Breve Introducción a la Psicología   Página

Proyecto Salón Hogar

(1). ¿De que se trata?| (2). La maquina suave | (3). Vivimos y aprendemos  | (4). El recuerdo y el olvido
(5). La busqueda de un motivo | (6). La revelación de nuestros sentimientos | (7). Soy lo que soy
 (8). Descarrilandose | (9). Hacia un mundo mejor

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 Descarrilándose


Cuando nos duele la garganta, dolor de cabeza, flujo en la nariz o dolores musculares,
sabemos que probablemente nuestro médico diagnosticará “una ligera gripe”. Aun si se
detectara un tumor maligno, el pronóstico puede no estar en lo correcto, pero, a pesar de
ello, ser identificable.
Sin embargo, ¿qué hay de la patología psicológica? ¿Cómo se identifica? ¿Qué la
constituye y cómo se cura?
Las actitudes dogmáticas y las creencias sarcásticas contribuyen al mantenimiento del
temor a las enfermedades mentales y a las perturbaciones de la conducta, pero el misterio
innato de las condiciones y sus causas también atormenta a las personas con un fuerte
sentido de la “normalidad”. Se piensa que los hospitales y las instituciones para enfermos
mentales son una especie de “manicomios”, “casas de locos” o “granjas cómicas” y que a
los pacientes se les ridiculiza, desprecia, rechaza o bien se les aísla y que sus familias y
amigos se sienten avergonzados. o en desgracia, pues la “locura” nos atemoriza.



“Me estás volviendo loco...”

Casi todos hemos visto alguna vez a alguien cuya conducta pública es excesivamente anormal, por
lo cual nos ha llamado la atención. Y la única evidencia observable que nos presenta una conducta
evidentemente extraña es la anormalidad o la patología. No obstante, suele ser difícil decidir con
seguridad cuándo es rara la conducta de una persona: no todas las aberraciones de lo “normal”
caen en la descripción de “locura”. Por ejemplo, podemos tener un amigo que siempre se ha
comportado de una manera afectuosa y extrovertida, el cual se está volviendo paulatinamente
reservado y receloso. Podemos conocer a alguien que haya sufrido una derrota importante en el
trabajo y no parezca ser capaz de readaptarse. Tal vez sintamos que ambos necesitan ayuda, aun
cuando ni en sueños los clasificaríamos como “dementes” o incluso con la palabra común -aunque
a menudo mal empleada- de “neuróticos”.

Luego, ¿es la anormalidad un asunto de categorías? ¿Está sujeta a la consideración del
observador? ¿Quién decide formalmente que alguien está loco o es anormal, o que necesita ayuda
psicológica? ¿Cómo actúa el proceso de diagnóstico como no .sea en forma de opinión? El
análisis de dos métodos para destacar la anormalidad, y la forma en que los psicólogos emiten su
diagnóstico a partir de ellos, nos servirá de ayuda.


Malo para la humanidad

Existe una definición, llamada “evolutiva”, acerca de la conducta anormal, donde se la describe
como algo que “desajusta al individuo y por ello al género humano como especie”. Esta definición
se puede ampliar mediante el argumento de que la conducta es anormal si interfiere con las
posibilidades que una persona -o una sociedad- tiene y depende mucho de su “salud”, según la
definió en 1960 la Organización Mundial de la Salud: “Un estado de completo bienestar físico,
mental y social y no solamente la ausencia de enfermedades o dolencias”.

De acuerdo con la definición “evolutiva”, cosas como los crímenes menores, la estafa y la crueldad
son anormales, puesto que reducen las posibilidades de salud de las personas. El hecho de que
sean muy comunes no tiene que ver al llegar a esta conclusión.


Lo raro es anormal

La definición estadística de la anormalidad clasifica la conducta patológica al establecer las
normas de la sociedad particular en que vivimos, comparadas con la forma en que como
individuos actuamos. Según esta definición, una conducta muy rara es anormal; la “normalidad”, y
la conformidad con “justo la forma en que son las cosas”, se consideran iguales. A pesar de ello,
se trata de una norma flexible: un genio puede parecer tan “diferente” que se le puede considerar
“loco” -pero un soldado que se adapta a una norma común al matar a todo aquél que no lleva su
mismo uniforme, es aceptado como alguien perfectamente normal.

