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En 1305 murió el rey
Venceslao II de Bohemia y de Polonia, que fue sucedido por su hijo Venceslao III. No obstante, los
polacos aprovecharon la ocasión para oponerse a la poderosa
burguesía alemana que les había impuesto a Venceslao II y
eligieron su propio duque: Ladislao
Lokietek, con lo que Venceslao III se encontró con una
doble oposición, la de Lokietek en Polonia y la del angevino
Carlos Roberto en Hungría. Considerando que eran demasiados
enemigos, decidió renunciar a la corona húngara en favor
del duque Otón III de
la Baja Baviera, pero Venceslao III murió asesinado en 1306. No dejó descendencia. El
marqués Enrique de Carintia
se proclamó rey de Bohemia, pero finalmente el emperador Alberto
I logró que el título pasara a su hijo Rodolfo III, el
duque de Austria. Ese mismo año Rodolfo III se casó con Isabel, una hermana de Venceslao II.
Por su parte, Otón de Baviera siguió luchando contra
Carlos Roberto en Hungría, y Ladislao Lokietek trataba de
hacerse reconocer como duque de Polonia por la nobleza polaca, mientras
el país se fraccionaba. Robert Bruce asesinó al regente John Comyn, y en marzo se hizo coronar rey de Escocia (Roberto I). Pronto controló
el suroeste del territorio. El rey de Suecia Birger Magnusson tenía ya veintiséis
años, pero el mariscal Torgils Knutsson no había
abandonado la regencia. Erik y
Valdemaro, los hermanos del
rey, se rebelaron contra Torgils y lo hicieron ejecutar. Birger los
hizo encerrar en una torre. El rey Jaime II de Aragón logró que los genoveses
liberaran a Berenguer d'Entença. Éste se reunió
con el Papa Clemente V para intentar convencerlo de que organizada una
cruzada (con la descarada intención de atacar, no a los
musulmanes, sino a los bizantinos). El Papa se negó y entonces
el catalán vendió todos sus bienes, marchó de
nuevo a Oriente y se presentó en Gallípoli al frente de
quinientos almogávares. La ciudad seguía bajo el mando de
Ramon Muntaner, que en julio
resistió el ataque de la
flota genovesa, dirigida por Antonio
Spinola. También Ramon Llull, a su regreso de un viaje por Chipre y
Armenia, trató de convencer a Clemente V para que llevara
adelante su proyecto de una cruzada evangélica, pero tampoco
esta vez consiguió nada y volvió a París. En 1307 marchó de nuevo a predicar,
esta vez al norte de África, donde fue atropellado por la
multitud y encarcelado. Luego fue desterrado, y la nave que lo
transportaba naufragó frente a la costa de Pisa. Llegó a
tierra abrazado a un madero. El rey de Bulgaria, Teodoro Svetoslav, aprovechó los estragos
que los almogávares estaban haciendo en el Imperio Bizantino
para obligar al emperador Andrónico II a cederle varios
territorios. Sin embargo, la presión de los almogávares
disminuyó considerablemente a raíz de sus disputas
internas: Berenguer d'Entença y Bernat de Rocafort
protagonizaron una dura lucha por el liderazgo. El conflicto
terminó cuando llegó a Gallípoli el infante Fernando de Mallorca, hijo del rey
Jaime II de Mallorca, como representante del rey Federico II de Sicilia
(muy interesado, como era de esperar, por el éxito arrollador
que estaban teniendo sus soldados). Se organizó entonces un
ataque a Tracia, pero los partidarios de uno y otro jefe empezaron a
pelear entre sí durante la marcha. Acabó
produciéndose un enfrentamiento abierto y, antes de que Fernando
pudiera imponer su autoridad, Berenguer d'Entença fue asesinado.
Entonces Bernat de Rocafort le disputó el mando a Fernando, y
consiguió conservar el liderazgo a costa de negar que los
almogávares estuvieran al servicio de Federico II. En su lugar,
se declaró al servicio de Carlos de Valois, que a la
sazón tenía el título de emperador latino de
Oriente (título que no tardaría en perder, pues su
esposa, la Emperatriz Catalina de Courtenay, murió ese mismo
año y la nueva Emperatriz pasó a ser la hija de ambos, Catalina de Valois, de seis
años de edad).
