Aspectos políticos
en Puerto Rico: 1765-1837
Por:
Mario R. Cancel & Mayra Rosario Urrutia
Los últimos 35 años del siglo 18
estuvieron marcados por una serie de fenómenos internacionales que, de
una forma u otra, tocaron los destinos de Puerto Rico de manera
radical y contradictoria. Para la historia de occidente, aquel momento
marcó las pautas generales de lo que sería la Europa del siglo 19. En
el caso americano, el desarrollo de tres procesos, reflejo original de
las confrontaciones del viejo continente, abrieron las puertas al
cambio e inauguraron el período histórico cuyas secuelas todavía hoy
se viven.
Para el caso europeo el período
revolucionario francés iniciado en 1789 y culminado en 1815 con la
caída del imperio de Napoleón I, dejó unas huellas imborrables en la
conciencia continental. La Revolución Francesa no sólo fue el
cuestionamiento más radical del modo tradicional de operar de las
monarquías. Cimentadas en el criterio del absolutismo y el origen
divino del poder real, aquellas se enfrentaron al reto de los
proyectos de participación popular impuestos por el "Tercer Estado",
la burguesía, que arrastraron consigo las aspiraciones del "Cuarto
Estado", los pobres y los desclasados. El orden tradicional europeo no
volvería a ser el mismo desde aquel momento.
La inestabilidad de los borbones en
Francia significó la pérdida temporal del principal aliado de España
en el continente europeo. No fue hasta el año 1796 que la España
absolutista estuvo dispuesta a aliarse tácticamente con la república
francesa a pesar de la gran distancia que había entre ambos regímenes
de gobierno. Las consecuencias de alianza fueron notables.
Primero significó la pérdida definitiva
de la isla de Trinidad a manos de los ingleses en 1797. Segundo, la
agresión por esos mismos días de Ralph Abercromby y William Harvey a
la capital de la colonia. De hecho, después de la afirmación de
Napoleón Bonaparte en el poder (1803), España fue invadida por los
franceses en 1808, creándole una de las mayores crisis políticas a la
monarquía española como se verá más adelante.
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Napoleón I
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Ralph Abercromby
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En el caso americano, la situación
tampoco era la más halagadora para las fuerzas de la tradición. En
1776 proclamaban su independencia las 13 colonias británicas de
América del Norte. España, en eterna disputa con los ingleses y sin
presentir las consecuencias que ello iba a tener en el largo plazo,
respaldó las gestiones de los rebeldes abriendo sus puertos a los
colonos en armas. Aquellas colonias, convertidas en una nueva y
poderosa república ?Estados Unidos- se transformaron en el más
importante reto a la hegemonía hispánica sobre el hemisferio
occidental.
Entre 1791 y 1804 se consolidó, por
otra parte la independencia del Santo Domingo francés, nacido a la
soberanía con su tradicional nombre aruaco insular: Haití. La
revolución haitiana tuvo un carácter especialmente revolucionario.
Conllevó no sólo la proclamación de la independencia sino la abolición
total y definitiva de la esclavitud africana. Aquella fue una guerra
cargada de odios raciales en donde las comunidades rebeldes afro-haitianas
no estuvieron dispuestas a tolerar la presencia francesa en su
territorio después de la liberación. Independencia y exterminio de los
blancos fueron asuntos que caminaron de la mano en el caso haitiano.
Junto a ello, el propósito firme de exportar la revolución donde
quiera que hubiese esclavitudes alteró en gran medida el lenguaje
revolucionario de su tiempo.
Desde entonces independencia y
abolición de la esclavitud ?identificada con una revolución racial-
serían los dos más grandes temores que España abrigaría respecto a sus
posesiones insulares y continentales. Los temores no estaban
infundados. A partir de 1808, en medio de la invasión napoleónica del
territorio peninsular, el viejo imperio colonial hispánico se vino
abajo como un castillo de naipes. La apertura política ideada por la
resistencia antifrancesa, el permitir la fundación de Juntas en los
territorios coloniales, facilitó la organización de los sectores
criollos para reclamar y comenzar a construir sus soberanías. El
separatismo político era la orden del día hacia 1810. Desde México y
Caracas, los padres Hidalgo Costilla y Morelos y el criollo Simón
Bolívar, se irían convirtiendo en los signos de la nueva América por
nacer.
