En 1477 murió el
príncipe Basarab de Valaquia, conocido como Basarab el Viejo para distinguirlo
de su hijo y sucesor, llamado también Basarab.
Mientras tanto continuaba la guerra entre Castilla y Portugal o,
equivalentemente, la guerra entre los partidarios de la reina Isabel I
y los de Juana la Beltraneja. En Galicia predominaban los partidarios
de Juana, encabezados por Pedro Álvarez de Sotomayor (alias
Pedro Madruga), aunque ese mismo año fue capturado. En cambio,
las esperanzas de arrebatar a los portugueses el monopolio del comercio
con el África subsahariana pusieron a toda Andalucía en
contra de Portugal, es decir, a favor de Isabel I.
Isabel I y Fernando V compraron a Diego García de Herrera los
derechos de conquista sobre las islas de la Palma, Gran Canaria y
Tenerife a cambio de una fuerte suma de dinero y del título de
conde de la Gomera. (Además, el nuevo conde conservaba como
patrimonio las demás islas del archipiélago.) Los reyes
encomendaron la conquista de las islas a Juan de Rejón, que
emprendió la tarea en 1478,
pero, al igual que sus predecesores, tampoco fue capaz de explicar
satisfactoriamente a los guanches por qué debían
someterse a los castellanos, y su ejército fue derrotado por el
rey Tenesor.
El rey Fernando V de Castilla seguía ayudando a su padre, el
rey Juan II de Aragón, a gobernar su reino y tratar de paliar
las secuelas de la guerra civil aragonesa. Ese año nombró
lugarteniente del reino de Valencia a su primo, el infante Enrique.
Ese año los reyes Isabel I y Fernando V estuvieron en
Sevilla, donde el clero les manifestó el malestar ocasionado por
el "germen contaminante" que
suponían los judíos conversos. En palabas de un cura
sevillano: « ... cristianos
sólo de nombre, viven dentro de
la ley mosaica incluso en su vida externa. Usan pan ácimo,
sacrifican animales al modo de los hebreos, hacen público
desprecio de virtudes cristianas como la virginidad, y acumulan
riquezas para dominar al resto de la población».
(Esto último era, sin duda, lo más grave.) A esto se
unían numerosos rumores que circulaban en torno a ellos: robaban
hostias consagradas para destruirlas,
crucificaban niños, hacían concursos de blasfemias y, en
fin, todas esas cosas que ya se sabe que hacen los herejes.
Aunque los reyes no estaban muy convencidos, el 1 de noviembre el obispo de Osma obtuvo
del Papa Sixto IV una bula que les concedía el derecho a
designar tres Inquisidores Generales, con la recomendación de
que fueran «mayores de
cuarenta años,
bachilleres en teología y notoriamente virtuosos».
No obstante, los reyes
prefirieron no usar este derecho y aplicar una política de
adoctrinamiento en lugar de la inquisitorial. El cardenal Pedro
González de Mendoza redactó un catecismo para general
conocimiento «... de los
dogmas y obligaciones de la vida cristiana».
Lorenzo y Juliano de Médicis no se interesaban mucho por el
negocio familiar, y su banca, que prestaba dinero sin medida,
tenía enormes pérdidas. Algunas filiales fuera de Italia
empezaron a quebrar. Los Médicis se interesaban más por
el mecenazgo y por la política florentina. Se apoyaban en el
pueblo llano, y, como suele suceder, esto les valió la enemistad
del patriciado, que contaba con el apoyo del Papa. Sixto IV dio su
aprobación a la conjura de
los Pazzi, banqueros
florentinos que trataron de asesinar a los Médicis en la
catedral. Lograron su objetivo con Juliano, pero Lorenzo pudo escapar.
Entonces el Papa lanzó contra él al rey Fernando I de
Nápoles, desencadenando una guerra. Lorenzo endureció su
gobierno, que se volvió férreo y dictatorial.
Botticeli terminó su Primavera,
encargada por los Médicis, un cuadro sobre madera cargado de
simbología de la filosofía neoplatónica que estaba
desarrollando Marsilio Ficino.
