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En 1412, el rey Ladislao de
Nápoles reconoció a Juan XXIII como Papa, mientras
éste excomulgaba por segunda vez a Jan Hus, que abandonó
Praga y se retiró
a Kozi Hradek. Desde
allí continuó difundiendo sus doctrinas, que se
extendieron por Hungría y Polonia. Escribió (en checo) la
Explicación
de la fe, de los diez mandamientos de Dios y de nuestro Padre. El rey de Servia Esteban Lazarevic arrebató Belgrado a los húngaros y la
convirtió en la capital de su reino. Ese año murió la reina Margarita de Dinamarca, Noruega
y Suecia, y sólo entonces empezó el reinado efectivo, a
sus treinta años, del rey Erik de Pomerania. El duque de Milán, Juan María Visconti, fue asesinado
por los gibelinos, no está claro si por su tiranía, por
su ineptitud o por ambas cosas. Había arruinado la obra de su
padre, Juan Galeazzo. Fue sucedido por su hermano Felipe María. También murió el emperador Manuel III de Trebisonda.
Se había declarado vasallo de los mongoles, y gracias a ello su
pequeño imperio se mantuvo a salvo de los otomanos. Fue sucedido
por su hijo Alejo IV Comneno. Ahora que Segismundo de Luxemburgo tenía asegurado el
título imperial, pudo atender a los
caballeros teutónicos, a los que había dejado en la
estacada dos años antes. Se ofreció como mediador entre
la Orden y el rey de Polonia, Ladislao II Jagellon, pero al final
acabó poniéndose de parte de Jagellon, al que
cedió algunos territorios a cambio de ayuda contra Venecia y
Austria. En Francia continuaba la guerra civil entre los armañacs de
Carlos de
Orleans y los borgoñones de Juan sin Miedo. En un primer
momento, el
duque Juan de Berry se había puesto de parte de los
borgoñones, pero no
vio recompensados sus esfuerzos y se
pasó al bando armañac. Para reforzar su posición,
entabló una alianza con Enrique IV de Inglaterra. Finalmente,
los esfuerzos
del rey por imponerse a la nobleza habían fracasado y
en 1413 murió casi aislado.
Fue sucedido por su hijo Enrique V.
El nuevo rey nombró
canciller a su tío Enrique Beaufort, y estuvo bajo su influencia
durante sus primeros años de reinado. Juan de Borgoña dejó que Simon Caboche se impusiera en París. En mayo se establecieron las ordenanzas cabochianas, por las cuales el gobierno estaría a cargo de tres concejos, a la vez que se establecían medidas para poner fin a las arbitrariedades de los gobernantes. También en Cataluña hubo reformas políticas:
Las cortes catalanas, al igual que sus análogos en otros
países, tenían su poder limitado por el hecho de que
sólo se reunían en contadas ocasiones, cuando eran
convocadas por el rey. No obstante, existía una tradición
de nombrar comisiones que se encargaran de llevar a la práctica
las decisiones tomadas en una sesión, principalmente las
relacionadas con la recaudación de impuestos. Estas comisiones
recibían el nombre de diputaciones.
Ahora, la burguesía y la baja nobleza de Cataluña, como
contrapartida a su apoyo al rey Fernando I contra el conde Jaime II de
Urgel, lograron que el monarca aprobara la constitución de una
diputación permanente, la Diputación
general de Cataluña, formada por tres diputados (un representante de la
nobleza, otro del clero y otro de la burguesía) elegidos por las
cortes. Esta Diputación general, que terminó siendo
conocida como la Generalidad,
se convertiría pronto en un auténtico órgano de
gobierno paralelo al gobierno del rey. Poco después, las cortes
de Aragón y las de Valencia constituyeron sus propias
diputaciones generales. En julio,
Fernando I
acorraló al conde de Urgel en Balager,
su ciudad natal, y puso sitio a la ciudad. Volviendo a París, los seguidores de Caboche eran demasiado
alborotadores, por lo que un sector de la ciudad se sintió
alarmado
y se pasó al bando armañac. Carlos de Orleans
llevó sus tropas a París, donde entró entre las
aclamaciones del pueblo. Juan de Borgoña tuvo que huir de la
ciudad. Juan de Berry fue nombrado capitán de París, y se
encargó de acabar con las reformas de Caboche. A finales de octubre, la ciudad
de Balaguer cedió al asedio de Fernando I de Aragón, que
perdonó la vida al conde de Urgel, aunque lo encarceló de
por vida. La historia lo recuerda
como Jaime II del Desventurado.
