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En 1334 sucedieron dos hechos que
tensaron las relaciones entre Inglaterra y Francia. Por una parte, el
rey David II de Escocia, derrocado por Eduardo de Baliol con el apoyo
de Eduardo III de Inglaterra, viéndose incapaz de recuperar su
corona, huyó y se refugió en Francia. Pero más
conmoción causó la huida a Inglaterra de Roberto III de
Artois, quien tuvo ocasión de contarle a Eduardo III cómo
Felipe IV, Felipe V y Felipe VI habían violado las leyes
consuetudinarias de sucesión, dando prioridad a las mujeres
frente a los varones cuando ello les permitió apropiarse de los
condados de Borgoña y Artois y, en cambio, las habían
violado en sentido contrario (negando a las mujeres el derecho de
heredar, o siquiera trasmitir la herencia, en ausencia de hijos
varones), cuando ello les permitió acceder al trono de Francia.
La ley sálica era una descarada y burda artimaña con la
que Felipe VI se había burlado de Eduardo III al haberle hecho
renunciar a su legítimo derecho sobre la corona de Francia. Los argumentos de Roberto III hicieron mella en el ego de Eduardo
III. El joven rey inglés era un gobernante frío,
realista, sin nervios. Su máxima era "It is that is it", que
podríamos traducir por "las cosas son como son". Sin embargo,
este carácter no estaba reñido con un fuerte sentimiento
nacionalista. Fue
él quien convirtió oficialmente a san Jorge, el santo
caballero, en patrón de Inglaterra. Su héroe era Ricardo
Corazón de León, precisamente quien trajo a Inglaterra el
culto a san Jorge. Eduardo III había "desempolvado" el viejo
apellido
familiar "Plantagenet", que recordaba los tiempos de Ricardo I y del
Imperio Angevino. Ahora empezaba a acariciar la idea de reclamar la
corona francesa, pero no se precipitó. Todavía no se
consideraba preparado para ello. No obstante, Inglaterra y Francia
entraron en una "guerra fría", cuyos puntos álgidos eran
Flandes y la Guyena. A la muerte del kan Abú
Saíd, en 1335, el
kanato de Persia se fragmentó, y
sólo Mesopotamia permaneció bajo gobierno mongol. Ese año murió Juan, el duque de Durazzo, que fue sucedido por su hijo Carlos. Su segundo hijo, Luis, heredó el condado de Gravina. El infante Juan Manuel terminó la más conocida de sus
obras, el Libro de los ejemplos del
conde Lucanor y de Patronio, una recopilación de
historias que siguen todas el mismo patrón: el conde Lucanor
plantea un problema a su ayo Patronio, que le contesta con una
narración breve que alecciona a su señor, el cual resume
la moraleja en un pareado. Si las obras anteriores del infante
están a enorme distancia, tanto en calidad literaria como en su
nivel cultural, de las obras coetáneas de las literaturas
francesa, italiana o catalana, el libro del conde Lucanor es la
más provinciana de todas: mientras Dante ponía a su
Beatriz en el Paraíso y Petrarca dedicaba los poemas más
líricos a su Laura, Patronio enseñba a su conde, por
ejemplo, cómo puede (y debe) un marido someter a una "mujer
brava" para que no ose llevarle la contraria jamás.