Verrocchio terminó una de sus obras maestras: la Dama del ramillete, una escultura
en mármol que parece de carne y hueso. En pintura terminó
la Madona con san Donato y san Juan
Bautista, en colaboración con un joven discípulo
de veintidós años llamado Lorenzo di Credi. Poco antes
había pintado El bautismo de
Cristo en colaboración con Leonardo da Vinci. Leonardo
había pintado un par de ángeles, cuya delicadeza
contrasta con la aspereza de las figuras principales.
El rey Fernando I de Nápoles casó a su hijo Federico con Ana, hermana del duque Filiberto I
de Saboya.
Ese año murió el turco Uzun Hasan Beg, y con él
empezó a desmoronarse el poder de los Akkoyunlu.
También murió el duque Jorge de Clarence, hermano del
rey Eduardo IV de Inglaterra.
El rey Cristián I de Dinamarca y Noruega casó a su
hijo Juan con Cristina, hija del príncipe
elector Ernesto de Sajonia.
En enero de 1479 murió el
rey Juan II de Aragón, con lo que su hijo, el rey Fernando V de
Castilla y Fernando I de Sicilia, se convirtió en Fernando II de Aragón. Su
hermanastra Leonor fue proclamada reina de Navarra, pero murió a
los quince días, por lo que el título pasó a su
nieto Francisco, de diez años. Su madre, Magdalena de Francia,
ejerció la regencia.
Puesto que Fernando II de Aragón estaba ocupado luchando
contra Portugal y los partidarios de Juana la Beltraneja, dejó
Cataluña y Mallorca bajo el gobierno de su primo Enrique, con el
título de lugarteniente. En febrero,
el ejército castellano derrotó en la batalla de la Albuera al último
núcleo de partidarios de Juana, con lo que el rey Alfonso V de
Portugal no tardó en abandonar la lucha.
En septiembre se firmó el
tratado de Alcáçovas,
por el que Alfonso V reconoció a Isabel I como reina de
Castilla, mientras
que los castellanos reconocían a Portugal el derecho de
colonización de la costa occidental de África y de las
islas Madeira, Azores y Cabo Verde. A su vez, Portugal reconoció
el derecho de Castilla sobre las Canarias. (El único
interés de Portugal por las Canarias se debía a su
afán por evitar la competencia castellana en el comercio con
África, pero, una vez Castilla había renunciado a
él, las Canarias carecían de valor.) Por otra parte, se
acordó el futuro matrimonio de Alfonso, nieto de Alfonso V, con Isabel,
la hija mayor de Fernando II e Isabel I, que tenía ahora nueve
años. A su vez, Alfonso V repudió a Juana la Beltraneja,
y a ésta se le propuso casarse con Juan, el heredero de Fernando II e
Isabel I, que tenía poco más de un año. Juana
consintió en renunciar a sus derechos a la corona, pero
rechazó el matrimonio y, a sus diecisiete años, se
retiró a un convento de las clarisas en Portugal, donde nunca
dejó de titularse reina
Cristóbal Colón se casó con Felipa Moniz, hija de Diego Perestrello, gobernador de la
isla de Porto Santo
(perteneciente al archipiélago de Madeira). Luego hizo un viaje
a Génova, con motivo de una reclamación contra la
compañía Centurione. La familia Perestrello estaba muy
relacionada con las exploraciones
portuguesas y, a raíz de su matrimonio, Colón fue
abandonando la
navegación comercial para colaborar en empresas
geográficas y
científicas.
Ese año murió Jorge Manrique. También
murió el duque Luis IX de Baviera-Landshut, que fue sucedido por
su hijo Jorge.
El rey Fernando I de Nápoles nombró duque de Bari a
Ludovico Sforza, quien se deshizo de su cuñada y gobernó
Milán en nombre de su sobrino, Juan Galeazzo. También
tuvo que deshacerse de algunos regentes de Juan Galeazzo, entre los que
se encontraba Giangiacomo Trivulzio,
más conocido como Trivulzio el
Grande,
un condotiero que pasó a servir a Fernando I.
