L a G r a n E n c i c l o p e d i a I l u s
t r a d a d e l P r o y e c t o S a l ó n H
o g a r
|
La vieja religión romana, como en su
día
le había ocurrido a la griega, estaba prácticamente
muerta.
En sus inicios, tomada en gran parte de los etruscos. fue una
religión
de agricultores, con ritos sencillos destinados a garantizar buenas
cosechas
y, más en general, a adivinar el futuro para elegir los mejores
momentos para cada acción, lo que después
adquiriría
gran importancia en las cuestiones militares. Después se
fundió
con la religión griega, lo que le dio una mayor riqueza,
atractivo
y valor literario, pero no más credibilidad. En tiempos del
Imperio
eran pocos los romanos para los que Júpiter, Marte, Venus, etc.
significaban realmente algo, si bien esto no era óbice para que
el escrupuloso cumplimiento de los ritos y el respeto hacia los dioses
diera buena imagen y fuera considerado signo de honorabilidad. Esta
circunstancia
le permitió sobrevivir formalmente, pese a su agonía
interna.
Además, con la muerte de Augusto se instituyó
definitivamente
el Culto Imperial, por el que los emperadores recibían honores
divinos
en vida y eran considerados dioses de pleno derecho tras su muerte. El
Culto Imperial fue uno de los soportes de la autoridad del emperador.
Por
ejemplo, los soldados romanos, en su juramento de lealtad,
tenían
que reconocer la naturaleza divina del emperador, de modo que cualquier
intento de rebelión podía desatar la venganza de los
dioses,
una posibilidad capaz de inquietar a muchos legionarios rudos, pero
supersticiosos.
De este modo, el fomento del Culto Imperial iba acompañado
necesariamente
de un estímulo de las creencias religiosas tradicionales, pues
una
manifestación pública de ateísmo, o simplemente de
falta de devoción, podría confundirse fácilmente
con
un desacato al mismo emperador.
Augusto trató en vano de conseguir que los
romanos
creyeran sinceramente en sus dioses, al tiempo que trató de
desalentar
los cultos extranjeros. Sin embargo, bajo Tiberio éstos
últimos
volvieron al primer plano, si es que habían dejado de estarlo
alguna
vez. Las religiones orientales resultaban más atractivas en
muchos
aspectos. El culto a las diosas Démeter, Cibeles e Isis eran
particularmente
gratos a las mujeres, pues se las consideraba diosas amorosas y
compasivas.
La diosa Isis se asociaba especialmente con el amor maternal hacia su
hijo
Horus. Para los hombres con ideales más viriles estaba Mitra,
el dios persa del Sol, al que se le representaba como un hombre joven
apuñalando
a un toro. Era un guerrero invicto que no envejecía ni
perdía
vigor. Su culto, con un fondo de mazdeísmo, se convirtió
en una religión de soldados, del que las mujeres estaban
excluidas.
También estaba Serapis, la versión grecolatina de
Apis, el toro sagrado egipcio encarnación de Osiris. (Serapis es
una deformación de Osiris-Apis). Éstas eran religiones
para
gentes sencillas. Los más refinados tenían a su
disposición
las religiones mistéricas griegas, que, envueltas en su aureola
esotérica, habían conservado su vigor pese al declive de
Grecia. La más famosa era la de los misterios eleusinos. Todas
estas
religiones tenían un punto en común que las diferenciaba
de las creencias tradicionales de griegos y romanos: los dioses
"usuales"
podían proporcionar protección o buenas cosechas, pero
apenas
se interesaban por el individuo. Por el contrario, cada cual a su
manera,
de un modo u otro, las creencias que acabamos de mencionar involucraban
alguna forma de salvación tras la muerte, de contacto con lo
divino,
de consuelo ante las adversidades y, en definitiva, todas daban un
sentido
a la vida.
