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O b r a d i
s e ñ a d a y c r e a d a
p o r H é c t o r A. G a r c í a
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Historia de Puerto Rico
Evolución y
desarrollo de la colonización
Las
crónicas de los albores de la colonización de Puerto Rico indican
que ya para 1510 había más de un centro poblacional español en la
Isla de San Juan Bautista. Juan Ponce de León había fundado Caparra
en la costa norte, cerca de la amplia bahía entonces conocida como
Puerto Rico. Por su parte Don Cristóbal de Sotomayor exploraba la
zona del oeste de la isla con intenciones de fundar poblados. A
Sotomayor se le atribuye la fundación de la Villa de Sotomayor en la
región noroeste (Aguada o Añasco) y el intento de establecer un
segundo poblado en el área de Guánica. Este último se presume que
era en las cercanías del territorio de Agueybaná, considerado el
Cacique principal de la isla, en un lugar indeterminado entre la
desembocadura del Río Coayuco (Yauco) en el actual Barrio Indios de
Guayanilla, o cerca de la actual Guánica.
Nuestros historiadores han propuesto otros probables asentamientos
iniciales. Por ejemplo, un poblado provisional en la desembocadura
de un río llamado Ana por los indios, en la zona del actual
Manatí; otro poblado llamado
Higüey, en la desembocadura del actual Río Añasco; y un tercer
poblado llamado la Villa de Tavara en las cercanías de la actual
Bahía de Guánica y el poblado del Daguao en la costa este. Lo cierto
es que ninguno de ellos trascendió, ya sea por que fueron
abandonadas por mejores localizaciones, o por el levantamiento
indígena del 1511. Luego de esa fecha, el desarrollo de la nueva
colonia gira en dos ejes o núcleos regionales: Caparra, al norte,
luego llamada Ciudad de Puerto Rico; y San Germán al oeste,
originalmente en la zona de Añasco. Aunque ambos -San Juan y San
Germán -fueron los primeros términos municipales puertorriqueños,
los dos tuvieron que trasladarse a nuevas localidades en su afán por
sobrevivir.
Caparra fue puerto
y sede de gobierno, centro de comunicación y comercio con España y
fue desarrollando proyectos agrícolas y ganaderos en sus
inmediaciones. Fue punto de desembarco de bienes y víveres de España
y de envió del oro que se extraía de Puerto Rico. San Germán era
punto de contacto e intercambio con la Española, para entonces la
principal colonia del emergente territorio español en las Antillas.
En 1514 se realizó el primer deslinde o división territorial de la
isla en dos partidos, separados por una línea imaginaria que
iniciaba al norte en la desembocadura del actual Río
Camuy en el Océano Atlántico y
seguía al sur hasta su origen en la Cordillera Central. De ahí la
línea proseguía hacia el este por la sierra hasta encontrar el
origen del Río Jacaguas, desde donde tomaba al sur hasta su
desembocadura en el Mar Caribe.
El territorio creado al oeste –de menor extensión pero más próximo a
La Española- se constituyó como el Partido de San Germán o Nueva
Salamanca, y el del este –sede de la capital y de mayor extensión-
como el Partido de Puerto Rico. Este deslinde se sostuvo por más de
dos siglos como línea divisoria de dos jurisdicciones políticas,
administrativas y eclesiásticas provee una
ilustración de la división aproximada de estos partidos en el
contexto de los actuales municipios de Puerto Rico.
Los ataques y saqueos de San Germán de parte de corsarios
franceses, que se sucedieron intermitentemente entre 1528 y 1569, y
sus consecuentes efectos en el desarrollo de la localidad, fueron
responsables de la decisión de trasladar el poblado de San Germán
del área del Río Añasco a su actual localización en las Lomas de
Santa Marta, más hacia el sur. También fueron responsables de la
destrucción en 1569 de la recién establecida Villa de Santa María de
Guadianilla, en el área sur. La nueva localización de San Germán
resultó efectiva, logrando repeler un nuevo ataque francés en 1576.
La
relocalización de San Juan a la isleta en donde hoy sita fue
autorizada por el régimen colonial de los frailes Jerónimos en 1519.
Su traslado se atribuye a que los vecinos consideraban que la
localización de la original Caparra era muy perjudicial, por su
condición pantanosa, propensa a enfermedades y alejada del puerto, y
facilitada por la construcción de varios puentes que conectaron la
isla grande con la isleta. En esa localización continuó su lenta
pero consistente evolución en la capital de la Isla de San Juan
Bautista.