El conflicto por la herencia del duque de Borgoña Carlos el
Temerario seguía abierto. Agotada la diplomacia, Maximiliano de
Austria y el rey Luis XI de Francia se enfrentaron en la batalla de Guinegatte, en la que no hubo un
claro vencedor.
El rey Casimiro IV de Polonia casó a su hija Sofía con Federico de Hohenzollern, hijo del
príncipe elector de Brandeburgo Alberto I Aquiles.
Venecia firmó la paz con el sultán otomano Mehmet II.
Tuvo que comprometerse a pagar un tributo a cambio de conservar algunas
plazas en Grecia. El pintor Giovanni Bellini fue nombrado pintor
oficial de la República de Venecia.
Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón estaban
decididos a poner fin a las turbulencias que habían
caracterizado los reinados de sus prededesores. Enviaron delegados por
sus reinos, revestidos de plenos poderes, que se encargaron de doblegar
a los nobles levantiscos mediante procedimientos tales como el
destierro, el derribo de castillos o la ejecución pura y simple.
Se calcula en en Galicia huyeron unos dos mil nobles. En
Andalucía, la reina en persona presidió un tribunal que
repartió condenas durante varios meses, e hizo que unos cuatro
mil nobles buscaran refugio en Portugal o incluso en el reino de
Granada. Segovia trató de resistirse al gobernador nombrado por
los reyes y, cuando la reina acudió a poner orden, los rebeldes
le exigieron garantías antes de dejarla entrar en la ciudad,
pero cuentan que ella dijo: "Yo soy
la reina de Castilla, esta ciudad es mía y no entraré en
ella con condiciones." Ante tanta contundencia, los rebeldes
aceptaron al gobernador entre gritos de ¡Viva la reina!
Los reyes pusieron gran empeño en mejorar la
administración de justicia. Ellos mismos se sentaban una vez por
semana a impartir justicia en la ciudad en la que estuvieran en ese
momento. En 1480 convocaron cortes
en Toledo, donde se revisaron los honores y mercedes que los reyes
anteriores habían concedido a los nobles, y se anularon muchos
de ellos. Se prohibió a la nobleza levantar nuevos castillos,
rodearse de escolta personal armada, hacerse preceder de maceros,
imitar en su correspondencia sellos y signos reales, y hasta batirse en
duelo. También debilitaron a las órdenes militares,
valiéndose de su derecho a nombrar a sus maestres:
elegían candidatos que, a cambio de ser nombrados, estaban
dispuestos a ceder a la Corona parte de las posesiones de la orden.
Isabel I se ocupó también del clero. Se cuenta que
llegó a encarcelar a unas monjas por comportamiento inapropiado.
El obispo de Cádiz manifestó públicamente el
fracaso de los intentos encaminados a que los judíos conversos
siguieran los preceptos de la vida cristiana, por lo que las cortes de
Toledo extremaron las medidas para distinguir a judíos y
cristianos: se obligó a los judíos a llevar distintivos
en sus ropas y a vivir en barrios apartados (juderías). El 27 de noviembre Isabel I nombró los
primeros Inquisidores Generales del reino, que fueron fray Miguel Morillo, fray Juan de San Martín y el
capellán López del
Barco. Así nació la Santa Inquisición de Castilla,
aunque antes de entrar en funcionamiento se publicaron tres edictos
sucesivos de gracia, a los que se acogieron muchos sospechosos de
herejía, que hubieron de cumplir grandes penitencias.
El gran príncipe Iván III de Moscú, aliado con
el kan de Crimea, derrotó a los mongoles de la Horda de Oro en
la batalla de Ugra. Desde ese
momento, el vasallaje de Moscú a la Horda de Oro fue meramente
nominal, y el gran príncipe fue conocido como Iván III el Grande.
Durante la década que ahora terminaba, el pintor Piero della
Francesca estuvo trabajando principalmente para los duques de Urbino. A
este periodo se deben, entre otras, la Madona de Senigallia y la Madona con Santos y Federico de Montefeltro
(el duque de Urbino).
