Breve Introducción a la Psicología Página
Proyecto Salón Hogar
(1). ¿De que se
trata? | (2). La maquina suave | (3). Vivimos y aprendemos |
(4). El recuerdo y el olvido
(5). La busqueda de un motivo | (6). La revelación de nuestros
sentimientos | (7). Soy lo que soy
(8). Descarrilandose | (9). Hacia un mundo mejor
La máquina suave
El aire de nuestra respiración entra y sale, y el latido de nuestro
corazón es constante aun cuando
estemos dormidos o despiertos, pensando en nosotros mismos o no. No
tenemos que enseñar a
nuestras ojos a parpadear al ver una luz brillante o pensar en
rascarnos la nariz cuando nos dé
comezón. Sin embargo, al conducir un auto, escribir un libro, o
hacer un soufflé, todas nuestras
acciones relacionadas con esas cosas deben de estar bajo un control
consciente y preciso. A
pesar de ello, nuestro trabajo puede resultar gracioso y eficiente o
torpe y disparatado, sin que
podamos hacer mucho por cambiarlo. De todas maneras, podemos ser
disculpados por pensar
qué tipos de actividad, tan diferentes, se realizan en nosotros.
Pero, en realidad, todas son manifestaciones diferentes del trabajo
de un sistema integrado y único
-pasajes para instrumentos de cuerda o de aliento-madera en la
intrincada armonía orquestada de
nuestros inmensos recursos fisiológicos.
El estado de nuestro ser
William Burroughs creó una frase clara y útil para describir al
cuerpo humano: “La máquina suave”
(Burroughs, 1968). Pero, si fuéramos máquinas, lo seríamos de una
ingeniosidad y una
complejidad asombrosas. La organización financiera, política y
cultural, de bienestar, social, militar
e industrial, de un vasto y poderoso país-estado, parecería
desempeñar sus funciones en una
forma ineficaz y elemental junto a los sistemas de control e
información necesarios para mantener
el buen funcionamiento del cuerpo y de la mente de cualquiera de las
personas de dicho país.
Aunque la psicología, como ciencia, no depende por completo de la
fisiología, el entendimiento de
la conducta humana debe tomar en cuenta los sistemas de control de
la “máquina suave”. Cada
una de estas ciencias da su propia explicación del comportamiento -psicológico
y fisiológico. Pero
cada ciencia se beneficia de su familiaridad con la otra. Como se
verá, algunos de los
descubrimientos y formulaciones de la fisiología, presentados en
este capítulo, serán útiles para una
mejor comprensión de los análisis puramente psicológicos que se
tratan a continuación.
¿El dios en la máquina?
El cerebro contiene 11 mil millones de células o más, llamadas
neuronas, las cuales se encuentran
organizadas en redes interconectadas. Por supuesto, no todas
funcionan al mismo tiempo -en
realidad existe un gran número de células cerebrales que parecen no
usarse nunca. Nadie
aprovecha al máximo la capacidad de su cerebro y nadie ha explicado
satisfactoriamente por qué
resulta tan complicado y por qué fuimos dotados de esta
superabundancia de capacidad mental.
Quizá algún día aprendamos a usar esta gran reserva de lo que,
después de todo, constituye
nuestro recurso más importante.
Sin embargo, el cerebro no es el único que controla o moldea nuestra
conducta y experiencia. Las
neuronas recorren nuestra columna vertebral para formar el sistema
autónomo, el cual controla
diversos complejos musculares y glándulas. Este sistema nervioso
autónomo (SNA) nos mantiene
en buen forma, controla el latido de nuestro corazón y La
temperatura de nuestra piel. En el
momento adecuado, también nos prepara para “luchar o escapar”, al
mandar una señal de
descarga de adrenalina o para cualesquiera otros cambios desde
nuestro estado “normal” o de
reposo. La forma de interacción mutua de tales sistemas es la que
determina principalmente el
componente fisiológico del comportamiento.
