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Bajo el reinado de Constantino se produjeron
importantes
reformas legales por influencia del cristianismo. Se abolió la
crucifixión,
al igual que los juegos de gladiadores, que muchos asociaban al
martirio
cristiano (en su lugar cobraron auge las carreras de carros), se
promulgaron
leyes que protegían a los esclavos, la ley se volvió
más
severa con las costumbres que los cristianos desaprobaban, como el
divorcio
y en general las violaciones de la más austera moral sexual.
En 325, poco después del concilio de Nicea, Constantino decidió finalmente que la nueva capital de Imperio sería Bizancio. Su situación era idónea, a mitad de camino entre Persia y la frontera del Danubio. Estaba rodeada de agua por tres partes, por lo que sólo podía ser asediada por un ejército que controlara tanto la tierra como el mar. Su puerto dominaba el paso por el Bósforo. Hasta entonces Bizancio había sido una próspera ciudad comercial, pero ahora tenía que convertirse en una nueva Roma. La ciudad fue arrasada y reconstruida en un perímetro mucho mayor, sobre siete colinas. Se construyó un foro, un senado, un palacio y un hipódromo donde celebrar carreras de carros. Naturalmente, las obras tardaron varios años y casi todo fue hecho mediante mano de obra esclava. Pese a todo el apoyo que Constantino prestó al cristianismo, él mismo nunca se declaró cristiano. Con quien tuvieron más éxito los cristianos fue con su madre, Elena, que fue verdaderamente devota. Envió unos trabajadores a Tierra Santa para buscar reliquias, es decir, restos relacionados con Jesucristo. Naturalmente, las reliquias no tardaron en aparecer, y así en 326 se encontró nada menos que la Vera Cruz, es decir, la verdadera cruz en la que Jesucristo fue crucificado. No cabía duda de su autenticidad, pues los que la encontraron fueron testigos de numerosos milagros realizados por ella. En los años siguientes Elena recibió emocionada los clavos con que fue crucificado Jesucristo, la corona de espinas, la lanza que le atravesó el costado y hasta la esponja con la que se le dio de beber vinagre. Sin poder competir con la capital, hasta las iglesias más modestas fueron recibiendo los huesos de tal o cual santo y otras reliquias dotadas siempre de cierta capacidad de hacer milagros. En 327 el rey persa II no había complido aún los dieciocho años, pero logró burlar a la camarilla de nobles que estaba gobernando el Imperio durante su minoría de edad y que confiaba en seguir controlando al monarca de un modo u otro. Se apoderó del gobierno y el pueblo lo aclamó con entusiasmo cuando se sentó triunfalmente en el trono. Organizó un ejército con el que aplastó a los árabes que durante los últimos años habían saqueado a sus anchas el territorio persa. Mientras Constantino continuaba edificando su capital, se dio cuenta de que el concilio de Nicea había sido un fracaso. Su intención al convocarlo había sido unir a los cristianos y evitar así que un adversario político pudiera volver contra él a una de sus sectas. Sin embargo, los arrianos siguieron siendo arrianos tras el concilio y, lo que era peor, la mayoría de los cristianos de Asia Menor eran arrianos. De este modo, el emperador se había comprometido con el catolicismo pero su corte era arriana. Era necesario dar marcha atrás discretamente. En 328 Eusebio fue restituido como obispo de Nicomedia y empezó a defender el arrianismo de una forma muy sutil. Se basaba en que toda la teología católica empeñada en fundamentar que 3 = 1 era, naturalmente, palabrería sin contenido alguno. Eusebio se las arreglaba una y otra vez para jugar con toda esa palabrería y formular principios que formalmente eran acordes con doctrina de Nicea, pero que fácilmente podían ser interpretados desde el punto de vista arriano. Más aún, Eusebio hacía que Constantino sancionara sus puntos de vista como conformes al credo de Nicea, y