Durante los últimos años del reinado
de
Tiberio, el cristianismo continuó extendiéndose. En la
mayor
parte de las ciudades de la mitad oriental del Imperio Romano
había
comunidades judías. Era frecuente que los judíos viajaran
de tanto en tanto a Jerusalén a sacrificar en el Templo, y
muchos
volvían con la nueva de que el Mesías había
llegado,
lo cual suscitaba inmediatamente el interés general. Los
apóstoles
viajaron a muchas de estas ciudades predicando su doctrina. Las
autoridades
religiosas judías veían en el cristianismo una
herejía
y una probable fuente de problemas políticos con los romanos,
así
que hicieron cuanto pudieron por hacerlo desaparecer. En 35
llegaron noticias a Jerusalén de que en Damasco había una
próspera comunidad cristiana, y Saulo fue enviado a combatirla.
Según la Biblia, por el camino le sucedió esto:
Caminando, pues, a Damasco, ya se
acercaba
a esta ciudad cuando de repente le cegó de resplandor una luz
del
cielo. Y cayendo en tierra oyó una voz que le decía:
Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? Y él
respondió:
¿Quién eres tú, señor? Y el Señor le
dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Dura cosa es
para
ti dar coces contra el aguijón. Entonces, temblando y
despavorido,
dijo: Señor, ¿qué quieres que haga? (Act. IX,
3-6)
Lo que sigue es un poco enrevesado, pues Saulo
tenía
compañeros de viaje y obviamente Jesús no podía
hablar
mucho con él. El relato cuenta que Saulo quedó ciego, fue
conducido a Damasco y allí recobró la vista al tiempo que
Jesús le daba instrucciones a través de un tercero. El
caso
es que a partir de ese momento Saulo se otorgó a sí mismo
el título de Apóstol de Cristo. Más exactamente,
dijo
que el mismo Jesús se lo había otorgado, y empezó
a predicar el cristianismo. Resulta natural preguntarse qué
movió
a Jesús a aparecérsele a Saulo. La Biblia contiene varias
"excusationes
non petitae" salidas de su pluma que sugieren una respuesta:
¿Acaso no tenemos derecho de ser
alimentados
por vosotros?, ¿por ventura no tenemos también facultad
de
llevar en nuestros viajes alguna mujer hermana [para que nos
asista]
como hacen los demás apóstoles y hermanos del
Señor?
¿o sólo Bernabé y yo no podemos hacer esto?
[...] Si
nosotros hemos sembrado entre vosotros bienes espirituales,
¿será
gran cosa que recojamos un poco de vuestros bienes temporales? Si otros
participan de este derecho a lo vuestro, ¿por qué no
más
bien nosotros? Pero, con todo, no hemos hecho uso de esa facultad.
Antes
bien todo lo sufrimos por no poner estorbo alguno al evangelio de
Cristo.
¿No sabéis que los que sirven en el templo se mantienen
de
lo que es del templo, y que los que sirven al altar participan de las
ofrendas?
Así también dejó el Señor ordenado que los
que predican el Evangelio vivan del Evangelio. (I Cor. IX, 4-14)
También os hemos enviado con él
al hermano
nuestro, que se ha hecho célebre en las iglesias por el
Evangelio,
el cual, además de eso, ha sido elegido por las iglesias para
acompañarnos
en nuestros viajes, y tomar parte en el cuidado que nosotros tenemos de
procurar este socorro [para los pobres de Jerusalén] por
la Gloria del Señor y para mostrar nuestra pronta voluntad, con
lo que tendemos a evitar que ninguno nos pueda vituperar con motivo de
la administración de este caudal, pues atendemos a portarnos
bien
no sólo delante de Dios, sino también delante de los
hombres.
(II Cor. VIII, 18-21)
Saulo de Tarso debió de marcarse de muy joven
el objetivo de conseguir tal vez fama, tal vez prestigio, tal vez
poder,
o tal vez un poco de todo. Su primer intento fue poner todo su
empeño
en convertirse en un fariseo ejemplar, pero durante sus años de
persecución del cristianismo debió de advertir el
potencial
de la nueva secta. Los cristianos, impresionados por el inminente fin
del
mundo, tenían una fe mucho más firme que los demás
judíos, seguían fielmente a sus líderes y
además
éstos apenas estaban organizados. En suma, debió de
llegar
a la conclusión de que le resultaría mucho más
fácil
convertirse en un líder cristiano que en un líder
judío.