Una alternativa a la religión para dar
sentido
a la vida era la filosofía. Platón y Aristóteles
eran
demasiado intelectuales para alcanzar mucha popularidad, pero, por el
contrario,
la filosofía epicúrea (que, muy resumidamente, propugnaba
la búsqueda del placer dentro de la moderación) tuvo
incontables
seguidores entre los griegos cultos y no tardó en contagiar a
los
romanos. Tanto fue así que "epicúreo" se convirtió
casi en sinónimo de griego. En Judea, donde la cultura griega
ejercía
gran influencia desde la época del dominio seléucida, los
judíos conversos eran llamados epicúreos, y aún
hoy
se les conoce como "apikoros". Otra escuela filosófica
en
boga (bastante menos popular, pero más admirada), fue el
estoicismo,
la vieja doctrina fundada por Zenón de Citio unos trescientos
cincuenta
años atrás, que propugnaba el autodominio y la
indiferencia
ante el placer y el dolor.
Sin embargo, el mayor fenómeno religioso de
la
época estaba a punto de hacer su aparición en Judea o,
más
precisamente, al norte, en Galilea. Judea era sin duda la zona del
Imperio
donde se registraban más tensiones, precisamente por motivos
religiosos.
En 26 Tiberio consideró finalmente
que podía confiar a Sejano el gobierno del Imperio y se
retiró
a la isla de Capri, en la bahía de Nápoles. Los
historiadores
romanos contaron que allí se dio a toda clase de orgías,
pero es difícil creerlo si tenemos en cuenta que el emperador
contaba
ya con sesenta y ocho años, que toda su vida había estado
marcada por la austeridad y que no era la primera vez que los muchos
senadores
que habían visto menguadas sus prerrogativas trataban de
difamarlo.
Ese mismo año sejano nombro procurador de Judea a uno de sus
protegidos:
Poncio
Pilato. Fue el sexto procurador romano en la región desde
que
Augusto depusiera a Arquelao.
Mientras tanto Galilea seguía gobernada por
Herodes
Antipas, que se las arreglaba para contener el desagrado que los
judíos
mostraban ante un rey de origen Idumeo. Uno de sus críticos
más
severos fue un predicador llamado Juan el Bautista.
Vivía
al este del Jordán y allí instaba a los judíos a
retomar
su fe con nuevas fuerzas, arrepintiéndose de sus pecados
pasados.
Como símbolo de este arrepentimiento Juan "lavaba" los pecados
de
sus seguidores mediante una ablución en las aguas del
Jordán.
"Bautista" significa en griego "que sumerge en el agua".
Su más famoso discípulo se llamaba Joshua
(Yahveh salva) pero es más conocido por la versión latina
de su nombre: Jesús de Nazaret. (Nazaret, sin
duda
su lugar de nacimiento, era una ciudad de Galilea.) Fue uno de los
muchos
a los que algunos judíos tomaron por el mesías, con la
diferencia
de que la historia ha hecho que hoy en día medio mundo siga
creyéndolo.
En un momento dado, Jesús dejó a su maestro y se
retiró
al desierto por un tiempo, tras lo cual, en 28,
empezó a predicar su propia doctrina. El rey nabateo (padre de
la
esposa que Herodes había repudiado para casarse con
Herodías) había declarado la guerra a Herodes. La cosa
había
quedado
en nada gracias al poderío romano, pero Herodes se sintió
humillado. Juan el Bautista intensificó sus acusaciones de
incesto
hacia Herodes (por haberse casado con su sobrina Herodías), y
sus
palabras fueron especialmente ofensivas para con la reina. En parte por
esto y en parte porque Herodes acusó al Bautista de estar pagado
por el rey nabateo, el predicador fue encarcelado ese mismo año
y ejecutado un tiempo después, a instancias de Herodías.
Volviendo a Jesús, hay que decir que las
fuentes
históricas sobre su vida son problemáticas. Las
principales
son los cuatro evangelios que forman parte de la Biblia, textos basados
en una tradición que fue transmitida oralmente durante casi
cuarenta
años. Estos textos contienen mucho material ficticio destinado a
"demostrar" que Jesús era realmente el Mesías.
Aquí
hemos de incluir en particular todos los datos sobre su vida anterior a
su carrera como predicador, en especial las circunstancias de su
nacimiento.
Así, por ejemplo, el evangelio según San Mateo empieza
con
una supuesta genealogía de Jesús que lo remonta al mismo
rey David (pues el Mesías debía ser un descendiente de
David).
