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Historia de Puerto Rico
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Aspectos político culturales en Puerto Rico: 1765-1897
Siglos 18 y 19
Los últimos 35 años del siglo 18 estuvieron
marcados por una serie de fenómenos internacionales que, de una forma u otra,
tocaron los destinos de Puerto Rico de manera radical y contradictoria. Para
la historia de occidente, aquel momento marcó las pautas generales de lo que
sería la Europa del siglo 19. En el caso americano, el desarrollo de tres
procesos, reflejo original de las confrontaciones del viejo continente,
abrieron las puertas al cambio e inauguraron el período histórico cuyas
secuelas todavía hoy se viven.
Para el caso europeo el período
revolucionario francés iniciado en 1789 y culminado en 1815 con la caída del
imperio de Napoleón I, dejó unas huellas imborrables en la conciencia
continental. La Revolución Francesa no sólo fue el cuestionamiento más
radical del modo tradicional de operar de las monarquías. Cimentadas en el
criterio del absolutismo y el origen divino del poder real, aquellas se
enfrentaron al reto de los proyectos de participación popular impuestos por
el "Tercer Estado", la burguesía, que arrastraron consigo las aspiraciones
del "Cuarto Estado", los pobres y los desclasados. El orden tradicional
europeo no volvería a ser el mismo desde aquel momento.
La inestabilidad de los borbones en Francia
significó la pérdida temporal del principal aliado de España en el
continente europeo. No fue hasta el año 1796 que la España absolutista
estuvo dispuesta a aliarse tácticamente con la república francesa a pesar de
la gran distancia que había entre ambos regímenes de gobierno. Las
consecuencias de alianza fueron notables.
Primero significó la pérdida definitiva de
la isla de Trinidad a manos de los ingleses en 1797. Segundo, la agresión
por esos mismos días de Ralph Abercromby y William Harvey a la capital de la
colonia. De hecho, después de la afirmación de Napoleón Bonaparte en el
poder (1803), España fue invadida por los franceses en 1808, creándole una
de las mayores crisis políticas a la monarquía española como se verá más
adelante
En el caso americano, la situación tampoco
era la más halagadora para las fuerzas de la tradición. En 1776 proclamaban
su independencia las 13 colonias británicas de América del Norte. España, en
eterna disputa con los ingleses y sin presentir las consecuencias que ello
iba a tener en el largo plazo, respaldó las gestiones de los rebeldes
abriendo sus puertos a los colonos en armas. Aquellas colonias, convertidas
en una nueva y poderosa república ?Estados Unidos- se transformaron en el
más importante reto a la hegemonía hispánica sobre el hemisferio occidental.
Entre 1791 y 1804 se consolidó, por otra
parte la independencia del Santo Domingo francés, nacido a la soberanía con
su tradicional nombre aruaco insular: Haití. La revolución haitiana tuvo un
carácter especialmente revolucionario. Conllevó no sólo la proclamación de
la independencia sino la abolición total y definitiva de la esclavitud
africana. Aquella fue una guerra cargada de odios raciales en donde las
comunidades rebeldes afro-haitianas no estuvieron dispuestas a tolerar la
presencia francesa en su territorio después de la liberación. Independencia
y exterminio de los blancos fueron asuntos que caminaron de la mano en el
caso haitiano. Junto a ello, el propósito firme de exportar la revolución
donde quiera que hubiese esclavitudes alteró en gran medida el lenguaje
revolucionario de su tiempo.
Desde entonces independencia y abolición de
la esclavitud ?identificada con una revolución racial- serían los dos más
grandes temores que España abrigaría respecto a sus posesiones insulares y
continentales. Los temores no estaban infundados. A partir de 1808, en medio
de la invasión napoleónica del territorio peninsular, el viejo imperio
colonial hispánico se vino abajo como un castillo de naipes. La apertura
política ideada por la resistencia antifrancesa, el permitir la fundación de
Juntas en los territorios coloniales, facilitó la organización de los
sectores criollos para reclamar y comenzar a construir sus soberanías. El
separatismo político era la orden del día hacia 1810. Desde México y
Caracas, los padres Hidalgo Costilla y Morelos y el criollo Simón Bolívar,
se irían convirtiendo en los signos de la nueva América por nacer.
