo
Temístocles
encontró una interpretación mucho más sensata: el
consejo de Apolo era construir barcos de madera que protegieran la
ciudad.
Por aquella época se empezaban a construir trirremes,
barcos
con tres filas de remos, mucho más veloces y con mucha
más
capacidad de maniobra que los barcos viejos. Temístocles
repetía
una y otra vez que Atenas tenía que construir una flota de
trirremes.
Una evidencia a favor de esta postura la proporcionó la guerra
contra
Egina, que sí disponía de una buena flota y ello le
permitió
resistir impune incluso a una coalición de Atenas y Esparta.
Naturalmente, construir trirremes era caro, pero
Atenas
tuvo mucha suerte. Al sureste del Ática se descrubrieron unas
minas
de plata, con lo que de repente los atenienses fueron ricos. La primera
idea fue repartir democráticamente la plata entre todos los
ciudadanos,
pero Temístocles se opuso: de nada servía que cada
ciudadano
tuviera un poco más de dinero, pero con toda esa riqueza se
podían
construir 200 trirremes. Arístides lo consideró un
despilfarro
y la disputa entre los partidarios de Arístides y los de
Temístocles
se acentuó. Finalmente, en 482 se
convocó
una votación de ostracismo y estaba claro que uno de los dos iba
a ser desterrado.
Se cuenta una anécdota, según la cual
un
ateniense que no sabía escribir pidió a Arístides
(sin reconocerlo) que escribiera su voto por él.
-¿Qué
nombre quieres que ponga? -preguntó Arístides, -El de
Arístides
-respondió el votante, -¿Por qué?,
¿qué
daño te ha hecho Arístides?, -Ninguno, pero ya estoy
harto
de oír a todo el mundo llamarlo Arístides el Justo.
Arístides
escribió su propio nombre y se marchó.
El caso es que Arístides perdió la
votación
y, si bien podemos decir que no se merecía el destierro, lo
cierto
es que eso salvó a Atenas, pues inmediatamente
Temístocles
ordenó la construcción de la flota de trirremes, justo a
tiempo, pues Jerjes I ya estaba ultimando los preparativos de una
campaña
contra Grecia.
En 481 las ciudades
griegas
celebraron un congreso en Corinto presidido por Esparta, si bien Atenas
le iba a la zaga en prestigio, después de la victoria en
Maratón.
Se consiguió formar así una coalición única
en la historia de Grecia. No obstante, Argos se negó a
incorporarse
por su enemistad con Esparta y Tebas hizo lo propio por su enemistad
con
Atenas. El congreso aprobó solicitar ayuda de las ciudades
griegas
más alejadas: Corcira, Creta y Sicilia. Corcira tenía una
buena flota, pero dedició permanecer neutral al ver a los persas
demasiado lejos. Creta era débil y sus ciudades mantenían
sus propias disputas al estilo de las de la Grecia continental, con lo
que realmente no podía ofrecer ninguna ayuda. Por último,
en Sicília sólo respondió la ciudad de Siracusa,
aunque
no parece que la respuesta fuera muy seria, pues el tirano Gelón
se ofreció a colaborar siempre que se le pusiera al mando del
ejército
conjunto, cosa que nunca habría sido aceptada por Esparta, por
lo
que su oferta fue rechazada. También es verdad que Gelón
tenía sus propios problemas. Por aquel entonces los Cartagineses
habían encontrado un general capaz, Amílcar, que
se
proponía expulsar definitivamente a los griegos de Sicilia.
En 480 Jerjes I se
lanzó
sobre Grecia con un ejército muy superior al que su padre
llevara
en su momento.
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