CONTENIDO
Capítulo 1:
Los albores de Norteamérica
Capítulo 2:
El periodo colonial
Capítulo 3:
El camino de la independencia
Capítulo 4:
La formación de un gobierno nacional
Capítulo 5:
La expansión hacia el oeste y las diferencias regionales
Capítulo 6:
Conflictos sectoriales
Capítulo 7:
La Guerra Civil y la Reconstrucción
Capítulo 8:
Crecimiento y transformación
Capítulo 9:
Descontento y reforma
Capítulo 10:
Guerra, prosperidad y depresión
Capítulo 11:
El Nuevo Trato y la Segunda Guerra Mundial
Capítulo 12:
Estados Unidos en la posguerra
Capítulo 13:
Décadas de cambio: 1960-1980
Capítulo 14:
El nuevo conservadurismo y un nuevo orden mundial
Capítulo 15:
Un puente hacia el siglo XXI
Bibliografia
PERFILES ILUSTRADOS
El advenimiento de una nación
La transformación de una nación
Monumentos y sitios conmemorativos
Agitación y cambio
Una nación del siglo XXI

AGRADECIMIENTOS
 
Reseña de Historia de Estados Unidos es una publicación del Departamento de Estado de EE.UU. La primera edición (1949-50) fue elaborada bajo la dirección editorial de Francis Whitney, en un principio por la Oficina de Información Internacional del Departamento de Estado y más tarde por el Servicio Cultural e Informativo de Estados Unidos. Richard Hofstadter, profesor de historia en la Universidad Columbia, y Wood Gray, catedrático de historia de Estados Unidos en la Universidad George Washington, colaboraron como consultores académicos. D. Steven Endsley de Berkeley, California, preparó el material adicional. A través de los años, la obra ha sido actualizada y revisada en forma exhaustiva por varios especialistas, entre ellos Keith W. Olsen, profesor de historia de Estados Unidos en la Universidad de Maryland, y Nathan Glick, escritor y ex director de la revista Dialogue (Facetas) de USIA. Alan Winkler, catedrático de historia en la Universidad Miami (Ohio), escribió los capítulos de ediciones anteriores sobre la época posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Man of the People: A Life of Harry S. Truman y For the Survival of Democracy: Franklin Roosevelt and the World Crisis of the 1930s.    Esta nueva edición ha sido revisada y actualizada cabalmente por Alonzo L. Hamby, profesor distinguido de historia en la Universidad de Ohio. El profesor Hamby ha escrito mucho sobre la política y la sociedad estadounidenses. Algunos de sus libros son Man of the People: A Life of Harry S. Truman y For the Survival of Democracy: Franklin Roosevelt and the World Crisis of the 1930s. Vive y trabaja en Athens, Ohio.

Director Ejecutivo—
George Clack
Directora Administrativa—
Mildred Solá Neely
Dirección de Arte y Diseño—
Min-Chih Yao
Ilustración de portada—
Tom White
Investigación fotográfica—
Maggie Johnson Sliker
 


 
Capítulo 14:
El nuevo conservadurismo y un nuevo orden mundial

Proyecto Salón Hogar
 


Los presidentes Ronald Reagan y Mikhail Gorbachev después de firmar el Tratado Sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) en diciembre de 1987. (Dirck Halstead/Time Life Pictures/Getty Images)
"Siempre he creído que por obra de algún plan divino, este gran continente fue colocado en medio de dos océanos para que acudieran a él todos los que tuvieran un amor inquebrantable a la libertad y un tipo especial de valentía."
-- Gobernador de California
Ronald Reagan, 1974

UNA SOCIEDAD
EN TRANSICIÓN

Los cambios en la estructura de la sociedad de Estados Unidos, iniciados años o decenios antes, ya eran evidentes al inicio de la década de 1980. La composición de la población y los trabajos y aptitudes más importantes de la sociedad del país habían cambiado mucho.

El predominio de los empleos de servicios en la economía llegó a ser indiscutible. A mediados de la década de 1980, tres cuartas partes de los empleados del país trabajaban en servicios, como vendedores al menudeo, empleados de oficina, maestros, médicos y empleados del gobierno.

La actividad en el sector servicios se benefició con la accesibilidad y el uso creciente de la computadora. Había llegado la era de la información, con equipo y programas capaces de manipular cantidades nunca imaginadas de datos sobre tendencias económicas y sociales. El gobierno federal hizo una cuantiosa inversión en la tecnología informática, en los años 50 y 60, como parte de sus programas militares y del espacio.

En 1976, dos jóvenes empresarios de California construyeron en una cochera la primera computadora de amplia comercialización para el hogar, la llamaron Apple y encendieron una revolución. A principios de los años 80, millones de microcomputadoras habían llegado a las empresas y los hogares de Estados Unidos y la revista Time hizo de la computadora su "máquina del año" en 1982.

Mientras tanto las "industrias con chimeneas" del país, como la siderúrgica y la textil, estaban en decadencia. La industria automovilística nacional se tambaleaba ante la eficiencia de los autos japoneses. En 1980, las compañías de Japón ya fabricaban la quinta parte de los vehículos vendidos en Estados Unidos. Los fabricantes estadounidenses lucharon con cierto éxito por igualar las eficiencias de costo y las normas de ingeniería de sus rivales nipones, pero su antiguo predominio del mercado automovilístico nacional se había perdido para siempre. Las gigantescas compañías siderúrgicas de antaño se contrajeron a proporciones relativamente insignificantes porque los fabricantes de acero extranjeros adoptaban con más facilidad nuevas tecnologías.