Además, a juzgar por lo que sabemos de su vida, el propio Juan
Manuel quedaba muy lejos del modelo ideal de noble caballero que
presenta en sus escritos. Con todo, es el mayor exponente de la
literatura castellana de la época. En 1336 el rey Esteban IX de
Servia inició una serie de ataques
contra Albania. El rey de Nápoles Roberto el Prudente
respondió a la llamada de auxilio de su hermano Juan para hacer
frente a los servios. En los últimos años las relaciones entre Castilla y
Portugal se habían vuelto tensas, principalmente por la
humillación que sufría María de Portugal, la
esposa del rey Alfonso XI de León y Castilla, que la postergaba
sistemáticamente frente a su amante, Leonor de Guzmán
(con la que había tenido ya seis hijos). Al infante don Juan
Manuel no se le habían escapado las posibilidades de sacar
partido de la situación y ya hacía dos años que
trataba de concertar el matrimonio entre su hija Constanza y Pedro, hermano de la reina
María y heredero del trono portugués. Alfonso XI se
oponía a ello, pero finalmente se celebró la boda y el
rey Alfonso IV de Portugal terminó declarando la guerra a
Alfonso XI. Tras firmar con Navarra la paz de Fraces, Alfonso XI el Justiciero
cercó a Juan Manuel en su castillo de Peñafiel, pero logró
huir a Valencia. Ese año murió el rey Alfonso IV de Aragón, que
fue recordado como Alfonso IV el
Benigno. Fue sucedido por su hijo Pedro IV, de diecisiete años,
aunque el condado de Urgel lo heredó su hermano Jaime I, un año menor. El
conde Pedro I de Ampurias fue elegido tutor del rey aragonés,
que hasta entonces había vivido "exiliado" en Zaragoza, apartado
de la corte barcelonesa por la enemistad con su madrastra, Leonor de
Castilla, y sus hermanastros, Fernando
y Juan. Pedro IV firmó la paz con Génova concluyendo unas
negociaciones iniciadas por su padre. Poco después casó a
su hermana Constanza con el
rey Jaime III de Mallorca, que había cumplido ya los
veintiún años y había sido declarado mayor de edad
un año antes. También murió Ramon Muntaner, en su cargo de
gobernador de Ibiza. En Japón, Ashikaga Takauji se había convertido en el
señor más poderoso, hasta que decidió formar su
propio gobierno militar (bakufu) con capital en Kyoto. La mayor parte de la india meridional se independizó del
sultanato de Delhi formando un gran imperio hindú con capital en
Vijayanagar, que
resistió firmemente a los musulmanes. Este imperio dio un nuevo
impulso a la literatura sánscrita. El pintor Giotto, después de haber pasado un tiempo en
Milán, marchó a Florencia, donde murió en 1337 a sus setenta y un años.
También murió el poeta Cino da Pistoia. Su amigo Petrarca
se retiró a su casa de Vaucluse,
donde nacieron sus dos hijos, Giovanni
y Francesca, de madre
desconocida. Por esta época empezaba a dedicarse a la literatura
otro florentino de veinticuatro años llamado Giovanni Boccaccio, que desde los
doce años trabajaba en la banca de los Bardi, en Nápoles. En
realidad no está muy claro donde nació, pues era un hijo
ilegítimo de un mercader florentino y de madre desconocida. En
una novela posterior sitúa en esta época una aventura
sentimental que mantuvo con una joven llamada Maria d'Aquino, de la que
sólo se sabe que no era, como él afirma, hija natural del
rey Roberto el Prudente. De momento, su única obra era Ficolo, una adaptación en
prosa de una leyenda medieval. En Holanda murió el conde Guillermo III, que fue sucedido por
su hijo Guillermo IV. En el Imperio de Mali murió el gran Congo Musa, y fue
sucedido por su hijo Maghan. El infante Juan Manuel llegó a un acuerdo con el rey Alfonso
XI el Justiciero y regresó a Castilla. Desde que concluyó
este episodio, el rey castellano-leonés tuvo ya firmemente
sujeta a la nobleza y, con el apoyo de las cortes como fundamento de la
autoridad real, inició una serie de reformas encaminadas a
someter igualmente a la burguesía. En las ciudades más
importantes sustituyó las asambleas
generales de vecinos por unos consejos
reducidos o regimientos,
más fácilmente controlables. Además creó la
figura del corregidor,
representante del rey que sustituía a los alcaldes de fuero, nombrados por
los pueblos. Mientras tanto los benimerines seguían extendiéndose
por el norte de África. (Ahora tomaban el reino de
Tremecén) y los turcos otomanos ganaban terreno al Imperio
Bizantino en Asia Menor. (Ahora conquistaban la ciudad de Nicomedia, y
no tardaron en ocupar la costa de Bitinia, desde donde multiplicaron
sus ataques por mar.) Por el contrario, los Mamelucos dejaron de
hostigar a Armenia. Eduardo III trató de aliarse con el conde Luis I de Flandes,
pero éste
decidió mantener su lealtad a Felipe VI y prohibió la
importación de
lana inglesa. Esto supuso un grave perjuicio para los artesanos
flamencos, que se agruparon bajo la dirección de un rico
mercader llamado Jacob van Artevelde,
que a la
sazón era capitán general de Gante. Los flamencos
enviaron emisarios a Londres cuyas voces se unieron a la de Roberto de
Artois para persuadir a Eduardo III a proclamarse rey de Francia. El rey Felipe VI de Francia decidió tomar como excusa la
hostilidad y potencial amenaza inglesa para confiscar la Guyena en
beneficio de la corona francesa. En mayo
empezó la ocupación. Eduardo III dudó si le
convenía contraatacar, pero la alternativa era perder la Guyena
y por ello en octubre se
proclamó legítimo rey de Francia. Esto se considera el
principio de la llamada Guerra de
los Cien Años, pues, en efecto, iba a durar más de
un siglo. El conde Pedro I de Ampurias logró reconciliar al rey Pedro
IV de Aragón con su madrastra y sus hermanastros. También
murió ese año el rey Federico II de Sicilia, y fue
sucedido por su hijo Pedro I.