Con la saña que había demostrado contra los cristianos
tenía
difícil que Pedro lo admitiera entre los suyos, así que
se
le debió de ocurrir la idea de apelar a una instancia superior.
El caso es que Saulo entró en Damasco y
allí
no se dedicó a combatir, sino a predicar el cristianismo,
precisamente
a los judíos entre los que estaban los que habían pedido
ayuda a las autoridades de Jerusalén para que les libraran de
los
herejes cristianos. Éstos se volvieron contra él
escandalizados
y, al parecer, planearon matarlo. Saulo tuvo que huir de Damasco y
volver
a Jerusalén. Allí trató de entrar en los
círculos
cristianos, pero no halló sino desconfianza, hasta que un
cristiano
llamado Bernabé lo presentó a los
apóstoles,
a quienes tuvo ocasión de contar la historia de su
conversión.
Los apóstoles le recomendaron que volviera a Tarso por su
seguridad.
Probablemente trataron de quitárselo de encima y Saulo
así
lo comprendió, pues más adelante negaría que este
encuentro hubiera tenido lugar (aunque está en la Biblia, Act.
IX,
19-30). Afirmó que tras su conversión había pasado
tres años predicando en Arabia sin contacto alguno con los
apóstoles.
Puede que fuera así, y puede que permaneciera quieto en Tarso
durante
algún tiempo.
El rey parto Artabán III había sido
derrocado
en una revuelta prorromana, pero en 36
recobró
el trono con el apoyo de Roma. Poncio Pilato fue destituido por
Tiberio.
Al año siguiente, en 37, el
emperador
murió durante un viaje. Según había decidido, su
sucesor
fue Cayo Julio César, uno de los hijos de Germánico, que
a la sazón tenía 25 años. Había pasado su
infancia
con sus padres en un campamento militar en Germania, donde el
niño
se convirtió pronto en una especie de "mascota" de los soldados.
Germánico lo aprovechó para mantener alta la moral de sus
hombres. Lo solía vestir con uniforme militar, y los legionarios
pusieron al pequeño y encantador Cayo el sobrenombre de "botitas",
en latín Calígula, y así fue conocido toda
su vida. A diferencia de Augusto o Tiberio, Calígula no se
había
educado en la antigua tradición romana. Pasó su juventud
en la corte imperial, rodeado de lujo, pero también de intrigas
palaciegas, por lo que se hizo receloso y temeroso. Estre sus amistades
estaban muchos príncipes de los reinos satélites de Roma,
que solían frecuentar la capital. Probablemente estos amigos
describieron
con detalle a Calígula la magnificencia de las cortes orientales
y el inmenso poder de sus reyes.
Uno de ellos era Herodes Agripa, hijo de
Aristóbulo,
uno de los dos hijos que el rey Herodes de Judea había tenido
con
su esposa macabea, Miriam. Desde que Herodes hizo matar a
Aristóbulo,
Herodes Agripa fue criado en Roma por Antonia, cuñada de
Tiberio (viuda de Druso, madre de Germánico). Al parecer, unos
meses
antes de que Tiberio muriera había sugerido a Calígula la
posibilidad de asesinar al emperador. Tiberio se enteró y lo
encarceló,
pero tras su muerte Calígula lo liberó y le dio el
título
de Rey. Le asignó la tetrarquía que había
gobernado
Herodes Filipo y algunos territorios más.
La corte recibió encantada al nuevo
emperador.
Parecía más liberal y agradable que Tiberio. Era tan
liberal
que gastó en un año todo el excedente del tesoro
público
que Augusto y Tiberio habían ahorrado en casi setenta
años
de prudente gobierno. Peor aún, antes de que acabara su primer
año
de mandato cayó gravemente enfermo, y la enfermedad le
afectó
al cerebro. Los historiadores romanos dijeron que en realidad
Calígula
estuvo perturbado desde siempre, y tal vez algo había de cierto.
El caso es que se convirtió en un déspota y usó su
inmenso poder para satisfacer toda clase de caprichos.
Calígula protegió a las religiones
orientales.
En 38 el culto a Isis pasó a ser
oficial,
como ya lo era el culto a Cibeles. Por esta época Séneca
era uno de los más famosos abogados de Roma y también el
orador senatorial más aclamado.