En algunas culturas “primitivas” es común y aceptable para las personas entrar en un estado
emocional, parecido al trance hipnótico, que los psiquíatras occidentales asocian con la
esquizofrenia catatónica (Benedict, 1935). ¿Quién está en lo correcto?

Muchos psicólogos y psiquiatras adoptan un punto de vista estrictamente pragmático: si alguien se
dirige a ellos en busca de ayuda, eso basta para considerarlo candidato a un tratamiento
terapéutico. Luego, las etiquetas, como en el caso de “anormal”, se pueden considerar
Innecesarias: el objetivo de la terapia no es sólo librarse de la conducta extraña, sino fomentar el
desarrollo total y una conciencia lo más saludable posible para cada ser humano.

Dicho punto de vista no ayuda a diagnosticar las verdaderas enfermedades mentales, lo cual no
necesariamente es lo mismo que la anormalidad. En realidad alguien debe decidir si el sujeto se
halla mentalmente enfermo o no.

Durante muchos años, esta decisión concordé con el “modelo médico” elaborado por la
psiquiatría. De acuerdo con dicho patrón, se piensa que las perturbaciones mentales se originan
principalmente por un mal funcionamiento genético u orgánico; por lo tanto, la conducta anormal
es un síntoma de alguna enfermedad implícita y los médicos deben tratarla en los hospitales. Así,
durante mucho tiempo, esos asuntos se dejaban estrictamente en manos de los psiquiatras (o sea,
quienes poseían los requisitos médicos tradicionales).

Esta aproximación a las enfermedades mentales ha recibido fuertes críticas por parte de
psiquiatras radicales como R.D. Laing (1959) y Thomas Szasz (1973). Laing ataca y crítica el
concepto tradicional de enfermedad mental, los pabellones psiquiátricos y los hospitales para
enfermos mentales, la terapia de choques electroconvulsivos, el uso de drogas en la psiquiatría y el
autoritarismo de la psicoterapia tradicional. En lugar de ver la conducta anormal como el resultado
de la historia o enfermedad pasada de una persona, Laing la considera como originada por una
falla normal de su capacidad para interactuar y adaptarse. Szasz piensa que la relación entre el
psiquiatra de un hospital y su paciente es como la de un amo y su esclavo más que como la de un
médico y un paciente adulto.

Esta escuela “radical” afirma que la llamada “enfermedad mental” es simplemente una respuesta
saludable a una sociedad enferma. En lugar de tratar al “enfermo mental” como un paciente pasivo,
opinan que los pacientes mismos deben asumir algún grado activo de responsabilidad en el manejo
de su conducta. Algunos psiquiatras consideran a la “enfermedad mental” simplemente como una
conducta desviada. Algunas veces la “enfermedad mental” puede no llegar a ser una conducta
anormal, sino sólo una clasificación funcional inventada o mantenida por las expectativas de la
sociedad, así como por los profesionales de la salud mental.


“¡Si digo estás loco, es que lo estás!”

En 1973, en un notable desafío para el diagnóstico convencional y el tratamiento de las
enfermedades mentales, David Rosenhan y doce de sus colaboradores utilizaron falsas identidades
y se “recluyeron” ellos mismos en varios hospitales mentales de los Estados Unidos (1973).
Falsificaron cierta información acerca de sus supuestas enfermedades (oigo voces, voces
irreconocibles...”), pero mencionaron con veracidad todo lo acaecido durante su vida pasada y en
las circunstancias usuales.

En once de los doce hospitales, los supuestos pacientes fueron diagnosticados como
“esquizofrénicos” y se les recluyó en pabellones psiquiátricos, basándose en sus pretendidas
“anormalidades”. Sin embargo, una vez adentro, Rosenhan y sus colegas dejaron de simular sus
síntomas psiquiátricos -todos se comportaban lo más normalmente posible en todas sus actitudes.
No obstante, a pesar de su pública “demostración” de cordura, los pseudo-pacientes
permanecieron sin ser reconocidos. Finalmente, a todos se les dio de alta con un diagnóstico de
“esquizofrenia en retroceso”, después de haber estado hospitalizados un promedio de 19 días.
Ningún miembro del personal de los hospitales se dio cuenta, en ningún momento, de que se había
cometido un error de admisión o de que una persona perfectamente normal había sido internada
en un hospital para locos. Se dejó a los esposos, esposas y amigos asegurar su libertad.

