ANTERIOR |
LA PESTE NEGRA |
SIGUIENTE |
---|
La peste es una enfermedad de los roedores que se transmite a
través de las picaduras de las pulgas. Cuando los hombres
conviven con ratas, sus pulgas pueden transmitirles la peste
también a ellos. En algún momento de la tercera
década del siglo XIV, en algún lugar de Asia,
apareció una cepa del bacilo de la peste a la que los seres
humanos eran especialmente vulnerables. A veces afectaba a los
nódulos linfáticos, especialmente en el cuello, las
ingles y las axilas. Los nódulos se hinchan y endurecen formando
"bubones", por lo que la peste se conoce también por peste bubónica. A veces
afectaba a los pulmones (peste
neumónica), y eso era peor, porque entonces podía
transmitirse por el aire, sin necesidad de pulgas. En los casos
más virulentos, podía matar a una persona a los tres
días de los primeros síntomas. En estado terminal,
frecuentemente la piel se oscurecía por manchas
hemorrágicas, por lo que la enfermedad también era
conocida como peste negra. En 1346 los mongoles asediaban la
ciudad de Kaffa, en los
milenarios dominios bizantinos de Crimea, ahora dominada por los
genoveses, y aplicaron la vieja técnica de arrojar trozos de
cadáver sobre las murallas para introducir enfermedades. Esta
vez introdujeron la peste negra, que empezó a hacer estragos. Mientras tanto, Inglaterra y Francia se dedicaban a algo casi inocuo
en comparación con la peste: la guerra. La victoria de Sluis
había dado a Inglaterra el control del canal de la Mancha, pero,
por lo demás, la situación de Francia era mucho
más ventajosa: El emperador Luis IV era partidario de
Inglaterra, pero ahora había sido reemplazado por Carlos IV,
aliado del Papa, luego de Francia; el asesinato del duque Juan IV de
Bretaña había anulado la influencia inglesa en el ducado,
y el de Jacob van Artevelde había anulado la alianza entre
Inglaterra y Flandes. En la Guyena el frente francés avanzaba
lentamente. Eduardo III trató de cambiar las cosas en Flandes fomentando una insurrección contra el conde Luis I y, ciertamente, logró que muriera a manos de una multitud amotinada, pero los flamencos se mantuvieron neutrales. Tuvo más suerte en Escocia, donde logró capturar al rey David II en la batalla de Neville's Cross. Lo único que favorecía a Eduardo III era que Felipe VI
de Francia tenía tantos problemas económicos o más
incluso que él. En estas circunstancias, pensó que
había llegado el momento de aprovechar su dominio sobre el canal
de la Mancha para desembarcar un ejército en el norte de
Francia. Tomar París era impensable, pero tal vez un
éxito simbólico, por pequeño que fuera,
bastaría para que cundiera el descontento en Francia y Felipe VI
se viera obligado a claudicar. El 12 de julio desembarcó
su ejército en Saint-Hogue,
en Normandía, a unos 320 kilómetros de París.
Desde allí marchó hacia el sudeste y el 27 de julio se apoderó de la ciudad
de Caen. Continuó
avanzando en dirección a París. Su intención era
obligar a Felipe VI a retirar tropas de Bretaña y la Guyena, y
pasar cerca de París a modo de propaganda desmoralizadora.