Ramon Muntaner se había mostrado partidario de Fernando de
Mallorca, así que, tras el triunfo de Rocafort consideró
prudente volver a Occidente, pero fue apresado por Tibaut de Cepoy, el representante en
Oriente de Carlos de Valois. Por su parte, Fernando de Mallorca
cayó prisionero de Gualterio
de Brienne, el duque de Atenas. El rey Carlos II de Nápoles había cedido el principado
de Morea a Isabel de Villehardouin, pero ahora se retractó y se
lo cedió a su cuarto hijo, Felipe
de Tarento. El conde Roberto de Borgoña cumplió los siete
años de edad, pero tenía dos hermanas, Juana y Blanca, de dieciséis y once
años, que se casaron respectivamente con Felipe y Carlos, hijos del rey Felipe IV de
Francia. Éste reconoció a Juana como condesa de
Borgoña (Juana I) y
así el título pasó a su marido, Felipe, sin que el
joven Roberto pudiera hacer nada para defender sus derechos. Ese año murió el rey Eduardo I de Inglaterra y fue
sucedido por su hijo Eduardo II.
Carecía del férreo carácter de su padre y
dejó el gobierno en manos de favoritos. Esto benefició a
los independentistas escoceses: el rey Roberto I ganó a la
Iglesia para su causa. También murió Rodolfo III, el rey de Bohemia y duque
de Austria. No dejó descendencia, y esta vez Enrique de Carintia
tuvo más éxito y se convirtió en el nuevo rey de
Bohemia. El ducado de Austria lo heredó Federico I, hermano de Rodolfo III. Los mamelucos ejecutaron al rey León IV de Armenia, que fue
sucedido por su tío Oshin I.
El rey Dionisio de Portugal fundó la universidad de Coimbra. El Imperio de Mali pasó al más famoso de sus
gobernantes: Congo Musa. Se
cuenta que su predecesor, mansa Abucar, insatisfecho con el resultado
de la expedición que había enviado a los confines del
océano Atlántico, se puso él mismo al frente de
una nueva expedición, esta vez con cuatro mil navíos, y
que nunca se volvió a saber de él. Pero el acontecimiento más notable del año lo
protagonizó el hombre más poderoso de Europa: el rey
Felipe IV de Francia. Aunque sus drásticas medidas fiscales casi
habían duplicado los ingresos del estado, el monarca
seguía escaso de dinero. No puede acusársele de
derrochador. Lo que sucedía era que estaba convirtiendo a
Francia en el primer país con un auténtico gobierno
central, y eso costaba mucho dinero. El año anterior
había expulsado a los judíos para apropiarse de sus
riquezas, pero esta medida no bastó para resolver un delicado
problema: el monarca debía una importante suma de dinero a los
templarios. Los templarios se habían convertido en la entidad financiera
más importante de Europa. Desde que fue creada la Orden,
habían recibido tantos donativos que en poco tiempo
habían reunido un capital considerable, y no tardaron en
encontrar la forma de rentabilizar sus activos. Cuando un hombre
acaudalado iba a emprender un viaje, no era prudente que llevara
consigo grandes sumas de dinero. En su lugar, entregaba a los
templarios la cantidad que deseaba transportar y éstos le
entregaban un recibo, que luego podía canjear en cualquiera de
las innumerables sedes que la Orden tenía distribuidas de un
extremo a otro de Europa (descontando, naturalmente, un porcentaje por
el servicio). Aunque la religión católica prohibía
la usura, el gran prestigio de que gozaba la Orden del Temple le
permitió ejercerla con la máxima eficacia: alguien
mínimamente poderoso podía dejar de pagar a un
prestamista judío con la excusa de que era un perro
judío, pero nadie se atrevía a dejar de cumplir un
compromiso con los arrogantes templarios... hasta que el apurado fue
Felipe IV. Ciertamente, ni siquiera el gran Felipe IV, ante cuya majestuosa
presencia todos temblaban, podía dejar de pagar su deuda sin
más. Había que hacer las cosas a lo grande. Su plan era
acabar con el Temple como había acabado con Bonifacio VIII. De
hecho, encargó el asunto a Guillaume de Nogaret, el mismo que se
había encargado de doblegar al Papa. El gran maestre de los
templarios era a la sazón Jacques
de Molay, que a sus sesenta y cuatro años se encontraba
en Chipre. El punto débil de los templarios era que formaban una
sociedad secreta. Nadie sabía a ciencia cierta en qué
consistían sus ceremonias y rituales, y cuando la gente no sabe
algo, está dispuesta a creer lo que le cuenten. Felipe IV
pensaba lanzar contra la Orden una campaña de desprestigio
similar a la empleada contra Bonifacio VIII, pero no era conveniente