Los consumidores fueron los beneficiarios de esa feroz competencia de las industrias manufactureras, pero la penosa lucha por abatir los costos causó la pérdida permanente de cientos de miles de empleos fabriles. Algunos lograron realizar la transición al sector servicios, pero otros se convirtieron en una triste estadística.

Las pautas demográficas cambiaron. Después del "auge de nacimientos" de la posguerra (de 1946 a 1964), la tasa general de crecimiento demográfico se redujo y la población envejeció. La composición de la familia se modificó también. El porcentaje de unidades familiares disminuyó en 1980; el 25% de los grupos se clasificaba ya como "unidades no familiares" en las que convivían dos o más personas sin lazos de parentesco.

Los nuevos inmigrantes cambiaron el carácter de la sociedad del país en otros aspectos. La reforma de la política migratoria en 1965 dejó de centrarse en Europa occidental y auspició un aumento notable en el número de recién llegados de Asia y América Latina. En 1980 llegaron 808.000 inmigrantes, la cifra más alta en 60 años, y el país se convirtió de nuevo en un asilo para gente de todo el mundo.

Otros grupos empezaron a participar activamente en la lucha por la igualdad de oportunidades. Los homosexuales usaron las tácticas y la retórica del movimiento de derechos civiles y se describían a sí mismos como un grupo oprimido que buscaba el reconocimiento de sus derechos básicos. En 1975, la Comisión del Servicio Civil de EE.UU. anuló su prohibición de dar empleo a homosexuales. Muchos estados promulgaron leyes contra la discriminación.

Después, en 1981, se descubrió el SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida). El SIDA se trasmite por vía sexual o por transfusiones de sangre y atacó con especial virulencia a los varones homosexuales y a los usuarios de drogas intravenosas, aunque se demostró que también la población en general era vulnerable al mal. En 1992 ya habían muerto más de 220.000 estadounidenses a causa del SIDA. La epidemia de SIDA no se limitó en modo alguno a Estados Unidos y la campaña para atender la enfermedad incluye hoy a médicos e investigadores de todo el mundo.

EL CONSERVADURISMO Y EL ASCENSO DE RONALD REAGAN

Las tendencias económicas, sociales y políticas de las dos décadas anteriores — que fueron desde la criminalidad y la polarización racial en muchos centros urbanos y la impugnación de los valores tradicionales hasta los reveses económicos y la inflación de los años de Carter — provocaron una sensación de desilusión en muchos estadounidenses. Eso reforzó también una renovada suspicacia hacia el gobierno y su capacidad para atender los problemas sociales y políticos del país.

Los conservadores, que por largo tiempo no habían tenido el poder en el plano nacional, quedaron bien posicionados políticamente en el contexto de ese nuevo estado de ánimo. Muchos estadounidenses fueron receptivos a su mensaje de imponer límites al gobierno, reforzar la defensa nacional y proteger los valores tradicionales.

El repunte conservador tuvo muchas causas. Numerosos cristianos fundamentalistas estaban muy alarmados por la delincuencia y la inmoralidad sexual. Esperaban que la religión o los preceptos morales que a menudo se asocian a ella volvieran a ser un elemento central de la vida del país. Uno de los grupos políticamente más eficaces de principios de los años 80 fue la Mayoría Moral, encabezado por el ministro bautista Jerry Falwell. Otro grupo, dirigido por el reverendo Pat Robertson, creó la organización Coalición Cristiana que en los 90 sería una fuerza considerable en el Partido Republicano. Utilizando la televisión para propagar sus mensajes, Falwell, Robertson y otros tuvieron un buen número de seguidores.

Otro tema que encendió a los conservadores fue el del aborto, uno de los más enconados y emocionales de la época. La oposición a la decisión de la Corte Suprema en el caso Roe v. Wade de 1973, que afirmó el derecho de la mujer al aborto en los primeros meses de embarazo, convocó a gran variedad de organizaciones y personas que incluían, entre otros, a católicos, conservadores políticos y evangelistas, la mayoría de los cuales veía el aborto como un equivalente del homicidio en casi todos los casos. Las manifestaciones a favor de la libre elección y a favor de la vida (es decir, a favor y en contra del derecho de aborto) se volvieron un rasgo permanente del paisaje político.

En el Partido Republicano, el ala conservadora volvió a ser dominante. Con las técnicas modernas de correo directo y el poder de la comunicación masiva para propagar su mensaje y recaudar fondos, basados en las ideas de conservadores como el economista Milton Friedman, periodistas como William F. Buckley y George Will, e instituciones de investigación como la Heritage Foundation, la Nueva Derecha tuvo un papel decisivo para definir el temario de la década de 1980.

La "Antigua Derecha" de Goldwater proponía límites estrictos para la intervención del gobierno en la economía. Esta tendencia fue reforzada por un grupo importante de "conservadores libertarios" de la "Nueva Derecha" que no confiaban en el gobierno en general y se oponían a la intromisión del estado en la conducta personal. Además, en la Nueva Derecha había una facción más fuerte, a menudo evangélica, que estaba decidida a ejercer el poder del estado para imponer sus puntos de vista. La Nueva Derecha preconizaba también la adopción de medidas severas contra la delincuencia, reforzar la defensa nacional, enmendar la Constitución para permitir la oración en las escuelas públicas, y la oposición al aborto.