Desde las primeras juntas en 1808 hasta el
Congreso de Panamá en 1825, aquellas tierras batallaron para estabilizar su
soberanía nacional en medio de una situación internacional compleja. La
utopía de la unidad hispanoamericana y la necesidad geopolítica de ultimar
el proyecto con la separación de las Antillas españolas nunca pudo
consolidarse de un todo. Las razones fueron múltiples
Tras la derrota definitiva de las fuerzas
napoleónicas en España y el regreso del orden en la figura del rey Fernando
VII llamado "El deseado", eran los tiempos de la Restauración, el
absolutismo se hizo de la península al rescate de sus fueros. Si bien España
no pudo recuperar las tierras continentales, sí consiguió ajustar cuentas en
las Antillas Mayores estrechando su control sobre ellas mediante gobiernos
que toleraban las reformas pero seguían gobernando con mano dura contra la
oposición.
Si a ello se añade el interés de la
creciente potencia americana Estados Unidos- en que las islas permanecieran
en manos del "enemigo más débil" España-, se puede comprender por qué
resultó políticamente imposible lograr la soberanía de las mismas en aquel
momento. Hay que decir que hacia 1825, en medio del Congreso de Panamá, las
nuevas repúblicas hispanoamericanas con la Gran Colombia a la cabeza, no se
atrevían a tomar una decisión política que pudiera contradecir los intereses
de Estados Unidos. El bastón de la hegemonía política había pasado,
definitivamente a la potencia del norte.
La pregunta es ¿qué significó
específicamente para Puerto Rico todo aquel cúmulo de procesos? En general
para la colonia aquello implicó la necesidad de afirmar el poder español en
este territorio. Aquel proceso había comenzado a darse paralelamente con el
llamado Ciclo Revolucionario Atlántico. El centralismo borbónico cumplió con
aquel proyecto dominador afirmando los controles sobre las islas. En
general, desde 1765 en adelante se revisaron las funciones que tenían
adscritas los tradicionales "tenientes a guerra" en los pueblos. En el
proceso de revisión, muchas localidades especialmente las más antiguas,
adquirieron título de "villa" con lo cual pudieron organizar sus gobiernos
locales alrededor de un alcalde y un cabildo. Ese fue el caso de Arecibo,
Aguada y Coamo en 1778.
Igualmente, ante la inestabilidad
internacional y por recomendaciones específicas del Mariscal de Campo
Alejandro O'Reilly, se realizó una gigantesca inversión en las
fortificaciones de la capital. Durante aquel período se construyó el
Castillo de San Cristóbal, se amplió y mejoró el San Felipe del Morro y en
1780 se completó el cerco de la ciudad con la muralla oeste entre el San
Felipe y la Fortaleza. Paralelamente se ordenó la creación de las "milicias
disciplinadas" para sustituir al ineficiente Batallón Fijo de la ciudad y se
dispuso la organización militar de los vecinos y su entrenamiento en las
artes bélicas. El peso de la defensa de la colonia descansaría sobre los
criollos, en ese sentido
Por otro lado, a raíz de la pérdida de su
gigantesco dominio colonial en los dos continentes, España se vio forzada a
tratar de obtener la mayor parte de los dividendos y beneficios posibles del
exiguo imperio que le quedaba. La hora económica de Puerto Rico llegó en
aquel momento de crisis internacional. Las reformas que se habían ido
ejecutando desde los últimos 30 años del siglo 18, demostraron su eficiencia.
Si a todo ello se añade el flujo de
inmigrantes del Santo Domingo francés y de las viejas posesiones españolas
que vieron en Puerto Rico un destino, puede uno imaginarse el impacto que
aquella presencia tuvo sobre las ideologías de los sectores dominantes
criollos. Buena parte de esos inmigrantes terminaron estableciéndose en la
costa oeste de Puerto Rico, entre Mayagüez, Aguadilla y Cabo Rojo, región
tan activa económica, política, cultural e ideológicamente durante el siglo
19.