hacerlo mientras de Molay estuviera fuera del país, pues
entonces tendría la oportunidad de defenderse. Por ello Felipe
IV y el Papa Clemente V invitaron a Francia a las principales
autoridades del Temple para discutir, supuestamente, la
organización de una nueva cruzada. Los caballeros acudieron sin
sospechar nada, y el 13 de octubre
los funcionarios del rey apresaron por sorpresa a todos los templarios
que encontraron, incluido el gran maestre. No hubo resistencia ni
huidas. Inmediatamente, la Santa Inquisición inició un
proceso
contra los detenidos que, debidamente torturados, confesaron toda clase
de delitos: practicaban el culto a un ídolo, escupían
sobre la cruz en los rituales de admisión, se entregaban
obligatoriamente a la sodomía, etc. De Molay defendió a la Orden del Temple ante el Papa Clemente
V, que protestó por la actitud del rey y la irregularidad del
proceso, y en noviembre
consiguió que le fueran confiados los inculpados, pero Felipe IV
reaccionó inmediatamente y logró que la
investigación fuera asignada a unas comisiones pontificias
controladas por él. Por supuesto, el rey se aseguró de
que las confesiones de los caballeros del Temple se difundieran por
toda Europa. En diciembre el rey Jaime II de
Aragón ordenaba al inquisidor general y a los obispos de
Valencia y Zaragoza que actuaran contra los templarios, y en algunos
casos las tropas del rey tuvieron que tomar por la fuerza algunos
castillos. Mientras tanto, Dante recorría el norte de Italia. Por esta
época estaba terminando Il
convivio (el banquete), un tratado filosófico en el que,
glosando tres de sus canciones, expone doctrinas morales,
científicas y políticas. Por otra parte, dejó
inacabado un opúsculo en latín: De uulgari eloquentia, (sobre el
habla vulgar), en el que analiza los distintos dialectos hablados en
Italia con el fin de obtener una lengua común más apta
para la expresión literaria que pudiera rivalizar con el
latín. Evidentemente, su conclusión fue que el dialecto
más adecuado a tales fines era el de su tierra natal, el toscano. En 1308 murió el emperador
Alberto I de Habsburgo, asesinado por su sobrino Juan (hijo del difunto duque Rodolfo
II de Austria) mientras conducía su ejército en una
campaña para someter los tres cantones suizos de Uri, Schwyz y
Unterwalden. También murió Jacobo, el senescal de Escocia, y fue
sucedido por su hijo Walter. Felipe IV de Francia trató de conseguir que su hermano Carlos
de Valois fuera elegido emperador, pero Clemente V intentó
escapar de las redes del monarca francés y apoyó a un
candidato rival: el conde Enrique VII de Luxemburgo, que ahora
pasó a ser el emperador Enrique
VII. Ese año Felipe IV casó a su hija Isabel (de dieciséis
años) con el rey Eduardo II de Inglaterra. Finalmente, el angevino Carlos Roberto logró hacerse con el
gobierno efectivo de Hungría y se convirtió en el rey Carlos I Roberto. Llevó al
país las reformas que Felipe IV estaba implantando en Francia:
derogó el antiguo sistema de tributación, por el que cada
vasallo tributaba al señor que tenía inmediatamente por
encima en la pirámide feudal, y en su lugar implantó una
tributación directa a la corona; instituyó las monedas de
oro acuñadas y garantizadas por el soberano; reformó la
justicia; reorganizó el ejército y potenció el
desarrollo económico del país fomentando el comercio, las
explotaciones mineras y la llegada de colonos. El Imperio Bizantino se estaba recuperando de las incursiones de los
almogávares y logró incluso que el rey Teodoro Svetoslav
de Bulgaria devolviera los territorios ocupados el año anterior. Los caballeros hospitalarios trasladaron su sede central de Chipre a
la isla de Rodas, por lo que desde entonces fueron conocidos
también como Caballeros de
Rodas. En Brandeburgo, que había sido uno de los territorios
alemanes más dividos, quedaban ya sólo dos margraves: Valdemaro, y Hermann, que
murió y fue sucedido por su hijo Juan V. Ramon Llull terminó su Ars
magna generalis ultima, en el que realizó un gran
esfuerzo por exponer su sistema filosófico de la forma
más clara posible y defenderlo de sus críticos. El rey Muhammad III de Granada seguía una política
vacilante e hipócrita entre Marruecos y Castilla. Su
última jugada fue arrebatar Ceuta a los benimerines, que,
enojados, decidieron aliarse con Fernando IV Castilla y Jaime II de
Aragón para poner fin a las maquinaciones del nazarí.