Desde las primeras juntas en 1808 hasta
el Congreso de Panamá en 1825, aquellas tierras batallaron para
estabilizar su soberanía nacional en medio de una situación
internacional compleja. La utopía de la unidad hispanoamericana y la
necesidad geopolítica de ultimar el proyecto con la separación de las
Antillas españolas nunca pudo consolidarse de un todo. Las razones
fueron múltiples.
Simón Bolívar
Tras la derrota definitiva de las
fuerzas napoleó-nicas en España y el regreso del orden en la figura
del rey Fernando VII llamado "El deseado", eran los tiempos de la
Restauración, el absolutismo se hizo de la península al rescate de sus
fueros. Si bien España no pudo recuperar las tierras continentales, sí
consiguió ajustar cuentas en las Antillas Mayores estrechando su
control sobre ellas mediante gobiernos que toleraban las reformas pero
seguían gobernando con mano dura contra la oposición.
Si a ello se añade el interés de la
creciente potencia americana ?Estados Unidos- en que las islas
permanecieran en manos del "enemigo más débil" ?España-, se puede
comprender por qué resultó políticamente imposible lograr la soberanía
de las mismas en aquel momento. Hay que decir que hacia 1825, en medio
del Congreso de Panamá, las nuevas repúblicas hispanoamericanas con la
Gran Colombia a la cabeza, no se atrevían a tomar una decisión
política que pudiera contradecir los intereses de Estados Unidos. El
batón de la hegemonía política había pasado, definitivamente a la
potencia del norte.
La pregunta es ¿qué significó
específicamente para Puerto Rico todo aquel cúmulo de procesos? En
general para la colonia aquello implicó la necesidad de afirmar el
poder español en este territorio. Aquel proceso había comenzado a
darse paralelamente con el llamado Ciclo Revolucionario Atlántico. El
centralismo borbónico cumplió con aquel proyecto dominador afirmando
los controles sobre las islas. En general, desde 1765 en adelante se
revisaron las funciones que tenían adscritas los tradicionales "tenientes
a guerra" en los pueblos. En el proceso de revisión, muchas
localidades especialmente las más antiguas, adquirieron título de
"villa" con lo cual pudieron organizar sus gobiernos locales alrededor
de un alcalde y un cabildo. Ese fue el caso de Arecibo, Aguada y Coamo
en 1778.
Igualmente, ante la inestabilidad
internacional y por recomendaciones específicas del Mariscal de Campo
Alejandro O'Reilly, se realizó una gigantesca inversión en las
fortificaciones de la capital. Durante aquel período se construyó el
Castillo de San Cristóbal, se amplió y mejoró el San Felipe del Morro
y en 1780 se completó el cerco de la ciudad con la muralla oeste entre
el San Felipe y la Fortaleza. Paralelamente se ordenó la creación de
las "milicias disciplinadas"para sustituir al ineficiente Batallón
Fijo de la ciudad y se dispuso la organización militar de los vecinos
y su entrenamiento en las artes bélicas. El peso de la defensa de la
colonia descansaría sobre los criollos, en ese sentido.
Uniforme de lasmilicias
disciplinadas
Por otro lado, a raíz de la pérdida de
su gigantesco dominio colonial en los dos continentes, España se vio
forzada a tratar de obtener la mayor parte de los dividendos y
beneficios posibles del exiguo imperio que le quedaba. La hora
económica de Puerto Rico llegó en aquel momento de crisis
internacional. Las reformas que se habían ido ejecutando desde los
últimos 30 años del siglo 18, demostraron su eficiencia.
