Desde que Tiberio se retiró a Capri y
dejó
el gobierno del Imperio Romano en manos de Sejano, la vida en Roma se
volvió
peligrosa. Sejano endureció las leyes contra la traición
y mucha gente fue procesada por causas mínimas. Las delaciones
eran
recompensadas, hasta el punto que hubo quienes se ganaban la vida con
ellas
(y, naturalmente, a un delator profesional no le importaba mucho si sus
acusaciones tenían fundamento). En 30
Agripina, la viuda de Germánico, fue acusada de
conspiración
contra Tiberio. Pudo haber algo de cierto, pues al parecer creía
que el emperador había envenenado a su marido. Sejano no se
atrevió
a actuar contra ella sin el respaldo de Tiberio, pero lo
convenció
para que la exiliara. El año anterior Tiberio había
desterrado,
también a instancias de Sejano, a Nerón Julio
César,
al que seis años antes había nombrado heredero. (Ese
mismo
año murió Livia, la viuda de Augusto.)
Pero los acontecimientos más trascendentes
del
momento estaban teniendo lugar inadvertidamente en Jerusalén.
Unos
días después de la muerte de Jesús corrió
el
rumor entre sus seguidores de que había resucitado. Los cuatro
evangelios
(especialmente los tres primeros) son bastante coherentes en cuanto a
los
hechos que narran, pero a partir de la crucifixión se
diversifican.
Así, según san Mateo, las primeras en ver a Jesús
resucitado fueron María Magdalena y "la otra María",
según
san Marcos fue María Magdalena, según san Lucas fueron
María
Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, mientras que
según
san Juan fue María Magdalena. María Magdalena era
una prostituta, de la que algunos conjeturan que fue amante de
Jesús
y, sea esto cierto o no, parece ser que fue una de las que más
lloraron
su muerte. Es razonable conjeturar que fue ella quien inició el
rumor sobre la resurrección, probablemente aturdida y afectada
por
los acontecimientos. Ahora bien, si a uno le cuentan que un hombre ha
resucitado,
es difícil no mostrar cierto escepticismo, y si además
resulta
que el testigo ocular es alguien sentimentalmente vinculado con el
difunto
a quien la muerte le ha dejado fuera de sí, y además se
trata
de una prostituta (tengamos en cuenta la mentalidad de la
época),
la credibilidad de la noticia disminuye considerablemente. Por ello, es
de prever que los primeros añadidos que tendrá el rumor
al
pasar de boca en boca irán encaminados a aportar testigos
más
solventes, y así no es de extrañar que María
Magdalena
pronto se viera acompañada en su testimonio por otras mujeres de
más prestigio e imparcialidad reconocida.
Es razonable suponer que, ante el rumor, la gente
buscara
confirmación en los más allegados a Jesús, esto
es,
los doce discípulos. Éstos no habían mostrado una
actitud muy heroica cuando su maestro fue capturado. Al parecer se
dispersaron
y negaron conocerle de nada. Luego, cuando las aguas se hubieron
calmado
y tal vez confusos por las gentes que les preguntaban si era verdad que
Jesús había resucitado, decidieron reunirse. En realidad
sólo acudieron once de ellos, pues Judas Iscariote había
participado en la detención de Jesús y, según los
evangelios, se ahorcó poco después, presa del
remordimiento
(aunque esto suena más a moraleja que a historia real).
Los once discípulos tomaron una
decisión
singular: acordaron mantener que Jesús era el Mesías, que
había resucitado, que se les había aparecido a todos
ellos
y que antes de ascender al cielo les había ordenado que
continuaran
predicando en su nombre el evangelio, esto es, anunciando a todos los
judíos
que en breve volvería a la tierra en majestad para juzgar a
vivos
y muertos. Así se convirtieron en los apóstoles
(enviados)
de
Jesucristo (Jesús el Mesías). Para completar el
número redondo de doce, Judas Iscariote fue reemplazado por Matías.
Para dar coherencia a su historia afirmaron que
Jesús
se había entregado voluntariamente al tormento. Al igual que los
judíos sacrificaban animales para que se les perdonaran sus
pecados,
Jesús se había ofrecido en sacrificio para que Dios
perdonara
a los judíos todos sus pecados, era el Cordero de Dios,
el
cordero que Dios había enviado a la tierra para que los
judíos
lo sacrificaran por sus pecados.