El estado estaba en bancarrota, así que
Calígula
decidió llamar a Roma a Tolomeo, el rey de Mauritania, nieto de
Cleopatra y de Marco Antonio. Lo hizo asesinar y confiscó el
tesoro
mauritano. Luego intentó convertir el reino en una provincia
romana,
lo que dio lugar a una rebelión. Ese mismo año, Herodes
Antipas
se quejó a Calígula de que su sobrino Herodes Agripa
disfrutara
del título de rey mientras que él sólo era un
tetrarca.
Calígula evitó la discriminación destituyendo al
tetrarca,
enviándolo al exilio y anexionando su territorio al reino de su
amigo Herodes Agripa.
Augusto y Tiberio habían recibido tras su
muerte
honores divinos. En vida recibían ciertas distinciones divinas,
pero Calígula decidió que quería ser tratado
exactamente
como un dios. Se vestía como Júpiter y ordenó que
su imagen sustituyera a la del padre de los dioses en los templos.
Así
se hizo, hasta en las partes más remotas del Imperio. Esto
llevó
inevitablemente a un conflicto con los judíos. Una de las
comunidades
judías más importantes era la de Alejandría, donde
eran frecuentes las disputas entre judíos y griegos. Los
judíos
no sólo se negaban a participar en los servicios religiosos
oficiales,
sino que tampoco aceptaban alistarse en el ejército, pues la
legión
llevaba consigo prácticas religiosas incompatibles con su fobia
a la idolatría. Pese a los disturbios que se ocasionaron, la
imagen
de Calígula fue introducida por la fuerza en las sinagogas.
En Jerusalén los judíos se hubieran
matado
para evitar que la imagen de Calígula entrara en el Templo. Pero
no hizo falta, porque Herodes Agripa pudo convencer al emperador de que
los gastos militares que conllevaría combatir el fanatismo
judío
no merecían la pena. No obstante, la crisis fortaleció a
la secta de los zelotes, que propugnaba la guerra contra Roma.
Ese mismo año Saulo de Tarso se
encontró
por segunda vez (o por primera vez, según él) con los
apóstoles
Pedro y Santiago en Jerusalén. Tal vez confiaba en que,
después
de tres años de ausencia, ya nadie se acordara de su pasado. Tal
vez con este fin decidió cambiar su nombre judío Saulo
por
el romano Paulo o Pablo. El caso es que de Jerusalén
pasó
a Antioquía junto con Bernabé, convertido ya en
discípulo
suyo, dispuesto a predicar el evangelio. Al parecer fue por esta
época
en Antioquía donde los "nazarenos" empezaron a ser llamados
"cristianos".
Pablo debió de hacer pocos progresos
convirtiendo
judíos, y ello le hizo volverse hacia los gentiles.
Comprendió
que el núcleo del cristianismo podía ser atractivo para
cualquier
hombre o mujer, y que entre los gentiles no tendría que chocar
contra
los prejuicios de la ortodoxia. A partir de entonces se dedicó a
vender el cristianismo más popular posible, lo que
requirió
modificaciones drásticas de la doctrina que predicaban Pedro y
los
otros apóstoles. El Cristo del que hablaba Pablo (esencialmente
el Cristo en el que creen los cristianos actuales) difería en
muchos
aspectos del Cristo de Pedro y los demás apóstoles (y,
por
supuesto, en muchos más aspectos del Jesús
histórico).
Por ello a este Cristo se le conoce como el Cristo Paulino.
El Cristo Paulino coincidía con el de los
otros
apóstoles en que era el Mesías y, más aún,
en su naturaleza divina. (La naturaleza divina de Cristo estaba
más
o menos implícita en la predicación de los
apóstoles,
aunque sólo más adelante los cristianos iban a plantearse
cómo debía entenderse esto. Usando un lenguaje posterior,
Jesús pasaba a ser el Hijo único de Dios,
partícipe
de su misma naturaleza.) Es muy probable que Jesús hubiera
considerado
blasfemas estas ideas si hubiera llegado a oírlas:
¿Por qué me llamas bueno?