El condado de Urgel se integró en la Corona de Aragón.
Durante el asedio, Jaime II había esperado la ayuda de
Antón de Luna, pero ésta nunca llegó y, tras la
derrota del conde, Antón huyó a Navarra y sus posesiones
le fueron confiscadas. Entre los muertos en la toma de Balaguer
estuvieron el duque Alfonso de Gandía y el poeta Pere March. Se
conservan de él tres poemas extensos (El mal d'amor, L'arnés del
cavaller, y Lo compte final)
y nueve poesías breves, sentenciosas y moralistas. Respecto a Alfonso de Gandía, fue sucedido por su hijo Alfonso, mientras que su nieto Enrique heredó el
título vacío de marqués de Villena. La madre de
Enrique era una hija bastarda del rey Juan I de Castilla.
Huérfano desde muy joven, pasó su infancia en la corte
castellana, donde ni Juan I ni Enrique III lograron interesarlo por las
armas. En cambio, se aficionó por las matemáticas, la
filosofía, la astrología y la alquimia, estudios que le
dieron fama de brujo. Enrique III lo hizo maestre de la orden de
Calatrava. Al terminar la guerra civil, organizó unos juegos
florales que se celebraron en Barcelona y Zaragoza para festejar la
elección de Fernando I como rey de Aragón. Tras la victoria de Grunwald, los lazos de unión entre
Polonia y Lituania se habían reforzado considerablemente. Ese
año se concluyó en Horodlo
un tratado de unión por el que cuarenta y tres linajes polacos
admitieron en sus clanes a otras tantas familias lituanas. El rey
Ladislao II y el duque Vytautas les concedieron los mismos privilegios
fiscales y judiciales que tenían los señores polacos. Finalmente, el otomano Mehmet I se impuso sobre sus hermanos y se
convirtió en el único sultán del desmoronado
Imperio Otomano. China terminó la consquista de Vietnam. Jan Hus escribió sus obras De
Ecclesia y De sex erroribus,
en latín, pero desde ese momento pasó a escribir en checo
por su deseo de ser leído y entendido. En Florencia, Nanni di Banco terminó el San Lucas para la fachada de la
catedral. La naturalidad y la elegancia de su pose están ya a
una gran distancia de la rigidez propia de la escultura gótica.
Por la misma época terminó una de sus obras más
reconocidas: Los cuatro santos
coronados, una representación de san Claudio, san Cástor, san
Sempronio y san Nicostrato,
escultores cristianos que, según la leyenda, fueron martirizados
por Diocleciano al negarse a esculpir un dios pagano. El rey Ladislao de Nápoles entró nuevamente en Roma,
de donde había
sido expulsado por Luis II de Anjou. Expulsó al Papa Juan XXIII,
el
cual buscó el amparo del emperador Segismundo. El 9 de diciembre, viendo que contaba con el
respaldo
imperial, Juan XXIII convocó un concilio en Constanza para resolver el cisma.
En enero de 1414 tuvo lugar en
Zaragoza la ceremonia de coronación de Fernando I como rey de
Aragón. Su esposa, Leonor de Alburquerque, fue coronada junto a
él, y desde entonces participó activamente en el
gobierno. Fernando I no tardó en dominar la isla de Sicilia, que
estaba en guerra civil desde la muerte de Martín el Joven, y
dejó a su hijo Juan
como gobernador. En Cerdeña compró a los Arborea sus
derechos sobre la isla, con lo que también quedó
pacificada. Poco después murió el rey Ladislao de Nápoles.
Como no dejó herederos legítimos, fue sucedido por su
hermana Juana II, la viuda del
duque Guillermo I de Austria. La reina delegó el gobierno en el
gran senescal Pandolfello Alopo,
que combatió a un condotiero llamado Muzio Attendolo, más conocido
por el sobrenombre de Sforza.