Si a todo ello se añade el flujo de
inmigrantes del Santo Domingo francés y de las viejas posesiones
españolas que vieron en Puerto Rico un destino, puede uno imaginarse
el impacto que aquella presencia tuvo sobre las ideologías de los
sectores dominantes criollos. Buena parte de esos inmigrantes
terminaron estableciéndose en la costa oeste de Puerto Rico, entre
Mayagüez, Aguadilla y Cabo Rojo, región tan activa económica, política,
cultural e ideológicamente durante el siglo 19.
Las nacientes ideologías
puertorriqueñas, tanto las conservadoras como las liberales, tuvieron
en aquel fenómeno una fuente notable. De alguna manera la experiencia
histórica venezolana había dejado su impresión en el orden político-cultural
isleño. Desde 1795, el sistema esclavista comenzó a ser desafiado por
los esclavos en el modelo de las revoluciones raciales de afirmación
africana de Haití. En 1797, aparecieron unos pasquines clandestinos en
la capital. En ellos se hablaba de la independencia y de los "hermanos
caraqueños" como aliados en la misma causa. La primera expresión del
separatismo criollo también había mostrado sus señas. Las dos causas
político-sociales más temidas por España se habían manifestado ya.
Transformaciones económicas y culturales 1765-1837
A partir de 1765, la isla atraviesa por
toda una serie de transformaciones que a la larga redundarán en la
conformación de la imagen actual del Puerto Rico del siglo 19. En el
campo socioeconómico el propósito más notable del imperio fue tratar
de redirigir la economía de la colonia hacia el mercado exterior,
estimulando la producción de bienes agrarios apetecibles en el
extranjero. Esa era, teóricamente, una manera de poner coto al gran
dilema de la economía subterránea ?entiéndase, el contrabando- y de
restarle espacios a la ineficiente agricultura de subsistencia.
Paralelamente se intentaba facilitar el
tráfico entre las colonias y la península. La caña de azúcar, volvió a
convertirse en la meta de los planificadores españoles. El café,
recién introducido en la isla desde 1735, y el tabaco, producto
autóctono que tan bien se producía entre los vegueros cubanos,
cumplirían la función de productos alternos en aquel juego económico
lleno de riesgos. El algodón, el jengibre, el añil, entre otros,
seguirían durante mucho tiempo ocupando una posición de privilegio
entre los productores de la isla. Si ese propósito se conseguía, las
posibilidades de aumentar los ingresos del erario serían mucho mayores.
Para agilizar la agricultura en gran
escala había que trabajar con el asunto de la tierra. Dos problemas
mayores había en este sentido. Por un lado, el hecho de que la mayoría
de las tierras en Puerto Rico estuviesen sin titular u otorgadas en
usufructo. Segundo, el dominio que los sectores ganaderos, los
llamados hateros, tenían sobre amplias extensiones de tierras en la
colonia. Demoler los hatos y transformarlos en tierras agrarias,
titularlas para poder facturar un impuesto sobre la tierra y controlar
mejor la producción, eran soluciones que iban la una de la mano de la
otra. El ofrecimiento de títulos a quienes decidieran dedicar sus
tierras a cultivos exportables a cambio de un impuesto mínimo se
convirtió en un estímulo al nuevo programa económico de finales del
siglo 18.
Recogida de café
Aquella economía agraria nueva contaría
con el respaldo del estado el cual, incluso, trataría de facilitar el
tráfico de esclavos a la isla. La venta de contratos a compañías
monopolí-sticas se convertiría en la orden del día en aquel período.
Hacia 1765 la Compañía Aguirre Aristegui de origen catalán dominó el
tráfico de esclavos, como ya se señaló en otra ocasión.
Las características de la colonia entre
1765 y 1807 justificaron aquella actitud. Si para 1765 había en la
isla 44,883 habitantes de acuerdo con la estadística de Alejandro
O'Reill y; hacia 1776, año en el cual comenzaron a hacerse censos
anuales sistemáticos, la misma había aumentado a 70,355. Diecinueve
años después, en 1795 sumaban 129,758 los habitantes y hacia 1807 la
población estaba en los 183,211. Los demógrafos y comentaristas de la
época como fray Iñigo Abad y Lasierra, opinaban que todavía habría
espacios en el territorio colonial para sostener algo más que 300,000
personas.