Sólo
Dios es bueno. (Mt. XIX, 17)
Sin embargo, el Cristo Paulino había muerto y
resucitado
para redimir a todos los hombres, judíos o no. Jesús
había
ordenado a Pablo predicar el evangelio también a los gentiles,
pues
también ellos podían salvarse si tenían fe en
Cristo,
pese a:
Yo no soy enviado sino a las ovejas
perdidas
de la casa de Israel. (Mt. XV, 24)
Uno de los motivos por los que los gentiles eran
reacios
a abrazar el cristianismo era que ello exigía que aceptaran los
ritos judíos, particularmente la circuncisión. Así
lo mantenían Pedro y los demás apóstoles:
No penséis que yo he venido a
destruir
la Ley ni los profetas. No he venido a destruirla, sino a darle
cumplimiento.
Que con toda verdad os digo que antes faltarán el cielo y la
tierra
que deje de cumplirse perfectamente cuanto contiene la Ley, hasta un
solo
ápice de ella. (Mt. V, 17-18)
Por el contrario, el Cristo Paulino había
anulado
la Ley de Moisés y de los otros Profetas. En palabras de Pablo:
Jesucristo nos redimió de la
maldición
de la Ley haciéndose por nosotros objeto de maldición,
pues
está escrito: Maldito todo aquel que es colgado de un madero. Y
todo esto para que la bendición de Abraham cupiese a todos los
gentiles
por Jesucristo, a fin de que, por medio de la fe, recibiésemos
la
promesa del Espíritu. (Gal. III, 13-14)
El argumento parece débil, pero ello se debe a
que
es un pequeño fragmento. En sus cartas Pablo aporta toda clase
de
razones en virtud de los cuales, la antigua Alianza que Dios
había
establecido con los judíos a través de Abraham quedaba
sustituida
por una Nueva Alianza establecida con todos los hombres a través
de Jesucristo. (Pablo hablaba en griego, y la palabra griega que
significa
"alianza", también significa "testamento". Cuando, más
adelante,
el cristianismo se extendió por la mitad occidental del Imperio
Romano, sus predicadores hicieron más daño al
latín
que los romanos a sus personas, y así en la jerga cristiana se
habla
de un "Antiguo Testamento" frente a un "Nuevo Testamento", pero no hay
que deducir de aquí que Yahveh estuviera pensando en morirse.)
Y Dios es el que asimismo nos ha hecho
idóneos
para ser ministros del Nuevo Testamento, no de la letra
[de la
Ley],
sino del Espíritu, porque la letra mata, mas el Espíritu
vivifica. (II Cor. III, 6)
En otras palabras, los cristianos ya no estaban sujetas
a
los aspectos formales de la Ley, sino a su espíritu. En
consecuencia,
ya no había motivo para circuncidarse, abstenerse de comer
"alimentos
inmundos" como el cerdo, celebrar las festividades judías,
abstenerse
de trabajar en sábado, etc. Por el contrario, el Cristo Paulino
comparte con el Jesús histórico su mensaje de amor y
mansedumbre,
sólo que ahora es verdaderamente universal:
El amor sea sin fingimiento, tened
horror
al mal y aplicaos perennemente al bien, amándoos
recíprocamente
con ternura y caridad fraternal, procurando anticiparos unos a otros en
las señales de honor o deferencia. No seáis flojos en
cumplir
vuestro deber, sed fervorosos de espíritu acordándoos de
que es al Señor a quien servís. Alegraos con la esperanza
del premio, sed sufridos en la tribulación, en la oración
continuos, caritativos para aliviar las necesidades de los santos,
prontos
a ejercer la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen, bendecidlos
y no los maldigáis. Alegraos con los que se alegran y llorad con
los que lloran. [...] A nadie volváis mal por mal,
procurando
obrar bien no sólo delante de Dios, sino también delante
de todos los hombres. No os venguéis por vosotros mismos, sino
dejad
que pase la cólera, pues está escrito: A mí me
toca
la venganza, yo haré justicia, dice el Señor. Antes bien,
si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, si tiene sed, dale de beber,
que con hacer eso amontonarás ascuas encendidas sobre su cabeza.
No te dejes vencer del mal, mas procura vencer al mal con el bien.