En 1582 se redactó una extensa memoria sobre la isla como respuesta
a un amplio cuestionario preparado por el Consejo de Indias. Este
informe, conocido como la Memoria de Melgarejo, reconoce
los dos núcleos iniciales –San Juan y Nueva Salamanca (San Germán)—además
de aldeas incipientes en lo que hoy conocemos como Arecibo y Coamo.
También indica el establecimiento de ingenios azucareros en las
inmediaciones de los ríos Bayamón,
Toa (actual Río de la Plata) y Loíza; señala pequeños asentamientos
en las inmediaciones de lo que hoy son Bayamón, Coamo, Juana Díaz,
Arecibo, Loíza y Canóvanas. Además menciona intentos --frustrados
por indios caribes y franceses-- de establecer poblados en las zonas
aledañas a los actuales municipios de Añasco, Manatí, Guánica,
Guayama, Humacao, Naguabo, Fajardo, Río Grande y Loíza.
Aunque sólo operaban puertos en San Juan y Aguada, se enumeran
algunos lugares de gran potencial a las inmediaciones aproximadas de
los actuales municipios de Añasco, Cabo Rojo, Guánica, Guayanilla,
Santa Isabel, Patillas-Arroyo, y Yabucoa. Con la Memoria de
Melgarejo, se hace evidente un proceso de reconocimiento cabal
del territorio de la isla con la intención de propiciar el eventual
desarrollo de sus localidades, limitado por diversos factores como
los ataques externos, la poca población, la falta de mano de obra,
la desatención de la metrópolis, y los grandes retos de una
geografía ajena y carente de los elementos de infraestructura
requeridos para su explotación y poblamiento.
La Memoria de
Melgarejo es prodiga en consideraciones sobre el potencial del
litoral este de la isla. Pero atribuye a los constantes ataques de
los franceses procedentes de Dominica y de los Caribes –que
utilizaban la isla de Vieques como punto de escala— las repetidas
destrucciones de los poblados y asentamientos intentados en esa
región. Uno de estos asentamientos – el poblado del Daguao—reviste
particular importancia histórica.
En su obra seminal sobre la conquista y colonización de Puerto Rico,
el Capitán Gonzalo Fernández de Oviedo menciona el poblado del
Daguao como el primer intento de asentamiento en la región este de
Puerto Rico. Según Oviedo, la sospecha de grandes riquezas auríferas
motivaron al caballero Juan Enríquez a establecerse en lo que se
consideraba la región más rica de la isla, con el permiso expreso de
Diego Colón, hijo del almirante descubridor. Aunque no hay consenso,
se cree que esto sucedió entre 1512 y 1514.
Este asentamiento no fue una empresa festinada o improvisada. El
caballero Enríquez tampoco era el típico aventurero caza-fortuna.
Según Oviedo, Enríquez era pariente de la esposa de Diego Colón,
quien para entonces ostentaba el título de Virreina. Por tanto, no
sorprende que el asentamiento fuera autorizado directamente por el
Virrey Diego Colón, y que Enríquez fuera designado Teniente del
Almirante, en aparente conflicto a la autoridad conferida a Juan
Ponce de León. Pero el asentamiento no duró mucho. Según Oviedo, se
combinaron la debilidad de los colonizadores, su falta de destrezas
para sostener el poblado y extraer oro, con la tenacidad de los
Caribes; aunque se habían identificado en la zona varios ríos y
arroyos ricos en oro, no pudieron explotarse porque la zona estaba
muy abierta y expuesta a los ataques externos.
Oviedo entendía que de haberse hallado oro antes de que se perdiera
el poblado, Santiago del Daguao se habría constituido en uno de los
asentamientos más importantes de toda la isla. Basaba sus argumentos
en la localización y fertilidad de la tierra –apropiada para pastos
y estancias— la calidad de sus aguas, y por supuesto, por su oro.
Oviedo indicaba que hubo opiniones que consideraban que no había
otro lugar más apropiado para los propósitos de España que éste.
El ilustre
historiador Salvador Brau ubicó el poblado del Daguao en la
desembocadura del Río Daguao, actual colindancia entre los
municipios de Ceiba y Naguabo y
de los barrios Daguao (Naguabo) y Quebrada Seca (Ceiba). Brau
también especuló que la intención del Almirante Diego Colón era
trasladar la capital de Caparra a Daguao, y de encomendar a Enríquez
la gobernación de la isla, a quien ubica a como cuñado del Almirante
Diego Colón.