También explica que, pese a que los padres de Jesús
vivían
en Nazaret, el nacimiento tuvo lugar en Belén (al sur de
Jerusalen),
que era precisamente el lugar de nacimiento del rey David:
Por aquellos días se
promulgó
un edicto de César Augusto mandando empadronar a todo el mundo.
Éste fue el primer empadronamiento hecho por Cirino, (que
después
sería) gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada
cual
a la ciudad de su estirpe. José, pues, como era de la casa y
familia
de David, vino desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David,
llamada Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa
María,
la cual estaba encinta. Y sucedió que, estando allí, le
llegó
la hora del parto. (Lc. II 1-6)
El relato también pretende (Mt II) que unos
magos
(o sea, sacerdotes persas) preguntaran al rey Herodes por el Rey de los
Judíos, cuyo nacimiento les había sido anunciado por una
estrella. Herodes entonces, pensando que su trono peligraba,
ordenó
matar a todos los niños de menos de dos años nacidos en
Belén.
Así fue como la fama de infanticida que tenía herodes por
haber matado a algunos de sus hijos se multiplicó
desaforadamente.
Irónicamente, este celo por justificar que
Jesús
cumplía todos los requisitos para ser el Mesías delata la
adulteración de las fuentes, pues también se
justificó
lo que nunca debió justificarse: Según los evangelios, la
madre de Jesús (llamada Miriam, o María
en
su forma latina) fue siempre virgen, lo que ratificaba así una
profecía
que en realidad no era tal, sino tan sólo un error de
traducción
cometido por los redactores griegos de la Biblia
de los Setenta.
Los evangelios están saturados de pasajes tan
poco
fidedignos como estos. Por ejemplo, a Jesús se le atribuyen
numerosos
milagros, pero la mayoría de ellos son "remakes" de milagros
anteriores,
principalmente de Elías y Eliseo:
Vino a la
sazón un
hombre de Baalsalisa
que traía para el varón de Dios panes de primicias,
veinte
panes de cebada y trigo nuevo en su alforja. Y dijo Eliseo:
Dáselo
a la gente para que coma. A lo que respondió el criado:
¿Qué
es todo eso para ponerlo delante de cien personas? Replicó
Eliseo
nuevamente: Dáselo a la gente para que coma; porque esto dice el
Señor: Comerán y sobrará. Finalmente lo puso
delante
de la gente, y comieron todos, y sobró, según la palabra
del Señor. (IV Reg. IV, 42-44) |
Al caer la tarde, sus
discípulos
se llegaron a él diciendo: El lugar es desierto y la hora es ya
pasada. Despacha a esas gentes para que vayan a las poblaciones a
comprar
que comer. Pero Jesús les dijo: No tienen necesidad de irse:
dadles
vosotros de comer. A lo que respondieron: No tenemos aquí
más
de cinco panes y dos peces. Díjoles él: Traédmelos
acá. Y habiendo mandado sentar a todos sobre la hierba,
tomó
los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo los
bendijo,
y los partió, y dio los panes a los discípulos, y los
discípulos
los dieron a la gente. Y todos comieron, y se saciaron, y de lo que
sobró
se recogieron doce canastos llenos de pedazos. El número de los
que comieron fue de cinco mil hombres, sin contar mujeres y
niños.
(Mt. XIV, 15-21) |
Sin embargo, esto no significa que Jesús no
tuviera
en vida fama de hacer milagros. Aquí conviene hacer una
reflexión
general: los evangelios contienten tantos pasajes fantasiosos que
algunos
historiadores han recelado de su valor documental, llegando incluso a
dudar
de la existencia misma de Jesús. Sin embargo, sucede que los
propios
evangelios aportan uno de los argumentos más convincentes en
favor
de su trasfondo histórico. Aunque los evangelistas no dudaron en
añadir
cuantos pasajes juzgaron necesarios para presentar la imagen de
Jesús
tal y como fue concebida tras su muerte por sus seguidores, por el
contrario
no se atrevieron a eliminar algunos pasajes que
contradecían
dicha imagen. La única explicación para la presencia de
estos
pasajes "embarazosos", para los que posteriormente hubo que encontrar
delicadas
justificaciones, es que realmente existió un Jesús
histórico
que no era exactamente lo que luego se dijo que era, y ello
quedó
reflejado en varias tradiciones tan firmemente arraigadas que sus
discípulos
no pudieron negarlas, y lo máximo que pudieron hacer fue
disimularlas
entre otras ficciones acordes con la imagen de Jesús que
pretendían
transmitir. Ya hemos visto algún ejemplo débil de este
fenómeno:
si Jesús no hubiera existido, se habría criado sin duda
en
Belén, y no en Nazaret, de modo que no habría hecho falta
recurrir a un empadronamiento para que su nacimiento se hubiera
producido
en Belén.