El personal de un hospital norteamericano, que escuchó hablar del estudio de Rosenhan, manifestó
muy seguro que dichos errores de juicio no hubieran podido ocurrir en su institución. Roseaban
puso a prueba sus declaraciones, informando que uno o más “impostores” solicitarían admisión a
su hospital en los próximos tres meses. Cada uno de los 193 pacientes admitidos en dicho período
fue sistemáticamente clasificado por el personal y 19 fueron clasificados por un psiquiatra, así
como por un miembro del personal, como impostores. Por lo menos un miembro del personal
consideró que un total de 41 pacientes eran falsos. El número de pseudo-pacientes reales que
Rosenhan envié al hospital fue de cero.

Sin duda, esto constituye (a menos que usted sea demasiado pesimista y piense que el grupo de
Rosenhan de verdad estaba loco) una acusación demasiado escandalosa en contra de ciertos
“patrones médicos” empleados como técnicas de admisión y diagnóstico en los hospitales -y
difícilmente capaz de calmar los temores comunes y recelos relacionados con la posibilidad de
verse recluido erróneamente en una institución mental. Sin embargo, es tranquilizador el hecho de
que ha habido un cambio importante de ideas dentro de la psicología y la psiquiatría en lo referente
a conceptos tales como el de “normalidad” y “locura” aun en los últimos años. Los especialistas
contemporáneos de la salud mental trabajan sobre planteamientos novedosos y efectivos dirigidos
al diagnóstico y el tratamiento.


Una pastilla se lo quita


El desconcierto psicológico puede surgir de muchas maneras -la culpabilidad por tener un amante,
la tensión en los momentos de crisis, el desaliento en los momentos de pérdida, la ansiedad por no
ascender de puesto. Una forma de librarse de esto puede consistir simplemente en olvidarse de lo
que causa dicha culpa o ansiedad; otra es aceptar los consuelos de la religión ante una pérdida o
crisis. Pero nadie quiere renunciar a una amante o al trabajo, y en esta época la religión ya no es la
poderosa fuente de consuelo de antes. En tales circunstancias, muchas personas recurrirán a las
pastillas de uno u Otro tipo, las cuales las harán sentirse mejor sin tener que renunciar a lo que
hacen ni esperar a que la naturaleza o la crisis siga su curso.

Lamentablemente, muchos médicos consideran conveniente administrar pastillas como una medida
paliativa en contra de nuestros males. Cada año se gastan enormes fortunas para incitarnos a
buscar este tranquilizante o aquella pastilla para dormir.

Para un número cada vez mayor de personas, el ingerir drogas de una forma o de otra ha llegado a
ser una parte predominante en la vida. Los substitutos artificiales las ayudan a permanecer
despiertas, a dormir o a “enfrentarse a la vida”. El resultado básico es que los sentimientos de
auto-control disminuyen, hay una pérdida de la autoconfianza y el “apoyarse en las píldoras” se
convierte en el reforzador central de su vida. Una vez que la norma se arraiga, las rutinas
conductuales se constituyen a su alrededor. Los problemas no se enfrentan ni se atienden, sino que
se dejan a un lado sin resolver. Incluso a las personas no adictas, que dependen de un apoyo
psicológico momentáneo mientras se recuperan de un trastorno emocional (el rompimiento de sus
relaciones amorosas o un divorcio), suele serles difícil romper con el hábito de ingerir pastillas. A
menos que el problema incitador se resuelva mediante algún otro método que no sea el de las
pastillas, se desarrollará un patrón neurótico extendido y finalmente se convertirá en una forma de
vida.


La neurosis: pérdida de la alegría de vivir

Cuando alguien se siente constantemente amenazado por los posibles peligros de la vida, y es
incapaz de enfrentarlos, poco a poco llega a depositar enormemente su confianza en un patrón
neurótico de defensa. Dichos patrones se caracterizan por una pérdida del sentido y de la alegría
de vivir. Comúnmente, el neurótico se siente indefenso e inútil y actúa así para aminorar su
incomodidad o “disgusto” más que para obtener logros positivos. Su sistema de defensa pronto se
Convertirá en una forma ineficaz para salir adelante en la vida, y los psicólogos lo considerarán
anormal.