luego los usaba como apoyo de sus tesis arrianas. Estas tergiversaciones provocaron la cólera de Atanasio, que ese mismo año sucedió a Alejandro como patriarca de Alejandría y continuó defendiendo a ultranza el trinitarismo católico. Sin embargo, poco podía hacer, pues no era sensato enfrentarse abiertamente al emperador. El 11 de mayo 330 la Nueva Roma fue inaugurada oficialmente. Aunque éste fue en lo sucesivo el nombre oficial de Bizancio, la ciudad fue conocida desde entonces en todo el Imperio como la Ciudad de Constantino, que a través del griego se convirtió en latín en Constantinopolis, o Constantinopla en castellano. La época de los grandes artistas había pasado hacía ya siglos, así que Constantinopla fue embellecida mediante el saqueo de otras ciudades. Estatuas y cuadros de todos los rincones del Imperio fueron llevados a la nueva capital. Atenas fue una de las ciudades más expoliadas. Allí afluyeron los personajes más influyentes que deseaban conservar su influencia, los comerciantes que deseaban aprovechar las infinitas oportunidades que proporcionaba la nueva corte, los que querían escalar socialmente, etc. El resultado fue que Constantinopla se convirtió en poco tiempo en la ciudad más populosa y más rica del Imperio. En el foro se alzaba una gran columna sobre la que se asentaba una estatua de Apolo, el dios del Sol, pero Constantino no consideró prudente este signo de paganismo e hizo cambiar la cabeza por la suya. Eusebio fue nombrado obispo de Constantinopla. Ese mismo año murió el rey Tirídates de Armenia, al igual que el rey indio Chandragupta I, que fue sucedido por su hijo Samudragupta. Bajo el nuevo rey el Imperio Gupta se extendió hasta abarcar la mitad de la India y el actual Nepal. Ejerció cierta presión sobre las fronteras orientales del Imperio Persa, lo que matuvo ocupado por un tiempo a Sapor II. La ciudad de Jerusalén llevaba un tiempo instando al emperador a que elevara a su obispo al rango de Patriarca, apelando a la importancia de la ciudad en la historia del cristianismo. Jerusalén era entonces una ciudad insignificante incluso desde el punto de vista religioso, pero Constantio aprovechó la situación para designar como patriarcas tanto al obispo de Jerusalén como al de Constantinopla. Los otros tres patriarcas (el de Roma, el de Alejandría y el de Antioquía) se sintieron agraviados, y las tensiones entre ellos aumentaron. Como el patriarca de Constantinopla era arriano, Roma y Antioquía hicieron causa común con el catolicismo de Alejandría. Por su parte, Eusebio supo aprovechar su cercanía al emperador para sustentar su autoridad y beneficiar a sus seguidores. En 332 los godos atravesaron el Danubio inferior, pero Constantino pudo hacerles frente con eficacia. Tras sufrir vergonzosas derrotas se retiraron de nuevo a sus territorios. Un godo llamado Wulfilas (cachorro de lobo), si bien es más conocido por la versión latina de su nombre, Ulfilas, estuvo ese año en Constantinopla, tal vez como rehén, y se convirtió al cristianismo (en su versión arriana, naturalmente). Cuando volvió junto a su gente se dedicó a predicar el cristianismo. Tuvo un éxito moderado, pero creo una minoría arriana entre los godos paganos. Ulfilas tradujo la Biblia al gótico, para lo cual tuvo que inventar un alfabeto, ya que los godos desconocían la escritura. El alfabeto de Ulfilas tuvo menos éxito que su predicación, pero todavía se conservan algunas de sus páginas. Parece ser que en su traducción suprimió algunos pasajes bélicos de la Biblia, pues consideró que los godos no necesitaban esa clase de ejemplos. En 335 los arrianos se sintieron suficientemente poderosos como para dar un golpe de mano contra los católicos. Constantino convocó un sínodo de obispos en Tiro, que no puede considerarse un concilio ecuménico porque sólo fueron invitados obispos arrianos. En él se modificó la doctrina de Nicea y se oficializó el arrianismo. Se