El hombre que logró fusionar todas esas tendencias fue Ronald Reagan. Nacido en Illinois, alcanzó el estrellato en el cine de Hollywood y en la televisión, antes de dedicarse a la política. La primera vez que destacó en ésta fue con un discurso que pronunció en 1964 y fue trasmitido por televisión a todo el país en apoyo de Barry Goldwater. Reagan llegó a ser gobernador de California en 1966 y lo fue hasta 1975. Después de perder por estrecho margen la candidatura del Partido Republicano para la presidencia en 1976, la obtuvo por fin en 1980 y avanzó sin parar hasta que ocupó el máximo cargo, derrotando al presidente Jimmy Carter.

El invariable optimismo del presidente Reagan y su capacidad para exaltar los logros y aspiraciones de su pueblo campearon en los dos periodos que ocupó el cargo. Para muchos estadounidenses él fue un emblema de reafirmación y estabilidad. Reagan llegó a ser conocido como el "Gran Comunicador" por su absoluta soltura ante los micrófonos y las cámaras de televisión.

Citando una frase del líder puritano del siglo XVII John Winthrop, él le dijo a la nación que Estados Unidos era una "ciudad resplandeciente sobre una colina", a la cual Dios mismo confirió la misión de defender al mundo contra la difusión del totalitarismo comunista.

Reagan estimó que el gobierno se inmiscuía demasiado en la vida nacional. Por eso se propuso eliminar los programas que a su juicio no necesitaba el país y acabar con "el desperdicio, el fraude y el abuso". Intensificó el programa de desregulación iniciado por Jimmy Carter. Trató de suprimir muchos reglamentos que afectaban al consumidor, a los centros de trabajo y al medio ambiente.

Reagan reflejó también la creencia de muchos conservadores según la cual la ley se debe aplicar con rigor a quien la infringe. Poco después de asumir la presidencia, se enfrentó a una huelga nacional de los controladores del transporte aéreo de Estados Unidos. Aunque estaban prohibidas por la ley, esas huelgas habían sido toleradas de ordinario en el pasado. Cuando los controladores aéreos se negaron a volver al trabajo, él ordenó que todos fueran cesados. En los siguientes años el sistema fue reconstruido con nuevas contrataciones.

LA ECONOMÍA EN LA DÉCADA DE 1980

El programa nacional del presidente Reagan se basó en su idea de que el país prosperaría si se suprimían todas las trabas al poder del sector privado en la economía. La teoría rectora detrás de esto, la economía "del lado de la oferta", sostenía que el aumento de la oferta de bienes y servicios resultante de medidas para aumentar la inversión de las empresas era el camino más expedito para el crecimiento económico. En consecuencia, el gobierno de Reagan argumentó que una fuerte reducción de impuestos propiciaría una mayor inversión de capital y más ganancias para las empresa, de modo que aun con impuestos más bajos se incrementarían los ingresos del gobierno.

A pesar de que sólo contaba con una leve mayoría republicana en el Senado y los demócratas controlaban la Cámara de Representantes, el presidente Reagan logró la aprobación de los principales elementos de su programa económico en su primer año en el cargo, entre ellos una reducción de 25% en el impuesto a individuos, que se aplicaría gradualmente durante tres años. El gobierno propugnó y logró aumentos notables en los gastos de defensa para modernizar las fuerzas militares del país y contrarrestar lo que se percibía como la continua y creciente amenaza de la Unión Soviética.

Los draconianos aumentos de las tasas de interés impuestos por la Reserva Federal bajo el mando de Paul Volcker contuvieron la desbocada inflación iniciada a fines de la década de 1970. La recesión tocó fondo en 1982 cuando la tasa prima de interés se acercó a 20% y la economía tuvo una brusca caída. Ese año, el producto nacional bruto (PNB) real cayó 2%, la tasa de desempleo subió a casi 10% y cerca de la tercera parte de la planta industrial del país quedó ociosa. los precios del petróleo, persistentemente altos, contribuyeron a ese descenso. Sus rivales económicos, como Alemania y Japón, absorbieron una porción mayor del comercio mundial y el consumo de bienes producidos en otros países aumentó de pronto en Estados Unidos.

También para el agro fueron tiempos difíciles. En los años 70, los agricultores de EE.UU. ayudaron a la India, China, la Unión Soviética y otros países afectados por la escasez de sus cosechas y contrajeron cuantiosas deudas para comprar tierra y elevar su producción. Pero el alza del petróleo elevó los costos y la caída de la economía mundial en 1980 abatió la demanda de productos agrícolas. A los pequeños agricultores que sobrevivieron les fue muy difícil enfrentar la situación.

A causa del mayor gasto militar — aunado a la reducción de los impuestos y el crecimiento del gasto gubernamental en salud — el gobierno federal gastó cada año mucho más de lo que recibía por concepto de ingresos. Algunos analistas dijeron que el déficit era parte de una estrategia deliberada de la administración para impedir los futuros aumentos en el gasto interno que deseaban los demócratas. Sin embargo, tanto los republicanos como los demócratas del Congreso se negaron a reducir esos gastos. De 74.000 millones de dólares en 1980, el déficit se disparó a 221.000 millones en 1986 para luego volver a caer a 150.000 millones en 1987.

