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Al inicio del siglo IV,
Diocleciano
había reconstruido definitivamente el Imperio Romano, al menos
desde
un punto de vista político, pero la situación
económica
era muy diferente a la que precedió a los años de
anarquía.
La recuperación había exigido fijar altos impuestos,
muchos
de los cuales sólo podían ser pagados en especie por unos
campesinos y artesanos al borde de la ruina. Grandes masas de
población
se vieron obligadas a ofrecerse como siervos de grandes señores
terratenientes. Ante el gran número de artesanos y agricultores
que abandonaban sus trabajos, se promulgaron leyes que les obligaban a
continuar en ellos. Los siervos tenían prohibido abandonar las
tierras
sin la autorización de su señor, a los artesanos se les
prohibía
ingresar en el ejército como medio de mejorar sus ingresos. El
ejército
se nutrió cada vez más de bárbaros contratados.
El budismo estaba penetrando en el reino de Shampa. De esta época datan inscripciones en sánscrito de soberanos con nombres hindúes. En 301 Diocleciano trató de aliviar la situación con un edicto en el que fijaba precios máximos y salarios mínimos. Trató de establecer severas medidas contra los señores que incumplieran el edicto y se aprovecharan de sus siervos, pero el intento fracasó. El resultado fue que la población perdió todo sentimiento de lealtad hacia el gobierno. A la gente le daba igual ser esquilmado por bárbaros que llegaban en una correría o por funcionarios enviados por el gobernador. Las penurias aumentaron la popularidad del cristianismo, que se había expandido notablemente en los últimos años, no sólo entre las clases humildes, sino que ahora era posible encontrar cristianos en altos cargos, e incluso en el ejército. Más aún, los prisioneros romanos empezaban a difundir su religión entre los bárbaros. A éstos hay que añadir a los que en épocas de persecución se refugiaron en otros estados, como en Persia y, sobre todo, en Armenia. Este mismo año, el rey Tirídates III convirtió al cristianismo en la religión oficial de Armenia. En 302 murió el rey persa Narsés y fue sucedido por su hijo Ormuzd II. No se sabe mucho de su reinado, pero parece ser que trató de enfrentarse a la aristocracia terrateniente persa. Por esta época el Imperio Persa tenía que hacer frente a incursiones provenientes de Arabia, donde las antiguas tribus nómadas se habían organizado finalmente en varios reinos. Volviendo a Roma y al cristianismo, las iglesias cristianas estaban cada vez mejor organizadas y jerarquizadas. Las incesantes desgracias convencían cada vez a más gente de que el fin del mundo estaba cerca y que Jesucristo no tardaría en volver para juzgar a vivos y muertos. Esto aumentó la autoridad de la Iglesia sobre el pueblo y no tardó en despertar temores en las autoridades. Además los cristianos se reafirmaron en su negativa a aceptar las pretensiones divinas de los emperadores, uno de los pilares de la recuperación política. Por ello, en 303 Galerio instó a Diocleciano a que iniciara una persecución contra los cristianos. Así sucedió. Fue tal vez la persecución más cruenta a la que los cristianos tuvieron que hacer frente. Los cristianos fueron expulsados del ejército y de todos sus cargos, se confiscaron y quemaron libros sagrados, las iglesias fueron destruidas y, en general, cuando una muchedumbre pagana se rebelaba, todo se resolvía matando a algunos cristianos que, por supuesto, habían tenido la culpa de todo. En 304 mirió en el martirio san Marcelino, obispo de Roma, y el cargo quedó vacante por tres años. De esta época datan las primeras representaciones cristianas de Jesucristo en la cruz. Esto refleja una evolución del pensamiento cristiano. Aunque la idea de que Jesucristo había muerto para redimir a los hombres es original de san Pablo, lo cierto es que durante los primeros siglos los cristianos no la habían asimilado, y para ellos la crucifixión era objeto de vergüenza. Las alusiones a la crucifixión se hacían mediante cruces simbólicas, que eran parte del complicado sistema de símbolos esotéricos de que se valían para ocultar su doctrina y pasar desapercibidos. Ahora, en cambio, los cristianos veían la muerte de Jesucristo como un heroico sacrificio voluntario digno de admiración. La representación de Jesucristo en la cruz provocaba admiración y devoción en lugar de vergüenza. Representaba un modelo a seguir: quien moría por Jesucristo en defensa de su fe alcanzaba indudablemente la salvación. Tanto fue así que la cruz se convirtió en el símbolo por excelencia del cristianismo para