Ante esta amenaza, una revuelta palatina depuso a Muhammad III y lo
sustituyó por su hermano Nasr,
que hizo frente como pudo a los aliados. En 1309
un ejército castellanoaragonés, siguiendo una iniciativa
de Guzmán el Bueno, tomaba Gibraltar. Luego los castellanos
realizaron una incursión en el reino granadino que llegó
cerca de su capital, y en la que Guzmán perdió la vida.
Los aragoneses pusieron sitio a Almería mientras los castellanos
hacían lo propio en Algeciras. Sin embargo, el rey Fernando IV
fue traicionado por su tío, el infante Juan, y por su tío
segundo, Juan Manuel, que lo abandonaron en pleno asedio. El rey tuvo
que renunciar a la campaña y Nasr ofreció Ceuta y
Algeciras a los benimerines a cambio de que abandonaran la guerra. En
el asedio a Almería participaba Fernando de Mallorca, el hijo
del rey Jaime II de Mallorca, que ya había sido liberado de su
cautiverio en Atenas. Fernando IV casó a su hermana Beatriz con Alfonso, hijo del rey Dionisio de
Portugal. Por esta época se publicó una nueva versión,
realizada por juristas anónimos, de las Siete partidas, el
código legal unificado que Alfonso X el Sabio había
tratado de imponer en su reino (fue ahora cuando se estructuró
en siete libros, y de aquí viene su título), pero no fue
presentado como leyes, sino como un texto doctrinal que pretende
enseñar la naturaleza y filosofía del derecho, que
debía ser respetado por todos. Cuando el conde Roberto III de Artois cumplió los veintidós años reclamó el condado a su tía Matilde, que seguía ejerciendo de regente, pero Matilde logró el apoyo del rey Felipe IV de Francia, que la reconoció como titular del condado. Quizá Matilde trataba así de compensar a su hijo Roberto, que había perdido el condado de Borgoña cuando Felipe IV se lo concedió a su hermana Juana dos años atrás, pues ahora su hijo se convertía en el heredero de Artois. Igual que ocurrió con su primo, las protestas de Roberto III no sirvieron de nada. El Papa Clemente V se había opuesto a Felipe IV en
dos ocasiones: al apoyar la candidatura del emperador Enrique VII y al
oponer resistencia al procesamiento de los templarios. No era eso lo
que Felipe IV esperaba de él cuando lo nombró Papa y, de
algún modo, se las arregló para hacérselo
entender. Ese mismo año Clemente V trasladó su residencia
a la ciudad francesa de Aviñón,
en el condado de Tolosa, cerca de la frontera italiana. Un primer grupo de templarios (que se habían negado a
confesar sus delitos) fue condenado a la hoguera. Esto ayudó a
otros a "sincerarse" ante la Santa Inquisición, entre ellos el
propio
Jacques de Molay, que finalmente sucumbió a las torturas y
reconoció las acusaciones que se le imputaban a él y a su
orden. Los inquisidores se apresuraron a comunicar a los otros
prisioneros que su gran maestre había confesado, y esto a su vez
multiplicó las confesiones. Todavía vivía un compañero de armas del abuelo
de Felipe IV, el rey san Luis. Era Jean
de Joinville, antiguo senescal del conde Teobaldo IV de