¡Un “alto” es poner en acción!
Piense en una secuencia “simple”. Usted se encuentra conduciendo su
auto por la ciudad, las luces
del semáforo cambian a rojo y usted se detiene. ¿Qué pasa realmente
en esos segundos? Sus
ojos, mientras miran el camino que tienen enfrente, son atraídos por
el patrón “luz roja”. El
estímulo eléctrico que viaja de la retina del ojo hacia el cerebro (donde
se encuentra lo que
podríamos llamar el Centro de Control de la Visión) viene acompañado
de cambios químicos. El
significado del estímulo -la luz roja- se comprueba, se analiza y se
compara con otras experiencias
de “luz roja” archivadas en la memoria. Una luz roja puede
significar algo más que “alto”. Pero, en
este caso, el cerebro reconoce una orden particular y familiar y
establece un programa de
conducta aprendida.
Quizá su primera reacción sea considerar (con gran rapidez) si puede
o no adelantarse a la luz
roja, o si puede violar la ley y evitar chocar con otro vehículo.
Esta apreciación y su resultado se
derivarán de experiencias anteriores como: el conocimiento del
camino, su capacidad como
conductor, la potencia de su automóvil y sus puntos de vista sobre
la forma de conducir y sobre la
ley.
Las percepciones del momento también se toman en cuenta: ¿hay
peatones u oficiales policíacos
alrededor? ¿Qué tan cerca están los demás autos? ¿Está algún auto
deportivo o alguna carroza
fúnebre esperando cruzar la calle? ¿Cómo se siente uno: tenso o
relajado, triste o enfadado?
¿Lleva prisa o tiene tiempo de tomarlo con calma? ¿En verdad quiere
arriesgarse? ¿Se enfrentaría
a una posible muerte o a que le quitaran su licencia de conducir? ¿Cómo
reaccionarían los que le
rodean?
En este momento, la conclusión a todas sus interrogantes es que debe
obedecer la señal. Su pie se
retira del acelerador y se coloca en el freno. Hasta ahora, todo el
proceso ha sido continuo y
rápido. Miles de neuronas se “activaron”; los mensajes cruzaron
rápidamente por su cabeza y su
cuerpo. En total, deben haber recorrido una distancia mayor a la que
usted iba a recorrer. Su
cuerpo se ha puesto un poco tenso, sus manos se aferran al volante
de la dirección con más
firmeza, los músculos de la parte inferior del tronco, las piernas y
los pies se encuentran
preparados para asegurarse de emplear la cantidad de presión exacta.
En esta etapa comienzan a entrar en juego otros sentidos. Los ojos
siguen enviando información al
cerebro, pero el sentido del equilibrio (el sentido vestibular)
reporta la sensación de disminución de
la velocidad. Los músculos, a su vez, están “retroalimentando” la
información. Se están tomando
decisiones. ¿Es necesario aumentar la presión que se ejerce en el
freno o disminuirla un poco? ¿Es
ya tiempo de cambiar de velocidad? ¡Y pensar que conducir era
sencillo!.
Se podría escribir todo un libro sobre la psicología y la fisiología
de este hecho particular (o casi
de cualquier otro: ¡solamente imagínese lo que implica tocar el
violín!) y luego otro volumen sobre
la decisión de “arriesgarse’’ e intentar ganarle a la luz roja.
Este segundo volumen pondría especial atención en el sistema
nervioso autónomo y en el papel
que desempeña al hacer que las glándulas endocrinas segreguen
adrenalina. El ritmo cardiaco
aumentaría, al igual que la frecuencia respiratoria; el estado
general del cuerpo sufriría cambios
considerables o superficiales. Se podría experimentar miedo o
ansiedad seguidos de alivio o
exaltación. El estado de “emergencia” trae consigo una considerable
aceleración del proceso
fisiológico.