Según Brau, Santiago del Daguao fue reducido a cenizas “destruyendo
el ganado y arrasando las plantaciones” por caciques taínos de las
regiones próximas a los ríos Daguao y Humacao y a los indios caribes
ubicados en la isla de Vieques. Otros historiadores han señalado que
la verdadera destrucción del Daguao fue en 1530 a manos del cacique
caribe Jaureybo II en represalia por las incursiones de Ponce de
León a la isla caribeña que hoy llamamos Guadalupe.
Sin embargo, en la desembocadura del Río Daguao –dentro del
perímetro de la Base Roosevelt Road-- no evolucionó ningún
asentamiento de importancia. Se ha especulado que Santiago del
Daguao pudo haber estado ubicado en el actual barrio Daguao de
Naguabo, o en el barrio Santiago y Lima, o en la desembocadura del
Río Santiago en la Playa de Naguabo. También es posible que su
ubicación fuera en Humacao, después de la desembocadura del Río
Antón Ruíz y en el actual barrio de Punta Santiago, en la Playa de
Humacao. Punta Santiago contó con una aduana del siglo XIX,
construida sobre una estructura de aduana aún más antigua. Durante
el auge de la caña, Punta Santiago fue el puerto de trasbordo por
excelencia de la caña de Vieques, contaba con el resguardo del Cayo
Santiago, y aunque el secado de tierras para la caña reconfiguró su
hidrografía, consta que fueron tierras de gran fertilidad y que
fueron ampliamente explotadas con propósitos agrícolas.
Desde el siglo XVI, el
monopolio comercial de España a través de compañías
comerciales de Sevilla y luego Cádiz, impedía a las colonias
comerciar con otros países ni con otras colonias españolas en
América. Aunque estas compañías adelantaron el desarrollo de las
colonias localizadas en sus rutas, aislaron a aquellas –que como
Puerto Rico— quedaron fuera de sus redes principales de comercio y
movimiento de mercancías. Las potencias europeas aprovecharon este
disloque y comenzaron a vender mercancías a las colonias españolas;
éstas, ante la carencia de artículos esenciales que no les llegaban
de España o que les llegaban a precios prohibitivos, y con productos
que exportar, decidieron entrar en el negocio del contrabando como
una alternativa tanto de resistencia a un régimen injusto, como de
mera subsistencia.
A principios del
siglo XVII, Francia, Inglaterra, Holanda y Dinamarca ocuparon las
Antillas Menores, minimizadas como “islas inútiles” y abandonadas
por España. Allí establecieron operaciones agrícolas de gran
rendimiento y enclaves para sus operaciones comerciales. Sus manejos
afectaron el comercio español y aislaron aún más a sus colonias, que
quedaron carentes de capital, opciones comerciales y de exportación,
y recursos para su defensa militar.
Puerto
Rico, carente de una economía de exportación, muy despoblada y sin
una gran mano de obra, y desprovista de un flujo constante de
comercio marítimo con España, quedó en la periferia de las redes
comerciales españoles y su desarrollo languideció por siglos. Como
resultado, la isla recurrió al contrabando, con la anuencia y
complicidad de muchos de los oficiales españoles. Las crónicas
informan de un activo tráfico de contrabando desde las actuales
localidades de Vega Alta, Loíza y Luquillo y hasta en el mismo San
Juan. Asimismo en lo que hoy es Arecibo, Aguada, Cabo Rojo, Lajas,
Ponce, Arroyo, Humacao, Fajardo, Santa Isabel y Vega Baja. Este
negocio de contrabando, que según Iñigo Abbad y La Sierra,
continuaba para fines del siglo XVIII, creó una estructura de
economía subterránea que ayudó grandemente al desarrollo de núcleos
productivos y poblacionales en dichas localidades.