Champaña, que marchó con san Luis en la séptima
cruzada, fue capturado con él, y años más tarde le
dijo abiertamente que era un tonto por embarcarse en la octava cruzada,
a la que se negó a acompañarlo. Ahora tenía
ochenta y cinco años y terminaba el Libro de las santas palabras y de los
buenos hechos de nuestro rey San Luis, en el que recuerda de
forma un tanto vaga, idílica y algo ingenua los años que
vivió junto al monarca, y le expresa su más tierna
devoción. El rey Jaime II de Mallorca casó a su hijo Sancho con María, hija del rey Carlos II
de Nápoles. Carlos II murió poco después y, tal y
como estaba
estipulado, fue sucedido por su hijo Roberto, que ya llevaba
años al frente del reino como vicario general. Se había
ganado el sobrenombre de Roberto el
Prudente. Heredó también el condado de Provenza y
el vacío título de rey de Jerusalén. A su vez,
traspasó el ducado de Calabria a su hijo Carlos, de once años. El rey
Carlos I Roberto de Hungría protestó por que el reino de
Nápoles hubiera pasado a su tío (él era hijo de
Carlos Martel, el primogénito del fallecido Carlos II), y
mantuvo siempre sus pretensiones al trono, aunque nunca
consiguió nada al respecto. Federico II había hecho llamar a su corte a Arnau de Vilanova
para que le interpretara un sueño. El médico visionario
había pasado una temporada en Marsella, donde había
escrito su Expositio super
Apocalypsi, tratado que, entre otras informaciones de
interés, revelaba la fecha del fin del mundo, previsto para el
año 1368. (Todo apunta
a que Dios no leyó el tratado.) Luego fue llamado a
Aviñon, donde defendió su doctrina ante la corte
pontificia. Ello lo indispuso con el rey Jaime II de Aragón,
pues el médico reveló allí un sueño del
monarca que a su juicio tenía valor profético. El emperador Enrique VII de Luxemburgo firmó una carta que confirmaba todos los derechos reclamados por los tres cantones suizos y reconocía la independencia del territorio frente a los Habsburgo. Los caballeros de la Orden Teutónica gobernaban Prusia con total independencia frente al Sacro Imperio Romano o cualquier otro estado. Ese año trasladaron su capital a Marienburg y aseguraron su contacto con el Imperio arrebatando a Polonia la región de Pomeralia y la ciudad Danzig. Sin embargo, esto suscitó tensiones con la burguesía alemana, pues varias ciudades, entre ellas Danzig, se habían unido a la Hansa, lo que les confería el derecho a administrarse por sí mismas, según los estatutos de Magdeburgo y Lübek, lo que chocaba con las pretensiones de los caballeros teutónicos. En 1310 los musulmanes del sultanato de Delhi invadieron el sur de la India, y en poco tiempo dominaron los dos tercios de la península. El rey Nasr de Granada obligó a Jaime II de Aragón a
levantar el sitio
de Almería, y con ello terminó la campaña de la
triple alianza contra
el reino granadino. Sus únicos logros fueron la toma de
Gibraltar para
Castilla y la toma de Ceuta y Algeciras para los benimerines.