anuló la condena contra Arrio y se le permitió volver del destierro, pero murió la víspera del día en que tenía que comparecer para ser restituido en su cargo. Tenía ya una edad avanzada, por lo que no se puede descartar que la muerte fuera natural. Atanasio fue desterrado, junto con los principales defensores del catolicismo. A finales de año murió san Silvestre, el obispo de Roma. Su sucesor fue elegido a principios de 336, pero murió antes de que acabara el año. Se le recuerda como San Marcos. Éste fue sucedido a su vez por Julio, quien acogió a Atanasio en Roma. En 337 Constantino enfermó y decidió retirarse a su palacio de Nicomedia, para reposar lejos de la corte. Murió poco después. Se cuenta que poco antes de morir aceptó ser bautizado. Es posible que la proximidad de la muerte le hiciera temer la condenación eterna, pero también cabe la posibilidad de que el bautismo de Constantino sea sólo un invento de los historiadores cristianos, incómodos al tener que agradecer tantos favores a un pagano. El reinado de Constantino había superado en duración al de todos los emperadores romanos precedentes a excepción de Augusto. Fue recordado como Constantino I el Grande. Al parecer, Constantino compartía la opinión de Diocleciano de que el Imperio podría ser gobernado más eficientemente por varios coemperadores, por lo que había decidido dividirlo entre sus tres hijos Flavio Claudio Constancio, Flavio Julio Constantino (Constantino II) y Flavio Julio Constante y sus dos sobrinos Dalmacio y Anibaliano, pero Constancio se quedó con todo el Imperio Romano de Oriente gracias a una matanza familiar que incluyó a sus dos primos césares, su tío Dalmacio (el padre de éstos) y a otro tío suyo, Julio Constancio, ambos hermanos del emperador fallecido. Julio Constancio tenía dos hijos, Flavio Claudio Constancio Galo y Flavio Claudio Juliano, de doce y seis años de edad respectivamente. Constancio no los consideró una amenaza y los dejó con vida, pero su infancia fue prácticamente un cautiverio. Por su parte, Constantino se quedó con Britania, la Galia e Hispania, y Constante obtuvo Italia, Iliria y África. Constancio otorgó al Senado de Constantinopla las mismas prerrogativas que tenía el Senado de Roma. Sapor II había estado esperando la muerte de Constantino para intervenir en Armenia. En los últimos años había reforzado el apoyo gubernamental al mazdeísmo ortodoxo a la vez que perseguía a las versiones heréticas como el maniqueísmo y también a las comunidades cristianas que vivían en su Imperio. Tenía sus buenas razones. Desde el momento en que el Imperio Romano se había vuelto cristiano, los refugiados cristianos se habían convertido en partidarios de Roma y, en efecto, en cuanto Sapor II invadió Armenia el obispo de Ctesifonte denunció violentamente al rey. Sapor II intensificó su persecución contra los cristianos y casi los exterminó por completo. Constancio no mostró muchas dotes militares, perdió muchas batallas, pero las fortificaciones romanas en el norte de Mesopotamia resistieron bien los asedios persas. Eusebio, el patriarca de Constantinopla logró de Constancio el mismo apoyo que había tenido de su padre, mientras que Julio, el obispo de Roma, logró el apoyo de Constante. Esto avivó la pugna entre católicos y arrianos, pues ambas facciones tenían un emperador de su parte y la disputa se unió a la rivalidad entre los emperadores. Atanasio volvió a ocupar su cargo de Patriarca de Alejandría. Envió un misionero llamado Frumencio al lejano reino de Abisinia. Allí reinaba entonces el negus Ezanas, que se convirtió al cristianismo. Frumencio fue nombrado obispo de Aksum y paulatinamente fue evangelizando a la población. En 339 Eusebio convocó un concilio en Antioquía en el que se negó la supremacía de Roma. Atanasio fue desterrado nuevamente y fue acogido por Constante. Constantino era el mayor de los tres coemperadores romanos, por lo que se