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El 24 de junio de 1497 Giovanni Caboto llegó a una tierra desconocida a la que dio el indudablemente descriptivo nombre de Newfoundland (Tierra nueva encontrada), que en castellano se tradujo a Terranova.
 

El 8 de julio zarpó una expedición portuguesa mucho más ambiciosa. El rey Manuel I había encomendado a Vasco da Gama la misión de llegar hasta las Indias. Contaba para ello con cuatro naves construidas con el mayor esmero. Tenían piezas de recambio normalizadas que podían emplearse indistintamente en cualquiera de ellas.

El 6 de agosto Caboto estaba de regreso en Inglaterra. Informó de la gran riqueza pesquera que había encontrado frente a las costas de Terranova, pero ésa era la única riqueza que había encontrado. El rey Enrique VII le concedió una modesta pensión, pero no puede decirse que estuviera impresionado por los resultados obtenidos.

Poco después, Vasco da Gama llegaba a Cabo Verde, desde donde tomó rumbo a Occidente para evitar las calmas del golfo de Guinea. Durante más de dos meses navegó sin divisar la costa africana. La encontraron de nuevo a principios de noviembre, pero se encontraban al norte del cabo de Buena Esperanza. Cuando llegaron hasta él, parecía estar reclamando su nombre original de cabo de las Tormentas, doblarlo no fue tarea fácil, pero finalmente, el 22 de noviembre, fue rebasado. El 25 de diciembre llegó a un territorio que estaba, sin duda, más allá de donde había llegado Bartolomé Dias, y la llamó Natal. Era una región desértica.

A finales de enero de 1498 llegaron a la desembocadura del río Zambeze, donde algunos indígenas entendían algo de árabe. Allí la expedición pudo aprovisionarse de agua dulce. En marzo Vasco da Gama entró en contacto con gentes que comerciaban con la India por mediación de los árabes, y que no recibieron a los recién llegados con mucha cordialidad. En abril llegó a Malindi, que convirtió en Melinda, donde la situación fue muy distinta: el rey recibió cordialmente a los portugueses e intercambió regalos con ellos. Lo más importante fue que les proporcionó un piloto, Malemo Cana, buen conocedor de los monzones, que los guió hasta la India.

Ese año murió el rey Carlos VIII de Francia. Tenía veintiocho años y sus cuatro hijos habían muerto al poco de nacer, por lo que fue sucedido por su cuñado, el duque de Orleans, que era su pariente más directo por vía masculina y, por ello, el 7 de abril se convirtió en el rey Luis XII de Francia. Ya de paso, como heredero de Carlos VIII, se proclamó también rey de las Dos Sicilias, esto es, del reino de Nápoles (oficialmente reino de Sicilia) y del de Sicilia (oficialmente reino de Trinacria), así como rey de Jerusalén. Además, como heredero de su bisabuelo, Juan Galeazzo Visconti, se proclamó también duque de Milán. Inmediatamente repudió a su esposa Juana para casarse con la duquesa Ana de Bretaña, la viuda de Carlos VIII.

Philippe de Commynes, que había sido regente y consejero de Carlos VIII, terminó la redacción de sus Memorias, en las que relata los principales acontecimientos de los reinados de Luis XI y Carlos VIII.

El rey Manuel I de Portugal vio su gozo en un pozo cuando, tras dar a luz a su hijo Miguel, murió su esposa Isabel, la heredera de los Reyes Católicos. Como Isabel y Fernando no tenían hijos varones, el nuevo heredero podría ser el pequeño Miguel o su tía Juana, la esposa de Felipe el Hermoso, el conde de Borgoña.

El 20 de mayo Vasco de Gama tocó tierra en la ciudad que los nativos llamaban Kozhicode, pero que los portugueses convirtieron en Calicut. Era un importante centro comercial, situado en la pequeña región al sur de la india que escapaba al dominio del imperio de Vijayanagar. Las relaciones entre Vasco de Gama y el príncipe de Calicut se redujeron esencialmente a impresionarse mutuamente. El príncipe recibió a los portugueses con todo el fasto oriental que pudo y los portugueses presumieron de poderío militar.