Con todo esto, el problema de la transmisión nerviosa -la forma en
que los mensajes e impulsos
pueden recorrer todo el cuerpo- aun no ha sido tomado en
consideración. Pero, el ejemplo nos da
una pequeña idea de los elaborados componentes que encierra una
acción que tendemos a dar
por establecida: detener la marcha del automóvil. Debe reconocerse
que por lo menos este grado
de actividad fisiológica existe en todo cuanto hacemos a diario y
que el espectáculo ofrecido por
“la máquina suave” se convierte en algo irresistible y realmente
milagroso.
Muchas personas suponen que la ciencia “disculpa” las maravillas y
los misterios mediante
explicaciones. Sencillamente, esto no es así. Internarse en la
ciencia es descubrir maravillas a la
vuelta de cada esquina.
Los misterios del organismo
Los psicofisiólogos, en sociedad con sus colegas especializados en
las ciencias médicas, biológicas
y conductuales, ofrecen una descripción más coherente de nuestro
cuadro interior, al centrar su
interés en el sistema nervioso central (SNC) y en el sistema
nervioso autónomo (SNA). En este
siglo se ha realizado la exploración sistemática de los conductos
nerviosos que entran o salen del
cerebro, así como el descubrimiento de los secretos del gran cable
de comunicaciones que
desciende por la columna vertebral a través de anillos de vértebras
hacia redes aún más pequeñas
de interconexión. Sólo en las últimas décadas, los psicofisiólogos
empezaron a aclarar los misterios
de la estructura de la célula nerviosa y de la vasta red neuronal
que se extiende por todo nuestro
cuerpo. Han registrado impulsos nerviosos aislados y seguido los
mensajes químicos que pueden
acelerar la información, a través de un sinnúmero de células, en el
cuerpo humano promedio.
Un análisis más detallado sobre las neuronas
El cerebro humano contiene entre 10 y 12 mil millones de células
básicas llamadas neuronas,
vitales para las funciones directamente responsables de nuestro
comportamiento y experiencia.
Aunque existen neuronas altamente especializadas, todas constan de
tres partes: el cuerpo
celular, del cual salen unas fibras cortas llamadas dendritas y una
fibra nerviosa más larga llamada
axón.
La neurona es, en esencia, un sistema para transmitir información en
forma de impulsos nerviosos.
Una o varias dendritas recogen dichos impulsos; luego, el cuerpo
celular los pasa a lo largo del
axón, para ser transmitidos más adelante a las dendritas de otras
células nerviosas y finalmente a
los “relevos” activadores de músculos o glándulas específicos.
Las neuronas siguen su camino en un solo sentido. Los impulsos
únicamente se inician en la
dendrita y de ahí son llevados al final del axón. El axón es tan
pequeño que mide una micra (un
milésimo de milímetro) de diámetro y su longitud varia de 1 mm hasta
2 metros.
Cómo se transmite el impulso nervioso
Ahora creemos saber que el proceso es electroquímico por naturaleza.
Una burda analogía de la
acción de los nervios sería una mecha encendida: si se le aplica una
flama por uno de sus
extremos, el fuego correrá gradualmente hasta el otro extremo. Pero,
un axón no se consume por
el paso del fuego: se puede volver a usar una y otra vez, además de
que lleva la excitación, de un
extremo al otro, infinitamente más rápido que cualquier mecha.
Las neuronas obedecen a la ley del “todo o nada”, o se activan o no
lo hacen. Pero la cantidad
de energía necesaria para provocar una respuesta depende del tamaño
de la neurona y la propia
condición física, además de otros factores -el cansancio, la falta
de oxígeno o las drogas pueden
inhibir a la neurona y reducir su capacidad de respuesta. Una vez
activada, por la acción de
partículas cargadas eléctricamente llamadas iones, transmite su
mensaje.
Ahora debemos preguntar qué inicia el proceso completo en una
neurona determinada: en primer
lugar, ¿qué la hace responder? La misma respuesta se aplica a todas
las neuronas, sean éstas
largas, pequeñas, sensitivas (llevan los impulsos de los sentidos a
los sistemas nerviosos) o
motoras (llevan los impulsos del sistema nervioso a los músculos).