Otro ejemplo, del que podemos deducir que, en
efecto,
Jesús tuvo fama de sanador y taumaturgo, es que los evangelios
reconocen
que cuando trató de predicar en Nazaret, donde le
conocían
de niño, apenas fue tomado en serio:
¿No es éste aquel
artesano,
hijo de María, hermano de Santiago, y de José, y de
Judas,
y de Simón?, ¿y sus hermanas no moran aquí entre
nosotros?
Y estaban escandalizados de él. Mas Jesús les
decía:
Cierto que ningún profeta está sin honor sino en su
patria,
en su casa y en su parentela. Por lo cual no podía obrar milagro
alguno; curó solamente algunos pocos enfermos,
imponiéndoles
las manos. (Mc. VI, 3-5)
(La interpretación oficial dice que los
"hermanos"
de Jesús citados aquí eran en realidad "primos hermanos",
pues pretender que María tuvo otros hijos sin dejar de ser
virgen
era ya excesivo.) En aquellos tiempos, al igual que hoy en día,
un curandero no podía "curar" a los escépticos.
Más
en general, Jesús se muestra incapaz de hacer milagros siempre
que
le son requeridos como prueba de su calidad de profeta. Si Jesús
no hubiera existido, habría protagonizado numerosos pasajes como
éste, más propios de la tradición judía:
De nuevo dijo Elías al pueblo: He
quedado
yo solo de los profetas del Señor; cuando los profetas de Baal
son
en número de cuatrocientas cincuenta personas. Se nos den dos
bueyes,
de los cuales escojan ellos uno y, haciéndolo pedazos,
pónganlo
sobre la leña, sin aplicarle fuego, que yo sacrificaré el
otro buey, lo pondré sobre la leña y tampoco le
aplicaré
fuego. Invocad vosotros el nombre de vuestros dioses, y yo
invocaré
el nombre de mi Señor; y aquel dios que mostrare oír
enviando
el fuego; ese sea tenido por el verdadero Dios. Respondió todo
el
pueblo a una voz, diciendo: Excelente proposición. [Los
profetas
intentan el milagro infructuosamente ante las mofas de Elías, en
cambio Elías dispuso su altar, incluso hizo mojar la
leña,
e invocó a Yahveh:] Óyeme, oh Señor,
escúchame
a fin de que sepa este pueblo que tú eres el Señor Dios,
y que tú has convertido de nuevo sus corazones. De repente
bajó
fuego del cielo, y devoró el holocausto, y la leña, y las
piedras, y aun el polvo, consumiendo el agua que había en la
reguera.
Visto lo cual por el pueblo, se postraron todos sobre sus rostros,
diciendo:
El Señor es el Dios, el Señor es el Dios. Entonces les
dijo
Elías: Prended a los profetas de Baal, y que no se escape
ninguno
de ellos. Presos que fueron, los mandó llevar Elías al
arroyo
de Cisón, y allí les hizo quitar la vida. (III Reg.
XVIII,
22-40)
Jesús eligió doce discípulos, que
fueron
sus principales seguidores. Sus nombres eran Simón, Juan,
Santiago
el Mayor, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo,
Santiago el Menor, Simón el Zelote, Judas Tadeo y Judas
Iscariote.
De entre ellos Simón fue el más allegado a Jesús.
Éste le puso el sobrenombre de Cefas, "piedra" o "roca",
al parecer como símbolo de que iba a ser su principal apoyo o
fundamento.