Las nacientes ideologías puertorriqueñas,
tanto las conservadoras como las liberales, tuvieron en aquel fenómeno una
fuente notable. De alguna manera la experiencia histórica venezolana había
dejado su impresión en el orden político-cultural isleño. Desde 1795, el
sistema esclavista comenzó a ser desafiado por los esclavos en el modelo de
las revoluciones raciales de afirmación africana de Haití. En 1797,
aparecieron unos pasquines clandestinos en la capital. En ellos se hablaba
de la independencia y de los "hermanos caraqueños" como aliados en la misma
causa. La primera expresión del separatismo criollo también había mostrado
sus señas. Las dos causas político-sociales más temidas por España se habían
manifestado ya.
Transformaciones económicas y culturales 1765-1837
El Cultivo de la Azúcar
A partir de 1765, la isla atraviesa por
toda una serie de transformaciones que a la larga redundarán en la
conformación de la imagen actual del Puerto Rico del siglo 19. En el campo
socioeconómico el propósito más notable del imperio fue tratar de redirigir
la economía de la colonia hacia el mercado exterior, estimulando la
producción de bienes agrarios apetecibles en el extranjero. Esa era,
teóricamente, una manera de poner coto al gran dilema de la economía
subterránea entiéndase, el contrabando- y de restarle espacios a la
ineficiente agricultura de subsistencia.
Paralelamente se intentaba facilitar el
tráfico entre las colonias y la península. La caña de azúcar, volvió a
convertirse en la meta de los planificadores españoles. El café, recién
introducido en la isla desde 1735, y el tabaco, producto autóctono que tan
bien se producía entre los vegueros cubanos, cumplirían la función de
productos alternos en aquel juego económico lleno de riesgos. El algodón, el
jengibre, el añil, entre otros, seguirían durante mucho tiempo ocupando una
posición de privilegio entre los productores de la isla. Si ese propósito se
conseguía, las posibilidades de aumentar los ingresos del erario serían
mucho mayores.
Para agilizar la agricultura en gran escala
había que trabajar con el asunto de la tierra. Dos problemas mayores había
en este sentido. Por un lado, el hecho de que la mayoría de las tierras en
Puerto Rico estuviesen sin titular u otorgadas en usufructo. Segundo, el
dominio que los sectores ganaderos, los llamados hateros, tenían sobre
amplias extensiones de tierras en la colonia. Demoler los hatos y
transformarlos en tierras agrarias, titularlas para poder facturar un
impuesto sobre la tierra y controlar mejor la producción, eran soluciones
que iban la una de la mano de la otra. El ofrecimiento de títulos a quienes
decidieran dedicar sus tierras a cultivos exportables a cambio de un
impuesto mínimo se convirtió en un estímulo al nuevo programa económico de
finales del siglo 18.
Aquella economía agraria nueva contaría con
el respaldo del estado el cual, incluso, trataría de facilitar el tráfico de
esclavos a la isla. La venta de contratos a compañías monopolísticas se
convertiría en la orden del día en aquel período. Hacia 1765 la Compañía
Aguirre Aristegui de origen catalán dominó el tráfico de esclavos, como ya
se señaló en otra ocasión.
Las características de la colonia entre
1765 y 1807 justificaron aquella actitud. Si para 1765 había en la isla
44,883 habitantes de acuerdo con la estadística de Alejandro O'Reill y;
hacia 1776, año en el cual comenzaron a hacerse censos anuales sistemáticos,
la misma había aumentado a 70,355. Diecinueve años después, en 1795 sumaban
129,758 los habitantes y hacia 1807 la población estaba en los 183,211. Los
demógrafos y comentaristas de la época como fray Iñigo Abad y Lasierra,
opinaban que todavía habría espacios en el territorio colonial para sostener
algo más que 300,000 personas.