(Rom. XII, 9-21)
Ahora bien, el Cristo Paulino no tenía la vena
cínica
radical del Nazareno: El reino de los cielos está abierto por
igual
a ricos y pobres, poderosos y humildes. Para seguir a Cristo no hay por
qué renunciar a las posesiones y riquezas, pero tampoco dejar de
pagar impuestos o desobedecer a la autoridad. Pablo insiste mucho en
que
el cristiano no ha de dar pie a ninguna clase de censura,
crítica
o escándalo (no sólo hay que obrar bien delante de
Dios,
sino también delante de todos los hombres).
Al mismo tiempo que prescindió de las
costumbres
judías, Pablo potenció nuevos rituales. Por ejemplo, los
apóstoles usaban el bautismo como símbolo de la
conversión
al cristianismo, recordando que Jesús fue bautizado por Juan el
Bautista. Ello conllevaba el perdón de los pecados. Pablo
convirtió
al bautismo en símbolo de la fe en Cristo, de modo que mientras
los judíos (y los cristianos según la concepción
de
Pedro y los otros apóstoles) distinguían entre
circuncisos
e incircuncisos, los cristianos de Pablo distinguirían entre
bautizados
y no bautizados. Con ello el cristianismo de Pablo se liberaba de toda
conexión con el nacionalismo judío.
También puede considerarse a Pablo el
instaurador
de la eucaristía en sentido moderno. El texto más antiguo
conocido sobre la institución de la Eucaristía
está
en una de sus cartas:
Porque yo aprendí del
Señor
lo que también os tengo enseñado, y es que el
Señor
Jesús, la noche misma en que había de ser traidoramente
entregado,
tomó el pan, y dando gracias lo partió y dijo: Tomad y
comed;
éste es mi cuerpo, que por vosotros será entregado; haced
esto en conmemoración mía. Y de la misma manera
tomó
el cáliz, después de haber cenado, diciendo: Este caliz
es
el Nuevo Testamento en mi sangre; haced esto cuantas veces lo
bebiereis,
en memoria mía. Pues todas las veces que comiereis este pan o
bebiereis
este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor hasta
que venga. (I Cor. XI, 23-26)
Es posible que Pedro y los demás
discípulos
idearan la eucaristía como una forma de legitimar su autoridad:
Jesús les había hecho comer su cuerpo y su sangre, de
modo
que estaba en el interior de todos ellos. Pero la versión que
aparece
en los evangelios es prácticamente idéntica a la cita
precedente,
y el Cristo que habla es sin duda el Cristo Paulino. Fue Pablo quien
convirtió
el misterio de la eucaristía en un rito de comunión
(unión conjunta) de Cristo y los cristianos, tal vez inspirado
en
las religiones mistéricas, cuya finalidad era fortalecer el
contacto
del hombre con Dios (parece ser que Pablo estaba familiarizado con
ellas,
aunque no era un iniciado). Al comer el pan y beber el vino, el hombre
recibía a Cristo en su seno, lo que le exigía la
responsabilidad
constante de ser digno de ello:
Porque quien lo come y bebe
indignamente,
se traga y bebe su propia condenación, al no hacer el debido
discernimiento
del Cuerpo del Señor. (I Cor. XI, 29).
En definitiva, Pablo aprovechó la ligera, algo
confusa,
y algo torpe reforma del judaísmo que habían iniciado
Pedro
y sus apóstoles, para ponerse a la cabeza de una reforma mucho
más
sólida, articulada y fundamental, de la que quedaban excluidos
en
principio los propios judíos (salvo que abrazaran la fe en
Jesucristo),
pero que a cambio admitía en su seno a cualquier hombre o mujer,
judío o gentil. Pablo era un hombre con la suficiente cultura
como
para sentar las primeras bases de lo que sería la futura
teología
cristiana. La imagen del cristiano preconizado por Pablo es el
cristiano
típico de las películas de romanos, que contrasta en
muchos
aspectos con la imagen que los evangelios dan de los propios
discípulos
de Jesús:
Se llegaron entonces los demás, y
echaron
la mano a Jesús, y le prendieron. Y he aquí que uno de
los
que estaban con Jesús, tirando de la espada, hirió a un
criado
del príncipe de los sacerdotes, cortándole una oreja.
(Mt. XXVI, 50-51) [En (Jn. XVIII, 10) se da el nombre del que saca la
espada:
es Simón Pedro.]
El cristianismo de Pablo no tardó en demostrar
su
enorme fuerza. En los años siguientes logró crear en
Antioquía
una importante comunidad cristiana acorde a sus planteamientos.