desconcierto de los paganos, pues la imagen que esto les debía de causar era similar a la que hoy causaría una secta religiosa cuyo emblema fuera una horca o una silla eléctrica. También hay que advertir que Constancio Cloro no aprobó la persecución contra los cristianos, y en sus territorios no tuvo efecto, si bien él no era cristiano, sino mitraísta. Finalmente Diocleciano decidió visitar Roma. Estaba previsto que él y Maximiano fueran aclamados en un triunfo, pero la ceremonia no resultó muy lucida. Desde la distancia, Diocleciano había intentado mostrar respeto hacia Roma, había ordenado la construcción de baños, una biblioteca, un museo y otros edificios, pero los romanos no le perdonaron que hubiera trasladado la capital a Nicomedia. El emperador fue objeto de burlas y sarcasmos. Al cabo de un mes abandonó la ciudad sumamente contrariado. Parece ser que el incidente le deprimió y poco despues de su regreso a Nicomedia cayó enfermo. En 305 Galerio convenció a Diocleciano para que abdicara. Tenía ya más de sesenta años y estaba cansado del gobierno. Por el contrario, Galerio estaba ansioso por ocupar su lugar. Diocleciano aceptó, pero tenía sus ideas de cómo tenía que producirse la abdicación. Obligó a abdicar también al coemperador Maximiano para que los dos césares, Galerio y Constancio, se convirtieran simultáneamente en Augustos. A su vez éstos tenían que nombrar dos nuevos Césares. Maximiano abdicó de mala gana, y Diocleciano se retiró a un gran palacio que se había construido en la ciudad Iliria de Salona, cerca de la aldea donde había nacido. Galerio, convertido en emperador, consideró que le correspondía el mismo papel preponderante sobre su colega Constancio que Diocleciano había tenido sobre Maximiano, así que decidió nombrar él mismo tanto su César como el de Constancio, sin consultar su decisión con éste último. Para sí eligió a uno de sus sobrinos, Galerio Valerio Maximino Daya, mientras que para Constancio eligió a uno de sus oficiales, Flavio Valerio Severo. Esto causó la indignación del hijo de Maximiano, que se llamaba Marco Aurelio Valerio Majencio y se consideraba con derecho a heredar la autoridad de su padre. Constancio también tenía sus objeciones, pues quería como César a su hijo Cayo Flavio Valerio Aurelio Claudio Constantino. El primero en actuar fue Majencio, que se hizo proclamar emperador en Roma y llamó a su padre Maximiano, que no dudó en secundar sus planes. Galerio envió a Italia a Severo, pero fue derrotado y muerto por las tropas de Majencio, que conservó el dominio de Italia. Mientras sucedía todo esto, Constancio estaba ocupado en una campaña contra las tribus del norte de Britania, mientras que su hijo constantino estaba retenido en Nicomedia por Galerio para garantizar el buen comportamiento de su padre. Sin embargo, Constancio murió en 306 antes de haber podido acabar su campaña, y Constantino logró escapar, se dirigió a Britania a toda prisa y allí las legiones de su padre lo aclamaron emperador. La debilidad del emperador chino frente a las intrigas de los nobles habían sumido al país en una guerra civil que se había prolongado durante los seis últimos años y que ahora se zanjaba con el ascenso al trono del nuevo monarca Xi Jin. En 307 Constantino se casó con una hija de Maximiano, que lo reconoció como coemperador. Galerio se vio así enfrentado a una alianza entre Maximiano, Majencio y Constantino. Trató de penetrar en Italia, pero fue rechazado. En 308 un jefe de los hunos meridionales que se habían infiltrado en el norte de China se proclamó emperador. El emperador chino Xi Jin no pudo hacer gran cosa, pues China aún no se había recuperado de las guerras civiles. En 309 murió el rey Persa Ormuzd II. Parece ser que no supo tratar a la nobleza persa y fue víctima de una conjura. El hijo que debía sucederle en el trono fue asesinado, otro fue cegado y otro encarcelado. Con esto la dinastía sasánida estaba al borde de la desaparición, pero la nobleza comprendió que no era conveniente instalar en el trono a un usurpador, pues los sasánidas habían logrado el favor del pueblo. La mujer de Ormuzd II estaba embarazada y se acordó que el niño aún no nacido sería el nuevo rey. Hasta se cuenta que se celebró una "coronación" en la que se puso la diadema sobre el vientre de la reina y los nobles se arrodillaron prestando juramento al rey. Afortunadamente para los nobles, la criatura resultó ser un varón, que nació ya convertido en Sapor II. Los nobles gobernaron el Imperio de forma bastante desordenada, buscando cada cual sus propios intereses. Durante la