La profunda recesión de principios de los años 80 logró contener la inflación desatada que comenzó en los años de Carter. Más aún, el precio de los combustibles cayó de pronto y al menos una parte de la caída pudo atribuirse a la decisión de Reagan de abolir los controles sobre el precio y la asignación de la gasolina. La situación mejoró a fines de 1983; al inicio del año siguiente la economía reaccionó. En el otoño de 1984, la recuperación ya era franca, lo cual permitió que Reagan compitiera por la reelección con la consigna "ha vuelto a amanecer en Estados Unidos". Él derrotó a su opositor demócrata, el ex senador y vicepresidente Walter Mondale, por un margen abrumador.

Estados Unidos entró en uno de los periodos más largos de crecimiento económico sostenido desde la Segunda Guerra Mundial. El gasto del consumidor aumentó en respuesta a la reducción del impuesto federal. El mercado de valores subió como reflejo de aquella optimista oleada de compras. En un periodo de cinco años a partir del inicio de la recuperación, el Producto Nacional Bruto creció a una tasa anual de 4,2%. La tasa de inflación anual se mantuvo entre 3 y 5% de 1983 a 1987, salvo en 1986 cuando cayó a poco menos de 2%, el nivel más bajo en varias décadas. El PNB de la nación creció sustancialmente en los años 80; de 1982 a 1987, su economía creó más de 13 millones de nuevos empleos.

Inflexible en su compromiso de reducir los impuestos, Reagan firmó en su segundo periodo la medida de reforma fiscal federal más tajante en 75 años. En ella, con el apoyo generalizado tanto de demócratas como de republicanos, redujo las tasas del impuesto sobre la renta, simplificó las clasificaciones tributarias y subsanó varias omisiones de la ley.

Sin embargo un porcentaje apreciable de ese crecimiento se basó en el gasto deficitario. Más aún, lejos de estabilizarse con el vigoroso crecimiento económico, la deuda nacional casi se triplicó. Gran parte del crecimiento se produjo en los rubros de tecnología y servicios especializados. A muchas familias pobres y de clase media no les fue tan bien. Aunque el gobierno era partidario del libre comercio, presionó a Japón para que se autoimpusiera una cuota voluntaria en sus exportaciones de vehículos a Estados Unidos.

La economía se estremeció el 19 de octubre de 1987, el "Lunes Negro", cuando el mercado de valores tuvo una caída de 22,6%, la peor que ha sufrido en un sólo día en toda su historia. Algunas de las causas del colapso fueron los grandes déficit del comercio internacional y del presupuesto federal de Estados Unidos, el alto nivel de la deuda personal y empresarial, y las nuevas técnicas computarizadas que permitieron la venta instantánea de acciones y futuros. Sin embargo, aun cuando hizo recordar lo ocurrido en 1929, la caída fue un evento transitorio con poca repercusión. De hecho el crecimiento económico continuó y el índice de desempleo cayó a 5,2% ciento en junio de 1988, su nivel más bajo en 14 años.

ASUNTOS EXTERIORES

En política exterior, Reagan pugnó por dar a su país un papel más afirmativo y Centroamérica fue su primer campo de pruebas. Estados Unidos proveyó a El Salvador un programa de ayuda económica y capacitación militar porque un movimiento insurgente guerrillero amenazaba derrocar al gobierno. Reagan dio también un apoyo activo a la transición a un gobierno de elección democrática, pero sólo en parte triunfó su intentos de contener las actividades de los escuadrones de la muerte, de filiación derechista. El apoyo de EE.UU. ayudó a estabilizar al gobierno, pero el nivel de violencia no decayó. Un acuerdo de paz fue firmado al fin a principios de 1992.

La política de Estados Unidos en Nicaragua fue mucho más controvertida. En 1979 los revolucionarios que se llamaban sandinistas derrocaron al régimen represor de derecha presidido por Somoza e instauraron una dictadura pro soviética y pro cubana. Los intentos de imponer la paz en la región fracasaron, por lo cual la administración estadounidense cambió de enfoque y centró sus esfuerzos en apoyar la resistencia antisandinista conocida como la contra.

Tras un intenso debate político en torno a esa estrategia, el Congreso suspendió toda la ayuda militar a la contra en octubre de 1984, pero en el otoño de 1986 se retractó bajo la presión de la administración y aprobó 100 millones de dólares de ayuda militar. Sin embargo la falta de éxito en el campo de batalla, los cargos de violaciones de derechos humanos y la revelación del desvío de fondos procedentes de la venta secreta de armas a Irán para ayudar a la contra (ver más adelante) debilitaron el apoyo político del Congreso para seguir dando esa ayuda.

Más tarde el gobierno del presidente George H.W. Bush, quien sucedió a Reagan como presidente en 1989, suspendió todos los intentos de obtener ayuda militar para la contra. La administración Bush presionó también a favor de las elecciones libres y apoyó una coalición política de oposición, la cual ganó en forma inesperada la elección en febrero de 1990, derrocando del poder a los sandinistas.

El gobierno de Reagan fue mas afortunado en el resto de América Latina, desde Guatemala hasta Argentina, donde fue testigo del retorno de la democracia. El surgimiento de gobiernos democráticamente elegidos no sólo se produjo en Latinoamérica; en Asia, la campaña del "poder del pueblo", dirigida por Corazón Aquino, derrocó a la dictadura de Ferdinand Marcos, y con las elecciones realizadas en Corea se puso punto final a varias décadas de gobierno militar.

En cambio Sudáfrica persistió en su actitud intransigente frente a los esfuerzos estadounidenses por propiciar el final del apartheid racial mediante la controvertida política de "participación constructiva", una diplomacia tranquila aunada a un apoyo público a la reforma. En 1986, frustrado por la falta de progresos, el Congreso de EE.UU. hizo caso omiso del veto de Reagan e impuso una serie de sanciones económicas a Sudáfrica. En febrero de 1990, el presidente sudafricano F. W. de Klerk anunció la liberación de Nelson Mandela e inició la lenta destrucción del apartheid.

