En 1482 murió Paolo del
Pozzo Toscanelli, el matemático italiano que había
planteado la posibilidad de llegar hasta las Indias navegando hacia
occidente. Al parecer, nadie tomó en serio su teoría,
salvo una persona: se conserva una copia escrita por Cristóbal
Colón de la carta que Toscanelli había remitido a
Fernão Martins con sus cálculos. Por esta época
Colón estaba documentándose sobre estas cuestiones.
Conocía bien el libro de viajes de Marco Polo y, además
de la carta de Toscanelli, disponía de un ejemplar del Imago
Mundi, de Pierre d'Ailly, que también atribuye a la
circunferencia terrestre un tamaño sustancialmente menor que el
real y que hacía viable el proyecto.
No se sabe mucho de las actividades de Colón durante esta
época. Se sabe que murió su esposa, y que entonces se
trasladó a Lisboa con su hijo Diego,
de cinco años, donde su hermano Bartolomé
había instalado una tienda de mapas. Existen indicios de que
realizó varios viajes: a Guinea, a Irlanda, y tal vez
llegó hasta Islandia. Es probable que en sus viajes a los
países nórdicos oyera las historias que se contaban sobre
la "Tierra del vino" de la que había hablado Leif Eriksson cinco siglos atrás.
Desde su comienzo, Isabel I de Castilla y Fernando II de
Aragón habían planteado la guerra de Granada como la
guerra definitiva que terminaría la reconquista de España
iniciada por los cristianos casi ocho siglos atrás. El Papa
Sixto IV había reconocido la guerra como una cruzada contra los
infieles, y a ella habían acudido caballeros de Inglaterra,
Irlanda y Francia. Sin embargo, el avance era muy lento. Ese año los cristianos fueron derrotados en Loja
por el general Alí Atar,
quien poco después, ya en 1483,
obtuvo una nueva victoria en Ajarquía.
La conquista de las Canarias había pasado a manos de Pedro de Vera, que contó con
la ayuda del obispo Juan de
Frías,
el cual logró convertir al cristianismo al rey Tenesor.
Éste fue
bautizado con el apadrinamiento de los reyes de Castilla y
Aragón, y
recibió, como no, el nombre de Fernando.
Con la colaboración de Tenesor-Fernando, los guanches de Gran
Canaria se sometieron a Pedro de Vera el 29
de abril.
Mientras tanto moría el rey Eduardo IV de Inglaterra, que fue
sucedido por su hijo Eduardo V,
de trece años,
bajo la regencia de su tío, el duque Ricardo de Gloucester. A
las pocas semanas, Ricardo declaró el matrimonio de Eduardo IV
no era válido, por lo que Eduardo V, al igual que su hermano Ricardo, de diez años eran
bastardos y no tenían derecho a la corona. Ambos
"desaparecieron" misteriosamente en junio,
y el regente se hizo coronar como Ricardo
III de Inglaterra. Su hijo Eduardo,
de diez años, recibió al mismo tiempo el título de
príncipe de Gales. (Al parecer, una vez estuvo consolidado en el
trono, Ricardo III hizo asesinar a sus sobrinos en la torre de Londres.
No es prudente matar a un rey si no estás seguro de que no te
van a juzgar por ello.)
Mientras tanto, los castellanos habían capturado en Lucena
a Boabdil, uno de los tres reyes nazaríes, y lo liberaron en agosto, después de hacerle firmar
el pacto de Córdoba,
en el que se comprometía a entregar a Castilla la zona del reino
en manos del Zagal a cambio del apoyo castellano para recuperar
Granada, parte de la cual estaba todavía en manos de
su padre, Muley-Hacén. Éste y su hermano, el Zagal,
zanjaron sus disputas y se aliaron contra
Boabdil.
El conflicto entre Sixto IV y los reyes a propósito del
nombramiento de los inquisidores para la Corona de Aragón se
resolvió espontáneamente cuando uno de los inquisidores
nombrados por el Papa se ganó la total confianza de los monarcas
y acabó siendo nombrado Inquisidor General de Aragón. Se
llamaba fray Tomás de
Torquemada. Era de ascencencia judía, y los judíos
realmente convertidos al cristianismo odiaban los judaizantes, porque
las desconfianzas que éstos generaban recaían
también sobre aquéllos. Poco después los reyes lo
pusieron al frente del Consejo de la
suprema
y general inquisición, vulgarmente llamado "la suprema", con el encargo de
crear tribunales en distintas ciudades de Castilla y Aragón. La
suprema era el
único organismo que tenía potestad sobre ambos reinos,
que por lo demás conservaban sus propias instituciones
políticas y administraivas, en ningún modo afectadas por
el matrimonio de los monarcas.