La respuesta neurótica más común es la neurosis de ansiedad. En todo el mundo occidental,
decenas de millones de nosotros sufrimos de neurosis de ansiedad. Con seguridad uno de cada
seis lectores de este libro ha consultado a un médico general acerca del problema. “¿Por qué
siento tanta ansiedad? ¿De dónde proviene?”. Los exámenes médicos no revelan causas orgánicas
y al individuo se le declara perfectamente saludable. Pero, los neuróticos lo sienten y lo ven de otra
manera. Al no lograr enfrentarse a su abrumadora ansiedad, su mente “se pulveriza”. Tienen
palpitaciones cardiacas, transpiración y dolores musculares; los ataques de sofocamiento continúan
invadiendo sus cuerpos. El diagnóstico “causa médica desconocida”, sencillamente fomenta el
ciclo de ansiedad, que, a su vez, confirma su sensación de desaliento.

Los psicólogos llaman “ansiedad flotante” a este fenómeno, porque no parece estar sujeto a un
origen especifico. La psicoterapia se utiliza para identificar y tratar las causas del problema y
establecer una forma razonable de manejarlo.


“Me da miedo”

Las personas con fobias fijan dudosamente su “ansiedad flotante” sobre algún objeto que los
rodea. Sin embargo, normalmente el objeto no es un fuente de mal físico ni de peligro. Las
personas con fobias se dan cuenta de la irracionalidad de sus reacciones -pero esto únicamente
sirve para empeorar su ansiedad. Existen muchas teorías acerca de la fobia, pero una forma de
explicar el fenómeno es que la persona con fobia trata de manipular serios conflictos internos,
exteriorizándolos. Si algo se “exterioriza”, la persona con fobia dirá: “Me da miedo y es mejor que
nunca se me acerque”, cuando en realidad es de su “si mismo” del que huye. Generalmente, la
auto-confrontación es muy dolorosa, por lo que el objeto externo resume todo cuanto se debe de
evitar.

Para muchas de estas personas, los objetos temidos no son fáciles de evitar. En realidad, la fobia
cambia completamente el contexto de su vida.

Las posibilidades de salir, o cruzar la calle, y ver un pájaro o una araña pueden aterrorizarlos hasta
el grado de incapacitarlos totalmente -lo cual, desde luego, puede ser el verdadero, aun cuando no
reconocido propósito de adquirir la fobia.

Los psicólogos conductistas han tratado satisfactoriamente a un gran número de personas con
fobias. Por ejemplo, existen muchos para los que viajar en tren representa una seria amenaza. El
tratamiento para este temor empezaría con un viaje por tren, junto con un grupo -con su terapeuta
y después sin él- pero con miembros del grupo que puedan consolarse entre sí durante el camino y
de actuar en beneficio de sus ansiedades mutuas. Al final, se les haría viajar solos. Existe cierto
riesgo deque, al eliminar el síntoma en esta forma, surja otro (le pierde el miedo a los trenes, pero
ahora le aterroriza la nieve); no obstante, en general dicho tratamiento sintomático parece
funcionar, puesto que el síntoma mismo simboliza poderosamente el problema real.


La conducta obsesiva

Hay otro patrón de conducta neurótica que aparentemente proviene de los sentimientos de
culpabilidad y de los deseos reprimidos. Se trata de la neurosis obsesivo-compulsiva, en la cual se
combinan dos reacciones independientes. Es tan frecuente que ocurran juntas, que clínicamente se
las considera parte de un mismo patrón de conducta.

La mayoría de las personas tienen insistentes pensamientos periódicos: “¿Dejé las luces del auto
encendidas?” “¿Cerré la puerta principal?”. A veces una tonada se nos “clava” obstinadamente en
la cabeza durante horas. Estos pensamientos meticulosos resultan triviales cuando se comparan
con los pensamientos obsesivos neuróticos que destruyen la vida y que pueden incapacitar
totalmente a un individuo. Dichos neuróticos no son capaces de concentrarse en nada como no
sea la obsesión que ocupa sus pensamientos.