Cristóbal Colón había salido indemne ante los Reyes Católicos de las acusaciones procedentes de las antillas, y el 30 de mayo pudo partir de nuevo en el que fue su tercer viaje a las Indias. En agosto llegó a una isla a la que llamó Trinidad. Un estrecho la separaba de otra costa en la que desembocaba un gran río, el Orinoco. El almirante escribió en su diario:

Yo creo que éste es un gran continente, desconocido hasta hoy, pues de él desemboca una gran cantidad de agua dulce y, por otra parte, Esdras dice en su libro que sobre la Tierra hay seis partes de tierra firme por una de agua.

Colón intuyó finalmente que no se encontraba en las Indias que había visitado Marco Polo, y no tardó en comprender dónde estaba: ¡había llegado al Paraíso Terrenal!, en los confines de Asia. En efecto, la Biblia describe el Edén como un lugar de clima templado en el que desembocan cuatro ríos, y Colón pudo contar cuatro ríos (en la desembocadura del Orinoco hay un delta donde el río se ramifica en diversas bocas). Además, los nativos, desnudos, sencillos, parecían haber recuperado la inocencia que Adán y Eva habían perdido. Colón bautizó la costa que había descubierto como Tierra de Gracia. Desde allí marchó hacia el norte, y encontró las islas de Tobago, Margarita, (que en latín significa perla, y le dio ese nombre por la abundancia de perlas en sus costas), Concepción (actualmente Ganada) y San Vicente. Entonces se sintió enfermo y tomó rumbo a la Española.

Mientras tanto, Netzahualpilli, el rey de Texcoco, hizo ejecutar a su esposa acusada de infidelidad. Ésta era hija del rey azteca Axayácatl y sobrina del rey actual, Ahuitzotl. Esto enturbió las relaciones entre Texcoco y Tenochtitlan.

El Papa Alejandro VII casó a su hija Lucrecia con el duque Alfonso de Biseglia, bastardo de la familia real napolitana.

César Borgia pidió al colegio cardenalicio que le relevara de sus obligaciones, ya que su carácter no era adecuado para servir a Dios. Los cardenales se excusaron y acordaron que fuera el Papa quien resolviera el asunto, y Alejandro VI accedió a la petición de su hijo. Inmediatamente marchó a la corte de Luis XII de Francia.

Injuriar al Papa se había convertido en el deporte favorito de los romanos. Circulaban papeles en los que Alejandro VI era tratado de anticristo, segundo mahoma, etc., y era acusado de toda clase de corrupciones. El pontífice no se inmutaba. Al contrario, dicen que tenía la costumbre de hacerse leer esos documentos y los comentaba con jovialidad. En una ocasión comentó al embajador de Ferrara:

César es de buen corazón, pero no puede sufrir que lo insulten; yo le repito a menudo que Roma debe ser una tierra donde todo el mundo tenga libertad para decir o escribir lo que quiera. A pesar de cuanto se llega a decir de mí, yo no persigo a nadie.