Sólo Castilla
continuó la lucha por su cuenta. Ese año se convirtió en juez de Tolosa Bernardo Guido, el inquisidor
más famoso de Francia. Escribió una guía
práctica para inquisidores en la que se encuentran pasajes muy
edificantes: ... Si no se consigue nada y el inquisidor y el obispo creen de buena fe que el acusado les oculta la verdad, que lo manden torturar moderadamente y sin derramamiento de sangre... Si por estos medios no se avanza, se tortura al acusado de la forma tradicional, sin buscar nuevos suplicios... Si aun así no confiesa, se le mostrarán los instrumentos de algún nuevo tormento diciéndole que tendrá que padecerlos todos. Si el acusado, sometido a todas las torturas dichas, sigue sin haber confesado, se le dejará libre. El emperador Enrique VII cedió a su hijo Juan, de catorce años, el
condado de Luxemburgo, luego lo casó con Isabel, hermana del difunto rey
Venceslao II de Bohemia, tras lo cual depuso a Enrique de Carintia y le
concedió a Juan la corona de Bohemia. Después se
dirigió a Italia para reafirmar en el país la autoridad
del Sacro Imperio Romano, que se había reducido
prácticamente a la nada. Tenía la intención de
acabar con las disputas entre güelfos y gibelinos, y entre
güelfos blancos y negros. El proyecto llenó de euforia a
Dante, que de güelfo blanco había pasado a gibelino y
soñaba con un Imperio Romano universal; sin embargo,
los güelfos llamaron en su defensa al rey de Nápoles,
Roberto el Prudente, que, erigido en defensor de los intereses
temporales del papado, hizo frente al emperador. En 1311 los gibelinos, dirigidos por Matteo
Visconti, se adueñaron
de Milán y expulsaron a los Della Torre. Enrique VII
declaró la amnistía
para los gibelinos y güelfos blancos que habían sido
exiliados de Florencia, aunque Dante fue exceptuado. Trató de
tomar medidas para acabar con las acérrimas rivalidades entre
las distintas ciudades italianas, pero cuando estas medidas no dieron
todos los resultados que esperaba, castigó con excesiva (e
inoportuna) severidad a las ciudades que obstaculizaron sus intenciones. Ese año murió el rey Jaime II de Mallorca, que fue
sucedido por su segundo hijo, Sancho I
(su primogénito se había hecho franciscano y
renunció al trono). También murió el médico Arnau de Vilanova. Como
médico no fue innovador. Su doctrina era esencialmente la de
Galeno en la versión transmitida y elaborada por los
árabes, pero sus éxitos le valieron la fama y la
confianza de reyes y papas, hasta el punto de que se le toleraron unas
ideas que en cualquier otro habrían sido tachadas de
herejías. El infante Pedro, hermano
del rey Fernando IV de León y Castilla, se casó con María, hija del rey Jaime II
de Aragón. Los almogávares habían cumplido el encargo de tomar Salónica para el duque de Atenas, pero luego Gualterio de Brienne trató de deshacerse de ellos sin pagarles lo convenido, por lo que se volvieron contra él y lo mataron en la batalla del Cefiso. Así se apoderaron del ducado de Atenas. Como se habían quedado sin dirección, pidieron al rey Federico II de Sicilia que les diera uno de sus hijos como señor, y éste eligió a su segundo hijo, Manfredo, que era menor de edad, así que, en su nombre, los almogávares fueron dirigidos por Berenguer Estanyol. En octubre el Papa Clemente V
presidió un concilio en Vienne (la capital del Delfinado, fuera
del territorio francés) en el que anuló todas las
decisiones de Bonifacio VIII contra Felipe IV, incluyendo las bulas
Clericis laicos y Unam sanctam. Incluso levantó la
excomunión a Guillaume de Nogaret. El senador Sciarra Colonna
fue nombrado cardenal. También se condenó la teoría de Pierre Olieu sobre la pluralidad de formas
del alma (el franciscano espiritual había muerto hacía
más de una década). Ramon Llull acudió con su plan para la reconquista de Tierra
Santa y la creación de una serie de colegios de misioneros. Sus
propuestas tuvieron buena acogida entre los obispos, pero terminaron en
el olvido. El concilio se
prolongó hasta 1312 y en
él no se reconoció la culpabilidad de los templarios,
pero, a pesar de ello, el Papa disolvió la orden el 3 de abril mediante la bula Vox in excelso. En Francia, la
corona se quedó con los bienes mobiliarios de la orden
(ése había sido el móvil de todo el proceso),
mientras que los inmobiliarios fueron adjudicados a los hospitalarios. Luego Clemente V marchó a Roma, donde coronó emperador
a Enrique VII. No pudo coronarlo en San Pedro, porque estaba en manos
de las tropas del "defensor de sus intereses", el rey Roberto el
Prudente de Nápoles. La coronación tuvo lugar en San Juan
de Letrán. El rey Carlos I Roberto de Hungría sofocó una revuelta
de la nobleza. En Inglaterra, el rey Eduardo II se vio en un aprieto
similar, pero no consiguió dominar la situación tan
rápidamente. En noviembre, la comisión encargada del proceso a los templarios decretó la pena de cadena perpetua para sus dirigentes principales. Ese año murieron el duque Teobaldo II de Lorena, sucedido por Federico IV, así como los duques Arturo II de Bretaña y Juan II de Brabante, sucedidos por sus hijos respectivos, ambos conocidos por Juan III. Ya hacía tiempo que en Castilla se había fundado la Hermandad de Colmeneros o Hermandad de Toledo, encargada de
cuidad las colmenas y los ganados, pero desde principios de siglo se le
había autorizado a perseguir delincuentes, y ahora
recibía el beneplácito del Papa, por lo que fue
también conocida como Santa
Hermandad. Tenía tres alcaldes
o jueces, a cuyas
órdenes iban los cuadrilleros
o guardas, cuyo nombre deriva
de los cuadrillos o flechas
con las que ejecutaban a los delincuentes que apresaban en el campo, a
los que posteriormente juzgaban. Castilla seguía en guerra contra Granada. El rey Fernando IV
estaba asediando Alcaudete,
cuando se sintió enfermo y fue trasladado a Jaén, donde
murió de tuberculosis a los veintisiete años.