Ese año murió el duque Renato I de Anjou. De acuerdo
con lo acordado con el rey Luis XI de Francia, su heredero era su
sobrino Carlos, pero su nieto (y heredero legítimo), el duque
Renato II de Lorena, trató de ocupar su herencia, pero
sólo pudo hacerse con el ducado de Bar, ya que el resto fue
ocupado por Luis XI, teóricamente en nombre del nuevo duque,
Carlos, pero en la práctica el ducado de Anjou quedó en
manos del rey, y a Carlos sólo le dejó el condado de
Provenza.
En Polonia murió a sus sesenta y cinco años el
canóngo Jan Dlugosz,
preceptor de los hijos del rey Casimiro IV. Durante los últimos
veinticinco años estuvo escribiendo su Historia de Polonia, en doce
libros, la primera obra en la que aparece la idea nacional polaca.
Está escrita con gran pureza de estilo y sentido crítico,
algo poco frecuente en las crónicas medievales.
Por esta época (quizá unos años atrás)
murió Tlacaelel, el consejero del soberano azteca Axayacatl y de
sus predecesores. Los aztecas sufrieron su primer revés cuando
fueron derrotados por los tarascos.
Italia fue invadida por el pánico cuando los turcos ocuparon
la ciudad de Otranto, en el
reino de Nápoles. El rey Fernando I recabó inmediatamente
la ayuda del Papa Sixto IV y la de su primo Fernando II de
Aragón. Lorenzo de Médicis aprovechó las
circunstancias para que Fernando I dejara de apoyar al Papa en la
guerra que éste había desencadenado contra Florencia. Ya
en 1481, los turcos fueron
expulsados de Italia.
Mehmet II comprendió que no podía atacar Italia si no
dominaba antes el Mediterráneo oriental, y de entre las
posesiones cristianas en él, la más importante era la
isla de Rodas. En mayo los turcos
llegaron a la isla con ciento sesenta galeras. La isla estaba defendida
por los hospitalarios, cuyo gran maestre, Pierre d'Aubusson, previendo el
ataque, había llamado a todos los miembros de la orden, que
habían acudido y jurado morir antes que rendirse. En julio los turcos se retiraban con nueve
mil muertos y quince mil heridos.
Mehmet II murió poco después de que su armada
regresara a Estambul y entonces se desencadenó una guerra civil
entre sus hijos Yim y Bayaceto II. Esto sucedió
porque ninguno de los dos aplicó a tiempo una ley dictada
años atrás por el sultán: "Mis ilustres hijos y mis nietos, al
llegar al trono, pueden hacer morir a sus hermanos para asegurar el
reposo del mundo." Finalmente, Yim fue derrotado y tuvo que huir
a la isla de Rodas. Los caballeros hospitalarios lo enviaron preso a
Francia, a la espera de ser liberado cuando más conviniera a los
cristianos.
También murieron ese año:
-
El rey azteca Axayacatl,
que fue sucedido por su hermano Tizoc,
quien continuó la
guerra contra los tarascos.
-
El rey Alfonso V de Portugal, el Africano, que fue sucedido por
su hijo Juan II.
-
El rey Cristián I de Dinamarca y Noruega, que fue sucedido
por su hijo Juan I, aunque la
nobleza noruega se negó a aceptarlo.
-
El duque Carlos de Anjou, que no dejó descendencia,
así que legó todas sus posesiones a su primo, el rey Luis
XI de Francia, quien, de hecho, ya se había apoderado de ellas.
Entre los títulos que heredó así el rey de
Francia, estaba el de rey de Nápoles, que la casa de Anjou
había tratado en vano de hacer efectivo desde hacía ya
cien años. Con Carlos se extinguió la tercera casa de
Anjou.
En Suiza había estallado un conflicto que enfrentaba a los
cantones montañeses contra los cantones burgueses, pero,
finalmente, la mediación de un eremita llamado Nicolás de Flue logró
que los cantones se reconciliaran en la dieta de Stans, que renovó la promesa
de defensa mutua contra los peligros exteriores e interiores.