A pesar de su vehemente retórica anticomunista, el uso directo de la fuerza militar por Reagan durante su gobierno fue moderado. El 25 de octubre de 1983, fuerzas de EE.UU. desembarcaron en la isla de Granada, en el Caribe, en respuesta a un urgente llamado de auxilio de los países vecinos. La acción se produjo a raíz del asesinato del primer ministro izquierdista de Granada por miembros de su propio partido de orientación marxista. Tras un breve periodo de lucha, los soldados de EE.UU. capturaron a cientos de expertos militares y de construcción cubanos e incautaron armas suministradas por la URSS. En diciembre de 1983 las últimas tropas de combate estadounidenses salieron de Granada y al año siguiente hubo elecciones democráticas.

Sin embargo, el Oriente Medio planteaba una situación mucho más difícil. La presencia militar en Líbano, donde Estados Unidos trataba de reforzar a un gobierno débil, pero moderado y favorable a Occidente, tuvo un final trágico en octubre de 1983 cuando 241 infantes de marina estadounidenses murieron en un atentado terrorista con bombas. En abril de 1986, aviones de la Armada y la Fuerza Aérea de EE.UU. bombardearon Trípoli y Benghazi, Libia, en represalia por los ataques terroristas instigados por ese país contra personal militar norteamericano en Europa.

En el golfo Pérsico, el rompimiento previo de relaciones entre estadounidenses e iranios y la guerra de Irán e Irak prepararon la escena para las actividades de la armada de EE.UU. en la región. Al principio los estadounidenses respondieron a Kuwait cuando pidió protección para su flota de buques cisterna; sin embargo, a la postre, Estados Unidos mantuvo abiertas las rutas marítimas vitales, con la ayuda de barcos de Europa occidental, escoltando a los convoyes de buques cisterna y otros navíos neutrales que surcaban las aguas del golfo.

A fines de 1986 los estadounidenses se percataron de que el gobierno había vendido en secreto armas a Irán para reanudar sus relaciones diplomáticas con ese gobierno islámico que le era hostil y obtener así la libertad de los rehenes estadounidenses capturados en Líbano por organizaciones radicales controladas por Irán. La investigación reveló también que los fondos obtenidos de esas ventas de armas habían sido desviados a la contra de Nicaragua en un periodo en que el Congreso había prohibido ese tipo de ayuda militar.

En las audiencias siguientes sobre el caso Irán-contras, ante un comité conjunto de la Cámara y el Senado, fue examinada la posible ilegalidad de esas acciones y también el asunto más amplio de definir los intereses de política exterior de Estados Unidos en el Oriente Medio y Centroamérica. En un sentido más amplio, las audiencias fueron un debate constitucional sobre el sigilo del gobierno y la autoridad del presidente frente a la del Congreso en la conducción de las relaciones exteriores. A diferencia de las célebres audiencias en el Senado por el caso Watergate 14 años antes, en esta ocasión no hallaron bases para someter al presidente a juicio político y no llegaron a una conclusión definitiva sobre esos problemas siempre vigentes.

LAS RELACIONES ESTADOUNIDENSE-SOVIÉTICAS

En las relaciones con la Unión Soviética, la política declarada del presidente Reagan consistió en buscar la paz por medio de la fuerza. Él estaba decidido a mantenerse firme contra el país al que él mismo llamaría en 1983 "el imperio del mal". Dos sucesos iniciales agravaron la tensión en las relaciones entre las dos naciones: la supresión del movimiento sindical Solidaridad en Polonia en diciembre de 1981 y el derribo de un avión civil que se salió de curso — el vuelo 007 de Korean Airlines — por un avión caza de combate soviético el 1 de septiembre de 1983. Estados Unidos condenó también la continua ocupación soviética de Afganistán y siguió dando la ayuda iniciada por la administración Carter a la resistencia mujahid de ese país.

En el primer periodo de Reagan el país gastó sumas sin precedente para reforzar masivamente la defensa, lo cual incluyó el emplazamiento de misiles nucleares de alcance intermedio en Europa para contrarrestar los despliegues soviéticos de proyectiles del mismo tipo. Además, el 23 de marzo de 1983, en una de las decisiones de política más acaloradamente debatidas de su presidencia, Reagan anunció el programa de investigación de la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) para explorar tecnologías avanzadas, como el láser y proyectiles de alta energía, para la defensa contra misiles balísticos intercontinentales. Aunque muchos científicos cuestionaron la factibilidad tecnológica de la IDE y los economistas señalaron las sumas exorbitantes de dinero que su ejecución podría requerir, el gobierno continuó con el proyecto.

Después de su reelección en 1984, Reagan suavizó su actitud en materia de control de armas. A su vez, Moscú se mostró accesible para llegar a un acuerdo, en parte porque su economía ya había gastado en la defensa una proporción mucho mayor del producto nacional que Estados Unidos. El dirigente soviético Mikhail Gorbachev pensó que más incrementos habrían entorpecido su plan de liberalizar la economía del país.