Otro asunto eran las censuras que desde Florencia lanzaba Girolamo Savonarola. Ni la excomunión le había privado del apoyo de sus atemorizados seguidores. Sin embargo, el dominico fue traicionado por su propia lengua. En un sermón tuvo la osadía de decir que podía confirmar que Dios estaba de su parte con la prueba de fuego: uno coje una pieza de metal incandescente con las manos y, si se quema, es que no goza del favor divino. Entre el público había un franciscano, Francisco de Puglia, que le tomó la palabra y se comprometió a someterse con él a la prueba de fuego (siempre que Savonarola fuera el primero, ya que había lanzado el desafío). El Papa envió una nota recordando que semejante salvajada estaba prohibida por la Iglesia, pero los florentinos no quisieron perderse el espectáculo y enseguida montaron un catafalco para el evento. Los dos contrincantes acudieron acompañados de muchos frailes en solemne procesión. Savonarola llevaba una capa blanca y una hostia en la mano. Su contrincante objetó que la capa podía estar embrujada y que debía cambiársela por otra, a lo que el dominico accedió. Luego quiso que dejara la hostia, a lo que Savonarola se negó. Esto abrió una profunda y larga discusión sobre si en caso de que se quemara la hostia se quemaban los accidentes o la sustancia de Jesús. Evidentemente, no era esta discusión teológica el espectáculo que la gente estaba esperando, y empezó a cundir el descontento. Para colmo se puso a llover y se quiso suspender la prueba. Se dijo además que en el último momento Savonarola había propuesto ser sustituido por un monje de su orden. Fura como fuera, la prueba se suspendió entre la indignación general, y los florentinos empezaron a considerar la posibilidad de que Savonarola fuera un lunático en vez de un elegido de Dios (en esa época se pensaba que eran cosas distintas).

Ante una coyuntura tan propicia, el Papa propuso a los florentinos que le entregaran a Savonarola para juzgarlo y, como argumento en pro de su culpabilidad, les ofreció condonar el diez por ciento de las rentas de la Iglesia en todo el territorio florentino. Los magistrados florentinos replicaron que si subía al treinta por ciento verían con más claridad las presuntas herejías de Savonarola, Alejandro VI accedió y Savonarola fue juzgado sumariamente en la plaza de Florencia por unos comisarios enviados desde Roma. Fue condenado a la hoguera y, a pesar de su excomunión, se le permitió comulgar de su propia mano antes de morir. Ante la hostia consagrada pidió perdón a Dios y a los hombres de los escándalos que hubiere dado y de todas las faltas que hubiere cometido. Florencia quedó en manos de los grandes comerciantes, que reorganizaron la república. Entre los funcionarios del nuevo gobierno, al frente de la cancillería de asuntos exteriores y de la guerra, se encontraba un joven de veintinueve años, hijo de un abogado, llamado Niccolò Machiavelli, aunque es más conocido como Nicolás Maquiavelo.

El 15 de octubre, Vasco de Gama emprendió el viaje de regreso llevando un mensaje del príncipe de Calicut para el rey Manuel I de Portugal:

Vasco de Gama, noble de vuestra corte, ha visitado mis estados, lo que ha sido muy de mi agrado. En mi país hay canela, pimienta, jengibre y piedras preciosas, todo en grandes cantidades. Deseo a cambio oro, plata, cuentas de vidrio y escarlata.

Giovanni Caboto realizó otro viaje hacia Occidente, esta vez con cinco barcos, y visitó Groenlandia (a la sazón despoblada) y otros territorios en los que no encontró nada de valor. Murió poco después de regresar a Inglaterra y Enrique VII perdió el interés por las exploraciones.

Antonio de Nebrija publicó su Cosmographia, en la que trataba el problema del tamaño de la Tierra.

Alberto Durero pintó un nuevo Autorretrato (ya había pintado varios antes), que puede considerarse una de sus primeras obras de madurez, muy superior a todas sus obras precedentes, incluido el retrato del príncipe Federico III de Sajonia. Su mirada de reojo y el gesto de su boca le dan un aire soberbio extraño en un pintor de su época. También data de esta fecha una serie de quince planchas de madera grabadas con ilustraciones sobre el apocalipsis que le dieron fama internacional.

Ese año murió el inquisidor fray Tomás de Torquemada, a la edad de sesenta y ocho años. Aunque hacía unos años que se había retirado y su cargo era meramente honorario, valga la contradicción, tras su muerte fue sucedido oficialmente al frente de la Santa Inquisición por el dominico Diego de Deza, obispo de Jaén, uno de los que al parecer habían persuadido a los Reyes Católicos para que aceptaran las exigencias de Cristóbal Colón y financiaran su primer viaje. Ahora tenía cincuenta y cinco años. Había sido maestro y confesor del príncipe Juan. En principio, Deza fue nombrado únicamente inquisidor general de Castilla, pero en 1499 fue puesto también al frente de la santa inquisición aragonesa. Nombró inquisidor de Córdoba a Diego Rodríguez de Lucero, que, en cierto sentido, fue el verdadero sucesor de Torquemada, ya que empezó a sembrar el terror en Andalucía.