Aquella población vivía dentro de los
parámetros de una cultura rural en acelerada transición hacia una economía
agraria comercial. El fenómeno se reflejaba en la vida cotidiana en el
cambio forzoso de las formas de uso de la tierra, en la reconcentración de
aquel recurso y en la amenaza a la pequeña propiedad; lo cual debió ser una
preocupación de aquellos campesinos. Uno de los sectores que más rápido
aumentó fue el de los esclavos. La política de agilización del tráfico
negrero había funcionado. La clasificación de "indígenas" se disuelve en la
más flexible de "pardos". Ahí cabe cualquier elemento no blanco dentro de un
orden cultural racista que se convertirá en el código diferenciador en los
libros parroquiales desde aquella época. También habría que apuntar el
crecimiento de los sectores blancos durante aquel período.
El asunto es complicado. Una cultura
dominante de raíces blancas se sobrepondrá a una cultura de masas de origen
no blanco en donde predominan los elementos afro caribeños. Hacia 1800, la
idea de un Puerto Rico diferenciado de España, de lo insular y de lo que
significa ser criollo está vigente en la colonia. La reafirmación cultural
diferenciadora es innegable. El tiempo de la conciencia política, con todas
sus complejidades vendrá después
Algunos observadores ilustrados extranjeros
como Fernando Miyares (1775), el citado fray Iñigo Abad y Lasierra (1788) y
el naturalista francés André Pierre Ledrú (1797) fueron capaces de hablar de
un carácter propiamente insular. Distinguieron en la vida cotidiana de los
puertorriqueños, unos patrones que los hacían distintos de la "gente de la
otra banda" (los peninsulares). Desde las actitudes, hasta la música
popular, todo en ellos se distancia del imperio que los forzó a nacer.
También se desprende de aquellas observaciones el papel predominante de la
cultura no blanca, es decir mulata, en aquel período del desarrollo de la
nacionalidad.
La cultura académica y la cultura popular
caminan por rutas diferentes y el dinamismo de la cultura popular fue mucho
más notable. En Puerto Rico, la urbe es un fenómeno de excepción. San Juan y
San Germán se distinguen en aquella categoría. Las particularidades de ambos
órdenes son muy distintas. A fines del siglo 18 la capital ha desarrollado
sus rasgos actuales, con sus estrechas calles adoquinadas incluso y todas
las murallas que, en parte, desaparecieron a fines del siglo 19 como
consecuencia del aumento desmedido de la población.
En la ciudad convive el arte europeo con
los primeros atisbos de un arte colonial reflejo de aquel. La arquitectura
sirve de pie a aquel perfil del San Juan de Puerto Rico o del San Germán de
Auxerre de fines del 18. En un mundo que vive alrededor de la fe católica,
el arte religioso es una clave. Mobiliario, imaginería religiosa, orfebrería,
buena parte de ello proviene de Europa. Las artes locales se desarrollaron
marginalmente. El pintor mulato José Campeche trabaja con técnicas europeas
un mundo ideológico puertorriqueño. En ello y en la difusión internacional
de su obra radica su importancia. Su labor como retratista, pintor de temas
religiosos, históricos e incluso sociales lo convierte en una sorpresa en el
tardío siglo 18.
Paralelamente, un arte local tradicional
crece y se distingue. La talla de santos en palo viene a cumplir una función
compleja dentro del orbe del catolicismo popular e incluso del oficial. San
Germán fue uno de los grandes centros de aquel proceso como demuestra la
colección de tallas del Convento Porta Coeli. En síntesis, hacia el 1800 la
idea de Puerto Rico y "lo puertorriqueño" había avanzado. El siglo 19 tan
sólo la politizará y la pondrá en manos de los sectores criollos blancos
quienes virtualmente la cerrarán a los otros grupos sociales.