Cuando llegó hasta el Sena, se encontró los puentes
destruidos. Esto era peligroso, pues si los franceses arrinconaban su
ejercito contra el río podían hacer una masacre, pero la
invasión había pillado a Felipe VI por sorpresa, y
todavía no tenía dispuesto un ejército con el que
repeler el ataque. Eduardo III se dirigió aguas arriba hasta que
encontró un puente que se podía reparar. El 16 de agosto cruzó el Sena y se
dirigió hacia el norte, hasta Ponthieu,
que era una posesión de la familia real inglesa adquirida por
matrimonio en los tiempos de Eduardo I. Al norte estaban Artois y
Flandes, desde donde su ejército podía recibir refuerzos
en caso de necesidad. Cuando llegó al río Somme, nuevamente se encontró
los puentes destruidos o bien custodiados, pero esta vez el
ejército francés estaba a unos 50 kilómetros aguas
arriba, y se presentaría al día siguiente. No
había tiempo de reparar puentes. Ofreció una recompensa a
quien le encontrara un vado, y un francés del lugar le
indicó por dónde podía pasar, pero sólo
cuando la marea estuviera baja. El 24 de
agosto esperó la marea baja y cruzó el río,
justo cuando aparecían los franceses. Entonces se dirigió
a la ciudad de Crécy, y
allí encontró un terreno que consideró adecuado
para una batalla. En la mañana del 26
de agosto dispuso sus tropas para el combate. El ejército de Eduardo III contaba con varias novedades. Por
una parte tenía cañones,
un tanto rudimentarios, de corto alcance y escasa precisión,
pero cabía esperar que el ruido de la pólvora asustara a
los caballos enemigos. Eduardo III los había recibido de sus
aliados flamencos. La primera mención de uso del
cañón data de unos veinte años atrás, en
Flandes, pero hasta la batalla de Crécy sólo
habían sido empleados de forma esporádica y marginal. Por
otra parte, el ejército inglés estaba formado
exclusivamente por infantería, y se iba a enfrentar a un
ejército de caballeros. Por supuesto, Eduardo III tenía
algunos caballos, pero los ocultó en un bosque cercano. No
pensaba usarlos. La batalla de Courtrai había mostrado
cómo unos soldados de a pie debidamente organizados y con las
armas adecuadas podían derrotar a un ejército de
caballeros. Los soldados de Eduardo III tenían un arma mejor que
la pica: el arco largo. Al
parecer fue un invento de los galeses. Medía casi dos metros y
arrojaba flechas de casi un metro de longitud. Requería arqueros
altos, muy robustos y muy entrenados, pero como contrapartida
tenía un alcance de entre doscientos y trescientos metros (el
doble que una ballesta), permitía apuntar con precisión a
un objetivo y, más aún, podía disparar una flecha
tras otra a gran velocidad (al contrario que las ballestas, que
requerían mucho tiempo para ser tensadas). Los ingleses
habían aprendido el uso del arco largo en sus campañas
contra los galeses y lo habían empleado con éxito en sus
campañas contra los escoceses. Eduardo III formó un frente de unos ocho mil hombres en la base de una loma, en la cual dispuso a sus ocho mil arqueros en tres grupos: uno a cada flanco y otro en el centro. Protegió a los arqueros con cuatro mil hombres más, esparcidos en una delgada línea sin más misión que ayudar ocasionalmente en caso de necesidad. Él se instaló en un molino de viento, desde donde dominaba todo el campo de batalla. Felipe VI llegó al frente de un ejército de unos
sesenta mil hombres, tres veces más numeroso que el
ejército inglés. Entre ellos había unos doce mil
caballeros con armadura y unos seis mil hábiles ballesteros
genoveses. Eduardo III había pensado en todos los detalles: los
franceses tendrían el sol ante sus ojos, y para encararse a su
frente
tendrían que hacer un brusco giro que sin duda
desorganizaría a sus hombres. Ésta era otra ventaja del
ejército inglés: era un ejército profesional, bien
pagado y disciplinado, que se enfrentaba a un ejército de
caballeros indisciplinados, bravucones y que se despreciaban los unos a