Ese año murió el rey Francisco I de Navarra.
Tenía catorce años y permanecía soltero y sin
hijos, por lo que la corona de Navarra pasó a su hermana Catalina, que tenía un
año más, bajo la tutela de su madre, Magdalena de
Francia, hermana de Luis XI. Sin embargo, su tío Juan
reclamó la corona tratando de que se aplicara en su provecho la
ley sálica. Fernando II de Aragón trató de casar a
Catalina con su hijo Juan, de
cinco años, que heredaría así las coronas de
Castilla, Aragón y Navarra, pero se encontró con la
oposición de Luis XI de Francia, que a través de
Magdalena trató de mantener a Navarra bajo la influencia
francesa. Los beaumonteses y agramonteses volvieron a enfrentarse, los
primeros partidarios del apoyo castellano, los segundos del
francés.
Poco después murió el rey Luis XI de Francia. El
año
anterior, sintiéndose enfermo, había hecho llamar a
Francisco de Paula, porque tenía reputación de taumaturgo
y
le pidió que le prolongara la vida, pero los milagros tienen un
sospechoso parecido con las casualidades, y nunca se producen cuando
uno pretende que lo hagan, así que el monarca tuvo que
conformarse con
que el dominico lo
ayudara a morir cristianamente. Fue sucedido por su hijo Carlos VIII, que tenía doce
años, por lo que Luis XI había estipulado que la regencia
fuera ejercida por su hija Ana y su yerno Pedro, el hijo del
duque Juan II de Borbón.
El rey Juan I de Dinamarca logró hacerse reconocer como rey
de Noruega después de ceder grandes privilegios a la nobleza. En
Suecia, el clero, partidario de la unión escandinava,
obligó al regente Sten Gustafsson a reconocer a Juan I como rey,
aunque aquél siguió ejerciendo el poder sin
prácticamente ningún cambio.
El escultor Verrocchio terminó uno de sus trabajos más
originales, el grupo de Cristo y
santo Tomás, de Orsammichele, rico en contrastes de masas
y en claroscuro de ropajes.
Después de terminar su trabajo en la capilla sixtina,
Domenico Ghirlandaio había vuelto a Florencia, donde se
dedicó a pintar composiciones en las que figuras
contemporáneas aparecen retratadas en escenas sagradas. Ese
año inició una serie de frescos con la Historia de san Francisco, en la Santa Trinità. Otro tanto
hizo Botticelli, que continuó trabajando para los
Médicis. En 1484 pintó
El nacimiento de Venus,
considerada como su obra cumbre.
Un médico parisiense llamado Nicolas
Chuquet publicó La
ciencia de los números, donde manejaba los números
negativos como los mejores algebristas chinos o indios. En su tratado
introdujo los exponentes para indicar las potencias de las
incógnitas.
La reina Catalina de Navarra se casó con un noble
gascón llamado Juan de Albret,
lo que frustró los intentos de Fernando II de Aragón de
controlar Navarra a través del matrimonio de Catalina con su
hijo Juan. Cuando el esposo fue coronado como el rey Juan III de Navarra, los
beaumonteses y los agramonteses reanudaron su guerra civil intermitente.
Fray Tomás de Torquemada publicó sus Instrucciones inquisitoriales, en
veintiocho artículos. En los años siguientes
convirtió a la Santa Inquisición en una máquina
rayana en la
perfección, en cuanto a su eficacia, solidez y uniformidad de su
régimen jurídico, orgánico y procedimental.
El 28 de junio los castellanos
tomaron a los musulmanes la ciudad de Alora
mediante un asedio en el que usaron por primera vez a gran escala el
apoyo de la artillería.