Tuvo que realizar un gran esfuerzo para controlar las facciones rivales
de catalanes e italianos que se disputaban la hegemonía en la
isla, hasta que prevalecieron los catalanes. Los serbios se apoderaron definitivamente de Albania, pese a los
esfuerzos del rey de Nápoles, Roberto el Prudente, por evitarlo.
El rey de Nápoles inició en 1338
una
nueva campaña contra Sicilia asediando Termini Imerese. Ese año murió el duque Guillermo de Atenas y
Neopatria, hermano
del rey Pedro I de Sicilia, y fue sucedido por otro de sus hermanos, el
marqués Juan II de Randazzo. El rey Pedro IV de Aragón se casó con María, hija del rey Felipe
III de Navarra. Las primeras maniobras de la Guerra de los Cien Años fueron
modestas: los franceses iban tomando poco a poco la Guyena mientras los
ingleses trataban de mantener una estrecha franja de terreno frente al
canal de la Mancha que habían ocupado. Eduardo III
entabló una alianza con el emperador Luis IV. Si Inglaterra
contaba con el emperador, Francia contaba con el Papa, que podía
introducir no poca discordia en las futuras elecciones imperiales, como
ya había sucedido tantas veces en el pasado. Por ello, los
príncipes alemanes se reunieron en Rheuse y redactaron una
convención que después fue puesta en vigor por la dieta
de Frankfurt. Afirmaba que la corona imperial venía de Dios, y
no del Papa, de modo que ya no se requería el consentimiento de
éste, sino únicamente el de Aquél (mucho
más fácil de obtener) para legitimar a un emperador. En Japón, Ashikaga Takauji se hizo nombrar shogun por el
emperador Daigo II y más tarde le obligó incluso a
cederle el título imperial. Daigo II y sus partidarios tuvieron
que exiliarse en las montañas de Yamato, abriendo así el
llamado Periodo de las dos Cortes.
Daigo II murió en 1339, pero
su hijo reclamó el título imperial y así
Japón siguió teniendo dos emperadores. El rey Alfonso XI de León y Castilla firmó la paz con
su suegro, el rey Alfonso IV de Portugal. Sin embargo, la
situación en la corte castellana no había cambiado:
Leonor de Guzmán seguía eclipsando a la reina. El rey Carlos I Roberto de Hungría logró que su
cuñado, el rey Casimiro III de Polonia, sin descendencia,
reconociera como
heredero a su primogénito, Luis
de Anjou, que tenía entonces trece años. Los comerciantes genoveses derrotaron a los nobles y crearon el
cargo de dux vitalicio, que ofrecieron a Simone Boccanegra. En Milán
murió Azzone Visconti, que fue sucedido por su tío Luchino Visconti. En los
últimos años, Azzone se había apoderado de
Bérgamo, Vercelli, Cremona, Lodi, Piacenza y Brescia, y ahora
Luchino se dispuso a continuar la expansión milanesa. La Guerra de los Cien años no parecía algo
excesivamente serio, y es dudoso que alguien hubiera pensado en la
época que acabaría recibiendo ese nombre. Eduardo III
llevaba ya dos años sin hacer nada decisivo. En dos ocasiones
condujo un ejército ante la vista de los franceses, pero no
ocurrió nada. Tan sólo se producían
pequeños enfrentamientos esporádicos en Flandes y la
Guyena. Sin embargo, las finanzas inglesas iban mal y Felipe VI lo
sabía. Podía haber esperado tranquilamente a que Eduardo
III se desgastara, pero consideró que podía acelerar el
proceso con alguna actuación simbólica, como un
desembarco en Inglaterra que destruyera la moral inglesa. Para tal fin
reunió una flota de ciento noventa barcos en Sluis, en la costa flamenca. Eduardo
III descubrió los planes de Felipe VI y decidió atacar a
la flota francesa antes de que zarpara, para lo cual reunió
apresuradamente unos ciento cincuenta barcos bajo su mando personal.