Era mercenario desde los trece años, y había servido,
entre otros señores, al duque de Milán, Juan Galeazo
Visconti. Posteriormente se había unido al ejército de
Luis II de Anjou, que le había concedido el cargo de gran
condestable. El rey Enrique V de Inglaterra concedió a su hermano Juan el título de duque de
Bedford, y a su hermano Humprey
el de duque de Gloucester. Por otra parte, persiguió
enérgicamente a los lolardos. Ese año recibió una
embajada del duque Juan de Borgoña que, tras haber sido
expulsado de París por los armañacs, decidió pedir
abiertamente la ayuda de Inglaterra para su partido. Se repitió
así por enésima vez la jugada más antigua de la
Historia: dos facciones luchan en un estado y una de ellas, tras sufrir
un revés, recaba ayuda de una potencia exterior, la cual acepta
encantada, dispuesta a prestar mucha más ayuda de la que esperan
los solicitantes. Enrique V empezó a preparar un
ejército, y su propósito no era precisamente entregar
París a Juan de Borgoña. De este año data la
primera referencia al arcabuz,
la primera arma de fuego portátil, empleada en la guerra civil
francesa. Las primeras versiones lanzaban pelotas de hierro y se
disparaban mediante una mecha. Fernando I de Aragón se entrevistó en Morella con el Papa Benedicto XIII,
y le instó en vano a que abdicara para poner fin al cisma. En octubre reunió las cortes catalanas
en Montblach, pero tuvo que
marcharse sin conseguir los subsidios que había solicitado. A causa de sus desavenencias conyugales con su esposa María, que pertenecía
a la familia real castellana, Enrique de Villena fue desposeído
del maestrazgo de la orden de Calatrava, tras lo cual se retiró
a sus posesiones, donde pasó el resto de su vida dedicado al
estudio. Ante la amenaza cada vez más acuciante de Tezozómoc,
el rey
de los tepanecas que pretendía adueñarse de Texcoco, la
capital chichimeca, el rey Ixlilxóchitl trató de
asegurarse el apoyo de sus pueblos vasallos, y les hizo reconocer como
heredero a su hijo Netzahualcóytl.
Jan Hus escribió Lo
esencial de la doctrina cristiana, y al poco tiempo se
trasladó a Constanza, donde había sido llamado al
concilio convocado el año anterior por el Papa Juan XXIII.
Éste acudió acompañado por el emperador
Segismundo, y el 5 de noviembre se
abrió el concilio. Su propósito era triple: zanjar el
cisma, acabar con las herejías de John Wycliffe y Jan Hus, y
reformar la Iglesia. Los distintos estados europeos habían enviado tanto
representantes políticos como teólogos, y se
decidió que tuvieran voz y voto, al igual que los cardenales.
Pronto destacaron las intervenciones de Jean de Gerson, el teólogo
canciller de París, y la del cardenal Pierre d'Ailly, reputado canonista.
Ambos defendieron la teoría de que la autoridad del concilio era
superior a la del Papa, que podía ser convocado sin el
consentimiento de éste y que éste no podía
disolverlo. Sin embargo, los asistentes no repitieron el error de
nombrar el que se hubiera convertido en un cuarto Papa. Primeramente,
pidieron a Juan XXIII (el único Papa presente) que dimitiera. Juan XXIII había acudido a Constanza convencido de que
allí iba a ser ratificado como el verdadero Papa, y cuando vio
el cariz que estaba tomando la situación, víctima cada
vez de mayores hostilidades, huyó a Schaffhausen disfrazado de
palafrenero. La huida se la facilitó el duque de Austria
Federico IV, que se encargó de darle asilo. Sin embargo, el
emperador Segismundo envió a sus soldados para
que lo capturaran y proscribió a Federico IV del imperio.