Los pensamientos obsesivos parecen actuar como un amortiguador entre los sentimientos
neuróticos y las acciones. Constituyen un nuevo tipo de “realidad” -a la cual hay que enfrentarse.
Las compulsiones facilitan la transformación de estos pensamientos en conducta, y generalmente
consisten en acciones sumamente repetitivas y ritualisticas. Alguna vez se supo de un paciente que
pasó casi siete meses subiéndose y bajándose de la cama todas las mañanas. Se ponía de pie,
recorría la habitación y después olvidaba sus movimientos iniciales. Regresaba a la cama y volvía a
intentar la maniobra una y otra vez.

La preocupación por los rituales confusos y complicados es el medio que utiliza la compulsión
obsesiva para asegurarse de que los impulsos inconscientes previstos se hallan ocultos. Algunos
rituales -como la persistente necesidad de “purificarse uno mismo” lavándose en forma constante
las manos- se diseñan simbólicamente para erradicar los sentimientos de culpabilidad.


Evitar lo desagradable

¿Cuándo fue la última vez que olvidó “casualmente” la temida cita con el dentista? ¿No se le ha
ocurrido pensar por qué de repente se intensifican las ausencias por enfermedad durante el
periodo de exámenes escolares?

Todos tendemos a tratar de evitar las situaciones desagradables. Pero cuando este tipo de defensa
se lleva al extremo, incluyendo una pérdida real de la función motora o sensorial, los psicólogos la
describen como una neurosis histérica.

Hace algunos años, una joven pareja tuvo su primer hijo. El esposo iba camino al hospital para ver
por primera vez a su bebé cuando se vio envuelto en un accidente automovilístico. Aun cuando
resulté casi ileso, salió tambaleándose, totalmente ciego. Las exhaustivas investigaciones oftálmicas
no revelaban razones orgánicas para su ceguera. Cuatro meses más tarde, un psicólogo clínico
resolvió el misterio.

El hombre se había opuesto a tener un hijo durante su primer año de matrimonio y le disgusté el
hecho de que su esposa hubiera concebido bajo pretextos engañosos. ¿Pudo haber chocado su
automóvil intencionalmente, por no querer llegar al hospital? ¿Se quedó ciego para no ver al hijo
causante de su resentimiento? Una vez que se le ofreció esta interpretación, el hombre recobró la
vista en forma milagrosa.

Este es un ejemplo de lo que se conoce como histeria conversiva y no se trata de un caso
aislado. Existen pruebas bien documentadas de otros incidentes que ocasionan una pérdida
repentina del habla, de la vista, del oído y del tacto -todos sin fundamento médico alguno. En
todos los casos se experimentaron síntomas de histeria mientras que los conflictos fundamentales
permanecían sin resolver.

Otra forma de destruir un sistema de “procesos de enfrentamiento” fallidos y un pasado infeliz es
mediante la amnesia. El amnésico se “desconoce” a sí mismo para evitar un conflicto interno
insoportable. Se da a sí mismo un “cheque en blanco” para empezar una nueva vida.

El caso más extremo de disociación se conoce como personalidad múltiple (popularizada por la
película y el libro Los Rostros de Eva). Aquí se desarrollan dos (algunas veces más)
personalidades distintas, cada una de las cuales rige la vida del individuo en diferentes ocasiones.
La personalidad que ahora predomina tiende a contrastar con la que está en receso. No es raro
tener personalidades del tipo “bueno/malo” o “extrovertido/introvertido” alternativamente. Estas
parecen simbolizar los conflictos internos del sujeto.

La hipocondría también es otro tipo de respuesta neurótica. La mayoría de las personas han sido
acusadas a la ligera (o han acusado a otras) de ser hipocondríacas. Sin embargo, la hipocondría
clínica es un problema serio, y quienes la padecen se encuentran verdaderamente enfermos. Es
muy común que el hipocondríaco sienta una preocupación patológica por cualquier malestar
corporal insignificante, creyéndola el primer síntoma de una enfermedad grave. Algunos psicólogos
creen que los hipocondríacos se sirven de su “delicada salud” como un medio para obtener
“atenciones secundarias” como la simpatía y el servicio de los demás. Para los hipocondríacos es
un gran consuelo descubrir síntomas “terribles” que apoyen sus predicciones acerca de su indeciso
destino. Al hacer esto se convencen a sí mismos de que están “físicamente enfermos” y no
mentalmente, pues muchas personas no aceptan la enfermedad mental -esto incluye a los
hipocondríacos.