Una de las principales crónicas del siglo XVII es la Descripción
de la Isla y Ciudad de Puerto Rico por el canónigo
puertorriqueño Diego de Torres Vargas, escrita a solicitud del
cronista español Gil González Dávila como parte de un proyecto mayor
para delinear un panorama de la iglesia española en América. La
Descripción de Torres Vargas ofrece datos geográficos e
históricos, con énfasis en la hidrografía de la isla y en las
incipientes producciones de azúcar, jengibre y cueros. Señala que
había ingenios en operación en el Río
Bayamón, en el Toa y en Canóvanas, trapiches en San Germán y
en el Valle de Coamo, un declive en la producción de jengibre, y
nuevas iniciativas prometedoras de cacao y tabaco. Se alaba la
calidad de las maderas y varias salinas de gran potencial al sur de
San Germán (Lajas y Guánica), manantiales auríferos en Coamo y
varias minas en otras localidades. Destaca que San Juan contaba ya
con cuatrocientas casas, San Germán con doscientas, San Blas de
Coamo con cien vecinos y San Felipe de Arecibo con cuarenta. Para
finales del siglo, crónicas posteriores destacan pocos cambios, con
núcleos poblacionales en San Juan, San Germán, Coamo, Arecibo,
Aguada, la desembocadura del Río Loíza y un primer poblado al este
de Puerto Rico, que daría origen a los actuales municipios de Las
Piedras y Humacao.
El ascenso de
Felipe V y de la dinastía francesa de los Borbones en España creó
una nueva mentalidad en cuanto a sus colonias de América. Las
llamadas reformas borbónicas, implantadas por su sucesor Carlos III
supusieron la
modernización de España, la centralización del poder en el
monarca y sus ministros, apoyados por una burocracia competente e
ilustrada, aunque no precisamente noble.
En las Américas, el reformismo borbónico se manifestó principalmente
en los asuntos económicos, particularmente los comerciales, que
enfrentaban el constante desafío del contrabando generalizado; a
pesar que España contaba con el más extenso imperio, no le sacaba
suficiente provecho.
Aunque las reformas borbónicas fueron cruciales en el auge y el
desarrollo de colonias vecinas como Cuba, en Puerto Rico, aparte del
auge en las fortificaciones, la lucha contra el contrabando y las
ansias monopolísticas de la malograda Compañía de Barcelona, las
reformas económicas no fueron evidentes hasta la llegada de
Alejandro O´Reilly en 1765 y los acuerdos de Muesas de 1775. En
Puerto Rico, la prioridad fue acotar el contrabando, recuperar el
comercio insular para los intereses españoles, generar más ingresos
públicos y proteger la isla, mediante fortificaciones, de ambiciones
extranjeras.
El Mariscal Alejandro O`Reilly, militar irlandés con una notable
hoja de servicios en España, llegó a Puerto Rico en 1765 con la
encomienda de investigar las condiciones de la isla y recomendar
mejoras que facilitaran su defensa. El informe de O´Reilly destacó
cuatro preocupaciones esenciales: la mala condición de las defensas
de la isla, el contrabando, el pobre comercio con España y las
escasas rentas de la colonia. Realizó un censo que reportó una
población de casi 45,000 personas de las cuales poco más del diez
por ciento eran esclavos, destacándose su concentración en
Loíza y en la Capital.
O´Reilly destacó la existencia en Puerto Rico de ríos caudalosos,
tierras fértiles y potencial para empresas agrícolas de caña de
azúcar, algodón, cacao, tabaco, café, maderas y sal. Todo esto en un
contexto agobiante de pobreza, desamparo, producción agrícola de
subsistencia y de un amplió, generalizado y dinámico comercio de
contrabando, desarrollado con poco o ningún disimulo, concentrado
principalmente en los litorales del sur y del oeste.
Recomendó mejorar las fortificaciones y la condición de las tropas,
el establecimiento de más ingenios, la importación de mano de obra
libre y esclava, recuperar las tierras no cultivadas y su reparto a
aquellos dispuestos a poblarlas y cultivarlas. Estas recomendaciones
tendrían amplia resonancia en el eventual despegue económico de
Puerto Rico en el siglo XIX.
En la década entre la visita de O´Reilly (1765) y la gobernación de
Miguel de Muesas (1776) la población de Puerto Rico aumentó en más
de un cincuenta por ciento: de poco menos de 45,000 a más de 70,000.
Entre los factores que ayudaron a este crecimiento se destaca la
llegada de inmigrantes. A los cuatro centros urbanos principales –San
Juan, San Germán, Coamo y Arecibo se sumaron múltiples nuevos
poblados que fueron completando la geografía local. Algunos de ellos
surgieron de localidades previamente adjuntas a estos núcleos
principales. La Historia Geográfica, Civil y Natural de la Isla de
San Juan Bautista de Puerto Rico, de Fray Iñigo Abbad y Lasierra,
provee un panorama muy completo del desarrollo de estas nuevas
jurisdicciones. Aunque fue publicada en el 1788, la Historia refleja
las visitas y observaciones de corte ilustrado de Abbad y Lasierra
durante su estadía en la isla entre 1771 y 1778. Su obra incluye un
importante recorrido por los litorales de la isla, en donde enumera
una ciudad (San Juan), tres villas (San Germán, Arecibo y Coamo) y
26 municipios. Esta configuración de ciudades, villas y municipios
según Abbad y Lasierra ilustra la alta concentración de
municipios en la región occidental de la isla.