Segismundo se alió con los suizos contra Federico IV, a los
que instó a que se apoderaran de las posesiones de los Habsburgo
al sur del Rin. Mientras tanto el concilio se ocupó de otro
de los puntos de su agenda y así, en mayo
de 1415, condenó la doctrina de John Wycliffe. A los
pocos días Juan XXIII era devuelto a Constanza y, ante su
negativa a comparecer de nuevo ante el concilio, el 29 de mayo fue depuesto por
"simonía e indignidad". Como se negó a aceptar la
sentencia, fue encerrado en el castillo de Heidelberg. Poco después, Gregorio XII envió su dimisión
desde Gaeta y el 4 de julio el concilio le reconoció
su condición de cardenal. En cuanto a Benedicto XIII, acantonado
en Perpiñán, no dio señales de vida. Los
particimantes en el concilio de Constanza no
quisieron nombrar un nuevo Papa mientras seguía habiendo dos que
se negaban a abdicar. Mientras esperaban algún cambio a este
respecto, pasaron a otro de los asuntos pendientes: condenaron la
doctrina de Jan Hus y lo quemaron vivo. Se conservan unas emotivas
cartas que el hereje escribió a sus amigos poco antes de su
martirio. También son famosas las que se dice que fueron sus
últimas palabras: O sancta
simplicitas! (¡oh, santa ingenuidad!), pronunciadas cuando
estaba ya en la hoguera y se fijó en un hombre de humilde
condición que avivaba el fuego con expresión temerosa de
Dios, que parecía creer que estaba quemando al mismo diablo. El
asesinato de Hus conmocionó a Bohemia. Jerónimo de Praga, un
seguidor de Hus que había sido arrestado por orden del concilio
de Constanza y puesto en libertad después de haberse retractado,
pronunció públicamente un panegírico en favor del
mártir. El rey Enrique V de Inglaterra estaba a punto de lanzarse a una
aventura en Francia, y necesitaba estar seguro de que la corte
estaría tranquila en su ausencia. Gran parte de los problemas
que había tenido que afrontar su padre, Enrique IV, se
debían al modo irregular en que había llegado al trono.
Su antecesor, Ricardo II, había designado como heredero a Roger
Mortimer, el conde de la Marche y del Ulster, cuyos derechos
habrían pasado a su hijo Edmundo Mortimer. Edmundo tenía
sólo ocho años cuando Enrique IV subió al trono,
pero unos años después, cuando él y sus derechos
se convirtieron en una amenaza, el rey lo hizo encarcelar. Enrique V lo
había liberado en un acto conciliador, y le dio el cargo de
lugarteniente de Irlanda. No tenía motivos para recelar de
él, pero Edmundo había tenido una hermana mayor, Ana, que
había muerto de parto cuatro años atrás, y su
viudo, el conde Ricardo de Cambridge, era harina de otro costal. No
tendría nada de extraño que, si Enrique V invadía
Francia y las cosas no le iban bien, Ricardo reivindicara su derecho a
la corona. Por ello, antes de embarcar hacia Francia, Enrique IV se las
arregló para encontrar una excusa por la que ejecutar a Ricardo.