En noviembre de 1985, Reagan y Gorbachev acordaron en principio que tratarían de reducir en 50% sus armas nucleares estratégicas ofensivas y que concertarían un acuerdo provisional sobre las fuerzas nucleares de alcance intermedio. En diciembre de 1987 firmaron el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (FNAI) por el cual se dispuso la destrucción de toda esa categoría de armas nucleares. Para entonces la Unión Soviética parecía ser un adversario menos amenazador. A Reagan se le podría acreditar en gran parte el marcado debilitamiento de la Guerra Fría, pero al final de su gobierno casi nadie comprendió cuán frágil había llegado a ser la URSS.

LA PRESIDENCIA DE GEORGE H.W. BUSH

El presidente Reagan gozó de una popularidad inusitadamente alta al final de su segundo periodo en el cargo, pero según lo dispuesto en la Constitución de Estados Unidos, no pudo volver a contender por la presidencia en 1988. El candidato republicano fue el vicepresidente George Herbert Walker Bush, quien fue elegido como 41º presidente de EE.UU.

En su campaña, Bush prometió a los votantes continuar con la prosperidad iniciada por Reagan. Dijo también que apoyaría una defensa poderosa para el país en forma más fiable que el candidato demócrata, Michael Dukakis. Prometió además trabajar por "un Estados Unidos más bondadoso y amable". Dukakis, el gobernador de Massachusetts, decía que los estadounidenses menos afortunados habían sido perjudicados en su economía y que el gobierno debía ayudarlos, imponiendo al mismo tiempo un control sobre la deuda federal y los gastos de defensa. Sin embargo el público se sintió mucho más atraído por el mensaje económico de Bush: no habrá nuevos impuestos. Bush venció en los comicios por un margen de 54 contra 46% del voto popular.

En su primer año en el cargo, Bush aplicó un programa fiscal conservador cuyas políticas de impuestos, gastos y endeudamiento fueron fieles al programa económico del gobierno de Reagan. Pero el nuevo presidente pronto quedó atrapado entre un abultado déficit presupuestario y una ley que exigía la reducción del mismo. Pareció necesario hacer recortes a los egresos y Bush tuvo poco margen de maniobra para introducir nuevos elementos en el presupuesto.

El gobierno de Bush propuso nuevas iniciativas de política en rubros que no requerían nuevos gastos federales cuantiosos. Así, en noviembre de 1990, Bush firmó una legislación tajante que impuso nuevas normas federales sobre el nivel de smog permisible en las ciudades, las emisiones de vehículos, la contaminación tóxica del aire y la lluvia ácida, pero la mayor parte del costo recayó sobre el contaminador industrial. Él aceptó leyes para facilitar el tránsito de los incapacitados, pero no hubo suposición federal alguna acerca del gasto que implicaría modificar los edificios para el acceso de sillas de ruedas y ese tipo de ayudas.

PRESUPUESTOS Y DÉFICIT

En realidad el gobierno de Bush tuvo más problemas en su intento de controlar el déficit del presupuesto federal. Una fuente de sus dificultades fue la crisis en materia de ahorro y préstamo. Los bancos de ahorro — antes sometidos a intensa regulación como un refugio seguro que concedía préstamos con intereses bajos a la gente ordinaria — fueron liberalizados, lo cual les permitió competir con más agresividad mediante el pago de tasas de interés más altas y la concesión de préstamos con mayor riesgo. El aumento de la garantía del gobierno sobre seguros de depósito redujo la reticencia del consumidor para acudir a las instituciones menos firmes. El fraude, la mala administración y la economía incoherente llevaron a una insolvencia generalizada a las casas de ahorro (término genérico que abarca todas las instituciones orientadas al consumo, como las asociaciones de ahorro y préstamo y los bancos de ahorro). En 1993 el costo total de la venta y el cierre de las empresas fallidas fue enorme: cerca de 525.000 millones de dólares.

El presidente Bush presentó su propuesta presupuestaria ante el Congreso en enero de 1990. Los demócratas replicaron que las proyecciones presupuestarias del gobierno eran demasiado optimistas y que para acatar la ley de la reducción del déficit era preciso elevar los impuestos y hacer recortes más tajantes a los gastos de defensa. En junio de ese año, al cabo de largas negociaciones, el presidente aprobó un aumento de impuestos. Así mismo, la combinación de la recesión económica, las pérdidas a causa de la operación de rescate de la industria de ahorro y préstamo, y la escalada de los costos de atención de la salud de Medicare y Medicaid neutralizaron las medidas para la reducción del déficit y produjeron en 1991 un faltante por lo menos tan grande como el del año anterior.

EL FINAL DE LA GUERRA FRÍA

Cuando Bush llegó a la presidencia, el imperio soviético estaba al borde del colapso. Los esfuerzos de Gorbachev por abrir la economía de la URSS parecieron zozobrar. En 1989, los gobiernos comunistas de uno tras otro de los países de Europa oriental se derrumbaron cuando fue evidente que las tropas rusas ya no serían enviadas para sostenerlos. Los partidarios de la línea dura intentaron dar un golpe de estado a mediados de 1991, pero los contuvo el rival de Gorbachev, Boris Yeltsin, presidente de la República de Rusia. Al final de ese año Yeltsin ya tenía una posición dominante e impuso la disolución de la Unión Soviética.

El gobierno de Bush condujo con destreza el final de la Guerra Fría, trabajando de cerca con Gorbachev y Yeltsin. Encabezó las negociaciones que culminaron con la unificación de Alemania del Este y el Oeste (en septiembre de 1990), el acuerdo sobre grandes reducciones de armas en Europa (en noviembre de 1990) y recortes sustanciales en los arsenales nucleares (en julio de 1991). Después de la liquidación de la Unión Soviética, Estados Unidos y la nueva Federación Rusa accedieron a desmantelar todos sus misiles de ojivas múltiples en un periodo de 10 años.