Vaivenes de las reformas
Las reformas del poder oficial no
terminaron con el siglo 18. Por el contrario, se afianzaron en las primeras
décadas del siglo 19. La invasión napoleónica de 1808, la guerra de
independencia que se inició ese mismo año en la península y la rebeldía de
las juntas revolucionarias del imperio en América, forzaron a España a abrir
las puertas de la participación política a sus súbditos coloniales. Las
Antillas, que respondieron positivamente al llamado hispano fueron, de hecho,
los únicos territorios que no consiguieron su independencia definitiva en
aquel momento. Su participación en el juego de la diplomacia española
garantizó su permanencia dentro del imperio cuyo orden se cuestionaba en
aquella ocasión
Ramón Power y Giralt
La participación del diputado criollo el
militar Ramón Power y Giralt en las cortes constituyentes que culminaron en
la redacción de la Constitución de 1812 que creaba una monarquía limitada en
España, era una garantía de que la clase criolla de Puerto Rico quería
seguir siendo española. Todo ello a pesar del naciente separatismo y
abolicionismo que se habían manifestado en los últimos años del siglo 18 en
la isla.
Aquella administración consiguió la
aprobación para Puerto Rico de la llamada Ley Power de 1812. El contenido de
aquella pieza legislativa es demostrativo de los sectores a los que se
quería beneficiar en aquel momento. La ley separaba definitivamente el
puesto de intendente (secretario de hacienda) del de gobernador a fin de
hacer más eficiente el cobro de impuestos y su redistribución presupuestaria.
Abolía el abasto forzoso de carnes de res a la capital. Fundaba una Sociedad
Económica de Amigos del País para estimular el desarrollo de una economía
racional y eficiente. Habilitaba los puertos de Mayagüez, Arecibo, Aguadilla,
Cabo Rojo y Ponce con aduanas para garantizar el aumento del tráfico
comercial legal. Todas estaban dentro del orden que la Ilustración, como
visión de mundo, imponía.
Ese mismo año Puerto Rico fue declarado
provincia española en igualdad de condiciones que las otras de la península.
Jurídicamente la isla ya no era una colonia de España, al menos por el
momento. El asimilismo político había triunfado y se convertía en la
ideología de los sectores liberales de la isla. En 1815 se decretó otra
pieza conocida como la Real Cédula de Gracias que vino a sellar de una vez y
por todas las relaciones entre España y Puerto Rico. Caído el régimen
liberal y demolida la Constitución de 1812 tras el regreso de "El Deseado"
Fernando VII, España arrebató las libertades políticas y conservó las
económicas que sí podían beneficiarla.
El decreto de 1815 abrió la isla al
comercio exterior con países aliados por 15 años. Permitió la inmigración de
extranjeros católicos, con capital y esclavos a cambio de tierras. También
se liberó de impuestos el tráfico de maquinaria. El terreno para el
desarrollo de una gran y rica agricultura, cimentada en el azúcar, estaba
abierto. El decreto facilitó el tráfico de esclavos a los vecinos y revisó y
reordenó el sistema de impuestos. De hecho, se abolió el impuesto sobre el
comercio conocido como la alcabala y sus derivados como la alcabala de
viento, y los diezmos. En cambio se creó el subsidio que, por sí solo,
montaba más alto que todos los demás juntos. Para manejar los asuntos
eclesiásticos se ordenó a los ayuntamientos a separar una suma de su
presupuesto para fines de culto y clero.
Entre 1815 y 1837, se afirmó el absolutismo
en España. A pesar de los retornos al orden constitucional de 1821-1822 y de
1837, el autoritarismo monárquico se hizo de un espacio firme en el orden
español liquidando las posibilidades de un régimen liberal para las islas.