El 7 de enero Vasco da Gama logró llegar a Melinda desde la India, en una travesía llena de problemas. Su tripulación estaba siendo exterminada por el escorbuto. Después de aprovisionarse, tomó rumbo a Lisboa.

Decidido a conquistar el Milanesado y el reino de Nápoles, el rey Luis XII de Francia no quiso cometer los mismos errores que su predecesor, así que no se conformó con buscar la neutralidad de otras potencias, sino que trató de establecer alianzas sólidas. La primera fue con el papado, a través de César Borgia, que en mayo se casó con Catalina de Albret, hermana del rey Juan III de Navarra y obtuvo el título de duque de Valentinois. Esta alianza entre César y Luis XII, que se titulaba rey de Nápoles, inquietó a Alfonso, el marido de Lucrecia Borgia, que pertenecía a la familia real napolitana, y decidió huir de Roma. Por otra parte, Luis XII firmó con Fernando el Católico el tratado de Marcoussis, por el que acordaban la defensa mutua en caso de ataque a sus estados. Después de firmar también una alianza con Venecia, el rey francés envió su ejército a Italia, capitaneado por Trivulzio el Grande, el condotiero que Ludovico Sforza había expulsado de Milán tiempo atrás. Se había unido al ejército francés cuando Carlos VIII invadió Italia y ahora Luis XII lo había nombrado mariscal de Francia y gobernador de Milán (supuesto que la conquistara, claro). Trivulzio se apoderó de Génova y desde allí atacó el Milanesado. Ludovico Sforza se vio obligado a huir a la corte del emperador Maximiliano I.

Leonardo da Vinci, que ya era famoso en toda Italia, abandonó Milán y, tras una estancia en Mantua, donde pintó el retrato de Isabel de Este, regresó a Florencia.

Mientras tanto, en Roma, Miguel Ángel terminaba su celebérrima Piedad, para la basílica de San Pedro, en la que un Cristo apolíneo yace en las rodillas de una Virgen jovencísima y hermosa, en una composición geométrica perfectamente equilibrada.

A la primera edición impresa del Cancionero de Petrarca, en Venecia, casi treinta años atrás, le había seguido casi una treintena de nuevas ediciones. Si Petrarca había sido más famoso en vida por su obra en latín, mientras que su poesía en italiano había pasado casi inadvertida, ahora se invertía la situación. Un joven de veintiséis años llamado Antonio Tebaldi, más conocido como Il Tebaldeo, publicó L'opere d'amore, con aproximadamente trescientos sonetos al estilo petrarquista, de notable virtuosismo metafórico.

Ese año murió Marsilio Ficino, mientras escribía comentarios sobre las Epístolas de san Pablo.

También murió el príncipe elector de Brandeburgo Juan I Cicerón, que fue sucedido por su hijo Joaquín I Néstor.

Cuando Colón llegó a La Española el año anterior, se encontró con que había estallado una revuelta que su hermano Bartolomé no era capaz de controlar. Su llegada no arregló nada. A sus escasas dotes de gobernador se unía una radical contraposición entre sus ideas y las de sus subordinados. Éstos pretendían seguir la política tradicional castellana de cononización y repoblación, mientras que el almirante tenía una mentalidad mercantil al estilo portugués. Nuevamente llegaron quejas a los Reyes Católicos, que nombraron juez pesquisidor y gobernador de las Indias a Francisco de Bobadilla, que se dispuso a cruzar el Atlántico.