La disposición final de los materiales nucleares y la preocupación siempre presente por la proliferación nuclear reemplazaron a la amenaza de un conflicto nuclear entre Washington y Moscú.

LA GUERRA DEL GOLFO

La euforia por el final de la Guerra Fría se ensombreció dramáticamente el 2 de agosto de 1990 cuando Irak invadió Kuwait. Irak bajo el mando de Saddam Hussein e Irán, gobernado por su régimen fundamentalista islámico, se habían perfilado como las dos principales potencias militares en el área del Golfo Pérsico, rica en petróleo. Los dos países se enfrascaron en una guerra larga e inconclusa en la década de 1980. Menos hostil a Estados Unidos que a Irán, Irak ganó cierto grado de apoyo de los gobiernos de Reagan y Bush. La ocupación de Kuwait fue una amenaza para Arabia Saudita y cambió los cálculos diplomáticos de la noche a la mañana.

El presidente Bush condenó enérgicamente la acción de Irak, exigió su retiro inmediato y sin condiciones y envió un fuerte despliegue de soldados estadounidenses a Oriente Medio. Formó una de las coaliciones militares y políticas más extraordinarias de la era moderna, con fuerzas militares de Asia, Europa y África, y también del Medio Oriente.

En los días y semanas siguientes a la invasión, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó 12 resoluciones condenando la invasión iraquí e impuso sanciones económicas de amplio alcance contra Irak. El 29 de noviembre aprobó el uso de la fuerza si ese país no se retiraba de Kuwait antes del 15 de enero de 1991.

Bush se enfrentó también a un importante problema constitucional: la Constitución de EE.UU. confiere a la rama legislativa la facultad de declarar la guerra. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX, el país se había involucrado en Corea y en Vietnam sin una declaración de guerra oficial y sólo con una oscura autorización legislativa. El 12 de enero de 1991, tres días antes que se cumpliera el plazo de la ONU, el Congreso otorgó al presidente Bush la autoridad por él solicitada, al conferirle el poder más explícito y cabal para hacer la guerra que se hubiera otorgado a un presidente en casi medio siglo.

Estados Unidos y una coalición de naciones como Gran Bretaña, Francia, Italia, Arabia Saudita, Kuwait y otras, lograron la liberación de Kuwait con una devastadora campaña aérea encabezada por EE.UU. que duró poco más de un mes. En seguida se realizó una invasión masiva sobre Kuwait e Irak por soldados de infantería aerotransportados y equipados con vehículos blindados. Gracias a su mayor velocidad, movilidad y poder de fuego, las fuerzas aliadas dominaron al ejército iraquí en una campaña terrestre que duró sólo 100 horas.

Sin embargo, la victoria fue incompleta e insatisfactoria. La resolución de la ONU, que Bush cumplió al pie de la letra, sólo exigía que Irak fuera expulsado de Kuwait. Saddam Hussein se mantuvo en el poder y reprimió con crueldad a los kurdos en el norte y a los chiítas en el sur que se habían rebelado, alentados por Estados Unidos. Los cientos de incendios provocados intencionalmente por los iraquíes en los pozos petrolíferos no pudieron ser extinguidos antes de noviembre de 1991. Además, fue evidente que el régimen de Saddam trató de impedir la actividad de los inspectores de la ONU que, según las resoluciones del Consejo de Seguridad, trataban de localizar y destruir las armas de destrucción masiva de Irak, que incluían instalaciones nucleares más avanzadas de lo que antes se había sospechado y enormes reservas de armas químicas.

La Guerra del Golfo hizo posible que Estados Unidos convencieran a los estados árabes, Israel y una delegación palestina, de iniciar negociaciones directas para resolver sus complejos e intrincados problemas, pues a la postre eso podría conducir a una paz duradera en la región. Las conversaciones empezaron en Madrid, España, el 30 de octubre de 1991. A su vez, en ellas se preparó la escena para las negociaciones secretas realizadas en Noruega que culminaron con el histórico acuerdo entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina, firmado el 13 de septiembre de 1993 en la Casa Blanca.

PANAMÁ Y EL NAFTA

El presidente recibió también amplio respaldo de ambos partidos en el Congreso para la breve invasión estadounidense de Panamá, el 20 de diciembre de 1989, en la que el dictador y general Manuel Antonio Noriega fue derrocado. En la década de 1980, cuando la adicción a la cocaína en forma de crack alcanzó proporciones de epidemia, el presidente Bush colocó la "guerra contra las drogas" en el centro de su agenda nacional. Además Noriega, un dictador especialmente brutal, había tratado de mantenerse en el poder con demostraciones bastante burdas de antinorteamericanismo. Después de buscar refugio en la embajada del Vaticano, Noriega se entregó a las autoridades de EE.UU. Más tarde fue juzgado y convicto en un tribunal federal de Miami, Florida, por tráfico de drogas y fraude organizado.

El gobierno de Bush logró avanzar en el frente económico con la negociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés) con México y Canadá. Éste sería ratificado después de un intenso debate en el primer año del gobierno de Clinton.