minoría de edad del rey los árabes no tuvieron dificultades en traspasar las fronteras y saquear las ciudades persas. Asolaron Mesopotamia, incluyendo la capital, Ctesifonte. En 310 Galerio, incapaz de controlar a sus emperadores rivales, decidió pedir ayuda a Diocleciano, que tomó de nuevo las riendas del poder en la parte oriental del Imperio. Destituyó nuevamente a Maximiano y nombró emperadores de Occidente a Valerio Liciniano Licinio y a Constantino. Esto puso a Constantino de su parte, que no tardó en traicionar a Maximiano. Se enfrentó a él, lo derrotó y luego lo hizo ejecutar. En 311 el emperador chino Xi Jin fue hecho prisionero de los hunos y la casa imperial tuvo que refugiarse en el sur. El imperio chino se redujo a la zona sur, con capital en Nankin, mientras que el norte pasó a formar parte del nuevo reino huno de Wei. No obstante, los hunos asimilaron pronto la cultura china, de modo que Wei puede considerarse en la práctica un reino chino gobernado por una aristocracia de origen extranjero. Ese mismo año murió Galerio, y Maximino Daya fue elegido emperador. Maximino se alió con Majencio, que todavía resistía en Italia. En 312 Constantino marchó sobre Italia contra Majencio. Obruvo una victoria en el valle del Po y Majencio tuvo que retirar sus tropas hasta Roma. Los ejércitos se encontraron en un puente sobre el Tíber, en la batalla del puente Milvio el ejército de Majencio trató de impedir el paso al de Constantino, pero fracasó y Constantino no tardó en apoderarse de Roma. Majencio murió en la batalla. El senado proclamó emperador a Constantino, quien se apresuró a disolver definitivamente la guardia pretoriana, que había nombrado y depuesto a tantos emperadores. En este momento Constantino dio un giro inesperado a la historia con una astuta decisión estratégica. Afirmó que antes de la batalla del puente Milvio se le había aparecido una cruz de fuego en el cielo bajo la cual leyó las palabras "In hoc signo uinces" (bajo este signo vencerás). La leyenda posterior afirma que Constantino puso insignias cristianas en los escudos de sus hombres, y que fue Dios quien le hizo vencer a Majencio, una empresa en la que Severo y Galerio habían fracasado. Los cristianos celebraron la noticia de que Dios les había dado un emperador dispuesto a protegerlos. Automáticamente, Constantino tuvo de su parte a una importante quinta columna en Oriente, donde las persecuciones contra los cristianos no habían cesado desde el edicto de Diocleciano nueve años atrás. Tal vez fue ese mismo año cuando Constantino ordenó construir la Catedral de Letrán. (Letrán es una plaza de Roma, llamada así, según Tácito, porque en ella había estado la residencia de los Laterani). Los cristianos aprovecharon que ya no eran perseguidos para perseguirse mejor los unos a los otros. El obispo de Casae Nigrae, en Numidia, llamado Donato, mantenía una pugna contra el obispo de Cartago al que reprochaba su indulgencia contra los cristianos traidores que habían entregado los libros santos a los paganos. Ahora el obispo de Cartago acababa de morir y en su lugar fue elegido su diácono Ceciliano, pero Donato se negó a reconocerlo, llamándolo verdugo de los mártires. Donato nombró obispo de Cartago a Mayorino, pero poco después él mismo lo sustituyó en el cargo, con lo que Cartago tenía dos obispos, cada cual con sus partidarios. Los partidarios de Donato, que fueron conocidos como donatistas, sostenían que el sacerdocio sólo podía ser ejercido por hombres dignos, de modo que los sacerdotes que habían eludido el martirio durante las persecuciones y habían entregado los libros sagrados profanando su fe no podían ahora ser admitidos en la Iglesia. Esto tenía una consecuencia inquietante pues, si los sacramentos administrados por un sacerdote indigno no eran válidos, ¿cómo sabía un cristiano si su sacerdote era de fiar?, ¿podría uno creer que estaba recibiendo la atención espiritual adecuada y en realidad estar al borde del infierno? Frente al puritanismo donatista estaba la postura de que la Iglesia era Santa, y que los sacramentos administrados en su nombre eran válidos aunque el sacerdote fuera imperfecto. Por otra parte, todos los hombres, sacerdotes incluidos, podían lograr el perdón y la expiación por diversos medios. En 313 Licinio derrotó a Maximino Daya en Tracia (el cual se suicidó tras la batalla) y se reunió con Constantino en Milán. Allí se reconocieron como coemperadores, Constantino en occidente, Licinio en oriente. Promulgaron el Edicto de Milán, que garantizaba la tolerancia religiosa en todo el Imperio. Ese mismo año