los otros. El rey francés propuso esperar al día siguiente. Al amanecer serían los ingleses los que tendrían el sol de cara, y los franceses se habrían recuperado del cansancio de la persecución a marchas forzadas con la que habían alcanzado a los ingleses. Sin embargo, los caballeros no quisieron oír de esperar: se enfrentaban a un mero ejército de infantería tres veces inferior en número. Esperar sería una cobardía. Felipe VI ordenó entonces a los ballesteros que avanzaran. Su capitán sugirió esperar, pues sus hombres estaban cansados. Los caballeros (que habían viajado a caballo) no vieron motivo para ello. Así pues, los ballesteros avanzaron, dispararon sus flechas y, mientras cargaban las ballestas a una distancia que juzgaban prudencial, fueron sorprendidos por una nube de flechas inglesas. Los que no murieron huyeron como pudieron. Los caballeros se lanzaron entonces a la carga, cada uno cuando quiso, sin esperar una orden. Al encontrarse a los ballesteros que les venían de cara los arrollaron aumentando la confusión. Una y otra vez los caballeros cargaron en distintas oleadas, pero todas ellas llegaban menguadas y desorganizadas hasta los soldados ingleses, gracias a los cañones y a la protección de los arqueros. El resultado fue una rotunda victoria inglesa. El análisis de la batalla era sencillo: la estrategia y la
disciplina eran superiores a la valentía insensata y
caótica, pero los franceses no lo comprendieron. Algunos tal vez
llegaron a intuirlo, pero la conclusión general que extrajeron
de la derrota de Crézy fue que los ingleses eran una raza
extraordinaria, muy superior a la francesa, pues sólo así
se entendía que unos vulgares soldados de a pie hubieran sido
capaces de derrotar a un ejército tres veces más numeroso
y formado por lo más selecto de Francia. No hubo ningún
intento de estudiar e imitar la táctica inglesa. Los arcos
largos siguieron siendo un arma exclusivamente inglesa, en parte porque
había que fabricarlos con una madera especial y requerían
hombres con características físicas adecuadas y con
años de ejercitación para usarlos eficientemente (y, por
supuesto, los ingleses guardaron con todo el celo posible los detalles
al respecto). Por el contrario, cualquiera podía aprender en
poco tiempo a usar una ballesta. También los ingleses llegaron a conclusiones parecidas.
Crézy dio el empujón definitivo al nacionalismo y el
orgullo nacional inglés. Obviamente, el hecho de que los
ingleses se consideraran superiores a los franceses y que los franceses
se consideraran inferiores a los ingleses facilitó mucho a
Inglaterra los futuros enfrentamientos con Francia. En septiembre, el ejército
de Eduardo III puso sitio al puerto de Calais.
Felipe VI, con su ejército destrozado, no se atrevió a
hacer nada. Los ingleses ocuparon los alrededores de la ciudad y se
dispusieron a esperar tranquilamente su rendición como si
estuvieran en Inglaterra, en lugar de en territorio enemigo. Entre las víctimas de Crécy estuvo el rey Juan I de
Bohemia, quien, a pesar de su ceguera, había insistido
insensatamente en que lo pusieran en medio del combate. Su
primogénito, Carlos IV, se convirtió así en el rey
Carlos I de Bohemia, y en 1347 vio confirmado su título
imperial cuando su rival Luis IV murió mientras se preparaba
para combatirle. Entonces los Wittelsbach se repartieron Baviera, que
pasó a tener seis duques: Esteban
I, Guillermo I y Alberto I
fueron corregentes la Baja Baviera y Luis
V, Luis VI y Otón V
de la Alta Baviera. Por su parte, Carlos IV recibió en
Milán la corona italiana. Las derrotas del benimerín Abú-I-Hasan Alí
frente a Alfonso IX de León y Castilla se compensaban con sus
victorias en África. Ahora conquistaba el reino de Túnez. El 3 de febrero el emperador Juan
VI Cantacuceno pudo entrar en Constantinopla y se reconcilió con
la Emperatriz Ana de Saboya. Juan V tenía entonces quince
años, y su madre aceptó que Juan VI fuera el emperador
principal durante los diez años siguientes. Además Juan V
se casó con Helena,
hija de Juan VI. Los ingleses hicieron prisionero al conde Carlos de Chatillon-Blois, el marido
de la duquesa Juana de Bretaña. Ese año murió la condesa Juana II de Borgoña y
Artois. Su hijo Felipe
había muerto el año anterior, pero había dejado un
hijo recién nacido, llamado también Felipe, que heredó los
condados. Su madre era la condesa Juana
I de Auvergne. Roberto de Anjou, el teórico emperador latino de
Constantinopla y príncipe de Tarento, se casó con María, hermana del duque
Pedro I de Borbón. Cola di Rienzo, secundado por un grupo de mercenarios, depuso al
gobierno de Roma y se proclamó a sí mismo y al legado
pontificio gobernantes conjuntos de Roma. Unos días más
tarde una multitud de romanos lo nombraba tribuno de la Santa República Romana.