Para dar mayor credibilidad a toda esta historia,
los
apóstoles emplearon una técnica muy frecuente en los
textos
bíblicos, lo que podríamos llamar la profecía
a
posteriori: Afirmaron que Jesús les había anunciado
su
intención de sacrificarse, así como que
resucitaría
al tercer día. Pero eso es absurdo. Según cada uno de los
evangelios, Jesús advirtió a sus discípulos que
iba
a resucitar al menos en tres ocasiones distintas. Se supone que ellos
escuchaban
con atención a su maestro, y nada podía impactarles
más
que la profecía de su resurrección. Entonces,
¿qué
sentido tienen pasajes como éste?:
Las que refirieron esto [que
Jesús
había resucitado] a los apóstoles eran María
Magdalena,
Juana, María, la madre de Santiago y otras compañeras
suyas,
si bien a ellos estas nuevas les parecieron un desvarío y no las
creyeron. (Lc. XXIV, 10-12)
Los discípulos no podían negar que su
primera
reacción cuando les dijeron que Jesús hubiera resucitado
fue de completo escepticismo, y así ha quedado constancia de
ello
en la Biblia. Por si esto no bastara, he aquí las últimas
palabras de Jesús en la cruz según cada evangelista:
Dios mío, Dios mío,
¿por
qué me has abandonado? (Mt. XXVII, 46, Mc. XV, 34)
[Dirigiéndose a Dios] ¡A tus manos
encomiendo
mi espíritu! (Lc. XXIII, 46)
Todo está cumplido. (Jn. XIX, 30)
La tercera es estoica, la segunda heroica, y la primera
real.
Las dos últimas puede haberlas inventado cualquiera que tuviera
el propósito de contar una historia emocionante. La primera no
la
habría inventado nadie, luego sólo puede estar ahí
por ser real (y, además, gana por mayoría simple). No es
lo que diría alguien que está dando su vida por todos los
judíos, sino alguien que estaba convencido de que Dios
cuidaría
de él como alimenta a las aves y viste a los lirios del campo, y
que de repente se vio en las últimas con tres clavos en el
cuerpo.
Puede que sean las palabras de un gran hombre que creía
profundamente
en su causa, pero no las del Cordero de Dios.
La técnica de la profecía tuvo algunos
usos
secundarios adicionales. Por ejemplo, Pedro se convirtió en el
"príncipe
de los apóstoles", pero parece ser que su imagen necesitaba un
lavado
tras haber negado cobardemente conocer a su maestro ante el peligro,
así
que aseguró que Jesús le había predicho que lo iba
a negar, con lo que implícitamente le perdonaba por anticipado.
Igualmente, Jesús había predicho que Judas Iscariote le
iba
a traicionar, lo que confirmaba que su apresamiento no le llegó
por sorpresa, y también la desbandada de los discípulos
tras
su captura, etc. Naturalmente, los apóstoles no se pusieron de
acuerdo
más que en lo esencial, y los detalles de su mentira los
debieron
de ir improvisando sobre la marcha, cada cual según su
imaginación,
lo que explica la diversidad de finales que presentan los evangelios.
Un último elemento que incorporaron los
apóstoles
a su doctrina fue el Espíritu Santo. Su finalidad es
clara:
es típico de las masas negar a los sucesores la confianza que
habían
depositado en un líder carismático. Además los
seguidores
de Jesús podían preguntarse por qué habían
sido abandonados tan pronto, cuando tanta falta les hacía el
Mesías.
La solución era sencilla: Jesucristo había ascendido al
cielo
para estar junto al Padre hasta el día de su segunda venida, el
día del Juicio Final, pero dejó en la tierra el
Espíritu
Santo, gracias al cual los apóstoles recibían la
inspiración
necesaria para desempeñar su misión exactamente
según
la voluntad de Cristo, al igual que si él mismo estuviera
presente.
En particular podían seguir sanando enfermos, expulsando
demonios,
etc.