murió Diocleciano en su palacio en Salona. Se cuenta que unos años antes Maximiano le había escrito una carta instándole a ocuparse nuevamente del Imperio (como finalmente hizo por un breve lapso de tiempo a petición de Galerio), y que su respuesta fue: "Si vinieses a Salona y vieses los vegetales que cultivo en mi jardín con mis propias manos, no me hablarías del Imperio". Al parecer Diocleciano pasó sus últimos años felizmente en su palacio, sin que le importara lo más mínimo que sus intentos de estabilizar la política romana hubieran fracasado. Mientras tanto, el obispo de Roma, Milcíades, convocó un sínodo en Letrán donde se condenó el donatismo. En 314 se produjo un enfrentamiento entre los dos emperadores. Resultó un empate, pero quedó claro que las relaciones entre las dos mitades del Imperio iban a ser hostiles. Cuanto más apoyaba Constantino a los cristianos, más recelaba de ellos Licinio. No hay que deducir de la actitud de Constantino que se hubiera convertido al cristianismo. Al contrario, no consintió en ser bautizado y durante toda su vida rindió culto al dios del Sol mitraísta. Los cristianos no dudaron en minimizar este detalle y ofrecieron su lealtad a un emperador que ya no era un dios, sino que gobernaba por la Gracia de Dios. Tras la muerte de san Milcíades fue elegido obispo de Roma Silvestre I, quien representó un papel importante en el ascenso del cristianismo tras su legalización. Bajo su pontificado se edificaron las primeras basílicas en Roma y se inició el proceso por el que la administración y la jerarquía eclesiástica fue imitando cada vez más a la civil. El donatismo seguía siendo fuerte en Cartago, pues había adquirido tintes políticos como reacción del campesinado berebe frente al gobierno romano. Ese mismo año el emperador organizó un sínodo en Arles, que nuevamente condenó el donatismo. En 316 el emperador en persona oyó los argumentos en favor y en contra del donatismo, y se decantó en contra. Constantino tenía mucho interés en que los cristianos formaran una iglesia unida, pues contaba con ellos como su más importante apoyo en todo el Imperio. Lo peor que le podría ocurrir sería que los cristianos de occidente se convirtieran en una facción enemiga de los de oriente, donde en estos momentos no tenía ningún poder efectivo. En 318 esta posibilidad se convirtió en una seria amenaza en Alejandría cuando un sacerdote libio ordenado cinco años antes empezó a provocar discusiones con su predicación. Se llamaba Arrio, y afirmaba que Jesucristo no era un verdadero Dios, sino la primera criatura creada por Dios. Jesucristo era sólo un hombre. El más santo de los hombres y de los profetas, pero no un dios, puesto que Dios sólo había uno. Tras la caída del imperio Kusana, la India se había dividido en pequeños reinos. En 320 el rey del pequeño reino de Magadha, al noreste, se anexionó extensos territorios a la muerte de su suegro, que reinaba en el actual Nepal. Se hizo llamar rey de reyes y fue conocido como Chandragupta I. Fue el fundador de una larga dinastía de reyes indios. Desde que Antonio se retirara a los desiertos de Egipto unos cuarenta años atrás, dichos desiertos se habían poblado con numerosos anacoretas, esto es, religiosos que vivían en solitario o en pequeños grupos retirados de las tentaciones del mundo. Uno de estos anacoretas se llamaba Pacomio, que tras su conversión al cristianismo se había retirado a las ruinas de un templo de Serapis. Ahora fundo una comunidad cristiana a orillas del Nilo, que se convirtió en el primer monasterio en sentido moderno: los monjes seguían una regla escrita y obedecían a un superior. La idea se difundió rápidamente por oriente y los monasterios se multiplicaron. En 321 Constantino promulgó una ley por la que se prohibía la administración de justicia y los trabajos manuales en el que para los cristianos era el "día del Señor", esto es, el domingo, y para los paganos era el "día del Sol". Recordemos que Constantino era mitraísta, es decir, adoraba a Mitra, el dios del Sol, por lo que la idea de convertir al domingo en un día festivo también era acorde a sus propias creencias. Las predicaciones de Arrio no sólo contradecían el sentir popular de los cristianos, que preferían adorar a un Jesucristo más tangible que a un Yahveh abstracto al estilo judío, sino también a la tradición teológica de Alejandría, que había creado la doctrina del trinitarismo. Los sacerdotes de Alejandría instaron a su obispo, llamado Alejandro, a convocar un sínodo en torno al arrianismo. Así lo hizo en 323 y en él las tesis de Arrio fueron declaradas