Las
recomendaciones de O´Reilly encontraron tanto apoyo como resistencia
entre los residentes de Puerto Rico. Aunque se entiende que
acogieron positivamente las mejoras a las fortificaciones y a las
tropas, las propuestas para incentivar
la agricultura enfrentaron la
oposición de los hateros. Desde el Siglo XVI, el ocaso de la minería
y las grandes dificultades en desarrollar estancias agrícolas
rentables –ya fuera por el clima, las pésimas vías de comunicación,
los impuestos y la falta de mercados viables—dieron paso a una
economía local fundamentada en la cría de ganado. Como
resultado, el hato superó a la estancia como unidad principal
de propiedad territorial.
En general,
los hatos eran fincas de vasta extensión territorial, de forma
circular o poligonal, dedicadas a actividades ganaderas para la
subsistencia y el abasto de carnes y cueros. Dicho abasto de ganado
vacuno, caballar y porcino tenía gran demanda en las islas
extranjeras vecinas, ya que la agricultura intensiva de la caña y la
falta de ríos de cauce constante limitaban la viabilidad económica
de su ganado, que les era muy necesario no sólo para la alimentación,
sino para proveer mulas, bueyes, caballos para sus trapiches y de
cueros y otros derivados para diversos usos.
Los hateros puertorriqueños,
una pequeña oligarquía incipiente, carecían de títulos sobre sus
latifundios. En 1775, mediante una serie de acuerdos con el
gobernador Miguel de Muesas, los hateros lograron la ansiada
titularidad a cambio de un impuesto para sostener la tropa. Sólo
entonces se inició el desmantelamiento sistemático y progresivo de
hatos. La gradual transferencia de los ganados a otras tierras menos
productivas liberó nuevas tierras para la agricultura. Pero la
escasa población (poco más de 70,000 habitantes para el 1776) y la
falta de recursos impidió el desarrollo cabal de la agricultura. No
sería hasta la Real Cédula de Gracias de 1815 que se establecerían
los incentivos para atraer extranjeros y maquinarias, que a cambio
de tierra, desarrollaron múltiples operaciones agrícolas. Muchas de
las tierras incultas otorgadas a estos extranjeros provinieron de
los hatos realengos o sin dueño que fueron repartidos a inicios del
siglo XIX. El desmantelamiento de los hatos y el subsiguiente
reparto de tierras provocó un crecimiento poblacional sin
precedentes y la acelerada fundación de decenas de poblados y
municipios. Muchos de los nombres de estos hatos persisten en la
toponimia de muchos de los municipios y barrios puertorriqueños.
La disponibilidad de tierras y la Cédula de Gracias crearon el
abasto de tierras. El suministro de colonos inmigrantes provino de
acontecimientos geopolíticos de magnitud hemisférica. En las
primeras décadas del siglo XIX, los nuevos pobladores provinieron de
múltiples destinos, entre ellos, de la antigua provincia francesa de
Saint Domingue/Haití; de Lousiana, vendida por Francia a Estados
Unidos; de los rangos de las familias leales a España en las guerras
Bolivarianas de independencia de América del Sur, particularmente de
Venezuela y Colombia; y de Santo Domingo, en oleadas sucesivas
derivadas de la invasión Haitiana, la primera independencia, la
malograda recolonización de “la España Boba” y la
independencia definitiva de 1844. Luego de la Cédula de Gracia, la
inmigración también incluyó agricultores de
Córcega, responsables de la ocupación de las últimas tierras baldías
de la cordillera para el cultivo cafetalero, y de múltiples otros
países como Francia, las Antillas Menores, Mallorca, Italia y
Alemania. Según la Dra. Estela Cifre de Loubriel, los poblados con
mayor concentración fueron San Juan, Ponce, Mayagüez,
Humacao, Arecibo, San Germán,
Fajardo, Yauco y Arroyo.
Fuente: Enciclopedia de Puerto Rico F.P.H.
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