Ese mismo mes había zarpado hacia las Indias una expedición capitaneada por Alonso de Ojeda. Era su segundo viaje, pues el primero para  él fue el segundo viaje de Colón. Su piloto mayor era Juan de la Cosa, y le acompañaba también un florentino llamado Amerigo Vespucci, aunque es más conocido como Américo Vespucio. Había llegado a Sevilla más de diez años atrás, como agente comercial de los Médicis, y desde que Colón iniciara sus viajes se había especializado en el equipamiento de las naves que viajaban a las Indias. Finalmente se había decidido a probar fortuna y enrolarse él mismo en la empresa de Ojeda.

Las naves tocaron tierra algo más al sur del punto donde había llegado Colón en su último viaje, y desde allí, Ojeda navegó hacia el norte hasta encontrar las islas de Trinidad y Margarita, pero, a diferencia de Colón, siguió bordeando la costa, llegando hasta la que llamó isla de los Gigantes. Desde allí entró en un golfo en el que había un poblado de casas sostenidas sobre el agua mediante estacas. A algunos les recordó a Venecia, salvando las distancias, por lo que el golfo fue bautizado como golfo de Venezuela.

Pocos días después que Ojeda había partido otro barco con treinta y tres hombres. La expedición estaba financiada por Juan Guerra, que embarcó junto con su hermano Cristóbal, si bien como capitán habían contratado los servicios de Pedro Alonso Niño. Llegaron a la isla Margarita antes que Ojeda, y desde allí entablaron contacto con los indios de la costa continental situada frente a la isla. Su habilidad diplomática hizo que, mientras Ojeda no consiguió en su viaje más que unas pocas perlas, Niño pudiera llenar su barco con gran cantidad de oro y perlas. Luego visitaron una región más hacia el oeste, el cacicato de Chichirivichi, pero estaba habitado por caribes, y sus flechas envenenadas les hicieron dar media vuelta.

De las cuatro naves con las que había partido Vasco da Gama, sólo quedaban dos, una llegó en julio a Lisboa, mientras que Vasco da Gama llegó con la segunda en agosto.

Mientras tanto, Américo Vespuccio se había separado de Ojeda y estaba bordeando la costa hacia el sur. Había explorado el delta del Orinoco y, mucho más al sur, encontró la desembocadura de otro río aún más caudaloso. Avanzó más hacia el sur aún hasta llegar a un cabo en el que la costa dejaba de avanzar hacia el este y volvía a retroceder hacia el oeste. Desde allí volvió sobre sus pasos para reunirse de nuevo con Ojeda.

Con la ayuda de tropas francesas y mercenarios pagados con fondos de la Iglesia, César Borgia conquistó las ciudades de Imola y Forli, expulsando a los señores que las dominaban. Entró triunfante en Roma, donde su padre, el Papa Alejandro VII, rió y lloró de júbilo. Después, para festejarlo debidamente, se dispuso una mascarada en la que se representó un triunfo de Julio César.

Tras sufrir una importante derrota, el emperador Maximiliano I se vio obligado a firmar con los suizos el tratado de Basilea, en virtud del cual, si la Confederación Helvética seguía formando parte en teoría del Sacro Imperio Romano, lo cierto es que en la práctica desaparecía toda vinculación con él.

El 1 de septiembre, el Papa encargó al arzobispo de Toledo, Francisco Jiménez de Cisneros, la reforma de las órdenes mendicantes.

En noviembre, Alfonso de Biseglia, el marido de Lucrecia Borgia, regresó a Roma con motivo del nacimiento de su hijo Rodrigo.

El año anterior Erasmo de Rotterdam había regresado al monasterio de Steyn, donde se le reprochó la vida tan libre que había llevado en París, pero sus contactos parisinos hicieron que le llegara una invitación para visitar Inglaterra, invitación que se le permitió aceptar. Estuvo en Londres y en Oxford, donde trabó amistad con el teólogo John Colet, que le aconsejó estudiar teología. También conoció a un joven de veintiún años llamado Thomas More, interesado por el humanismo.