consideró superior en rango a los otros dos, pero Constante le dejó claro que los tres tenían el mismo rango. En 340 Constantino invadió Italia, pero fue derrotado y murió en la huida. Constante pasó a gobernar todo el Imperio Romano de Occidente. Mientras tanto Abisinia conquistó el reino de Saba, con lo que se convirtió en la mayor potencia de la zona. Esto llevó a que se fundaran comunidades cristianas en el sur de Arabia. Desde que los judíos fueron expulsados de Jerusalén, algunos de ellos se habían instalado en Arabia, y ahora las comunidades judías rivalizaron con las cristianas. El resultado fue que los judíos tuvieron cada vez más influencia sobre la población sabea, ya que el cristianismo era la religión de los invasores abisinios. El cristianismo estaba acorralando cada vez más al paganismo. En 341 se promulgó un edicto por el que se prohibían los sacrificios paganos. Por otra parte, los católicos reaccionaron contra los triunfos recientes de los arrianos: El obispo de Roma, Julio, convocó un sínodo en el que se aprobó la doctrina de Atanasio. En 342 murió Eusebio, el patriarca de Constantinopla, y fue sucedido por Macedonio. Dio nombre a una nueva herejía, la de los macedonianos, que negaba la divinidad del Espíritu Santo, aunque en realidad no fue uno de sus principales defensores, sino que los macedonianos usaron la autoridad del patriarca como apoyo a su doctrina. También murió el negus Ezanas, el rey de Abisinia. En 343 se celebró un concilio en Sárdica, en Tracia. Julio envió un legado que logró que se admitiera el derecho de apelación a Roma de un obispo que hubiera sido condenado. En 346 Atanasio regresó a Alejandría llamado por Constancio. En 347 Constante oredenó una persecución contra los donatistas. Por esta época los pueblos nómadas del noreste asiático iniciaron un proceso expansivo que produjo muchos desplazamientos de pueblos. Los primeros efectos se sintieron en China, donde en 349 los Xianbei ocuparon la parte norte del territorio y fundaron el reino de Bei Wei. Por esta época los judíos de Palestina redactaron la Guemará, unos comentarios a la Mishná que, junto con ella, conforman el Talmud, el principal libro del judaísmo postbíblico. En 350 un grupo de conspiradores eligió emperador a Flavio Magno Magnencio, un general romano de origen germano. Magnencio hizo asesinar a Constante y se apropio del Imperio Romano de Occidente. Constancio decidió vengar a su hermano (o tal vez aprovechar la ocasión para apoderarse de todo el Imperio). Para ello había de partir hacia occidente, pero debía dejar a alguien de confianza en el frente persa. Eligió a su primo Galo, que en 351 fue nombrado César y se casó con Constancia, la hermana de Constancio. Esto supuso un cambio radical en la vida de Galo, al igual que en la de su hermano Juliano, que por fin pudo moverse con libertad. Durante los años siguientes estudió en Constantinopla, y luego en Milán y Atenas. Constancio partió hacia el oeste, se encontró con Magnencio en Myrsa, en Iliria y obtuvo una victoria, pero Magnencio logró retirarse a Italia. En 352 Constancio se apoderó de Italia y Magnencio tuvo que huir a la Galia. Ese año murió san Julio, el obispo de Roma, y el cargo fue ocupado por Liberio. En 353 Magnencio se vio acorralado y se suicidó. Constancio gobernaba ahora todo el Imperio Romano. Ese mismo año promulgó un decreto por el que todos los templos paganos quedaban clausurados. La victoria de Constancio dio un nuevo impulso al arrianismo: se celebró un concilio en Arles (en la Galia) en el que se aprobaron tesis arrianas que Liberio se negó a aceptar. Cuando Constancio volvió a Constantinopla se encontró con toda suerte de historias sobre la depravación y la crueldad de Galo y Constancia. Lo que más le interesó fue cierto rumor sobre que estaban conspirando para derrocar al emperador. En 354 Constancia murió de muerte natural, y poco después Galo fue