heréticas. Sin embargo, Arrio no aceptó la decisión y fue excomulgado. Entonces se dirigió a Palestina y a Asia menor, donde encontró numerosos partidarios, especialmente a Eusebio, el obispo de Nicomedia, que se convirtió en el auténtico impulsor del arrianismo. Es posible que el auge de esta rama del cristianismo inquietara a Constantino. La verdad era que Licinio seguía mostrándose hostil hacia los cristianos, pero si el arrianismo crecía y Licinio decidiera apoyarlo, Constantino podría perder su ventaja. En 324 Constantino avanzó hacia el este y sus ejércitos se enfrentaron a los de Licinio en Adrianópolis, al oeste de Bizancio. Obtuvo una victoria y Licinio tuvo que refugiarse tras los muros de Bizancio. Constantino controlaba una flota que manejó con la suficiente habilidad como para cortar los suministros a la ciudad a la vez que lograba aprovisionar sus propios ejércitos. Licinio consiguió burlar el cerco y escapar a Asia Menor con unos pocos hombres, donde reunió un nuevo ejército. Constantino mantuvo el sitio a la vez que enviaba un destacamento por Licinio. Se libró una nueva batalla en Crisópolis, frente a Bizancio, al otro lado del Bósforo. Nuevamente los hombres de Constantino resultaron vencedores y le proporcionaron el dominio efectivo sobre todo el Imperio. La situación real se hizo oficial en 325, cuando Constantino hizo estrangular a Licinio y se convirtió en el único emperador romano. Constantino realizó un esfuerzo similar al de Diocleciano para asegurarse de que su autoridad no sería discutida. Como éste, adoptó la pompa y la magnificencia propias de las monarquías orientales, en particular la diadema como símbolo del poder. Además decidió construir una nueva capital para el Imperio, una capital grandiosa que marcara el resurgimiento del Imperio e hiciera su poder incuestionable. Durante un tiempo pensó en reconstruir Troya, pero mientras meditaba sobre ello se ocupó de una cuestión más acuciante: decidió tomar cartas en la disputa contra el arrianismo. Constantino convocó lo que se llamó el Primer Concilio Ecuménico, esto es, universal, llamado así porque en él participaron por primera vez obispos de todo el Imperio (alrededor de trescientos). Incluso fue invitado un obispo godo llamado Teófilo. El concilio se celebró en Nicea, al sur de Nicomedia, que por el momento seguía siendo la capital del Imperio. Allí se convino que existe una única Iglesia Universal (o, dicho en griego, una única Iglesia Católica), cuya doctrina se plasmó en un Credo que desde entonces pasó a formar parte del ceremonial católico. Además de la unidad de la Iglesia, el Concilio de Nicea ratificó las tesis trinitarias frente a las de Arrio y también zanjó algunas disputas menores sobre la fecha de la pascua. No obstante, Arrio y muchos de sus seguidores no aceptaron las decisiones del concilio y tuvieron que exiliarse, entre ellos Eusebio, que fue despojado de su cargo de obispo. Al margen de las cuestiones teológicas, del Concilio de Nicea también se extrajeron varias consecuencias prácticas. En primer lugar quedó asentado que era el emperador el que tenía la atribución de convocar concilios ecuménicos, lo cual le confería un notable control sobre la Iglesia. En segundo lugar se fijó una prelación entre los obispos, que hasta entonces habían tenido todos el mismo rango. Se aceptó la supremacía de tres de ellos: el de Roma, que a la sazón era Silvestre, el principal asesor de Constantino en lo tocante al cristianismo, el de Alejandría, que entonces era Alejandro, el más reputado en cuestiones de teología, y el de Antioquía, la tercera ciudad en importancia del Imperio y cuna del cristianismo. Fue en Antioquía donde san Pablo desarrolló su doctrina y nunca había dejado de ser un punto de referencia en materias doctrinales. Estos tres obispos fueron llamados patriarcas
(o
primeros padres) de la Iglesia. En realidad Silvestre no estuvo
presente
en el Concilio de Nicea, sino que envió como representante al
obispo
de Córdoba, que fue uno de los cinco únicos obispos
occidentales
que acudieron (a causa de la distancia, principalmente). La victoria
del
trinitarismo era previsible, pues era la doctrina de Alejandría
y Alejandría era entonces la capital cultural del mundo. El
principal
defensor del trinitarismo no fue el propio Alejandro, sino su
diácono
Atanasio.
Todo parecía apuntar a que el Patriarca de Alejandría
estaba
destinado a ser la cabeza de la Iglesia Católica, pero ese mismo
año Constantino iba a tomar una decisión que
frustraría
esta aspiración.
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