¿Locos de dolor?

La neurosis depresiva se caracteriza por la deformación de la realidad; la sobre-exageración de
los problemas, “ver negro todo”, y por estar intensamente tristes por todo esto durante una
temporada anormalmente prolongada. Acompañan a este estado patológico males como la
irritabilidad, el aburrimiento, la falta de concentración, el sueño y el apetito, una imagen pobre de sí
mismo, y, por último, una salud física deficiente.

La depresión neurótica generalmente surge como resultado de la pérdida de algún allegado, un
fracaso de cualquier tipo, o incluso debido a constantes frustraciones. Existe poca o casi ninguna
relación entre la realidad de cuanto sucede y la evaluación subjetiva que el individuo hace de ella.
Para el deprimido, la realidad subjetiva es la única realidad y ésta siempre está matizada por el
fatalismo, la infelicidad y el dolor. Para estas personas es muy común ingerir bebidas y drogas que
“los animen” para mantenerse activos día tras día.


Los altibajos

En los trastornos maniaco-depresivos, los ataques de depresión severa se alternan con períodos
de manía (aun cuando en algunos casos sólo uno de estos estados se pueda manifestar por sí
mismo). En la mayoría de los casos no es una enfermedad continua: aproximadamente la mitad de
quienes los padecen, únicamente sufren un solo ataque, pero otros pueden experimentar ataques
continuos por un periodo de todo un año o varios.

La fase maniática se caracteriza por una conducta animosa, entusiasmo, mucha agilidad y
percepciones sensoriales (las luces pueden parecer más brillantes y los ruidos sonar más fuerte),
mucha actividad y gran auto-confianza. En realidad, tales síntomas pueden parecer envidiables y,
sin embargo, la forma tolerable puede dar lugar repentinamente a la manía aguda, en la cual
puede haber confusión, delirios de omnisciencia y omnipotencia, insensibilidad hacia los demás,
agresividad (particularmente en respuesta a la crítica) y alucinaciones. Esta fase tal vez puede ser
un intento de la víctima para evitar la parte depresiva del ciclo, empeorando a medida que la
desesperación se apodera de él.

La fase alternativa, la depresión, produce sensaciones de desesperación e incapacidad para
disfrutar de las cosas -y esto puede ir empeorando progresivamente. Además de insomnio -los
deprimidos comúnmente duermen sólo de cuatro a cinco horas- y su resultante, fatiga, la víctima
puede perder toda la energía para actuar (pero, curiosamente, puede reanimarse alrededor de las
cinco todas las tardes) y obsesionarse con ideas acerca del pecado y de la muerte. El suicidio
constituye un verdadero riesgo, sobre todo una vez rebasado el límite de máxima depresión y
haber recobrado algo de energía. Antes de eso, se puede estar demasiado deprimido para optar
por la acción suicida.

Actualmente se piensa que muchos casos de depresión maniaca se deben a desequilibrios
bioquímicos y que en parte esto puede ser hereditario. Pero, también se puede asociar con un
exceso de responsabilidad durante la niñez. A menudo se le trata satisfactoriamente con
medicamentos que pueden tomarse como un régimen profiláctico.



¿Qué es un psicótico?

En un antiguo chiste se dice que un neurótico sabe que tres y tres son seis -y se preocupa de
ello...; un psicótico sabe que tres y tres son siete y ello lo hace feliz. Sin embargo, esto no es cosa
de risa. La psicosis es mucho más anormal y patológicamente más grave que la neurosis: los
psicóticos pierden el contacto con la realidad, al dar vida a sus fantasías; generalmente carecen de
emociones y se ven desalineados y perdidos. Como no distinguen entre su propia realidad
(subjetiva) y el mundo real (objetivo) que los rodea, no comprenden que su conducta es rara y
extravagante. Además, las restricciones sociales y las normas conductuales, que se aplican a las
personas “normales”, no existen para los psicóticos. Ellos actúan expresando sus pensamientos y
sentimientos sin inhibiciones -y sin remordimientos de culpa, vergüenza o ansiedad.

Una psicosis no es simplemente la extensión de una enfermedad neurótica -normalmente, los
neuróticos no llegan a convertirse en psicóticos. La línea divisoria entre ambos es rígida y notoria.