Enrique V dejó el gobierno de Inglaterra en manos de su
hermano Juan de Lancaster, el duque de Bedford, y el 14 de agosto desembarcó en Harfleur, en Normandía, con
un ejército de seis mil hombres con armadura y veinticuatro mil
arqueros. Así fue como, después de un largo periodo de
tregua, se reanudó la guerra de los Cien Años, setenta y
siete años después de que fuera declarada. El mero hecho
de desembarcar en Normandía y no en Calais (que seguía en
poder de Inglaterra) fue un golpe estratégico. Harfleur, en la
desembocadura del Sena, era el puerto francés más
importante en el canal de la Mancha. Si Enrique V lograba dominarlo,
tendría asegurada la conexión con Inglaterra. Por ello su
primera acción fue asediar la ciudad. Los franceses no acudieron en defensa de la ciudad. En parte porque
recordaron la estrategia de Du Guesclin de no enfrentarse directamente
a los ingleses, pero también en parte porque los armañacs
no querían exponerse a que París volviera a caer en manos
de los borgoñones. Enrique V usó cañones en el
asedio de Harfleur. No eran aún muy efectivos, pero sin duda
eran superiores a los que se habían empleado en Crécy. Aunque pudera tacharse de cobardes a los franceses, lo cierto es que
su estrategia era correcta. Cuando Harfleur cayó, el 22 de septiembre, al menos la mitad del
ejército inglés había desaparecido, por
deserción o por enfermedades. Hubo quien aconsejó al rey
regresar a Inglaterra, pero Enrique V no estaba dispuesto a volver con
medio ejército y una única ciudad tomada, que los
franceses podían recuperar en cuanto se marchara. En su lugar,
decidió marchar rápidamente a Calais para reconstruir su
ejército. El 8 de octubre
inició la marcha, siguiendo la costa. Le esperaban unos
doscientos kilómetros de camino. Enrique V quería llegar
cuanto antes a su destino y dio orden a sus hombres (ahora unos quince
mil) de que no hicieran saqueos para no despertar las iras del
populacho francés. No quería incidentes que pudieran
retrasarle. El viaje fue penoso. Llovía constantemente, las
noches eran frías y húmedas, y la disentería se
ensañó con sus soldados. Aun así, en cinco
días completó la mitad del trayecto, pero al llegar al
río Somme se encontró los puentes cortados. Empezó
a buscar un vado, pero vio que un ejército francés le
esperaba en la otra orilla. Si cruzaba, sus hombres agotados y
empapados tendrían que enfrentarse a un ejército fresco.
Marchó aguas arriba buscando un puente por el que cruzar. Se
quedó sin alimentos y sus hombres tuvieron que conseguirlos lo
más delicadamente posible. El 18 de octubre, tras haber
caminado unos ochenta kilómetros río arriba, llegaron a Nesle, donde un campesino se
brindó a mostrarles un vado al que se podía llegar
atravesando una ciénaga. El ejército desmanteló
algunas casas para construir un entarimado con el que cruzar la
ciénaga. Lo hicieron durante la noche y, al parecer, pillaron
desprevenido al ejército francés que les vigilaba desde
la otra orilla, que desconocía la existencia del vado. De este
modo el ejército inglés pudo cruzar el río de
forma segura. No obstante, a Enrique V sólo le quedaban unos
diez mil hombres en condiciones de combatir, y se encontraba a
más de cien kilómetros de Calais con un ejército
frances interpuesto. Al frente del ejército frances se encontraba el general Charles d'Albret. Había
aprendido junto a Du Guesclin, y sabía perfectamente lo que
tenía que hacer: si esperaba un poco más, el
ejército inglés se dermoronaría por sí
mismo y sólo tendría que recoger los despojos. Pero una
vez más se repitió la misma escena que en Courtrai,
Crécy, Poitiers o Nicópolis: los caballeros franceses no
habían aprendido nada, y consideraron insultante no combatir
ahora que tenían al enemigo frente a ellos y en tales
condiciones. D'Albret no pudo hallar argumentos contra sus oficiales,
así que se dispuso a cortar el paso a los ingleses. Los dos
ejércitos se encontraron el 24 de
octubre junto a la ciudad de Azincourt,
a unos cincuenta y cinco kilómetros de Calais. Se estaba
poniendo el sol, así que dejaron el combate para el día
siguiente. Mientras los caballeros franceses hacían apuestas sobre
cuántos prisioneros tomaría cada uno, Enrique V puso en
práctica una vez más la cuidadosa estrategia inglesa. Su
única esperanza de salir airoso era que los franceses emplearan
su estrategia habitual en las grandes batallas: la estupidez.
Eligió el terreno más adecuado para el combate. Dispuso a
sus hombres de a pie (unos mil, que le quedaban sanos) entre dos
bosques, de modo que si los franceses se lanzaban a la carga no
pudieran hacerlo todos a la vez, sino unos tras otros, y se aglomeraran
como de costumbre. En los extremos de su línea dispuso a sus
arqueros, unos ocho mil, algunos de los cuales estaban afectados por la
disentería, pero confiaba en que la diarrea no les
impediría disparar. Los protegió con estacas y
comprobó con satisfacción que las mismas lluvias que
habían convertido su marcha en un infierno habían dejado
el terreno hecho un barrizal, perfecto para entorpecer la carga de la
caballería pesada francesa. Llegó la mañana del 25 de
octubre y casi no hace falta contar lo que pasó. Los
franceses se alinearon frente a las filas inglesas. Lo único que
tenían que hacer para obtener una victoria aplastante era no
moverse, pero se lanzaron a la carga. Cargaron torpe y confusamente, en
parte a causa del barro, en parte a causa de que desconocían el
uso del cerebro. Cuando ocho mil flechas de casi un metro de largo
cayeron sobre ellos simultáneamente, el caos no pudo ser mayor.