ejecutado por orden de Constancio. En 355 los alamanes aprovecharon los recientes desórdenes en el Imperio Romano de Occidente para cruzar el Rin e invadir la Galia. Constancio había vuelto a ocuparse de la guerra contra Persia, y necesitaba a alguien de confianza para que se ocupara del Rin. Decidió nombrar César a su primo Juliano, que inmediatamente partió para la Galia y se instaló en Lutecia, una antigua ciudad cuyo nombre completo era Lutetia Parisiorum (Lutecia de los parisinos), por el nombre de la tribu gala que la había habitado originalmente. Por esta época empezó a ser conocida como París. Un arriano llamado Auxencio fue elegido obispo de Milán. Milán era ahora la capital de la mitad occidental del Imperio, por lo que su obispo tenía más influencia que el obispo de Roma. Auxencio convocó un concilio en Milán que ratificó las tesis arrianas. Atanasio fue nuevamente condenado. Liberio, el obispo de Roma mostró abiertamente su negativa a aceptarlas, tan abiertamente que Constancio lo desterró a Berea, y luego a Sirmio, en Tracia. En su lugar nombró obispo de Roma a Félix, que era arriano. En 356 Atanasio fue nuevamente desterrado y, temiendo por su vida, tuvo que ocultarse. En 356 Juliano dirigió una campaña victoriosa contra los germanos. En 357 incluso cruzó tres veces el Rin como Julio César había hecho cuatro siglos antes. También resultó ser un buen administrador, y la situación de las Galias mejoró sustancialmente bajo su gobierno. Como contraste, la actuación de Constancio contra Persia iba de mal en peor. Temía que Juliano terminara sublevándose y convirtiéndose en emperador de occidente, pero tenía que obrar con cautela. De momento Constancio tenía mala prensa entre los católicos occidentades a causa del destierro de Liberio. En 358 trató de enmendarlo y convocó un concilio en Sirmio donde se firmó un acuerdo de lectura equívoca para satisfacer por igual a católicos y arrianos y se acordó que Liberio y Félix serían simultáneamente obispos de Roma, pero Liberio no tardó en conseguir el apoyo necesario para expulsar a Félix de Roma. A continuación se dedicó a repudiar las tesis arrianas aprobadas en su ausencia. En 359, tras un asedio de diez semanas cayó una de las principales fortalezas romanas en Mesopotamia. Constancio tomó esto como pretexto para reclamar a Juliano parte de sus legiones. Juliano denunció el peligro que supondría para la Galia prescindir de tales fuerzas, pero acató la orden de su primo. Los que no la acataron fueron los soldados, que eligieron a Juliano emperador. Una oferta así no podía declinarse, y Juliano avanzó hacia Constantinopla. Contra todo pronóstico, no se produjo una guerra civil, porque Constancio murió de enfermedad en 361 y Juliano fue reconocido como emperador. Juliano reservaba una sorpresa al mundo: cuando se convirtió en emperador se declaró pagano. Los escandalizados historiadores de los años siguientes lo llamaron Juliano el Apóstata. No es difícil comprender el punto de vista de Juliano. Sus parientes Constancio, Constante, Constantino, Galo y Constancia habían sido cristianos, y a la vez habían sido crueles, asesinos y mezquinos. Su infancia había sido desdichada por el temor constante a que su tío Constancio decidiera asesinarlo el día menos pensado. Su único refugio había sido el estudio, y para él los días en que Platón se paseaba por la Academia instruyendo a sus discípulos eran el ideal de la felicidad. La propia Roma había sido gloriosa mientras fue pagana, y desde que era cristiana estaba en constante decadencia. Juliano trató de recobrar el vigor del culto pagano, para lo cual era necesario cortarle las alas al cristianismo. Decidió hacerlo de la forma más sutil y eficiente posible: no trató de perseguir a los cristianos, sino que desató contra ellos a sus más feroces y sanguinarios enemigos: los cristianos. Juliano decretó una completa libertad de culto, reabrió los templos