Luego convocó a todos los estados italianos para que enviaran
representantes a un parlamento que había de estudiar la mejor
manera de garantizar la seguridad y la paz de la Universa sacra Italia. Veinticinco
ciudades güelfas respondieron al llamamiento. Petrarca fue al
principio uno de los seguidores de Cola di Rienzo, pero tan pronto como
el Papa y las fuerzas gibelinas empezaron a tomar posiciones contra
Roma, se asustó y buscó la protección de algunos
señores italianos. De esta época data la primera
versión de su Cancionero
o Rerum uulgarium fragmenta
(fragmentos de obras vulgares), una recopilación de los poemas
breves que había compuesto hasta entonces, la mayor parte
dedicados a Laura. El rey de Aragón, Pedro IV el Ceremonioso se casó con Leonor, hija del rey Alfonso IV de Portugal (su primera esposa, María de Navarra, había muerto apenas unos meses antes). En mayo, el conde Jaime I de Urgel, hermano de Pedro IV, junto con sus hermanastros Fernando y Juan, hizo resurgir la antigua Unión Aragonesa, y plantearon al rey una serie de exigencias, En Valencia la burquesía y la nobleza formó una Unión de Valencia, que se unió a la Unión Aragonesa en sus exigencias. En julio, el rey Felipe VI de Francia se acercó a Calais con un ejército. La ciudad llevaba ya diez meses bajo asedio, y Eduardo III había tenido tiempo de fortalecer sus posiciones. Además, los barcos ingleses impedían cualquier intento de socorrer a Calais por mar. El efecto psicológico de Crézy hizo su efecto, y los franceses nunga llegaron a atacar. Felipe VI abandonó a Calais a su suerte. En lo sucesivo reunió varias veces los Estados Generales para conseguir los apoyos necesarios a sus actuaciones.En agosto, el rey Pedro IV de
Aragón cedió en las cortes de Zaragoza a las exigencias
de la Unión Aragonesa y la Unión de valencia. Sin
embargo, el rey intentó después eludir sus compromisos y
la polémica se convirtió en una guerra declarada. Los
unionistas, dirigidos por el conde Jaime I de Urgel, formaron un
ejército nutrido principalmente de soldados castellanos. Finalmente se rindió la ciudad de Calais. Eduardo III,
furioso por la resistencia que había demostrado, ordenó
una matanza indiscriminada de sus habitantes, pero sus oficiales lo
convencieron para que cambiara de idea: si hacía tal cosa, en el
futuro las ciudades inglesas podrían ceder fácilmente
ante un asedio francés, pues no les cabría duda de que
los franceses recordarían el trato recibido por Calais y
pagarían con la misma moneda. Finalmente, Eduardo III
ordenó expulsar a la mayoría de la población, que
fue sustituida por ingleses, de modo que Calais se convirtió en
la principal base inglesa en el norte de Francia. Eduardo III
concertó una tregua con Francia y regresó a Inglaterra,
donde fue recibido entre aclamaciones. En octubre una flota de doce
barcos genoveses llegó a Mesina, en Sicilia, desde Kaffa. Los
pocos tripulantes que no estaban muertos estaban moribundos. Así
entró la peste en Europa. Al poco tiempo, cientos de personas
morían diariamente en la ciudad, y los que trataron de escapar
extendieron la peste con rapidez. La siguente ciudad afectada fue Catania. Antes de que acabara el
año llegó a Túnez. También Constantinopla
fue infectada por esas fechas. En noviembre murió el
conde Jaime I de Urgel, y no
está claro si murió envenenado (dado lo molesto que
estaba resultándole a su hermano últimamente) o si
murió de la peste. Fue sucedido por su hijo Pedro II, de diez años. Esto
no detuvo a los unionistas, que quedaron bajo la dirección del
infante Fernando, el hermanastro del rey y del conde fallecido. El 30 de diciembre los unionistas derrotaron
a Pedro IV en Bétera
(Valencia) y lo hicieron prisionero en Valencia. Allí
comprendió lo justas que eran todas y cada una de las peticiones
que se le hacían, que no dudó en conceder, pero entonces
se declaró la peste en la ciudad y los unionistas dejaron
marchar al rey por su seguridad. En enero de 1348 la peste
había llegado a Génova y Pisa, en febrero apareció en Venecia y poco