Cada axón se coloca muy
cerca, pero nunca toca a la dendrita de otra neurona. Al espacio
entre el extremo del axón y la
dendrita de la siguiente neurona, en la línea de transmisión, se le
conoce como espacio sináptico o
sinapsis.
Aunque la sinapsis separa el extremo final de una neurona del
extremo inicial de otra constituye, al
mismo tiempo, la conexión entre ambos, y el impulso nervioso debe
atravesarlos. Cuando la
transmisión sináptica se presenta, el campo eléctrico que se generó
por la activación de una
neurona debe de ser lo suficientemente poderoso para extenderse por
toda una sinapsis y
provocar una reacción en la siguiente neurona. El campo eléctrico
mismo también parece tener un
componente químico: es como si el impulso activara partículas
químicas diminutas a través del
espacio. A pesar de la gran cantidad de investigaciones realizadas
en este campo, en los últimos
veinte años, aun no existe una explicación completa de la manera
como ocurre esto.
Las rutas de descubrimiento
Todavía existen muchas cosas en espera de ser descubiertas por los
fisiólogos, y algunas
preguntas sencillas aún no han encontrado una respuesta
satisfactoria. Por ejemplo, se conoce
mucho sobre la química de las fibras nerviosas y sobre la dinámica
de los impulsos nerviosos, pero
no se ha explicado cómo es que los estímulos físicos del mundo
exterior (ondas luminosas,
cambios en la temperatura) se pueden convertir en impulsos
nerviosos. Un misterio aún mayor es
la forma como un impulso determinado atraviesa sólo un camino,
dentro del infinito número de
caminos posibles, en el sistema nervioso.
Si retrocedemos un poco, en nuestro riguroso enfoque sobre el
mecanismo nervioso, podemos
encontrar preguntas aún más amplias, como sería, por ejemplo: ¿cómo
explica -el sistema que
hemos estudiado- procesos tan íntimos como la selección de un
compañero, el aprendizaje de un
segundo idioma o la redacción de un libro?
¿Todo se halla en el cerebro?
Los psicofisiólogos toman al cerebro como una “enciclopedia” donde
se encuentran la mayoría de
las respuestas sobre nuestro comportamiento. Es lo que nos hace
característicamente humanos (a
diferencia de los animales -aunque muchos aseguran que nuestra
conducta es muy similar a la
suya). Se trata de una estructura, muy elaborada, de una
versatilidad y una complejidad
asombrosas.
El cerebro, en sí, tiene un peso aproximado de 1.5kg y se encuentra
dividido simétricamente en
dos hemisferios, el izquierdo y el derecho. Aún no se sabe la razón,
pero el lado izquierdo del
cerebro controla el lado derecho del cuerpo y viceversa. Los
hemisferios se hallan conectados por
un conjunto de nervios que actúan como canales de comunicación entre
las diferentes regiones del
cerebro.
La estructura del cerebro
El cerebelo controla todas las actividades normales del cuerpo,
tales como el latido del corazón, la
respiración, la coordinación muscular, la postura, el equilibrio,
etc., así como el sistema de
comunicación entre los órganos sensoriales y las extremidades. El
mesencéfalo o cerebro medio
analiza toda la información visual y la manera como se relaciona con
nuestra posición corporal.
Asimismo, lleva a un organismo en reposo a responder a los estímulos
amenazadores del
ambiente. El prosencéfalo o cerebro anterior es responsable de
nuestra actividad sexual,
nuestras emociones, necesidades e impulsos. El funcionamiento
mental, tal como el de los
procesos del pensamiento, la percepción y el habla también se
encuentran ligados a esta área del
cerebro.