El rey Luis XII de Francia tuvo una hija que fue llamada Claudia. Si el rey moría sin hijos varones, la corona de Francia le correspondería, en virtud de la ley sálica, al conde Francisco de Angulema, que había cumplido entonces cinco años. Aunque, tras la muerte de Carlos VIII no hubo ningún problema en que el duque de Orleans se convirtiera en rey de Francia, cabía la posibilidad de que otros pretendientes de mayor rango nobiliario pudieran disputar el trono a un simple conde, sobre todo si aun fuera menor de edad llegado el momento, así que Luis XII nombró a Francisco duque de Valois, que es lo más parecido a Delfín que podía nombrarlo sin ser hijo suyo.

Siguiendo indicaciones de la corte, Francisco Jiménez de Cisneros inició una campaña de evangelización de los moros granadinos, que hizo que muchos de ellos se vieran forzados a declararse cristianos (lo que permitía a la Santa Inquisición actuar contra ellos si había indicios de que la conversión no era sincera).

Desde que regresara junto a Cristóbal Colón de su primer viaje a través del océano Atlántico, Vicente Yáñez Pinzón había estado negociando con los Reyes Católicos hasta lograr unas capitulaciones para emprender por cuenta propia un nuevo viaje. Se le concedía la quinta parte de todo lo que encontrara. Su expedición zarpó a finales de año con rumbo a Cabo Verde, para aprovechar mejor los vientos hacia el oeste, pero fue desviado por una tormenta y, en enero de 1500, tocó tierra más al sur de lo previsto, en el que bautizó como cabo de Santa María de la Consolación. Era el mismo cabo alcanzado unos meses antes por Américo Vespucio y no era buen sitio para explorar, pues, de acuerdo con el tratado de Tordesillas, caía bajo la soberanía portuguesa. Por ello navegó hacia el norte siguiendo la costa. Durante el trayecto se encontró con el río que ya había encontrado Vespucio poco antes, y observó que era tan caudaloso que el agua del mar seguía siendo dulce en una extensa región frente a la costa. A dicha zona de agua dulce la llamó mar Dulce, y al río lo bautizó como río de Santa María de la mar Dulce. Más adelante llegó a la desembocadura del Orinoco.

El año anterior, poco después de que zarpara Vicente Yáñez Pinzón, salieron tras él dos naves dirigidas por Diego de Lepe, que tocó tierra más al sur incluso del cabo de Santa María de la Consolación, y desde allí ascendió bordeando la costa hasta la isla de Trinidad. Desde allí regresó a Castilla terminando un viaje que fue un absoluto fracaso desde el punto de vista económico.

El rey Manuel I de Portugal envió una nueva expedición a la India, compuesta por trece naves y mil doscientos hombres, capitaneados por Pedro Álvares Cabral.  Zarpó de Lisboa el 8 de marzo, y el 22 de marzo pasaba frente a las islas de Cabo Verde. Desde allí tomó rumbo suroeste alejándose de la costa, como ya era habitual, pero las corrientes lo arrastraron más al oeste de lo previsto, y el 23 de abril tocó tierra precisamente en el cabo que Vícente Yáñez Pinzón había bautizado unos meses antes como Santa María de la Consolación, pero que Cabral tomó por una isla. Ese día, según la tradición, se celebraba el hallazgo de la Vera Cruz, es decir, del trozo de madera que vendieron a santa Elena, la esposa del emperador Constantino I, asegurándole que se trataba de la cruz con la que había sido crucificado Jesucristo. Por ello Cabral llamó a la tierra que había descubierto Isla de la Vera Cruz. De acuerdo con el tratado de Tordesillas, tomó posesión de ella en nombre del rey Manuel I. Una nave regresó a Portugal para comunicar el descubrimiento, mientras el resto de la expedición continuó su viaje hacia la India. El escribano de a bordo redactó una carta para el rey en la que describía la belleza inocente de los indígenas y aseguraba que sería fácil evangelizarlos. Los geógrafos portugueses llegaron a la conclusión de que la "isla" descubierta por Cabral debía de ser Brasil, una de las muchas islas que la leyenda situaba en el Atlántico, y ése fue el nombre que finalmente conservó.