después llegó a Francia, donde se cobró la vida de
Juana, la esposa del rey Felipe VI. Boccaccio regresó a
Florencia después de haber estado en Ravena y en Fiorli, y poco
después de llegar él, llegó la peste. Según
su testimonio, murieron más de cien mil florentinos. Boccaccio
añade que, antes de la calamidad, nadie hubiera pensado que
Florencia tuviera tantos habitantes, y ahí acierta, porque no
los tenía. En general, las cifras de muertos dadas por
testimonios de la época son exageradas. Aun así, se
calcula que la peste acabó de media con una tercera parte de la
población de las ciudades que atacó. Se cuenta que, un día, Eduardo III estaba bailando en la corte con la condesa de Salisbury cuando ésta perdió una liga. El rey la recogió y dijo a los cortesanos que sonreían: "Avergüéncese quien piense mal. Quien hoy se ríe, mañana se sentirá orgulloso de llevarla." Poco después fundó la Muy noble orden de la Jarretera (una jarretera es una liga), formada por doce miembros (como los caballeros de la Tabla Redonda) además del rey y el príncipe de Gales. Los caballeros de la orden se reunían en Windsor, en el coro de la capilla de san Jorge. Su divisa era precisamente Honni soit qui mal y pense. Luis de Anjou-Tarento había expulsado de Italia al rey Luis I
de Hungría y su esposa Juana I regresó junto a él.
Luis I de Hungría se volvió hacia los Balcanes, donde
trató de erradicar a los cátaros y a los ortodoxos. Hizo
prisionero al hermano de Luis de Nápoles, el emperador latino
Roberto II de Anjou-Tarento. Ese año murieron el duque Carlos de Durazzo (que dejó
sólo tres hijas, la mayor de la cuales, Juana, a sus tres años,
heredó el ducado) y el marqués Juan II de Randazzo, duque
de Atenas y Neopatria, que fue sucedido por su hijo Federico de Randazzo. En Castilla
murió el infante Juan Manuel. El emperador Juan VI reorganizó el Imperio Bizantino. Lo
dividió en tres regiones: Tracia (que incluía
Constantinopla), Tesalónica y Mistra. Envió a Mistra como
déspota a su hijo Manuel.
Petrarca había recibido órdenes menores y ahora
disfrutaba de una canonjía en Parma. Se supone que allí
recibió en mayo la noticia de
la muerte de Laura. Por esta época terminó el Bucolicum carmen, formado por doce
églogas. El rey Pedro IV de Aragón, con la dote que el año
anterior le había proporcionado su suegro, el rey Alfonso IV de
Portugal, logró formar un ejército que, dirigido por Lope de Luna, derrotó a la
Unión Aragonesa el 21 de julio
en la batalla de Épila.
La Unión fue disuelta en las cortes de Zaragoza reunidas en agosto. Se cuenta que Pedro IV
rasgó con su puñal el Privilegio
de la Unión Aragonesa, firmado por Pedro III, por lo que
el rey es conocido también como Pedro IV el del punyalet. De poco
más le valió
su matrimonio, pues Leonor de Portugal murió ese mismo
año. Como recompensa a sus servicios, Pedro IV convirtió
a Lope de Luna en el primer conde de
Luna. Fernando, el hermanastro de Pedro IV, fue hecho prisionero
tras la batalla de Épila, pero luego fue liberado y huyó
a Castilla. Por estas fechas la peste llegaba a Inglaterra y a Marruecos. El rey Carlos I de Bohemia (Carlos IV de Alemania) se
consagró al engrandecimiento de su reino, y en especial de
Praga, su capital. Encargó la construcción de la catedral
de san Vito y fundó la
universidad de Praga. El 9 de diciembre Pedro IV el
Ceremonioso derrotó a los unionistas valencianos en Mislata. En 1349 las cortes de Zaragoza
disolvían la Unión de Valencia. El rey desencadenó
una cruel represión contra los rebeldes. Se cuenta que
mandó fundir la campana que llamaba a reunión a los
nobles y obligó a beber el metal fundido a los cabecillas. Pedro IV seguía sin tener hijos varones, y por ello se apresuró a casarse por tercera vez, ahora con Leonor, hermana del rey Luis I de Sicilia. El derrocado rey Jaime III de Mallorca vendió a Felipe VI de
Francia el señorío de Montpellier, y con el dinero
reunió una flota y un ejército de mercenarios con los que
desembarcó en Pollensa,
en Mallorca y avanzó hasta Lluchmayor.