En agosto murió el Papa
Sixto IV. Había practicado un nepotismo descarado, especialmente
en beneficio de su sobrino, el cardenal Pietro Riario. Éste
había llegado a acumular tal cantidad de rentas
eclesiásticas que el lujo en que vivía escandalizaba a
toda Roma. A la muerte de su protector fue desposeído de sus
bienes. En los inicios del pontificado de Sixto IV, los cardenales
habían tratado de oponerse a algunas decisiones papales, como la
de legitimar a sus hijos bastardos, pero esos tiempos habían
pasado, pues ya sólo sobrevivían cinco cardenales
nombrados por pontífices anteriores. Los demás
habían sido designados por el propio Sixto IV, y estaban
completamente sometidos a los designios del Papa, que era más
conocido en Roma como vicario del
demonio, ministro de adulterio, piloto que lleva la barca de la Iglesia
a la isla de Circe, y otras lindezas por el estilo. Fue sucedido
por el cardenal Giovanni Battista
Cybo, que
adoptó el nombre de Inocencio
VIII. Famoso por su vida disoluta, confió todos los
cargos de la corte vaticana a sus parientes y multiplicó la
venta de cargos eclesiásticos. Ese mismo año
publicó la bula Summis
desiderantes affectibus, dirigida contra la hechicería.
Inocencio VIII recordaba cómo el rey Fernando I de
Nápoles había traicionado a su predecesor
aliándose con Lorenzo de Médicis, así que ahora se
dedicó a alentar y apoyar sublevaciones de la nobleza napolitana.
Por esta época empezó a predicar en Florencia un
dominico llamado Girolamo Savonarola.
Tenía ahora treinta y dos años, y ya había estado
predicando sin éxito en Siena. Su discurso era fogoso y
pesimista. Censuraba el gusto por el arte y las vanidades.
El rey Juan II de Portugal, con su interés por las
exploraciones se había ganado el apoyo de la burguesía,
pero se había enemistado con una parte de la nobleza, más
interesada en buscar la anexión de Castilla, fuera por la guerra
o por la vía matrimonial. Pero el rey supo poner a raya a sus
cortesanos. El año anterior había hecho decapitar al
duque de Braganza y ahora le tocó el turno a su cuñado,
el duque Fernando de Viseu,
que conspiraba contra él.
Diogo Cão regresó de su largo viaje por la costa
africana. No había llegado hasta el extremo sur del continente,
pero Juan II no se amilanó, y le encargó una nueva
expedición para el año próximo que llegara
más lejos. Mientras tanto, recibió una propuesta
sorprendente. Cristóbal Colón afirmaba
que por la vía de
Poniente hacia el Oeste o el
Mediodía descubriría grandes tierras; islas y tierra
firme, felicísimas de oro, plata, perlas, piedras preciosas y
gentes infinitas, y que por aquel camino entendía topar con
tierras de Indias y con las grandes islas de Cipango y con los reinos
del Gran Kan.
A cambio de los medios para llevar a cabo su plan pedía
que lo honrasen
armándolo caballero de Espuelas Doradas [los
únicos que podían estar cubiertos ante el rey], que se
pudiese llamar "don" él y sus sucesores, que le diesen el
título de Almirante Mayor del Océano, con todas las
prerrogativas, preeminencias, privilegios, derechos, rentas e
inmunidades que tenía el almirante de Castilla, que se le
nombrase virrey y gobernador perpetuo de todas las islas y tierras
firmes que descubriera por su persona o que fueran descubiertas por su
industria. Se le daría la décima parte de las rentas que
el
rey hubiese de todas las cosas, que fueran oro, plata, piedras
preciosas, perlas, metales, especierías y de otras cualesquiera
cosas provechosas y mercaderías de cualquiera especie, nombre y
moneda que fuesen nombradas y que se comprasen, trocasen, hallasen o
ganasen dentro de su almirantazgo. Reclamaba el derecho a contribuir
con un octavo a los gastos de toda la expedición, y, del
provecho que de ello saliese, se llevaría también la
octava parte.
Nunca antes (ni después) hizo nadie peticiones tan desmesuradas
y extravagantes a un rey. De todos modos, al margen de una eventual
"negociación" posterior, Juan II remitió el proyecto de
Colón a la Junta dos
matemáticos, una academia de cosmografía
recientemente constituida, que no tardó en desestimarlo. No
sabemos con qué información concreta contaban los
portugueses sobre el tamaño de la Tierra, pues todos los datos
que obtenían los exploradores se guardaban con el máximo
secreto, pero si no disponían de información sobre el
tamaño del ecuador, sí tenían los datos necesarios
para hacerse una idea aproximada de la longitud de los meridianos.
Sólo tenían que comparar la distancia que
recorrían al navegar hacia el sur con la variación de
latitud que ello conllevaba y que se reflejaba en la posición
del Sol y las estrellas en la esfera celeste. Así, a menos que
la Tierra, en lugar de ser esférica, tuviera forma de
balón de rugby, las estimaciones de Colón tenían
que ser descaradamente falsas. (De hecho, los cálculos que
finalmente presentó, reducían la distancia entre Europa y
Asia a la cuarta parte de la distancia real.)