Los caballeros que caían al suelo a penas podían
levantarse por el fango y sus pesadas armaduras. Cuando todos los
caballeros franceses estuvieron en el atasco, Enrique V ordenó a
sus soldados que avanzaran armados con hachas y espadas. Hasta los
arqueros dejaron sus posiciones para sumarse a la carnicería.
Murieron unos diez mil franceses, y unos mil caballeros fueron
capturados. Los ingleses afirmaron que apenas tuvieron un centenar de
bajas, aunque esto último no es muy creíble. Entre las bajas francesas estuvieron dos hermanos del duque Juan de
Borgoña: el conde Felipe
de Nevers y el duque Antonio de Brabante y Limburgo, que fue sucedido
por su hijo Juan. Entre los
prisioneros se encontraban el mariscal Jean Boucicaut y el propio duque
Carlos
de Orleans. Entre las bajas inglesas estuvo el duque Eduardo de York. No dejó descendencia, por lo que su sobrino Ricardo, de cuatro años, se convirtió en el nuevo duque y único representante de la casa de York. El 29 de octubre Enrique V
llegó a Calais. Su ejército permaneció allí
descansando hasta el 17 de noviembre
y el 23 de noviembre el rey
entraba en Londres entre aclamaciones. El conde Bernando de Armañac se adelantó al duque Juan
de Borgoña y se hizo con el control del rey Carlos VI y de
París. La reina Juana II de Nápoles se casó con el conde
Jaime II de La Marche, que no tardó en ponerse a perseguir al
condotiero Muzio Sforza. El rey Fernando I de Aragón casó a su hijo Alfonso con su sobrina María, la hermana mayor del
rey Juan II. En Florencia, Donatello terminó el San Juan Evangelista
que le había sido encargado para la catedral. Quizá no
era tan refinado como el San Lucas de Nanni di Banco, pero en la obra
resulta patente
el estudio de la escultura clásica que tuvo ocasión de
realizar en su
viaje a Roma con Brunelleschi. Sin embargo, el mayor avance técnico del momento lo
llevó a cabo Brunelleschi, al interesarse por la pintura. Hasta
entonces, los pintores italianos se habían esforzado cada vez
más en dotar a sus representaciones de la máxima
expresividad, naturalidad y detalle, pero las figuras eran
irremisiblemente planas, y cada vez eran más las críticas
que lo denunciaban. Podría pensarse que las figuras
tenían que ser planas porque las paredes y las tablas eran
planas, y que para conseguir representaciones espaciales había
que recurrir a la escultura. Sin embargo, esta excusa podía ser
fácilmente refutada: los espejos son planos, y las
imágenes que muestran son completamente naturales. Brunelleschi se dio cuenta de ello y se puso a estudiar los espejos.
Comprendió que todas las líneas paralelas situadas en un
mismo plano, distinto del plano del cuadro, debían converger a
un mismo punto. También comprendió las matemáticas
subyacentes a la escala, y supo determinar la relación correcta
entre el tamaño de un objeto y el tamaño que debía
tener en un cuadro en función de su distancia al observador. En
suma, Brunelleschi descubrió las leyes de la perspectiva. Usando estos
principios matemáticos, representó varias escenas de
Florencia, pero por desgracia estos primeros estudios se han perdido y
pasaría un tiempo antes de que otros pintores los incorporaran a
su técnica. De momento, la pintura italiana compartía las
características de la pintura gótica
europea. Entre las figuras más destacadas de la época
estaba la del sienés Lorenzo
Monaco, con
obras como la Coronación de
la Virgen.
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