Además, los cantones de Solothurn
y Friburgo fueron admitidos en
la Confederación Helvética.
Siete años atrás, el Papa Sixto IV había
encargado la construcción de una nueva capilla en su palacio del
Vaticano. Ahora se la conoce como la capilla
Sixtina, y, una vez estuvo acabada, el Papa mandó llamar
a varios pintores para decorar sus paredes, tres florentinos: Sandro
Botticelli, Cosimo Rosselli y Domenico Bigordi, más
conocido como Ghirlandaio, y
tres umbros: Luca Signorelli
(un discípulo de Piero della Francesca), el Perugino, y
Bernardino di Betto, más conocido como il Pinturicchio.
Botticelli pintó tres frescos, dos episodios de la vida de
Moisés y La tentación
de Cristo, de extremada riqueza de detalles; Guirlandaio
pintó la Vocación de
san Pedro y de san Andrés; Rosselli pintó La adoración del becerro de oro,
El sermón de la montaña
y La última cena,
obras que no resultan no muy afortunadas cuando se comparan con las de
sus colegas; Signorelli pintó más escenas de la vida de
Moisés; Al Pinturicchio se deben el Bautismo de Cristo y el Viaje de Moisés. mientras
que los frescos del Perugino fueron destruidos en una reforma
posterior, excepto La entrega de las
llaves, considerada como una de las obras más
significativas
del renacimiento italiano.
Antonio de Nebrija publicó sus Introductiones Latinae, destinadas
a la enseñanza de la gramática latina y que han servido
como libro de texto hasta el siglo XIX.
Ese año empezó a actuar el tribunal de la Santa
Inquisición de Castilla, con sede en el castillo de Triana, en Sevilla. Las
autoridades laicas se encargaron de cazar la primera remesa de herejes,
sobre los que se actuó con un rigor desconocido hasta entonces.
La reina Isabel I había incrementado sensiblemente la
presión fiscal en Castilla, y ello incluía un aumento de
los tributos sobre el reino de Granada. Sin embargo, el 25 de diciembre, en lugar de pagar la suma
exigida, el rey Muley-Hacén tomó el pueblo fronterizo de Zahara. Fue el mayor favor que el
rey nazarí podía hacer a Castilla. La nobleza castellana
se estaba sometiendo a la monarquía, pero, ¿cuánto
tiempo aguantaría postrada? Una guerra contra Granada era el
modo ideal de que los nobles humillados recobraran honra, fama y
riquezas sirviendo a su reina. Fue el caso, por ejemplo, de Diego
López Pacheco, el marqués de Villena, que a raíz
de la guerra se reconcilió definitivamente con Isabel I.
En 1482, el rey Fernando II de
Aragón, al frente del ejército castellano, envió
un ultimátum a Muley-Hacén, que contestó: "En Granada ya no se labra oro ni plata
para pagar tributos, sino lanzas, saetas y alfanjes contra sus
enemigos." Se cuenta que, al recibir tal respuesta, Fernando II
montó en cólera y gritó: "¡Yo arrancaré uno a uno los
granos de esa granada!" Como represalia a la toma de Zahara, los
castellanos tomaron la ciudad de Alhama.
El rey Muley-Hacén no dejó de colaborar con los
castellanos: recientemente había incorporado a su harén a
una cristiana llamada Isabel de
Solís, que se había convertido al islam con el
nombre de Soraya (Lucero del
Alba). La hasta entonces favorita del rey, Aixa, volvió contra
éste a sus hijos, y
Muley-Hacén trató de asesinarlos, pero sólo tuvo
éxito con el mayor Yusuf.
Su hermano, Muhammad abú Abd
Allah, más conocido entre los cristianos por una
deformación de su nombre: Boabdil,
logró escapar y buscó el apoyo de los abencerrajes.