El 21 de septiembre el
ejército cristiano conquistó Setenil a los granadinos, de nuevo
con la ayuda de la artillería. El rey Muley-Hacén
derrotó a su hijo Boabdil y lo obligó a refugiarse en la
corte castellana.
En Cataluña volvió a estallar el problema de los
campesinos de remensa. Tres años atrás, el rey Fernando
II, a petición de las cortes de Barcelona, había negado a
los remensas el derecho a comprar su libertad según la sentencia
dictada por el rey Alfonso V, pero el año anterior había
autorizado que los campesinos se reunieran para elegir síndicos
que estudiaran la forma más adecuada de resolver su
situación. Este derecho de reunión les permitió
organizar una rebelión extremadamente violenta. El alzamiento
fue dirigido por Pere Joan Sala,
quien el 22 de septiembre
derrotó a un ejército real en Mieres. El infante Enrique,
lugarteniente de Cataluña, no pudo sofocar la revuelta, y en noviembre acudió el propio rey
Fernando II a mediar el en conflicto. Sin embargo, tan pronto
dejó Cataluña para seguir encargándose de la
guerra de Granada, la rebelión rebrotó. Sala
marchó al frente de sus hombres hacia Barcelona, y el 4 de enero de 1485 derrotó en Montornés al ejército
que se dispuso contra él. Luego atacó Granollers y Mataró, pero fue derrotado y
hecho prisionero en Llerona el
24 de marzo. Poco después fue
ejecutado en Barcelona.
En Zaragoza fue asesinado el inquisidor Pedro de Arbués. Poco antes,
se había descubierto en Sevilla una conspiración contra
la Santa Inquisición urdida por el rico Diego Susan, denunciada por su
propia hija. Pero el Santo Tribunal era intocable: estos actos
sólo contribuyeron a incrementar la indignación y el odio
popular contra los herejes, y la represión se hizo aún
más dura.
El 22 de mayo los castellanos
tomaron la ciudad de Ronda. El
rey Fernando I de Aragón había hecho venir a alemanes
expertos en la fabricación de pólvora, de
Lombardía trajo piezas de artillería pesada y, para
moverlas por la montañosa geografía granadina, creo el
primer cuerpo militar de ingenieros de la historia. El cuerpo de
intendencia llegó a disponer de catorce mil mulas. Para
adquirirlas, la reina Isabel I tuvo que recurrir a banqueros
judíos y empeñar incluso las joyas de la corona.
Fernando I consiguió unos ingresos adicionales vendiendo el
ducado de Gandía. El nuevo duque pasó a ser Pedro Luis
Borja, el hijo mayor del cardenal Rodrigo Borja. Éste
seguía siendo uno de los hombres más ricos de Roma. Era
asesor del Papa Inocencio VIII como lo había sido también
de sus tres predecesores en el pontificado. Pedro Luis había
cumplido veintiséis años, y se casó con una prima
del monarca aragonés, llamada María
Enríquez.
El Papa Sixto IV había tratado de abolir los Compactata de
Jihlava, las concesiones que la Iglesia había hecho a los
husitas bohemios años atrás, pero finalmente, unos meses
después de su muerte, el rey Ladislao II de Bohemia los
convirtió en leyes del reino en la dieta de Kutná Hora.
Las intervenciones de Inocencio VIII en Nápoles estaban dando
resultado. La nobleza estaba insubordinada en todo el reino y contaba,
además de con la ayuda del Papa, con la de Génova y
Venecia. El rey Fernando I tuvo que pedir auxilio a su primo Fernando
II de Aragón para tratar de sofocar las revueltas.
También recibió el apoyo de Milán, Florencia y
Siena.
Cristóbal Colón, ante la negativa de Juan II a
financiar su proyecto, se trasladó a Castilla con su hijo Diego.
Se instaló en un pequeño pueblo llamado Palos, cerca de Huelva, donde
vivían unos parientes de su difunta esposa. A los pocos
días de llegar, se presenta en el vecino monasterio franciscano
de la Rábida, donde
conoce a un
fraile cordial y acogedor, fray Juan
Pérez, que escucha con atención las ideas
revolucionarias del frustrado Almirante Mayor del Océano. Al
cabo de unos días todos los frailes eran fervorosos partidarios
del genovés. Eso sí, no tenían dinero. El
monasterio se convirtió en hogar y escuela para el
pequeño Diego.