Aquellos fueron también años de maduración de la primera generación de
separatistas puertorriqueños de origen criollo y de afirmación de un
abolicionismo de raíces afro-puertorriqueñas en este territorio. En 1837, se
cerró aquel ciclo de reformas y cambios tras la segunda caída del
liberalismo en la península. La promesa de que las islas serían gobernadas
por Leyes Especiales en atención a sus diferencias con la península nunca se
cumplió, para mal de España en América
La Real Cédula de Gracia
El Cultivo del Café
En 1808, las tropas napoleónicas invadieron
España y las colonias españolas se negaron a reconocer al nuevo rey, José
Bonaparte, hermano del emperador francés. Los residentes en Puerto Rico
estaban interesados en su mayoría en la conservación del Imperio y se
mantenían fieles a la metrópoli, por lo cual fueron recompensados en 1815
con la instauración de la Real Cédula de Gracia, lo que hacia posible el comercio libre con otros países. Puerto Rico y
Cuba fueron los lugares de reunión de tropas destinadas a sofocar la
rebelión en Tierra Firme, y ambos territorios contribuyeron a abastecer a
las tropas realistas y acogieron a los exiliados del continente. La Junta
Central Suprema Gubernamental de España y las Indias elevó en 1809 las
colonias ultramarinas, mediante decreto, a la categoría de Provincias del
Reino, otorgándoles representación en las Cortes que habrían de reunirse
en Cádiz. El primer diputado a Cortes elegido en Puerto Rico fue Ramón Power y Giral, oficial de la marina española nacido en la isla. Power
obtuvo la creación en Puerto Rico de una Intendencia de Hacienda
independiente de la Gobernación. Su primer responsable fue Alejandro
Ramírez, que fue designado hacendista peninsular. Su política económica
fue la de explotar los recursos que ofreciera la isla, afrontando la
desaparición del situado mexicano.
Franceses y Corsos en Puerto Rico
En 1815, Fernando VII concedió por decreto la
Real Cédula de Gracias, por la cual se permitía la libre admisión de
extranjeros y se liberalizaba plenamente el comercio. En las etapas
liberales de 1812-14 y 1820-23, Puerto Rico pudo elegir diputados
nacionales y provinciales. En esta segunda etapa liberal (1820-23) la isla
estuvo representada en Madrid por Demetrio O`Daly. Tras el
restablecimiento del absolutismo tomó el poder en Puerto Rico el general
Miguel de la Torre, cuyo mandato duró hasta 1837. En esta etapa prosiguió
el aumento demográfico, con un total de 358.836 habitantes en 1834. Una de
las oleadas mas grandes de inmigrantes provenian de la isla de Córcega en
el mar mediterraneo, practicamente la economia de la zona sur entre cañera
y cafétalera fué levantada por estos. Desde el pueblo de Guayama hasta el
de Yauco la zona estaba abundantemente poblada por ellos, particularmente
el pueblo de Yauco.
[ver]
Tres
años después volvió a instaurarse en España la monarquía constitucional, y
las Cortes del Reino decidieron que las provincias de Ultramar no
participarían del régimen constitucional peninsular. Así, Puerto Rico no
fue considerada como provincia de pleno derecho, sino como una colonia
bajo el poder de un gobernador militar. En la isla se fueron perfilando
tres corriente principales de opinión: los conservadores, que apoyaban al
gobierno colonial para salvaguardar sus intereses esclavistas; la de los
liberales, que querían asimilar la isla al resto del Estado español, y la
de los independentistas, cuya conciencia fue en incremento por el problema
de la esclavitud tras la abolición en EE.UU., en 1865 (la esclavitud
continuaba siendo legal únicamente en Brasil, Cuba y Puerto Rico)
Historia de la esclavitud en
Puerto Rico
La Revolución española de 1868, La Gloriosa,
halló eco en Puerto Rico: el 23 de septiembre de ese mismo año, el
improvisado presidente, Francisco Ramírez, con un ejército de 380 hombres,
estableció en el pueblo de Lares un gobierno provisional. Al levantamiento
se le conoce como el Grito de Lares, que instauró una república en
la isla. No obstante, la intentona fue sofocada en muy pocos días por las
milicias de San Sebastián. En España, la Revolución de 1868 destronó a
Isabel II y dio origen a un largo período progresista en la metrópoli,
primero con Amadeo de Saboya y luego con la Primera República Española.