CANDIDATOS INDEPENDIENTES Y DE TERCEROS PARTIDOS

Con frecuencia se cree que Estados Unidos funciona bajo un sistema de dos partidos. En la práctica eso es cierto: la Casa Blanca ha estado ocupada todos los años por un demócrata o por un republicano desde 1852. Sin embargo también es verdad que el país ha producido a través de los años un buen número de terceros partidos y otros de orden menor.

Los terceros partidos se organizan en torno de un conjunto de temas afines o de un solo tema. Suelen tener mejor suerte cuando encuentran un líder carismático. Como la presidencia está fuera de su alcance, la mayoría de ellos sólo busca una plataforma para divulgar sus inquietudes políticas y sociales.

Theodore Roosevelt. El candidato de un tercer partido que tuvo más éxito en el siglo XX fue el republicano Theodore Roosevelt, el ex presidente, cuyo Partido Progresista o del Alce ganó el 27,4% de los votos en la elección de 1912. El ala progresista del Partido Republicano, decepcionada del presidente William Howard Taft, instó a Roosevelt a contender por la candidatura del partido en 1912. Éste accedió y derrotó a Taft en varias elecciones primarias. Sin embargo, Taft tenía el control de la maquinaria del partido y ganó la nominación.

Entonces los partidarios de Roosevelt se separaron de su partido para formar el Partido Progresista. Roosevelt dijo que se sentía tan fuerte y apto como un alce (de ahí el nombre popular del partido) e inició su campaña con una plataforma cuyos temas básicos eran: la regulación de las "grandes empresas", el sufragio de la mujer, un impuesto gradual sobre la renta, el Canal de Panamá y la conservación de los recursos naturales. Su campaña bastó para derrotar a Taft. Sin embargo, al dividir el voto republicano, él ayudó a asegurar la elección del demócrata Woodrow Wilson.

Los socialistas. El Partido Socialista alcanzó también su apogeo en 1912 al ganar el 6% del voto popular. Su eterno candidato, Eugene Debs, obtuvo ese año más de 900.000 votos con sus propuestas de pugnar por la propiedad colectiva de las industrias del transporte y las comunicaciones, acortar el horario de trabajo y promover proyectos de obras públicas para alentar el empleo.

Robert LaFollette. Otro progresista fue el senador Robert LaFollette, quien ganó más del 16% de los votos en la elección de 1924. Eterno defensor de los granjeros y los trabajadores industriales y enemigo acérrimo de la gran empresa, LaFollette fue uno de los protagonistas de la resurrección del movimiento progresista después de la Primera Guerra Mundial. Con el apoyo del voto de campesinos y obreros, socialistas y los últimos miembros del Partido del Alce de Roosevelt, LaFollette contendió basado en una plataforma cuyo tema central era la nacionalización de los ferrocarriles y los recursos naturales del país. Sólo logró ganar Wisconsin, su estado natal.

Henry Wallace. El Partido Progresista se reinventó a sí mismo en 1948, cuando nombró candidato a Henry Wallace, el ex secretario de agricultura y vicepresidente de Franklin Roosevelt. En su plataforma de 1948, Wallace se declaró en contra de la Guerra Fría, el Plan Marshall y las grandes empresas. Basó también su campaña en la lucha para acabar con la discriminación contra los negros y las mujeres, apoyó el salario mínimo e instó a la supresión del comité de la Cámara que investigaba las actividades antinorteamericanas. El hecho de no haber desconocido al Partido Comunista de Estados Unidos que lo apoyaba debilitó su popularidad y al final sólo pudo ganar poco más del 2,4% del voto popular.

Los dixícratas. Igual que los progresistas, el Partido de los Derechos de los Estados o "dixícrata" cuyo líder era el gobernador de Carolina del Sur, Strom Thurmond, fue fundado en 1948 como un subproducto del Partido Demócrata. Su oposición provenía de la plataforma de derechos civiles de Truman. Aunque el partido se presentaba como defensor de los "derechos de los estados", su objetivo principal era seguir aplicando la segregación racial y apoyar las leyes antiafro-estadounidenses que la sustentaban.

George Wallace. Los disturbios étnicos y sociales de la década de 1960 hicieron que la atención del país se enfocara en George Wallace, otro gobernador del sur partidario de la segregación. Wallace atrajo a sus seguidores con una serie de pintorescas diatribas contra los derechos civiles, los liberales y el gobierno federal. Él fundó el Partido Estadounidense Independiente en 1968, realizó su campaña desde el palacio municipal de Montgomery, Alabama y ganó el 13,5% del voto presidencial total.

H. Ross Perot. Todos los terceros partidos tratan de capitalizar la insatisfacción popular contra el gobierno federal y los grandes partidos. Sin embargo, en la historia reciente, pocas veces ha sido tan fuerte ese sentimiento como en la elección de 1992. El empresario tejano Perot, poseedor de una inmensa fortuna, tenía una habilidad especial para llevar su mensaje de sensatez económica y responsabilidad fiscal a un amplio espectro de la población. Mediante encendidos libelos contra los dirigentes del país y con un mensaje económico que se reducía a fórmulas fáciles de entender, Perot no tuvo la menor dificultad para atraer la atención de los medios informativos. Se retiró de la contienda en julio, pero se reintegró a la misma un mes antes de la elección y ganó más de 19 millones de votos, casi el 19 por ciento del total, como portaestandarte del Partido de la Reforma. Esto fue por amplio margen el mayor número de sufragios que haya obtenido jamás un candidato de un tercer partido. Sólo fue superado por Roosevelt en 1912, en su porcentaje del sufragio total.

Capítulo 15: Un Puente Hacia el Siglo XXI >>>>