Esta muerte prematura dio pie a que el difunto se convirtiera en
protagonista de un "remake"
de una antigua historia, según la cual, Fernando IV había
acusado a dos nobles hermanos del asesinato del
mayordomo real Juan de Benavides,
y los había condenado a ser arrojados por un barranco. Antes de
que se
cumpliera la sentencia, los hermanos se volvieron hacia el rey y le
dijeron: "Como somos inocentes, te
emplazamos par que en el plazo de treinta días comparezcas con
nosotros ante Dios para que te juzgue por esta injusticia que haces a
dos de tus fieles súbditos, a los que condenas sin pruebas ni
juicio". De acuerdo con la leyenda, un bacilo de Koch que pasaba
por allí debió de conmoverse con las últimas
palabras de los hermanos, y se encargó de hacerles justicia
acabando con el rey en treinta días exactos. Lo cierto es que el
rey es recordado como Fernando IV el
Emplazado. Lo realmente grave fue que el Emplazado dejó sólo una
hija de cinco años y un hijo de un año, que
se convirtió entonces en Alfonso
XI. Su abuela, María de Molina, se vio de nuevo en la
tesitura de proteger al rey y al país de las intrigas de la
nobleza. Esta vez contaba con el apoyo de su segundo hijo, el infante
Pedro, que fue quien
proclamó rey a su sobrino Alfonso. Tratando de buscar el
consenso, se establecieron cuatro tutores para el monarca: la propia
María de Molina, su nuera y madre del rey, Constanza de
Portugal, el infante Pedro y el infante Juan, tío de Fernando
IV. Sin embargo, pronto surgieron desavenencias entre ellos y se
dividieron en dos bandos: María de Molina y su hijo Pedro por un
lado, y Constanza de Portugal y el infante Juan por otro. Tras la
muerte prematura de Constanza, en 1313,
María y Pedro trataron de excluir a Juan de la regencia, lo que
originó un conflicto que no pudieron resolver las cortes
convocadas en Palencia. Los
infantes de la Cerda volvieron a reclamar su derecho a la corona, si
bien ya no tuvieron los mismos apoyos con los que contaron durante la
minoría de edad de Fernando IV. Por su parte, el infante Juan Manuel se conformó con el cargo
de mayordomo mayor y se ocupó de la guerra contra el reino de
Granada. El rey Nasr fue acusado de connivencia con los cristianos y
fue derrocado por Ismaíl I,
su primo segundo. Entonces se retiró a Guadix, ciudad que se le
concedió con plena soberanía. Desde allí pidio
ayuda al infante Pedro de Castilla. Ese año murió el conde Poncio V de Ampurias, que fue
sucedido por su hijo Poncio VI.
El primogénito de Carlos de Valois, Felipe, se casó con Juana, hermana del duque Hugo V de Borgoña. Su hermana Catalina, hija de Carlos de Valois y de su segunda esposa, Catalina de Courtenay, titular del Imperio Latino de Oriente, se casó con Felipe de Tarento, el príncipe de Morea, hermano del rey de Nápoles Roberto el Prudente, que ahora pasaba a ser el emperador Felipe II, por poco que esto significara. El emperador Enrique VII de Luxemburgo murió en el transcurso
de una expedición contra Roberto el Prudente. Éste
"aconsejó" al Papa, Clemente V, que en lo sucesivo mantuviera
vacante el título imperial, para no dar alas a los gibelinos.