Existen dos importantes categorías de psicosis. Si una reacción psicótica se origina por algún mal
físico, por ejemplo un trastorno cerebral o un desequilibrio bioquímico, se le conoce como
psicosis orgánica. Por otro lado, la psicosis funcional tiene sus raíces en una falla de las funciones
conductuales, en algún punto de la línea. La psicosis funcional incluye tres estados psicóticos bien
conocidos: reacciones paranoicas, afectivas y esquizofrénicas.


Delirios, delirios

Dos psicóticos mantenían una acalorada discusión, en el pabellón en que se hallaban, sobre quién
de los dos era Moisés. “Yo sé que soy Moisés, ¡Dios me lo dijo!”, afirmó uno de ellos con mucha
convicción. Un tercer paciente que había estado observando, interrumpió: “No es cierto, no es
cierto yo nunca te lo dije”. No tampoco es cosa de risa: estos psicóticos sufrían de delirios, los
cuales son característicos de la psicosis paranoica. En el ejemplo se trataba de delirios de
grandeza.

Otro tipo de delirio, común en el estado paranoico, es el de referencia. Cuando este delirio se
afirma, los psicóticos sienten que todo cuanto sucede a su alrededor se vuelve en su contra. Por
ejemplo, al psicótico atormentado le puede parecer que dos personas ancianas, sentadas
inocentemente en una banca del parque, se encuentran planeando darle muerte. Los delirios de
persecución se parecen a los de referencia. “lodos me tienen aversión -todos están contra mí”,
suele decir la víctima típica.

Se cree que quienes sienten una terrible culpa, relacionada con algún tipo de conducta deshonesta,
muestran una particular disposición para los delirios paranoicos de persecución. Se cree que otra
causa de la paranoia son los intensos complejos de inferioridad y el planteamiento de metas
demasiado altas y poco realistas en la vida. La investigación ha demostrado que los paranoicos
generalmente provienen de niveles socio-económicos más altos en comparación con otros
pacientes desequilibrados. También suelen ser intelectualmente superiores.


La esquizofrenia

Aproximadamente una de cada 100 personas, en cualquier cultura de las que se conocen cifras, se
convertirá en un esquizofrénico. El gran incremento en el interés por la esquizofrenia se debe, en
parte, a los escritos de R. D. Laing, quien afirmaba que la reacción esquizofrénica era el único
camino sensato para enfrentarse a un mundo de locos y que el resto de nosotros, con nuestra
adaptación a la locura de la vida, era el que estaba loco.

Cualquiera que sea el mérito de las teorías de Laing, la descripción de este estado mental es
indiscutible. La forma de pensar del esquizofrénico normalmente no se adapta a la realidad que
todos conocemos. Las percepciones y emociones trastornadas significan que el esquizofrénico
recibe mensajes muy diferentes por parte del ambiente -y responde en lo que aparentemente es
una forma inadecuada. El retraimiento extremo es una característica común de la esquizofrenia.

Los esquizofrénicos mismos han descrito vívidamente la experiencia del trastorno de la percepción
de los pensamientos: “Es como tratar de ir a algún lado, pero partiendo inevitablemente en la
dirección equivocada y ser conducido por caminos paralelos, por las innumerables asociaciones
diferentes que vienen a la mente de cada palabra u objeto”, - dijo uno de ellos.

Los tipos de esquizofrenia varían desde la simple, con menos síntomas evidentes y con un
alejamiento gradual de las personas, hasta la de “tontear” y las risitas nerviosas, las cuales no son
sino afectaciones de regresión del hebefrénico. Un esquizofrénico paranoico suele tener delirios
de persecución o de grandeza y alucinaciones, y con frecuencia es agresivo y hostil. La
esquizofrenia catatónica se caracteriza ya sea por la adopción de posturas fijas -trances- durante
horas ininterrumpidas, o por la actividad y excitación excesivas -y a veces violentas.

Los orígenes de la conducta psicótica aún no son claros para los investigadores, quienes siguen
buscando las causas -y los remedios. Los investigadores actuales apoyan el punto de vista de que
muchos factores, genéticos, bioquímicos, neurológicos y ambientales, contribuyen a provocar una
enfermedad psicótica tal como la esquizofrenia.