Ambas flotas se encontraron en 24 de junio
de 1340. Los franceses adoptaron una estrategia realmente
estúpida: mantuvieron los barcos anclados y amarrados como si
fueran una extensión de la tierra firme, y esperaron que los
barcos ingleses los abordaran para librar un combate cuerpo a cuerpo
entre caballeros. Pero los ingleses no hicieron nada parecido: se
mantuvieron a distancia hasta que el sol estuvo a su espalda y el
viento fue propicio. Luego, todavía a distancia, lanzaron
oleadas de flechas sobre los soldados franceses, que seguían
aguardando en sus barcos inmovilizados. Los barcos ingleses, en cambio,
maniobraron y se agolparon sobre los barcos franceses que habían
resultado más dañados y fueron atacándolos
sucesivamente, mientras la mayor parte de los efectivos franceses
permanecía inutilizada, lejos del combate. La flota francesa fue
destruida casi en su totalidad. El conde Roberto III de Artois recibió una grave herida en
Flandes. Eduardo III entró en Gante, donde Jacob van Artevelde
le rindió homenaje como rey de Francia. Sin embargo, la
economía no acompañaba a los éxitos militares. Los
impuestos con que Eduardo III había cargado a su pueblo para
financiar la guerra habían llevado a los ganaderos a subir el
precio de la lana, que ya no se vendía tan fácilmente en
Flandes, lo que arruinó tanto a los mercaderes ingleses y
flamencos como a los banqueros que financiaban las relaciones
comerciales, etc. El descondento de los flamencos obligó a
Eduardo III a regresar a Inglaterra. Allí se encontró con
el arzobispo de Canterbury, John de
Stratford, a quien el rey había confiado el gobierno en
su ausencia y, para su sorpresa, Stratford se negó, apoyado por
el parlamento, a enviarle dinero. Felipe VI también tenía
problemas económicos, así que el 25 de
septiembre ambos monarcas firmaron una tregua de seis meses. Eduardo III mostró una gran habilidad política al
ceder ante el parlamento y colaborar con él. Tradicionalmente,
en Inglaterra se había llamado "parlamento" a cualquier asamblea
en la que el rey consultaba con la nobleza, el clero o la
burguesía, pero por esta época se habían
consolidado dos asambleas: por una parte la Cámara de los Lores,
integrada por los lores (los
nobles que recibían su feudo directamente del rey), los pares (condes y barones-lores) y
eclesiásticos (obispos y algunos abades), y por otra parte la Cámara de los Comunes,
formada por representantes de los condados, elegidos por la baja
aristocracia, y de las ciudades, elegidos por los ricos burgueses.
Desde este momento, Eduardo III prestó atención a las
quejas y reclamaciones del Parlamento y otorgaba las reformas
solicitadas. En contrapartida, el Parlamento aprobaba los impuestos que
el rey solicitaba para financiar la guerra. El 30 de octubre, el rey Alfonso
XI de León y Castilla, con la ayuda de su suegro, Alfonso IV de
Portugal y de Pedro IV de Aragón, obtuvo una victoria decisiva
contra el benimerín Abú-I-Hasán en El Salado. En la campaña
participó el infante Juan Manuel, cuya lealtad al rey ya no
volvió a flaquear. El emperador Luis IV logró apoderarse de la totalidad de
Baviera y pasó a ser el único duque. Dinamarca salió de la anarquía cuando Valdemar IV, hijo del rey Cristobal
II, logró imponer su autoridad a todo el país. El rey Carlos I Roberto de Hungría había tratado de
detener la expansión servia, pero fue detenido por una alianza
entre Esteban IX y los venecianos. Mientras los turcos otomanos apenas encontraban resistencia en las
fronteras bizantinas, los pequeños emiratos turcos que surgieron
al desmembrarse el sultanato de Rum ofrecían una tenaz
resistencia. Sin embargo, también fueron cayendo en poder del
emir Orján. Ahora caía el emirato de Karasi, situado frente a los
Dardanelos. En Rusia murió el gran príncipe Iván I Kalitá y fue sucedido por su hijo Simeón el Soberbio, que confirmó la supremacía de Moscú sobre los demás principados al tiempo que mantenía buenas relaciones con el kan de la Horda de Oro. Por esa época, un joven de poco más de veinte años, llamado Sergio Radonezhski, que había nacido en una familia noble arruinada por la invasión de los mongoles, se retiró a la soledad de un bosque y no tardó en fundar una orden monástica conocida como los pustnniki (los del desierto), bajo el patronazgo de la Trinidad. Unió la contemplación a la acción y defendió a los débiles frente a los poderosos.
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