Se ha delineado claramente la estructura del cerebro y se han
descrito cuidadosamente sus
funciones. No obstante, algunas investigaciones fascinantes, sobre
lo que sucede en nuestro
comportamiento cuando se desconectan quirúrgicamente las dos partes
del cerebro, no sólo
destacan la complejidad de nuestra llamada “materia gris”, sino que
subrayan el viejo refrán de que
“cuanto más se descubre, menos se sabe”.
Cerebros divididos-mentes dobles
Es un hecho ya establecido que los animales y nosotros los humanos
poseemos un cerebro
dividido, o, dicho de otra manera, una mente doble. Es casi como si
el cuerpo mismo estuviera
habitado por dos cerebros independientes, cada uno capaz de realizar
sus diferentes funciones por
separado. Aún cuando hayamos aprendido a dibujar con la mano
derecha, también podemos
hacerlo (con menor destreza) con la izquierda. No necesitamos
iniciar nuevamente el proceso de
aprendizaje del dibujo al usar la mano contraria. En realidad, los
niños suelen cambiar los lápices
de una mano a otra cuando aprenden a dibujar. Esto implica que la
información almacenada en un
hemisferio también lo está en el otro.
Si se desconectan los hemisferios entre sí, perderíamos la capacidad
de integrar las sensaciones
provenientes de las partes opuestas del cuerpo. Tampoco podríamos
coordinar los movimientos
de nuestros miembros en ambos lados. Es bien sabido que si a una
persona con un cerebro
dividido quirúrgicamente (difícil de encontrar) se le toca la pierna
derecha, no será capaz de
señalar ese lugar con la mano izquierda. Sólo puede señalar con la
mano del mismo lado. Se debe
de concluir que cada hemisferio puede realizar dichas funciones por
separado, pero que no
informa al lado contrario sobre lo que puede hacer.
Otro fenómeno curioso, aunque inexplicable, es que, aun cuando cada
uno de los hemisferios
divididos experimente emociones “normales”, dichas emociones pueden
diferir simultáneamente en
cada hemisferio. Hace muchos años, un psicólogo llamado Holden
informó de un hombre con el
cerebro dividido que, estando en extremo enojado con su esposa, la
agarraba con la mano
izquierda, sacudiéndola violentamente, notando que su mano derecha
intervenía en un intento por
evitar que continuara (Holden, 1973).
Obteniendo los mensajes a través de las redes
El cerebro no es un órgano aislado, sino que constituye la parte
principal y dominante del sistema
nervioso. Como es sabido, el sistema nervioso íntegra y coordina a
las neuronas, permitiendo que
las diferentes partes y sistemas del cuerpo se “comuniquen” entre
sí. Este importante sistema se
halla formado por dos estructuras diferentes pero íntimamente
ligadas.
El sistema nervioso central (SNC) se encuentra alojado en el cráneo
y la médula espinal. Su
función principal es la de asegurar que todas las partes del cuerpo
trabajen en conjunto: organiza e
integra a la persona como un todo y es sede de la conciencia. El
sistema nervioso periférico está
formado por fibras nerviosas que conectan el SNC con diversos
receptores (sensibles al ambiente
externo) y efectores (músculos y glándulas que aseguran una
adaptación física adecuada al
ambiente exterior). El sistema periférico se subdivide en dos
secciones más: el sistema somático y
el sistema autónomo -que a su vez se subdivide en dos sistemas
funcionales muy importantes, el
simpático y el parasimpático.
Dichos sistemas se localizan en diferentes puntos a lo largo del
tallo cerebral y la médula espinal. El
sistema simpático se encuentra ubicado en medio de ésta (entre el
cuello y la médula espinal) en
tanto que el parasimpático une por arriba y por abajo las fibras
nerviosas parasimpáticas (de ahí
para, que significa “junto a”).