La palabra "cefas" es masculina en arameo, pero femenina en
latín
(petra),
de modo que el nuevo nombre de Simón pasó a ser Petrus
en latín, es decir, Pedro. Respecto al último, el
apelativo "Iscariote", añadido probablemente para distinguirlo
del
otro Judas, no significa nada en Arameo ni en Hebreo, pero parece ser
una
deformación de "Sicario". Jesús tuvo la prudencia de no
meterse
con Herodes, al contrario que Juan el Bautista, así es que pudo
predicar en paz y poco a poco fue ganándose la confianza y la
admiración
de muchos galileos. En ello debió de influir, sin duda, su gran
personalidad, pero no menos la doctrina que predicaba. Es probable que
una muestra representativa de ella sea el sermón de la
montaña:
Bienaventurados los pobres de
espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos,
porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen
hambre
y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados
los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a
Dios.
Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán
llamados
hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por
la
justicia [por ser justos], porque de
ellos
es el Reino de los Cielos. [...]
No penséis que yo he venido a destruir
la Ley
ni los profetas. No he venido a destruirla, sino a darle cumplimiento.
Que con toda verdad os digo que antes faltarán el cielo y la
tierra
que deje de cumplirse perfectamente cuanto contiene la Ley, hasta un
solo
ápice de ella. Y así, el que violare uno de estos
mandamientos,
por mínimos que parezcan, y enseñare a los hombres a
hacer
lo mismo, será tenido por el más pequeño en el
Reino
de los Cielos; pero el que los guardare y enseñare, ese
será
tenido por grande en el Reino de los Cielos.
Por que yo os digo, que si vuestra justicia no
es más
plena y mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en
el Reino de los Cielos. Habéis oído que se dijo a
vuestros
mayores: no matarás, y que quien matare, será condenado a
muerte en juicio. Yo os digo más: quien quiera que tome ojeriza
con su hermano, merecerá que el juez le condene. [...] Por
tanto, si al tiempo de presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de
que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja allí mismo tu
ofrenda delante del altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano,
y después volverás a presentar tu ofrenda. [...] Habéis
oído que se dijo a vuestros mayores: no cometerás
adulterio.
Yo os digo más: cualquiera que mirare a una mujer con mal deseo,
ya adulteró en su corazón. Que si tu ojo derecho es para
ti una ocasión de pecar, sácalo y arrójalo fuera
de
ti; pues mejor te está el perder uno de tus miembros, que no que
todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. [...] También
habéis
oído que se dijo a vuestros mayores: No jurarás en falso,
antes bien cumplirás los juramentos hechos al Señor. Yo
os
digo más: que de ningún modo juréis, ni por el
cielo,
pues es el trono de Dios, ni por la tierra, pues es la peana de sus
pies,
ni por Jerusalén, pues es la ciudad del gran rey, ni tampoco
juraréis
por vuestra cabeza, pues no está en vuestra mano el hacer blanco
o negro un solo cabello. [...] Habéis oído que se
dijo: ojo por ojo y diente por diente. Yo empero os digo que no
hagáis
resistencia al agravio; antes si alguno te hiriere en la mejilla
derecha,
vuélvele también la otra, y al que quiere armarte pleito
para quitarte la túnica, alárgale también la capa,
y a quien te forzare a andar cargado mil pasos,
acompáñale
otros dos mil. Al que te pide, dale, y no tuerzas el rostro al que
pretende
de ti algún préstamo. Habéis oído que fue
dicho:
Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Yo os
digo más: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os
aborrecen,
y orad por los que os persiguen y calumnian, para que seáis
hijos
de vuestro Padre Celestial, el cual hace nacer su sol sobre buenos y
malos,
y llover sobre justos y pecadores. Que si no amáis sino a los
que
os aman, ¿qué premio habéis de tener? ¿no
lo
hacen así aun los publicanos? Y si no saludais sino a vuestros
hermanos,
¿qué tiene eso de particular? ¿por ventura no
hacen
también esto los paganos? Sed, pues, vosotros perfectos,
así
como vuestro Padre Celestial es perfecto.
Guardaos bien de hacer vuestras obras buenas en
presencia
de los hombres con el fin de que os vean; de otra manera no
recibiréis
su galardón de vuestro Padre, que está en los cielos. Y
así,
cuando das limosna, no quieras publicarla a son de trompeta, como hacen
los hipócritas en las sinagogas, y en las calles o plazas, a fin
de ser honrados de los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su
recompensa. Mas tú cuando des limosna, haz que tu mano izquierda
no perciba lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede oculta, y
tu Padre, que ve lo oculto, te recompensará.