Mientras tanto, Diogo Cão había
regresado al Congo. Los congoleños se quedaron atónitos
cuando vieron a los nobles que el portugués había
secuestrado unos años antes vestidos a la usanza portuguesa y
contando todo cuanto habían visto en Lisboa. Cão
llegó más al sur en la exploración de la costa,
casi hasta el trópico de Capricornio (hasta donde muestra el
mapa),
pero la costa no dejaba de avanzar hacia el sur. Luego regresó a
Portugal.
La crueldad con que Ricardo III de Inglaterra había ocupado
el trono había desatado la indignación tanto del pueblo
como de la nobleza, y el rey había emprendido una
represión no menos cruenta. Los lancasterianos habían
recobrado fuerzas y partidarios. Sólo les faltaba un candidato a
rey, ya que la casa de Lancaster se había extinguido, pero si se
busca bien siempre se encuentra, y encontraron a Enrique Tudor, el
conde de Richmond, que tenía ahora veintiocho años, su
padre, Edmundo, era hermanastro del rey Enrique VI por parte de madre y
su madre, Margarita Beaufort, era bisnieta de Juan de Gante, el
fundador de la casa de Lancaster. No podía decirse que tuviera
mucho derecho al trono inglés, pero, para los lancasterianos,
Ricardo III tampoco lo tenía.
Enrique Tudor estaba exiliado en Francia, pero, cuando en agosto desembarcó en Inglaterra,
todo el país abandonó a Ricardo III. Sus pocos
partidarios fueron derrotados en Bosworth.
Se cuenta que el rey, habiendo perdido su caballo en la batalla, se vio
obligado a combatir a pie y, poco antes de morir, gritó la
famosa frase: ¡Mi reino por un
caballo! Su hijo Eduardo había muerto el año
anterior, con lo que los únicos representantes de la casa de
York eran ahora dos hijas del rey Eduardo IV: Isabel y Ana. Enrique Tudor fue coronado poco
después como Enrique VII
de Inglaterra.
Los duques Ernesto y Alberto de Sajonia decidieron repartirse sus
dominios. El mayor, Ernesto, se quedó con el título de
príncipe elector y su parte del ducado pasó a ser llamado
el electorado de Sajonia,
mientras que los territorios asignados a Alberto conservaron el nombre
de ducado de Sajonia.
El rey Matías I de Hungría era el más poderoso
de toda la Europa oriental. En la última década
había extendido sus fronteras a costa de Polonia, Bohemia y de
Austria. Ahora tomaba la ciudad de Viena, donde fijó su
residencia, a la vez que mantenía en Buda una brillante corte.
En septiembre los castellanos
sufrieron una grave derrota frente a los granadinos. Poco
después murió Muley-Hacén, ciego y enfermo, tras
haber abdicado en su hermano Muhammad XII el Zagal. Los castellanos no
pusieron ninguna traba a Boabdil cuando pretendió regresar a
Granada. (Era mejor luchar contra dos reyes rivales que sólo
contra uno.) El rey chico no tardó en hacerse con el control de
la capital, mientras su tío tenía su base en
Málaga.
Alentado por los monjes de la Rábida, Cristóbal
Colón marcha a la corte castellana, que a la sazón se
encontraba en Sevilla. Allí es recibido por Enrique de Guzmán, el duque
de Medinasidonia, que con sus riquezas podría haber financiado
él solo el proyecto colombino, ... pero no aceptó.
Más tarde habló con Luis
de la Cerda, el duque de Medinaceli, que era más rico que
el anterior y vio el proyecto con buenos ojos. Dio alojamiento a
Colón y empezó a construir tres carabelas para el viaje,
pero su lealtad a los reyes le impidió atribuirse "el honor de
la empresa". En su lugar, le abrió las puertas de la
Cancillería Real de Castilla, y el 20
de enero de 1486 Colón fue recibido por la reina Isabel
I. Desde ese momento el navegante ingresó en la servidumbre de
la reina, que prometió llevar su proyecto ante una
comisión de "sabios, letrados y marineros". Colón se
instaló en Córdoba a la espera de noticias. Para amenizar
la espera se buscó una amante: Beatriz
Enríquez de Arana.