Cuando Muley-Hacén salió de Granada para reconquistar
Alhama, Boabdil vuelve a Granada y se hace proclamar rey (Muhammad XI). Alhama resiste el
asedio, defendida por dos
nobles castellanos, hasta entonces enemigos irreconciliables: el
marqués de Cádiz y el duque de Medinasidonia. Finalizado
el ataque,
ambos se abrazaron dando fin a su enemistad. Derrotado en Alhama,
Muyey-Hacén se vio obligado a huir a Málaga, donde estaba
su hermano, Muhammad al-Zagall
(el Valiente). Los cristianos deformaron el nombre de al-Zagall
convirtiéndolo en el Zagal.
Ambos hermanos lograron recuperar Granada, pero entonces el Zagal se
proclama rey (Muhammad
XII). Así, Granada tuvo que hacer frente al mismo tiempo
a la guerra
contra los cristianos y a una guerra civil entre los tres pretendientes
al trono: Muley-Hacén, el Zagal y Boabdil. El rey
Fernando II de Aragón se ocupó de avivar las rencillas
entre los tres.
La Santa Inquisición de Castilla estaba causando estragos.
Siguiendo la tradición, las confesiones se arrancaban mediante
la tortura, y cualquier acusación anónima servía
de base para capturar e "interrogar" a un sospechoso. Las torturas
más populares eran los cordeles,
que se apretaban en las articulaciones, y la toca,
un paño que se metía por la boca hasta la garganta y al
que se le echaba agua para dejar al borde de la asfixia al presunto
hereje. Ambos eran muy dolorosos, pero difícilmente provocaban
muerte o mutilaciones.
Los acusados que no eran absueltos tenían que participar en
una procesión pública vestidos con el sambenito, un capote de lana
amarilla con la cruz de san Andrés y llamas de fuego.
Además de esto, las sentencias oscilaban entre la
reconciliación pública (el reo abjuraba de sus errores y
era perdonado), la inhabilitación para cargos públicos,
el uso de por vida del sambenito, la prisión y la hoguera. A los
que se retractaban a última hora en el patíbulo se les
conmutaba la hoguera por el garrote
(con el que morían estrangulados). Los cronistas discrepan en
las
cifras, pero hay quien habla de unos dos mil reos, entre quemados,
desaparecidos y huidos en los tres primeros años de
actuación del santo tribunal.
El Papa Sixto IV recibió quejas por la actuación del
Santo Oficio, pero, a pesar de lo espeluznante de las denuncias, no se
atrevió a destituir a los inquisidores ni a desautorizar sus
actuaciones. Lo único que hizo fue dictar unas normas de
actuación: en adelante, los inquisidores tendrían que
actuar con el obispo del lugar y dentro de los cauces del derecho
canónico.
La Santa Inquisición fue uno de los principales pilares que
proporcionaron a Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón un
poder absoluto sin precedentes en sus reinos. (Nadie se solidarizaba
públicamente con un acusado por el Santo Tribunal, no fuera a
ser tenido también por sospechoso.) Por ello se dispusieron a
introducirla también en la Corona de Aragón, para lo cual
sugirieron al general de los dominicos, Salvo Casseta, una lista de nombres
de su agrado para que éste nombrara a los inquisidores generales
de Aragón, pero Sixto IV trató de que, esta vez,
la situación no se le escapara de las manos, y nombró
él mismo ocho inquisidores dominicos. Esto tensó las
relaciones entre el Papa y los soberanos.
El Papa canonizó a san Buenaventura.
El rey Luis XI de Francia y Maximiliano de Austria llegaron
finalmente a un acuerdo mediante el tratado de Arras: Luis XI conservaba el ducado
de Borgoña mientras que los Países Bajos y el Franco
Condado quedaban para Maximiliano, si bien éste último
formaría parte de la dote del futuro matrimonio entre el
Delfín Carlos, que tenía entonces doce años, y Margarita,
la hija de Maximiliano, de dos años. La duquesa María de
Borgoña, ahora rebajada a condesa, murió poco
después a consecuencia de una caída de caballo, y
entonces
las ciudades flamencas se sublevaron contra Maximiliano, quien les
declaró la guerra para hacerse recoocer como tutor de su hijo
Felipe, de cuatro años,
el
nuevo conde de Borgoña.