El simpático se puede comparar a un general, en el campo de batalla,
formando a sus tropas en un
caso de emergencia. Opera cuando la vida se ve amenazada o cuando se
experimentan emociones
intensas como la ira, el enojo, la angustia, el miedo o incluso
cuando se realiza un esfuerzo físico
exagerado. En otras palabras, prepara al organismo para la acción
-aumenta el ritmo cardiaco,
estimula la secreción de adrenalina, supervisa la irrigación
sanguínea a los músculos, evita que el
hígado asimile el azúcar que los músculos necesitan, etc.
Por su parte, el sistema parasimpático es como el intendente del
ejército, el cual mantiene a las
tropas en forma, atendiendo a sus necesidades vitales. Es
responsable de la conversación de la
energía corporal, la digestión, la eliminación de los productos de
desecho, la protección de
nuestros sistemas sensoriales y el mantenimiento general del
equilibrio del organismo en su
totalidad.
El freno y el equilibrio
El mantenimiento de un equilibrio en todas estas actividades se
logra por la forma de cooperación
antagónica que existe entre los sistemas simpático y parasimpático
-trabajan uno contra el otro. Si
el primero comienza a estimular al organismo a una mayor actividad,
el segundo lo detiene o al
menos obstaculiza el efecto total a fin de evitar que el organismo
tenga una reacción
“desenfrenada”, al hacer funcionar desordenadamente a todos sus
sistemas. La respuesta sexual
masculina ilustra claramente lo anterior. Un hombre excitado
sexualmente experimenta primero una
erección (función parasimpática) seguida por una eyaculación
(función simpática) para frenar el
proceso de la excitación.
La retroalimentación
Los fisiólogos occidentales suponían, hasta hace poco, que las
funciones corporales, controladas
por el sistema nervioso autónomo, estaban más allá del control
consciente. Por ejemplo, al ritmo
cardiaco y a la presión sanguínea se les considera variables, pero
sólo como resultado de los
cambios en el ambiente, interno o externo, y no como un producto de
nuestra voluntad consciente.
Estas afirmaciones tienen cierta validez para fines prácticos y, en
realidad, ambos tipos de función,
la “voluntaria” y la “involuntaria”, se relacionan con los
diferentes tipos de músculos funcionales:
“estriados’’ o “lisos”. Pero esto no siempre es cierto.
Este capítulo se inició con la idea de que, aun cuando estamos
conscientes de muchos de nuestros
actos, otros ocurren sin ningún control consciente, como al
rascarnos la cabeza cuando tenemos
problemas, al mismo tiempo que hacemos muecas. Permanecemos
totalmente inconscientes de
tales detalles de nuestra conducta hasta que alguien nos los hace
notar. Sin embargo, una vez
prevenidos, podemos darnos cuenta de que estamos a punto de
rascarnos la cabeza y de hacer
muecas, y evitarlo. La conciencia precede al control. Este es el
lema de un fenómeno explorado
en forma relativamente reciente, al cual se le conoce como
biorretroalimentación, procedimiento
que nos permite verificar e incluso cambiar los procesos
fisiológicos llamados “involuntarios”
Sondeando los secretos del cuerpo
En los experimentos sobre biorretroalimentación es donde se
detectan, se amplían y se muestran,
al participante y/o al investigador, los pequeños cambios que
ocurren en el cerebro, o en el
cuerpo. La tecnología de las computadoras permite a las personas
ponerse “en contacto” con su
mundo interior -con los cambios en su frecuencia cardiaca, su
presión sanguínea, así como las
variaciones en su temperatura y los patrones de sus ondas
cerebrales. Estos procesos biológicos,
a menudo indetectables por quien los experimenta, permiten al
participante retroalimentarse o
conocerse. En general, se establece una “meta” -tal como: “altere su
presión sanguínea, por favor”
- y, al seguirla, la persona puede apreciar su progreso hacia la
meta determinada. Las
investigaciones han demostrado que la presión sanguínea puede
disminuir hasta un 15%, la
temperatura de la piel puede llegar hasta 13º C y el ritmo cardiaco
a 35 latidos por minuto. De
este modo, los misteriosos procesos del cuerpo, los cuales, por
supuesto, siempre han estado
disponibles como datos de trabajo en el cerebro oculto, ahora se
pueden traer a la luz de la
conciencia, a los sentidos mismos con los que percibimos el mundo
exterior.