Ese mismo mes llegó a Castilla la expedición de Pedro Alonso Niño con su botín de oro y perlas. Allí fue acusado de fraude y permaneció preso durante unos meses. Sus socios, los hermanos Cristóbal y Juan Guerra, no tardaron en volver a embarcarse en busca de más perlas. Sin embargo, los colonos de La Española no estaban dispuestos a que cualquiera que llegara se llevara las perlas y, por ello, unos cincuenta hombres procedentes de Santo Domingo se instalaron en la pequeña isla de Cubagua, situada entre la isla Margarita y el continente, donde más tarde se fundaría la ciudad de Nueva Cádiz.

No está claro si el interés de Portugal por las navegaciones hacia Occidente se acrecentó a raíz del descubrimiento de Brasil o si, por el contrario, Brasil no fue descubierto por azar, sino a consecuencia de dicho interés. El caso es que a la corte portuguesa habían llegado noticias de los descubrimientos de Caboto, que estaban lo suficientemente lejos de las islas exploradas por los castellanos como para que el rey Manuel I considerara oportuno enviar su propia expedición a explorar la zona. Confió la misión a Gaspar Corte-Real, que llegó hasta la Newfoundland y la bautizó como Tierra Verde.

El cabo de Buena Esperanza seguía reclamando insistentemente el nombre de cabo de las Tormentas que le había dado Bartolomeu Dias. Éste capitaneaba una de las naves de la expedición de Cabral, y halló la muerte frente al cabo, cuando la tempestad hizo naufragar su barco. Una vez rebasado el punto fatídico, la expedición empezó a bordear la costa africana hacia el norte. Diogo Dias, que estaba al mando de otra de las naves, descubrió una isla junto a la costa, a la que llamó San Lorenzo, pero al final se la identificó con otra tierra a la que Marco Polo había llamado Madagascar, y con ese nombre se quedó.

En junio regresó a Castilla la expedición de Alonso de Ojeda. Aunque económicamente no fue rentable, Ojeda no se desalentó y logró que los Reyes Católicos lo nombraran gobernador de Caquevacoa, que fue el nombre con el que se hacía referencia en la capitulación al litoral venezolano que había explorado. Luego regresó la expedición de Vicente Yáñez Pinzón, también sin haber encontrado rastro de las riquezas señaladas por Marco Polo.

En agosto Cabral llegó a Calicut, donde las relaciones con el príncipe no tardaron en degenerar, tanto por las intrigas de los comerciantes árabes como por la total falta de tacto del portugués. Pero lo bueno de tener enemigos es que eso te hace amigo de sus enemigos, y así Cabral se alió con el rajá de Cochin, vecino y enemigo de Calicut. Emprendió el viaje de regreso con la promesa de esta alianza y con un valioso cargamento de especias.

Por las mismas fechas que Cabral llegó a la India, llegaba a La Española el juez pesquisidor Francisco de Bobadilla. Nada más desembarcar, sin apenas dejarlos hablar, hizo encarcelar a Cristóbal, Bartolomé y Diego Colón, junto con algunos de sus hombres de confianza. A primeros de octubre los envió encadenados a la metrópoli para que fueran juzgados allí. Los reyes desposeyeron a Crsitóbal de sus títulos de virrey y gobernador, pero le conservaron el de almirante de la Mar Océana. De este modo, mantenían algunos de los privilegios que le habían concedido en las capitulaciones de Santa Fe, pero le quitaban todo poder jurisdiccional sobre las Indias.

Ese mismo año zarpó una nueva expedición castellana, capitaneada por el sevillano Rodrigo de Bastidas, en la que participó también Juan de la Cosa. Se dirigieron a la costa de Venezuela y prosiguieron la exploración hacia el oeste.

La guerra de Italia
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