Aquella población vivía dentro de los
parámetros de una cultura rural en acelerada transición hacia una
economía agraria comercial. El fenómeno se reflejaba en la vida
cotidiana en el cambio forzoso de las formas de uso de la tierra, en
la reconcentración de aquel recurso y en la amenaza a la pequeña
propiedad; lo cual debió ser una preocupación de aquellos campesinos.
Uno de los sectores que más rápido aumentó fue el de los esclavos. La
política de agilización del tráfico negrero había funcionado. La
clasificación de "indígenas" se disuelve en la más flexible de "pardos".
Ahí cabe cualquier elemento no blanco dentro de un orden cultural
racista que se convertirá en el código diferenciador en los libros
parroquiales desde aquella época. También habría que apuntar el
crecimiento de los sectores blancos durante aquel período.
El asunto es complicado. Una cultura
dominante de raíces blancas se sobrepondrá a una cultura de masas de
origen no blanco en donde predominan los elementos afrocaribeños.
Hacia 1800, la idea de un Puerto Rico diferenciado de España, de lo
insular y de lo que significa ser criollo está vigente en la colonia.
La reafirmación cultural diferenciadora es innegable. El tiempo de la
conciencia política, con todas sus complejidades vendrá después.
Algunos observadores ilustrados
extranjeros como Fernando Miyares (1775), el citado fray Iñigo Abad y
Lasierra (1788) y el naturalista francés André Pierre Ledrú (1797)
fueron capaces de hablar de un carácter propiamente insular.
Distinguieron en la vida cotidiana de los puertorriqueños, unos
patrones que los hacían distintos de la "gente de la otra banda" (los
peninsulares). Desde las actitudes, hasta la música popular, todo en
ellos se distancia del imperio que los forzó a nacer. También se
desprende de aquellas observaciones el papel predominante de la
cultura no blanca, es decir mulata, en aquel período del desarrollo de
la nacionalidad.
La cultura académica y la cultura
popular caminan por rutas diferentes y el dinamismo de la cultura
popular fue mucho más notable. En Puerto Rico, la urbe es un fenómeno
de excepción. San Juan y San Germán se distinguen en aquella categoría.
Las particularidades de ambos órdenes son muy distintas. A fines del
siglo 18 la capital ha desarrollado sus rasgos actuales, con sus
estrechas calles adoquinadas incluso y todas las murallas que, en
parte, desaparecieron a fines del siglo 19 como consecuencia del
aumento desmedido de la población.
En la ciudad convive el arte europeo
con los primeros atisbos de un arte colonial reflejo de aquel. La
arquitectura sirve de pie a aquel perfil del San Juan de Puerto Rico o
del San Germán de Auxerre de fines del 18. En un mundo que vive
alrededor de la fe católica, el arte religioso es una clave.
Mobiliario, imaginería religiosa, orfebrería, buena parte de ello
proviene de Europa. Las artes locales se desarrollaron marginalmente.
El pintor mulato José Campeche trabaja con técnicas europeas un mundo
ideológico puertorriqueño. En ello y en la difusión internacional de
su obra radica su importancia. Su labor como retratista, pintor de
temas religiosos, históricos e incluso sociales lo convierte en una
sorpresa en el tardío siglo 18.
Porta Coeli
Paralelamente, un arte local
tradicional crece y se distingue. La talla de santos en palo viene a
cumplir una función compleja dentro del orbe del catolicismo popular e
incluso del oficial. San Germán fue uno de los grandes centros de
aquel proceso como demuestra la colección de tallas del Convento Porta
Coeli. En síntesis, hacia el 1800 la idea de Puerto Rico y "lo
puertorriqueño" había avanzado. El siglo 19 tan sólo la politizará y
la pondrá en manos de los sectores criollos blancos quienes
virtualmente la cerrarán a los otros grupos sociales.