Los vínculos con el mundo
Tradicionalmente, se ha hablado de cinco sentidos: la vista, el
oído, el tacto, el olfato y el gusto.
Los psicólogos agregan otros dos a la lista: el movimiento corporal
y el equilibrio. Los sentidos
mismos no están formados por un solo elemento, sino por
combinaciones de elementos cuya
mayoría nos son familiares -el gusto (basado en los sabores amargo,
dulce, ácido y salado) o el
tacto (cuyos elementos son el frío, el calor, la presión y el dolor)
son un ejemplo. Toda
experiencia, a través de estos sentidos, proviene de las diferentes
combinaciones de tales
componentes.
Nuestros sentidos se hallan en una interacción constante: sólo
piense en lo que implica la
preparación de una simple comida -probar la sopa, oler el pastel
quemado, usar la mano libre para
bajar la flama del sartén en el cual vigilamos y oímos que hiervan
los frijoles, ¡todo al mismo
tiempo!. Si esto no lo convence tendrá una demostración más sencilla
de la interacción de los
sentidos cuando pruebe si el soufflé ya está cocido: ¿percibe si
está a punto de quemarse, en el
mismo instante que lo pica con un palillo, para ver si la parte de
arriba se coció demasiado?
Los ciegos “ven” el mundo que los rodea por medio de sus sentidos.
Usan el tacto para “leer” el
lenguaje Braille y “ven” a través de las transitadas calles de la
ciudad mediante un bien
desarrollado sentido de movimiento y equilibrio. Su manera de
recorrer su camino aun no es muy
clara, aunque se puede obtener una interesante clave a partir de los
murciélagos. Estos viven en
una total oscuridad y carecen de la vista. Al volar, emiten un
curioso sonido que se refleja en los
objetos del ambiente -como el eco. A este tipo de retroalimentación
se le conoce como
información de sonar y tiene sus equivalentes tecnológicos en los
ecómetros empleados para
medir la profundidad de los mares, en el equipo de detección
submarina, así como una cierta
semejanza análoga con el radar.
En un experimento muy interesante, diseñado para probar si esta
capacidad también se presentaba
en los humanos, W. Kellog (1962), descubrió que los invidentes eran
capaces de diferenciar,
mejor que un vidente vendado, las texturas de diferentes telas que
cubrían cierto número de
objetos. Pidió a todos los sujetos que emitieran ruidos que
produjeran ecos a partir del medio
circundante. Al hacer esto, los invidentes los llevaron a cabo mucho
mejor que sus compañeros
videntes.
¿Cómo trabajan los sentidos?
Nuestros sentidos poseen una propiedad común llamada umbral. Un
sonido debe ser lo
suficientemente fuerte para atravesar el “umbral de nuestros oídos”
antes de que en realidad lo
oigamos. Por debajo de cierto nivel de intensidad no oímos nada.
(Esta acción se parece al
funcionamiento de las neuronas -necesita haber una cantidad
importante de energía para que
puedan activarse). De no ser esto así, nuestra vida sería una
tormenta de estímulos confusos, pero
sin importancia, pidiendo captar nuestra atención: existiría el
peligro de no poder diferenciar entre
lo importante y lo secundario. Por tal motivo, aparentemente somos
capaces de adaptar nuestros
umbrales a las necesidades del ambiente. Es probable que al leer
estas palabras usted no se dé
cuenta del leve ruido que el sistema de aire acondicionado puede
estar produciendo, ni sienta la
presión de la correa de su reloj sobre su piel. Pero, si alguien
apaga el aire acondicionado, es
hasta ese momento (o un poco después) cuando usted oirá y registrará
la diferencia. Digamos
que esta capacidad podría ser muy importante en situaciones
amenazadoras. Si el ambiente
cambia, el silencio se percibe, pero la adaptación es rápida si el
hecho carece de importancia.