Paralelamente, en la colonia se fundaron en 1870 y 1871 los partidos
políticos Reformista y Conservador, y dos años más tarde la I República
Española estableció en Puerto Rico la primera Diputación Provincial,
aboliéndose definitivamente la esclavitud. Con la restauración de la
monarquía borbónica se devolvería a la isla su estatuto colonial,
permaneciendo vigente sólo la abolición de la esclavitud. Los
conservadores se agruparon en el Partido Incondicional Español, y el
movimiento liberal quedó reestructurado en 1887 como partido autonomista y
defensor de la descentralización administrativa en todas las cuestiones
locales. Luis Muñoz Rivera, consiguió en 1896 que en Madrid se recibiera a
una comisión de autonomistas, que arrancaron de don Práxedes Mateo Sagasta
un compromiso de acometer la descentralización que se plasmaría el 25 de
noviembre de 1897. En febrero instauró un gobierno autónomo provisional.
Preside
el primer Gabinete puertorriqueño en el nuevo régimen autonómico el
respetable patricio D. Francisco Mariano Quiñones, el único que sobrevive a
los comisionados de 1865 que firmaron en Noviembre del siguiente año el
Manifiesto pidiendo para su país la abolición de la esclavitud "con
indemnización o sin ella, si no fuera otra cosa posible; sin reglamentación
del trabajo libre o con ella, si se estimaba de absoluta necesidad".
Siempre estuvo el Sr. Quiñones con su palabra, con su
pluma y con el voto del lado de los comisionados reformistas a quienes hoy
se califica justamente de precursores de la autonomía.
Ha sido el Sr. Quiñones diputado a Cortes, y
goza de gran prestigio como inteligencia y como carácter.
El
secretario de Gobernación y Gracia y Justicia es D.
Luis Muñoz Rivera, el infatigable director de La
Democracia. Es muy elogiado el
talento práctico con que ha conseguido enlazar los destinos del partido
liberal en Puerto Rico a los del presidido por el señor Sagasta, y el
esfuerzo y la constancia con que ha logrado llevar al censo restringido
80,000 electores liberales sin temor a los peligros que entonces tenía su
atrevida campaña en los periódicos autonomistas. Contribuyó con su peculio a
la fundación del periódico El País, y en él ha tomado muy activa parte como
escritor.
D.
Cayetano Coll y Toste, subsecretario de Agricultura, Industria y Comercio,
es hijo de Arecibo, y desde estudiante luchó en Barcelona y en su país por
la causa liberal. Médico distinguido de gran práctica, es además poeta
laureado y director propietario del Repertorio Histórico de Puerto Rico.
El Sr. Coll contribuyó poderosamente a la terminación
de un hermoso hospital en Arecibo, y hoy tiene la idea generosa de fundar en
Puerto Rico una sociedad benéfica protectora para asegurar el alimento de
los enfermos pobres, y una cocina económica.
En su paso por el gobierno regional de San
Juan ha demostrado el Sr. Coll sus brillantes aptitudes de mando.
El
secretario de Hacienda es el literato D. Manuel
Fernández Juncos, director de El Buscapié, asturiano
de nacimiento, portorriqueño de corazón, infatigable polemista y defensor
entusiasta de la causa liberal en Puerto Rico.
Identificado con D. Rafael María Labra en
política, y autonomista de siempre, tiene gran reputación como economista.
Secretario
de Obras públicas y Comunicaciones es el jurisconsulto D. Juan Hernández
López, que a su fama como letrado une la de orador elocuentísimo. Prestó
importantes servicios a la causa autonomista, y estuvo separado de la
política activa mientras juzgó que su partido trabajaba estérilmente,
volviendo a la lucha con nuevos bríos cuando la juzgó posible y eficaz. Es
presidente del Ateneo y de la Institución Superior libre de Enseñanza.
El decano
del Colegio de Abogados, D. José Severo Quiñones, es secretario de
Agricultura, y sus méritos como hombre de ciencia y orador muy brillante los
avalora la viril energía de su carácter, del que, en difíciles
circunstancias, ha dado pruebas evidentes.
El
abogado D. Manuel F. Rossy desempeña la cartera de Instrucción Pública.
Desde los comienzos de su carrera se consagró a la política liberal, y en
las épocas más difíciles para su causa demostró gran entusiasmo, Cortes de
1872 y en las Constituyentes del año 1878.
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