Téngase presente que Roberto era un Capeto, por lo que un
consejo suyo al Papa era casi una orden de Felipe IV. El rey
francés debió de hablar con Clemente V para asegurarse de
que siguiera este consejo, pues, ya de paso, le hizo canonizar a san
Pedro Celestino, (el Papa Celestino V, al que Felipe IV presentaba como
mártir, víctima de Bonifacio VIII). Roberto el Prudente
fue nombrado senador romano. La sucesión de Enrique VII se la disputaron el duque Luis IV
de la Alta Baviera y el duque Federico I de Austria, hijo del emperador
anterior, Alberto I de Habsburgo. A partir de 1314 ambos adoptaron los títulos de
rey de Alemania y rey de Romanos (como Luis
IV y Federico III,
respectivamente) y Alemania se vio sumida una vez más en una
guerra civil. La muerte de Enrique VII había frustrado las
esperanzas que Dante había puesto en él, y el poeta
reemprendió su vida errante. Por esta época terminaba su Monarchia, tratado en latín
en el que explica su conversión a las tesis gibelinas, y su
convencimiento de que la salvación de Italia requería la
instauración de un Imperio independiente de la autoridad papal. Ladislao Lokieteck logró finalmente ser coronado como duque
de Polonia con el apoyo del Papa Clemente V. En febrero, Fernando de Mallorca,
el hermano del rey Sancho de Mallorca, se casó con Isabel de Sabran, nieta del
príncipe Guillermo II de Morea, y poco después
desembarcó en el principado dispuesto a apropiarse de él
en nombre de su esposa. Ese año estalló un escándalo en la corte de
Felipe IV de Francia, cuando sus nueras, Margarita de Borgoña,
casada con el rey Luis I de Navarra, y Blanca, prima de la anterior,
casada con Carlos, hermano de Luis I, fueron acusadas de haber
mantenido relaciones
adúlteras con dos nobles normandos, Felipe y Gualterio de Aulnay. Felipe IV
montó en cólera, pues consideraba, no sin razón,
que era crucial para Francia que la legitimidad de los herederos al
trono jamás pudiera ser puesta en cuestión. Hay que
apuntar aquí que, aunque las infidelidades conyugales (en
hombres, por supuesto) eran algo corriente y aceptado en las más
prestigiosas monarquías europeas (el emperador Alberto I, por
ejemplo, tuvo una única esposa, pero dejó veintiún
hijos), no era esto lo habitual en la dinastía capeta, por lo
que, en esta ocasión, Felipe IV pudo ocuparse del problema sin
necesidad del cinismo o la hipocresía que no había dudado
en usar siempre que le había convenido. Lejos de avenirse a
echar tierra sobre el asunto, ordenó que se abriera un proceso. Por otra parte, Felipe IV consideró que los templarios que
permanecían prisioneros eran una amenaza contra Francia. De
hecho, su prisión era ya algo excepcional, pues la costumbre de
la Santa Inquisición era liberar a los pecadores que confesaban
su
culpa y se arrepentían. Sin embargo, el rey decidió ir
más allá y acusó a los templarios supervivientes
de relapsos, (que era como la
Iglesia llamaba a los herejes que, después de abjurar de su
doctrina, volvían a caer en ella), y los hizo quemar en la
hoguera. Cuando el gran maestre Jacques de Molay comprendió las
intenciones de Felipe IV, se retractó de todas sus confesiones,
denunció que habían sido obtenidas bajo tortura y
acusó al rey y al Papa de los crímenes que habían
cometido contra él y su orden. Esto terminó de despejarle
el camino a la hoguera. El 19 de marzo
fue quemado vivo delante de Notre Dame. El 20
de abril murió Clemente V y el 20
de octubre murió Felipe IV. La proximidad de estas
muertes dio pie a la inevitable leyenda de que de Molay, en la hoguera,
emplazó al rey y al Papa a comparecer con él ante el
tribunal del Cielo antes de que acabara el año. El proceso a los templarios, sólidamente respaldado por la monarquía francesa por una mera cuestión económica, contribuyó a legitimar las técnicas de tortura de la Santa Inquisición y difundió la creencia entre el populacho de la necesidad de quemar a los herejes en la hoguera como protección contra la brujería y el diablo.
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