Allí fue derrotado y muerto por los catalanes, sin que
los mallorquines, leales a Pedro IV, prestaran ninguna ayuda a su
antiguo rey. En la batalla participó también Jaime, el hijo de Jaime III, de
trece años, que fue hecho prisionero. Su hermana Isabel fue internada en el convento
de Santa Clara, en Valencia. Montpellier no fue la mejor adquisición de Felipe VI. El delfín Humberto II se había arruinado, y vendió su título y su tierra al rey de Francia. Felipe VI se lo cedió a su hijo Juan, y así se inició la tradición de que el heredero al trono francés llevara el título de delfín. La compra del delfinado aumentó ligeramente la popularidad de Felipe VI, que últimamente estaba bajo mínimos. El hijo del conde Luis I de Flandes, ahora convertido en conde Luis II de
Male, logró tomar Gante y ponerse al frente de la
herencia de su padre. Mantuvo a Flandes neutral. El Papa Bonifacio VIII había establecido que se
celebraría un jubileo cada cien años, pero, dado el
éxito que había tenido el primero, ahora Clemente VI
decretó que
se celebrarían cada cincuenta años, de modo que el
año próximo también sería jubilar. Brígida de Suecia llegó a Roma en peregrinación, y allí fundó una residencia para peregrinos y estudiantes suecos. El rey benimerín Abú-I-Hasan Alí se
había alejado mucho hacia el este de África y se
encontró con que los beduinos árabes le habían
cortado la retirada. Para escapar tuvo que embarcar en Túnez
hacia Marruecos, pero allí se encontró con que su hijo Abú Inán había
usurpado el trono y se negaba a abandonarlo. Mientras tanto, el rey Alfonso XI de León y Castilla puso
sitio a Gibraltar. El asedio por mar estuvo bajo la dirección de
Egidio Boccanegra, un pariente
del que había sido dux genovés, Simone Boccanegra y que
llevaba ocho años al servicio de Alfonso XI. En tierra, el rey
tuvo a su lado a Pedro IV de Aragón. El emperador Esteban IX de Servia arrebató Tesalia al Imperio
Bizantino (excepto la ciudad de Tesalónica). Ahora podían
verse con claridad los efectos de la guerra civil que había
padecido recientemente el Imperio:
El rey Luis I de Hungría nombró duque de Transilvania a su hermano Esteban. Transilvania era la
región situada al norte de Valaquia, separada de ella por los
Cárpatos. La condesa Margarita II de Holanda, viuda del emperador Luis IV,
cedió el condado a su hijo Guillermo
V a cambio de una pensión que éste no le
pagó. Entonces los holandeses se dividieron en dos facciones que
pronto cobraron tintes sociales: los partidarios de Margarita II fueron
conocidos como hoeken
(anzuelos) y eran mayoritariamente nobles, mientras que las clases
populares apoyaron a Guillermo V y fueron llamados kabeljauwen (bacalaos). Guillermo V
terminó expulsando a su madre del condado, pero eso no puso fin
al conflicto. Ese año murieron:
Pero a esta corta lista hay que añadir la larga lista de
víctimas de la peste negra. Tres arzobispos de Canterbury
habían muerto uno tras otro, y en la corte papal de
Aviñón murieron cinco cardenales y unos cien obispos. La
enfermedad había llegado a Alemania, Dinamarca e Irlanda. En
Inglaterra había llegado hasta la frontera escocesa. Cola di Rienzo no pudo mantener a flote su República Romana.
Finalmente tuvo que huir y refugiarse en Praga, donde el emperador
Carlos IV lo hizo apresar en 1350. Los siameses fundaron el reino de Ayuthia,
gobernada por el rey Ramadhipati,
que se extendió a expensas del decadente reino de Angkor, pero
la mayor potencia de la zona era el reino javanés de Mahapahit,
a cuyo trono acababa de ascender el rey Rajasanagara, aconsejado por el gran
estadista Gajah Mada.
www.proyectosalonhogar.com |