Por esta época se había hecho famoso un dístico
compuesto por Matías Corvino, el rey de Hungría, a
raíz de la boda entre Maximiliano y María de
Borgoña y, en parte, en respuesta a la pretenciosa divisa del
emperador Federico III:
Bella gerant alii, tu,
felix Austria, nube.
Nam quae Mars aliis, dat tibi regna
Venus.
(Que otros hagan guerras. Tú, Austria feliz, cásate,
pues lo que a otros les da Marte, a ti te lo da la reina Venus.) Hay
una malicia de difícil traducción, pues "nubere" en
latín es casarse una mujer. (Literalmente significa cubrirse con
el velo nupcial.) Así pues, Matías Corvino le dice a
Maximiliano que está obteniendo territorios como los obtienen
las mujeres, por matrimonio, en lugar de como es propio de los hombres,
conquistándolos. Este juego de palabras con "nubere" se
encuentra ya en un epigrama de Marcial.
El rey Juan II de Portugal dio un nuevo
impulso a la exploración de la costa africana. Diogo de Azambuja fundó el
fuerte de São Jorge da Mina,
que sirvió de base para futuras expediciones, mientras que Diogo Cão zarpó con el
encargo de encontrar el extremo sur del continente negro, y
plantó padrãos
(columnas que indicaban la toma de posesión) en el estuario del Congo, al que él llamó
río Poderoso.
Allí descubrió un reino de grandes dimensiones. Su
capital, junto al río, era Mbanza
Congo, y dominaba seis provincias. El rey, o mani. era asistido por los nobles
de la corte, los numerosos funcionarios y la guardia real. La
monarquía era electiva, aunque los nobles debían elegir
al nuevo monarca en el seno de la familia real. El rey era responsable
de la prosperidad del reino. Si llovía demasiado, o demasiado
poco, o sucedía cualquier desgracia, se consideraba que el rey
tenía la culpa (pues se creía que tenía poderes
mágicos para ocuparse de esas cosas). Si el rey era viejo, o
estaba enfermo o achacoso, sus súbditos pensaban que la salud
del país iría en consonancia, por lo que el rey
tenía la obligación de suicidarse. Desde el Congo,
Cão
avanzó mil kilómetros más al sur, (hasta donde
llega el mapa de la figura), pero la costa no cambiaba de sentido,
así que emprendió el viaje de vuelta a Portugal.
Decidió llevarse consigo (sin pedirles opinión) a unos
cuantos nobles congoleños.
Al príncipe Basarab de Valaquia le había surgido un
rival que finalmente le arrebató el poder. Se llamaba Vlad Calugarul. Los turcos
terminaron la conquista de Bosnia.
Ese año murió a los diecisiete años el duque
Filiberto I de Saboya, que fue sucedido por su hermano Carlos I, que tenía entonces
catorce años.
También murieron el pintor Hugo van der Goes y el escultor
Luca della Robbia. Su
sobrino Andrea heredó su taller.
Leonardo da Vinci se trasladó a Milán, donde
entró al servicio de Ludovico el Moro, quien lo empleó
como organizador de fiestas y le encargó la estatua ecuestre de
su padre, Francesco Sforza. Allí coincidió con el
arquitecto Donato di Pascuccio
d'Antonio, conocido como Bramante,
a quien influyó con sus ideas sobre arquitectura. Una de las
primeras obras milanesas de Bramante es la iglesia de Santa Maria presso san Satiro,
planteada con gran originalidad.
En Florencia, Marsilio Ficino publicó su Theologia Platonica, en la que
demuestra que, en su origen, la filosofía y la teología
estaban estrechamente unidas, y que su separación fue la causa
de la decadencia de ambas.
Un humanista de treinta y tres años llamado Aldo Manuzio fue contradado como
profesor de Giovanni Picco della
Mirandola, un joven de diecinueve años cuya familia
gobernaba la ciudad de Mirandola,
en el norte de Italia, desde hacía más de un siglo.
Manuzio había estudiado en Roma y en Ferrara, y era un reputado
latinista y helenista. Decía que había aprendido griego
mientras enseñaba latín, aunque no dio detalles sobre
este método didáctico.