[...]
No amontonéis tesoros en la tierra,
donde el
orín y la polilla los consumen, y donde los ladrones los
desentierran
y roban. Atesorad más bien para vuestros tesoros en el Cielo,
donde
no hay orín ni polilla que los consuma, ni tampoco ladrones que
los desentierren y roben. [...] Ninguno puede servir a dos
señores,
porque o tendrá aversión al uno y amor al otro o, si se
sujeta
al primero, mirará con desdén al segundo. No
podéis
servir a Dios y a las riquezas. En razón de esto os digo: no os
acongojéis por el cuidado de hallar qué comer para
sustentar
vuestra vida, o de dónde sacaréis vestidos para cubrir
vuestro
cuerpo. ¿Que no vale más la vida que el alimento y el
cuerpo
que el vestido? Mirad las aves del cielo, cómo no siembran, ni
siegan,
ni tienen graneros; y vuestro Padre Celestial las alimenta.
¿Pues
no valéis vosotros mucho más, sin comparación, que
ellas? [...] Y acerca del vestido, ¿a qué
propósito
inquietaros? Contemplad los lirios del campo, cómo crecen y
florecen.
Ellos no labran, ni tampoco hilan. Sin embargo, yo os digo que ni
Salomón
en medio de toda su gloria se vistió como uno de estos lirios.
Pues
si una hierba del campo, que hoy está y mañana se echa en
el horno, Dios así la viste, ¿cuánto más a
vosotros, hombres de poca fe? Así que no vayáis diciendo
acongojados ¿dónde hallaremos qué comer y
beber?
¿Dónde hallaremos con qué vestirnos?, como hacen
los
paganos, los cuales andan ansiosos tras todas estas cosas, que bien
sabe
vuestro Padre la necesidad que de ellas tenéis. Así que
buscad
primero el Reino de Dios y su justicia, que todo lo demás se os
dará por añadidura. No andéis, pues, acongojados
por
el día de mañana, que el día de mañana
harto
cuidado traerá por sí; bástale a cada día
su
propio afán. [...] (Mt. V-VI)
Así pues, el núcleo de la
predicación
de Jesús era la inminente llegada del Reino de los Cielos, que
era
concebida según la tradición farisea de origen persa
sobre
el Juicio Final, en el que los muertos resucitarían y un enviado
de Dios, identificado con el Mesías, juzgaría a vivos y
muertos:
... Entonces aparecerá en el
cielo
la señal del Hijo del Hombre, a cuya vista todos los pueblos de
la Tierra prorrumpirán en llantos; y verán al Hijo del
Hombre
sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad. [...] Os aseguro
que
no se acabará esta generación hasta que suceda todo esto.
(Mt. XXIV, 30-34)
La misión de Jesús era prevenir a los
judíos
para que, llegado ese día, fuesen dignos de la salvación.
Para ello los conmina a respetar el espíritu de la ley mosaica y
no sólo su forma, como hacen los fariseos. Aquí hay que
entender
que Jesús era fariseo en cuanto a sus creencias, pero él
usa el término en el sentido en que hoy diríamos
"puritanos"
o "beatos". Al igual que logró la admiración de las
gentes
humildes a las que ofrecía consuelo, no tardó en ganarse
la hostilidad de los judíos "respetables" a los que ponía
en evidencia:
¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos
hipócritas!, porque sois semejantes a los sepulcros blanqueados,
los cuales por fuera parecen hermosos a los hombres, mas por dentro
están
llenos de huesos de muertos, y de todo género de podredumbre.