Los seguidores de los apóstoles fueron
llamados
nazarenos (porque eran los discípulos del nazareno, como se
conocía
a Jesús), pero más adelante, cuando quedó claro el
énfasis que ponían en que Jesús era el
Mesías
(o Cristo), pasaron a ser conocidos como cristianos.
Es natural preguntarse qué impulso a aquellos
doce
hombres a hacer todo esto. Es poco probable que la razón fuera
única
y la misma para todos. Tal vez creyeron el mensaje de su maestro sobre
la futura llegada del Mesías, y pensaron que la única
forma
de continuar su labor era compensar el desprestigio causado por su
muerte
con la mentira de su resurrección, o tal vez les gustaba la vida
a la que les había llevado Jesús y no querían
volver
a sus antiguas ocupaciones, y también está el
único
motivo que los textos bíblicos insinúan:
Los apóstoles, con gran valor,
daban
testimonio de la resurrección de Jesucristo, Señor
nuestro,
y en todos los fieles resplandecía la Gracia con abundancia.
Así
es que no había entre ellos persona necesitada, pues todos los
que
tenían posesiones o casas, vendiéndolas, traían el
precio de ellas y lo ponían a los pies de los apóstoles,
el cual después se distribuía según la necesidad
de
cada uno. De esta manera José, a quien los apóstoles
pusieron
el sobrenombre de Bernabé, que era levita y natural de la isla
de
Chipre, vendió una heredad que tenía, y trajo el precio y
lo puso a los pies de los apóstoles. Un hombre llamado
Ananías,
con su mujer, Safira, vendió un campo y, de acuerdo con ella,
retuvo
parte del precio y, trayendo el resto, lo puso a los pies de los
apóstoles.
Mas Pedro le dijo: Ananías, ¿cómo ha tentado
Satanás
tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo
reteniendo
parte del precio de ese campo? ¿Quién te impedía
conservarlo?
Y aun habiéndolo vendido, ¿no estaba su precio a tu
disposición?
¿Pues a qué fin has urdido en tu corazón esta
trampa?
No mentiste a los hombres, sino a Dios. Al oír Ananías
estas
palabras, cayó en tierra y espiró. Con lo cual, todos los
que tal suceso supieron, quedaron en gran manera atemorizados. En la
misma
hora vinieron unos mozos, lo sacaron y lo llevaron a enterrar. No bien
pasaron tres horas cuando su mujer entró, ignorante de lo
acaecido.
Le dijo Pedro: Dime, mujer, ¿es así que vendisteis el
campo
por tanto? Si, respondió ella, por ese precio lo vendimos.
Entonces
Pedro le dijo: ¿Por qué os habéis concertado para
tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la
puertalos
que enterraron a tu marido, y ellos mismos te llevarán a
enterrar.
Al momento cayó a sus pies, y espiró. Entrando luego los
mozos, la encontraron muerta y, sacándola, la enterraron junto a
su marido, lo que causó gran temor en toda la Iglesia, y en
todos
los que tal suceso oyeron. (Act. IV, 33-37,
V,
1-11)
La primera comunidad de cristianos en Jerusalén
no
debió de ser muy numerosa, y no es muy probable que contara con
fieles tan generosos, pero parece ser que los apóstoles,
imitando
a su maestro, instaban a los judíos a desprenderse de sus
posesiones,
si bien con el matiz de que les inducían a entregarlas a la
Iglesia.
La existencia de esta estremecedora historia de san Pedro matando a una
mujer en nombre de Dios porque había ocultado una parte de su
dinero
sugiere que los apóstoles incidieron tanto en este punto de sus
prédicas que lograron impactar a sus seguidores.
Poco a poco el cristianismo se fue extendiendo. En
realidad
los cristianos eran una secta judía ortodoxa en todos los
aspectos,
salvo por que creían que el Mesías había llegado
ya,
y no tardaría en volver. En general no llamaban mucho la
atención,
pero los que insistían mucho en su peculiar visión del
mesianismo
se ganaban la animadversión de los otros judíos (que
consideraban
blasfema la idea de un mesías crucificado) y la de los saduceos,
que no querían oír hablar de ninguna clase de
mesías.