paganos y favoreció el retorno de toda clase de herejes desterrados. Su propósito era que católicos, arrianos, donatistas, los pocos gnósticos que todavía quedaban y, en definitiva, las decenas de sectas cristianas existentes, se combatieran unas a otras hasta perder todo poder efectivo. Sólo desterró a quienes trataron de oponerse a esta libertad de culto, entre los cuales estaba Atanasio, que tras la muerte de Constancio había regresado a Alejandría. Por otra parte, Juliano también tomó medidas administrativas (no violentas) contra los cristianos: les prohibió ejercer la enseñanza y reservó los altos cargos a los paganos, cuyo clero fue reorganizado como una iglesia oficial. Al margen de todas estas intrigas, puede decirse que el gobierno de Juliano fue sensato, moderado y justo. En 363, cuando consideró que sus reformas estaban consolidadas, emprendió una campaña contra los persas. Trató de reproducir en Persia sus éxitos contra los germanos, pero subestimó el hecho de que los persas no eran bárbaros. Juliano siguió la ruta que Trajano había seguido en su día, avanzó con una flota por el Éufrates, tomó una ciudad tras otra y llegó a Ctesifonte. La ciudad se dispuso a soportar un asedio. Juliano pensó que el ejército persa estaba intacto en el este, y que asediar la capital debilitaría a sus tropas y las haría vulnerables, así que tomó la arriesgada decisión de quemar sus barcos y lanzar su ejército hacia el este, en busca de las fuerzas persas. Sin embargo Sapor II adoptó una drástica estrategia: en lugar de hacer frente a los romanos, sus ejércitos destruían las poblaciones persas, de modo que Juliano no encontraba ni alimentos ni refugio en ninguna parte. Al comprender que estaba en la garganta del lobo trató de retirarse, pero entonces los persas empezaron a acosar a sus hombres. Sin presentar batalla campal, atacaban a los rezagados y realizaban pequeñas incursiones. Entre las filas romanas no tardó en cundir el descontento. Muchos de los soldados eran cristianos, y no tardó en surgir la idea de que Dios estaba castigando al emperador por su apostasía. Finalmente, en una escaramuza Juliano fue herido por una lanza. Se dijo que era persa, pero perfectamente pudo haberla lanzado un cristiano. Murió a los pocos días y sus hombres eligieron un emperador cristiano: Flavio Claudio Joviano. Joviano tenía que regresar rápidamente a Asia Menor para que su elección fuera confirmada, pero Sapor II no iba a dejar marchar a su ejército sin más. El rey persa ya tenía redactadas las condiciones del acuerdo: Joviano sólo tenía que firmar y así lo hizo. Con ello devolvió a Persia los territorios que Narsés había cedido a Roma tras ser derrotado por Galerio. Además admitió que Armenia sería gobernada por un rey elegido por Sapor II. Además Roma cedía las fortalezas de Mesopotamia que durante tanto tiempo habían resistido los ataques persas. Sapor II tuvo muchos problemas para hacer efectiva la parte del acuerdo concerniente a Armenia, pues se encontró con una encarnizada resistencia por parte de la población cristiana. Se inició así un largo periodo en el que los romanos fomentaron una intriga tras otra en apoyo de los cristianos armenios. Por su parte, Joviano murió en 364 en Bitinia, durante el viaje de vuelta a Constantinopla. Apenas tuvo tiempo de aplicar algunas medidas para contrarrestar los decretos de Juliano en materia religiosa. Entre ellas estuvo el llamar de nuevo a Atanasio a Alejandría. El ejército nombró emperador a Flavio
Valentiniano (Valentiniano I). Había nacido en Panonia. Su
padre,
Galiano,
había sido gobernador de África. Sirvió en el
ejército,
pero fue destituido durante el reinado de Juliano acusado de cristiano.
Al ser nombrado emperador decidió compartir el gobierno con su
hermano
Flavio
Valente. Valentiniano se instaló en Milán y
confió
a Valente las provincias orientales.
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