(Mt. XXIII, 27)
La doctrina de regeneración moral que propone
Jesús
sigue la línea de los antiguos profetas, pero va mucho
más
allá en exigencia. De hecho propugna una actitud similar a la de
los filósofos cínicos: renunciar a toda posesión y
vivir de la naturaleza ejercitándose en la virtud. No es
imprescindible,
pero sí conveniente:
Acercósele entonces un hombre
joven
que le dijo: Buen maestro, ¿qué buenas obras debo hacer
para
conseguir la vida eterna? El cual respondió: ¿Por
qué
me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Por lo demás, si
quieres
entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos. Le dijo él:
¿qué
mandamientos? Respondió Jesús: No matarás, no
cometerás
adulterio, no hurtarás, no levantarás falso testimonio,
honra
a tu padre y a tu madre y ama a tu prójimo como a ti mismo. Le
dice
el joven: Todos esos los he guardado desde mi juventud,
¿qué
más me falta? Le respondió Jesús: Si quieres ser
perfecto
anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y
tendrás
un tesoro en el cielo. Ven después y sígueme. Habiendo
oído
el joven estas palabras, se retiró entristecido, y era que
tenía
muchas posesiones. Jesús dijo entonces a sus discípulos:
En verdad os digo que difícilmente un rico entrará en el
Reino de los Cielos. (Mt. XIX, 16-23)
Los seguidores de Jesús pretendieron que su
mensaje
de salvación iba destinado a toda la humanidad, pero uno de los
pasajes más "molestos" de los evangelios lo desmiente:
Cuando he aquí que una mujer
cananea
venida de aquel territorio empezó a dar voces, diciendo:
Señor,
hijo de David, ten lástima de mí. Mi hija es cruelmente
atormentada
del demonio. Jesús no le respondió palabra. Y sus
discípulos,
acercándose, intercedían diciéndole:
Concédele
lo que pide a fin de que se vaya, porque viene gritando tras nosotros.
A lo que Jesús, respondiendo, dijo: Yo no soy enviado sino a las
ovejas perdidas de la casa de Israel. No obstante ella se llegó
y lo adoró diciendo: Señor, socórreme. El cual le
dio por respuesta: No es justo tomar el pan de los hijos y echarlo a
los
perros. Mas ella dijo: Es verdad, Señor, pero los cachorros
comen
de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces Jesús,
respondiendo, le dice ¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase
conforme
tú lo deseas. Y en la misma hora su hija quedó curada.
(Mt. XV, 22-28)
"Perros" era una expresión habitual que los
judíos
usaban para referirse a los gentiles (los no judíos). Así
pues, Jesús tenía por "perros" a los gentiles y declara
abiertamente
que no ha sido enviado para ellos. Es cierto que termina atendiendo a
la
cananea, pero lo hace sorprendido y como una excepción. Los
discípulos
tampoco encuentran mejor motivo para atenderla que lograr que se vaya
de
una vez. Tal y como hemos comentado antes, si algo de los evangelios es
auténtico, este pasaje tiene que serlo, porque si no, no
estaría
ahí. Es razonable inferir entonces que toda la doctrina de
mansedumbre
y de amar a los enemigos se refería a las relaciones de los
judíos
con los judíos (sin duda, Jesús no amaba a los cananeos).
En este pasaje, la cananea llama a Jesús hijo
de
David. Así pues, lo reconoce como el Mesías, al igual que
hizo mucha gente. En los evangelios, Jesús afirma una y otra vez
que es el Mesías, pero es poco creíble que hiciera tales
declaraciones. Es muy probable que se tuviera realmente por un enviado
de Dios, e incluso que anunciara la inminente llegada del
Mesías,
pero el Mesías del que él mismo hablaba era un juez
poderoso
que iba a ensalzar a los justos y condenar a los pecadores, exactamente
como los judíos esperaban que fuera, y, ciertamente, un
débil
predicador no estaba a la altura del papel. Más tarde, sus
seguidores
afirmaron que Jesús era el Mesías en otro sentido,
pero Jesús nunca trató de explicar que la
concepción
judía del Mesías fuera errónea. Más bien la
confirmó. Un argumento de más peso es que si, con el
revuelo
que suscitaba, se hubiera declarado el Mesías, rey de los
judíos,
ya habría sido prendido y ejecutado mucho tiempo antes, acusado
de traición.
En efecto, los sacerdotes judíos estaban
buscando
desesperadamente motivos para arrestar a Jesús. La
situación
en Jerusalén era tensa. Pilato había tomado
posesión
de su cargo con arrogancia y había introducido tropas romanas en
la capital. Las tropas llevaban imágenes de Tiberio, y los
judíos
consideraron la presencia de tales imágenes como
idolatría.