Vaivenes
de las reformas
Las reformas del poder oficial no
terminaron con el siglo 18. Por el contrario, se afianzaron en las
primeras décadas del siglo 19. La invasión napoleónica de 1808, la
guerra de independencia que se inició ese mismo año en la península y
la rebeldía de las juntas revolucionarias del imperio en América,
forzaron a España a abrir las puertas de la participación política a
sus súbditos coloniales. Las Antillas, que respondieron positivamente
al llamado hispano fueron, de hecho, los únicos territorios que no
consiguieron su independencia definitiva en aquel momento. Su
participación en el juego de la diplomacia española garantizó su
permanencia dentro del imperio cuyo orden se cuestionaba en aquella
ocasión.
Ramón Power
La participación del diputado criollo
el militar Ramón Power y Giralt en las cortes constituyentes que
culminaron en la redacción de la Constitución de 1812 que creaba una
monarquía limitada en España, era una garantía de que la clase criolla
de Puerto Rico quería seguir siendo española. Todo ello a pesar del
naciente separatismo y abolicionismo que se habían manifestado en los
últimos años del siglo 18 en la isla.
Aquella administración consiguió la
aprobación para Puerto Rico de la llamada Ley Power de 1812. El
contenido de aquella pie
za legislativa es demostrativo de los sectores a los que se quería
beneficiar en aquel momento. La ley separaba definitivamente el puesto
de intendente (secretario de hacienda) del de gobernador a fin de
hacer más eficiente el cobro de impuestos y su redistribución
presupuestaria. Abolía el abasto forzoso de carnes de res a la
capital. Fundaba una Sociedad Económica de Amigos del País para
estimular el desarrollo de una economía racional y eficiente.
Habilitaba los puertos de Mayagüez, Arecibo, Aguadilla, Cabo Rojo y
Ponce con aduanas para garantizar el aumento del tráfico comercial
legal. Todas estaban dentro del orden que la Ilustración, como visión
de mundo, imponía.
Ese mismo año Puerto Rico fue declarado
provincia española en igualdad de condiciones que las otras de la
península. Jurídicamente la isla ya no era una colonia de España, al
menos por el momento. El asimilismo político había triunfado y se
convertía en la ideología de los sectores liberales de la isla. En
1815 se decretó otra pieza conocida como la Real Cédula de Gracias que
vino a sellar de una vez y por todas las relaciones entre España y
Puerto Rico. Caído el régimen liberal y demolida la Constitución de
1812 tras el regreso de "El Deseado" Fernando VII, España arrebató las
libertades políticas y conservó las económicas que sí podían
beneficiarla.
El decreto de 1815 abrió la isla al
comercio exterior con países aliados por 15 años. Permitió la
inmigración de extranjeros católicos, con capital y esclavos a cambio
de tierras. También se liberó de impuestos el tráfico de maquinaria.
El terreno para el desarrollo de una gran y rica agricultura,
cimentada en el azúcar, estaba abierto. El decreto facilitó el tráfico
de esclavos a los vecinos y revisó y reordenó el sistema de impuestos.
De hecho, se abolió el impuesto sobre el comercio conocido como la
alcabala y sus derivados como la alcabala de viento, y los diezmos. En
cambio se creó el subsidio que, por sí solo, montaba más alto que
todos los demás juntos. Para manejar los asuntos eclesiásticos se
ordenó a los ayuntamientos a separar una suma de su presupuesto para
fines de culto y clero.
Entre 1815 y 1837, se afirmó el
absolutismo en España. A pesar de los retornos al orden constitucional
de 1821-1822 y de 1837, el autoritarismo monárquico se hizo de un
espacio firme en el orden español liquidando las posibilidades de un
régimen liberal para las islas. Aquellos fueron también años de
maduración de la primera generación de separatistas puertorriqueños de
origen criollo y de afirmación de un abolicionismo de raíces afro-puertorriqueñas
en este territorio. En 1837, se cerró aquel ciclo de reformas y
cambios tras la segunda caída del liberalismo en la península. La
promesa de que las islas serían gobernadas por Leyes Especiales en
atención a sus diferencias con la península nunca se cumplió, para mal
de España en América.
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