El rey Enrique VII de Inglaterra se casó con Isabel, la
heredera de la casa de York. De este modo, sus hijos serían los
legítimos reyes de Inglaterra tanto para los partidarios de la
casa de York como para los de la casa de Lancaster. Hábil
político, el monarca supo hacer que este matrimonio sirviera de
símbolo de la reconciliación de las dos ramas de la
dinastía Plantagenet que, en sentido estricto, se había
extinguido, ya que con Enrique VII se iniciaba la dinastía
Tudor. Así terminó la guerra de las dos rosas. (En
realidad, la casa de York tenía un segundo vástago: la
princesa Ana, que se casó diez años mas tarde, pero no
tuvo hijos.)
La guerra civil entre los reyes de Granada Muhammad XI Boabdil y
Muhammad XII el Zagal facilitó enormemente las cosas a los
cristianos, que en mayo tomaron la
ciudad de Loja, en cuyo largo asedio destacó un soldado llamado Gonzalo Fernández de Córdoba.
Tenía entonces treinta y tres años, y ya había
combatido en favor del rey Alfonso XII de Castilla frente a su hermano
Enrique IV y luego en favor de Isabel I frente a Juana la Beltraneja.
El rey Fernando I de Nápoles logró finalmente someter
a la nobleza, pero para ello el 11 de agosto
tuvo que declararse vasallo del Papa Inocencio VIII y comprometerse a
pagarle un tributo anual.
En Nuremberg trabajaba por aquel entonces Michael Wogelmut, famoso artesano
fabricante de objetos para iglesias, el cual tomó como aprendiz
a un joven de quince años llamado Albrecht Dürer, aunque es
más conocido como Alberto
Durero. Alberto destacaba ya como dibujante, como lo demuestra
un autorretrato que se había hecho a los trece años.
El Emperador Federico III nombró rey de romanos (es decir,
sucesor) a su hijo Maximiliano.
Ese año murió el príncipe elector Ernesto de
Sajonia, que fue sucedido por su hijo Federico
III.
También murió el príncipe elector de
Brandeburgo Alberto I Aquiles. Fue sucedido por su hijo Juan I Cicerón. Su segundo
hijo, Federico, heredó el margraviato de Ansbach, y el tercero, Segismundo, el margraviato de Bayreuth-Culmbach.
En Francia murió el conde Luis I de
Montpensier, que fue sucedido por su hijo Gilberto.
Tizoc había sometido a los tarascos e
incorporado un vasto territorio al imperio azteca, pero tantos
éxitos suscitaron recelos, y el soberano fue depuesto y
asesinado. Fue sucedido por su hermano Ahuitzotl,
famoso por su carácter belicoso y sanguinario. En su primera
campaña capturó unos veinte mil prisioneros, que fueron
sacrificados en la inauguración del templo de Huitzilopochtli.
En Roma murió a los noventa años el bizantino Jorge de
Trebisonda, que había desempeñado un papel destacado en
la difusión por Italia de la filología griega. El pintor
Domenico Ghirlandaio había terminado su serie de frescos sobre
san Francisco y empezó otra serie con Historias de la Virgen y de san Juan
Bautista en Santa Maria Novella. Leonardo da Vinci
terminó su Virgen de las
rocas, quizá el primer óleo pintado por un
italiano que iguala al realismo de los pintores flamencos, como van der
Goes. En ella emplea por primera vez la técnica del sfumato, que diluye los contornos.
También destaca su tratamiento de la luz, que se filtra por las
grietas de la cueva.
En diciembre, el rey Fernando II
de Aragón puso fin al conflicto de los campesinos catalanes de
remensa mediante la sentencia arbitral de Guadalupe, por la que casi la
totalidad del campesinado quedó libre a cambio de una
compensación económica a sus señores.
Cristóbal Colón seguía esperando una
contestación de la corte castellana sobre su proyecto de
navegación hacia Occidente. Abatido por este silencio,
decidió volverse al monasterio de la Rábida. Allí
le llegó finalmente la respuesta, ya en 1487, y fue negativa. La comisión
de sabios consultada por los monarcas no consideraba razonable la
propuesta del genovés, pero parece ser que la reina Isabel I
seguía estando interesada. Es probable que los argumentos de los
"sabios" castellanos no fueran tan contundentes como los de sus vecinos
portugueses, que tenían mejor conocimiento de causa. (Incluso es
posible que el argumento de fondo de los castellanos, más o
menos encubierto, fuera un mero: "si los portugueses, que saben de
esto, le han dicho que no, por algo será".) El caso fue que la
negativa que recibió Colón no fue tan rotunda como para
hacerle perder la esperanza de seguir insistiendo.