En 31 Sejano
logró
que Tiberio ordenara ejecutar a Nerón Julio César, que
estaba
casado con Julia, la nieta del emperador. Llegó a oídos
de
Tiberio que Sejano planeaba casarse con Julia, lo que apuntaba a que
trataba
de convertirse en su sucesor. Más aún, Sejano fue acusado
de haber envenenado años atrás a Druso, el hijo de
Tiberio.
Según esta acusación, sin que Tiberio hubiera sospechado
nada, Sejano había sido amante de Livia, la esposa de
Druso,
que a su vez era hermana de Germánico y había estado
casada
previamente con Cayo Julio César, el nieto de Augusto. Entre los
dos habrían planeado el envenenamiento de Druso. Ese mismo
año
el emperador envió una carta a Roma desde Capri por la que el
todopoderoso
primer ministro fue ejecutado de inmediato. Livia fue encarcelada y no
tardó en morir. Tiberio retomó las riendas del Imperio.
Las
delaciones se multiplicaron y muchos senadores cayeron en desgracia.
Con la muerte de Sejano, el que había sido su
protegido,
Poncio Pilato, tuvo que andar con pies de plomo en Jerusalén.
Por
aquel entonces, un cristiano llamado Esteban (no está
claro
si era el apóstol) fue lapidado por blasfemo. Fue el primer
mártir
cristiano. En la lapidación participó un joven
judío,
de unos veintiún años, llamado Saulo de Tarso.
Era
ciudadano romano, pues su padre había logrado la
ciudadanía
a base de dinero. En su ciudad natal había frecuentado los
círculos
intelectuales, hablaba griego, estaba familiarizado con la
filosofía
estoica y con las religiones mistéricas, y se había
trasladado
a Jerusalén para estudiar el judaísmo en la escuela
rabínica
del fariseo Gamaliel. Pronto destacó por el más
escrupuloso
repeto a la ley, lo que le llevó a convertirse en el más
acérrimo enemigo de la herejía cristinana (o nazarena,
como
aún era conocida).
En 33 Tiberio hizo
ejecutar
a Agripina, que seguía en el exilio, así como a Druso
Julio
César, el que hasta entonces había destinado a la
sucesión.
Esto le planteo el problema de elegir un nuevo sucesor. No sin
vacilaciones
se decantó por Cayo Julio César, hermano de Druso
y de Nerón, hijo de Germánico. Lo tenía por un
incompetente,
pero no veía una opción mejor.
Un par de años antes había llegado a
Roma
un joven de treinta y tres años llamado Lucio Anneo
Séneca.
Había nacido en Córdoba, en España, donde
vivía
su familia tal vez desde hacía más de un siglo, pero
cuando
tenía catorce años (durante el reinado de Augusto), se
trasladó
a Roma con sus padres, y allí estudió retórica
hasta
los dieciocho años, luego pasó unos años
estudiando
la filosofía estoica, volvió a la oratoria y se
inició
en la abogacía. Los últimos años los había
pasado en Alejandría por motivos de salud, en casa de un
tío
suyo. De vuelta a Roma reanudó su vida de orador e inició
la publicación de su obra "Del país y la religión
de los egipcios", que actualmente se ha perdido. Finalmente obtuvo una
cuestura y en 34 fue nombrado senador (su
familia pertenecía al orden ecuestre). Ese mismo año
murió
el tetrarca Herodes Filipo.
Mientras tanto en oriente se estaban produciendo
ciertos
cambios. Tal vez fue por esta época cuando los chinos inventaron
el papel, aunque el invento tardaría mucho tiempo en llegar a
occidente.
El emperador Huang Wudi logró establecer un sistema de alianzas
con un sector de los hunos, y paulatinamente logró emplearlos
para
defenderse del resto. Con la ayuda de la caballería huna, el
Imperio
Chino dominó grandes extensiones de Asia Central.
Más hacia el oeste, el antiguo estado
Bactriano,
tras un periodo de decadencia debido a las invasiones tokarias,
había
resurgido bajo una nueva organización. Por estas fechas un
caudillo
tokario llamado Kujula, perteneciente al clan de los Kusana,
asumió títulos imperiales, y se formó así
el
llamado Imperio Kusana. Kujula impuso su autoridad sobre otros
grupos
de tokarios y extendió sus dominios hacia el norte de la India.