Ello ocasionó revueltas, hasta el punto de que Pilato fue
finalmente
convencido para eliminar las imágenes. No obstante los
sacerdotes
sabían que Pilato estaba ansioso por tener una excusa para
actuar,
y no querían dársela. Un brote de mesianismo era lo
último
que deseaban en ese momento, pero los únicos cargos que
podían
presentar contra Jesús eran no lavarse las manos antes de comer,
no respetar el ayuno, y cosas parecidas. Nada que pudiera preocupar a
Pilato.
Que la gente lo tuviera por el Mesías no era suficiente si
él
mismo no lo reconocía. Los evangelios recogen un intento de
acusar
a Jesús de un delito grave:
Entre tanto, los fariseos se retiraron
para
tratar entre sí cómo podrían sorprenderle en lo
que
hablase. Y le enviaron sus discípulos con algunos herodianos,
que
le dijeron: Maestro, sabemos que eres veraz, y que enseñas el
camino
de Dios conforme a la pura verdad, sin respeto a nadie, porque no miras
la calidad de las personas. Esto supuesto, dinos qué te parece
de
esto: ¿es o no es lícito pagar tributo a César? A
lo cual, Jesús, conociendo su malicia, respondió:
¿por
qué me tentáis, hipócritas? Enseñadme la
moneda
con que se paga el tributo. Y ellos le mostraron un denario. ¿De
quién es esta imagen y esta inscripción? Le respondieron:
De César. Entonces les replicó: Pues dad al César
lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Con cuya
respuesta
quedaron admirados y, dejándole, se fueron. (Mt. XII, 15-22)
No es razonable pensar que los fariseos estuvieran
dando
palos de ciego. Todo el preámbulo estaba dispuesto para poner en
evidencia a Jesús si se desdecía públicamente de
lo
que, con gran probabilidad, había afirmado en otras ocasiones en
ausencia de testigos fiables que los fariseos pudieran emplear en su
contra.
Así lo reconoce Jesús en su respuesta: si realmente
considerara
correcto pagar tributos a Roma, la pregunta no habría sido una
tentación.
Pero Jesús hizo gala de una astucia viperina, y logró que
su respuesta pudiera entenderse bien como que le parecía
correcto
pagar los impuestos, bien como que no reconocía la legitimidad
del
dinero romano.
Finalmente Jesús cometió un error. Se
decidió
a entrar en Jerusalén, y allí su fama le precedía:
la multitud lo aclamó como el Mesías. El suceso fue lo
suficientemente
destacado como para que los sacerdotes se atrevieran a prenderlo y
llevarlo
a Pilato acusado de erigirse en Mesías, rey de los judíos
y traidor a Roma. El castigo que correspondía a tal delito era
la
crucifixión, y así la solicitaron los sacerdotes. Al
parecer,
se encontraron algunos testigos falsos que declararon contra él.
Los evangelios dicen que Jesús reconoció ser el
Mesías
ante Pilato, pero, una vez más, esto no es plausible, pues en
tal
caso habría sido condenado sin más trámite,
mientras
que la narración bíblica afirma que Pilato no
consideró
razonable tal castigo, y en su lugar lo hizo azotar y lo
presentó
al pueblo sugiriendo su indulto. En efecto, era costumbre que el
procurador
indultara a un preso cada año por la festividad de la Pascua, a
petición del pueblo. Es probable que Pilato mandara azotar a
Jesús
para presentarlo en un estado lastimoso y lograr así que el
pueblo
se apiadase de él, pero el efecto fue el contrario: los
judíos
que unos días antes habían recibido eufóricos a
Jesús
como el Mesías se sintieron defraudados ante un Mesías
que,
en vez de acabar con todos sus problemas, se dejaba capturar por los
romanos
y reducir a tan lamentable estado. La conclusión obvia fue que
ése
no era el Mesías, sino un estafador que les había
engañado,
por lo que insistieron en que fuera crucificado ante el sorprendido
Pilato.
Así sucedió. Jesús fue crucificado al día
siguiente,
que según los evangelios era el viernes 7
de abril de 30, el año en que la festividad de la Pascua
cayó en jueves. Nadie podía imaginar entonces las
consecuencias
que iba a tener esta crucifixión.
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