Lo absurdo
Suele decirse, de alguien cuya conducta es extraña, que “ha perdido
el sentido”. Parte de esto es
verdad, como descubriera Donald Hebb en un experimento ahora
tradicional (Hebb, 1955). A
unos estudiantes voluntarios se les pagó para que permanecieran
acostados tranquilamente en una
cama, dentro de un laboratorio, y por experimentar la menor cantidad
posible de sensaciones.
Cada voluntario tenía que hacer esto usando una máscara, guantes y
mangas largas y estando
envuelto en algodón. Se mantuvo constante un mismo sonido (el del
aire acondicionado) y se les
permitía comer e ir al baño sólo cuando era necesario. De otra
forma, debían permanecer quietos
durante las 24 horas de cada día.
Los hallazgos de Hebb fueron fascinantes. Al principio, a los
estudiantes les agradó el experimento
-¡eso de que te paguen por gozar de un merecido descanso! Sin
embargo, el sueño pronto se
convirtió en vigilia, surgió el aburrimiento y más tarde los
voluntarios entraron en una fase de
vívidas alucinaciones. Algunos oían cosas, otros las veían yo otros
aseguraban sentirlas. En
realidad ninguna de estas “cosas” existía. Era como si los
voluntarios hubieran tenido que inventar
algo para no volverse locos.
Como sugiere el experimento de Hebb, cuando se nos priva de la
experiencia sensorial
proveniente del medio que nos rodea, nuestros reguladores internos
empiezan a funcionar. Los
estímulos internos son muy importantes, pues ofrecen diferentes
reacciones a una misma situación
externa. ¿Cuántas veces no hemos tomado un suéter sólo porque
alguien se levanta y abre la
ventana, porque tiene mucho calor? Los estímulos internos se
encuentran íntimamente ligados a
nuestras reservas de intereses, actitudes y motivos, los cuales
acompañan e incluso dan forma a
nuestra conducta en las situaciones comunes.
La disposición mental es un fenómeno que destaca bien este punto: a
menudo vemos u oímos
únicamente lo que esperamos ver u oír en una situación determinada.
En términos generales, las
madres tienen una disposición mental para oír el llanto nocturno de
sus bebés; ellas esperan su
presencia y al menor ruido se despiertan. No obstante, estas mismas
madres bien pueden seguir
durmiendo a pesar del estrépito de su reloj despertador. La
disposición mental a menudo se
vuelve un hábito -como cuando el crujir de una cortina, a altas
horas de la noche, suele
confundirse con la entrada de un ladrón.
Ver no necesariamente es creer
Percibimos cosas inexistentes, distorsionamos los fenómenos
observados y, lo cual es más
sorprendente, todos somos culpables de las ilusiones -o sea, de ver
las cosas de manera diferente
de la que en realidad son. Todos podemos creer estar en lo correcto,
pero en realidad estar
completamente errados. A continuación se ofrecen algunos ejemplos de
la manera como la
mayoría de nosotros explica algunas ilusiones visuales
excepcionales. Debe decirse que los
psicólogos han aprendido mucho de tales anomalías siendo, la esencia
de éstas, muy
reconfortante. Vemos, sentimos e interpretamos el mundo circundante
de una manera bien
ordenada y altamente organizada.
Las distorsiones visuales y las ilusiones
Aquí tenemos algunas ilusiones y distorsiones visuales con las
cuales muchos de nosotros nos
hemos encontrado alguna vez. Demuestran cómo los ojos y el cerebro,
o ambos, suelen agregar
partículas y fragmentos de información a lo que en realidad se está
viendo. La mayor parte de
estos trucos” se explican con facilidad, pero algunos siguen siendo
desconcertantes. ¿Usted
distorsiona las figuras o son ellas las que se distorsionan ante
usted? Trate de descubrir lo que
sucede.
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