CONTENIDO
Capítulo 1:
Los albores de Norteamérica
Capítulo 2:
El periodo colonial
Capítulo 3:
El camino de la independencia
Capítulo 4:
La formación de un gobierno nacional
Capítulo 5:
La expansión hacia el oeste y las diferencias regionales
Capítulo 6:
Conflictos sectoriales
Capítulo 7:
La Guerra Civil y la Reconstrucción
Capítulo 8:
Crecimiento y transformación
Capítulo 9:
Descontento y reforma
Capítulo 10:
Guerra, prosperidad y depresión
Capítulo 11:
El Nuevo Trato y la Segunda Guerra Mundial
Capítulo 12:
Estados Unidos en la posguerra
Capítulo 13:
Décadas de cambio: 1960-1980
Capítulo 14:
El nuevo conservadurismo y un nuevo orden mundial
Capítulo 15:
Un puente hacia el siglo XXI
Bibliografia
PERFILES ILUSTRADOS
El advenimiento de una nación
La transformación de una nación
Monumentos y sitios conmemorativos
Agitación y cambio
Una nación del siglo XXI

AGRADECIMIENTOS
 
Reseña de Historia de Estados Unidos es una publicación del Departamento de Estado de EE.UU. La primera edición (1949-50) fue elaborada bajo la dirección editorial de Francis Whitney, en un principio por la Oficina de Información Internacional del Departamento de Estado y más tarde por el Servicio Cultural e Informativo de Estados Unidos. Richard Hofstadter, profesor de historia en la Universidad Columbia, y Wood Gray, catedrático de historia de Estados Unidos en la Universidad George Washington, colaboraron como consultores académicos. D. Steven Endsley de Berkeley, California, preparó el material adicional. A través de los años, la obra ha sido actualizada y revisada en forma exhaustiva por varios especialistas, entre ellos Keith W. Olsen, profesor de historia de Estados Unidos en la Universidad de Maryland, y Nathan Glick, escritor y ex director de la revista Dialogue (Facetas) de USIA. Alan Winkler, catedrático de historia en la Universidad Miami (Ohio), escribió los capítulos de ediciones anteriores sobre la época posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Man of the People: A Life of Harry S. Truman y For the Survival of Democracy: Franklin Roosevelt and the World Crisis of the 1930s.    Esta nueva edición ha sido revisada y actualizada cabalmente por Alonzo L. Hamby, profesor distinguido de historia en la Universidad de Ohio. El profesor Hamby ha escrito mucho sobre la política y la sociedad estadounidenses. Algunos de sus libros son Man of the People: A Life of Harry S. Truman y For the Survival of Democracy: Franklin Roosevelt and the World Crisis of the 1930s. Vive y trabaja en Athens, Ohio.

Director Ejecutivo—
George Clack
Directora Administrativa—
Mildred Solá Neely
Dirección de Arte y Diseño—
Min-Chih Yao
Ilustración de portada—
Tom White
Investigación fotográfica—
Maggie Johnson Sliker
 


 
Capítulo 3:
El camino de la independencia

Proyecto Salón Hogar
 


En protesta, el 16 de diciembre de 1773, un grupo de colonos vestidos como Aborígenes Americanos abordaron un barco de carga en el puerto de Boston y arrojaron todo su cargamento de té a las aguas. Este suceso pasó a ser conocido como la fiesta del té de Boston.
 (Library of Congress)

"La revolución se llevó a cabo desde antes que empezara la guerra. La revolución estaba en el corazón y la mente del pueblo".
-- Ex presidente
John Adams, 1818

Durante todo el siglo XVIII fue inevitable que las colonias británicas de Norteamérica, en proceso de maduración, se forjaran una identidad distintiva; crecieron mucho en fuerza económica y logros culturales y casi todas ya tenían largos años de experiencia en el autogobierno. En la década de 1760, su población combinada superaba el millón y medio de habitantes: se sextuplicó desde 1700. Sin embargo, Inglaterra y Norteamérica no tuvieron diferencias patentes sino hasta 1763, más de siglo y medio después de la fundación del primer asentamiento permanente en Jamestown, Virginia.

UN NUEVO SISTEMA COLONIAL

En la secuela de la Guerra contra Francia y los Indígenas, Londres vio la necesidad de un nuevo proyecto imperial que incluyera un control más centralizado, distribuyera de manera más equitativa los costos del imperio y apelara a los intereses, tanto de los franco-canadienses como de los indígenas norteamericanos. Por otra parte, habituados desde mucho tiempo atrás a un grado notable de independencia, los colonos exigían no menos, sino más libertad y sintieron que una presencia británica fuerte ya era mucho menos necesaria. Al otro lado del Atlántico, una Corona y un Parlamento que no entendían bien la situación se percataron de que contendían con colonos capacitados en el autogobierno y reacios a cualquier intromisión.

La organización de Canadá y el valle de Ohio requería políticas que no provocaran el distanciamiento de los habitantes franceses e indígenas. En ese punto, Londres entró en un conflicto fundamental con los intereses de las colonias. Por su rápido aumento de población y la necesidad de más tierra para asentamientos, éstas reclamaron el derecho de ampliar sus fronteras al oeste hasta el río Mississippi.

El gobierno británico, por temor a una serie de guerras con los indígenas, pensó que las tierras se debían abrir en forma más gradual. Por la Proclamación Real de 1763, todo el territorio occidental entre las montañas Alleghenies, Florida, el río Mississippi y Quebec, se reservó para el uso de los norteamericanos nativos. De ese modo, la Corona trató de poner coto a todas las reclamaciones de tierras occidentales de las 13 colonias y contener la expansión hacia el oeste. Aunque esa medida nunca se aplicó en realidad, los colonos la vieron como un acto prepotente de desdén a su derecho elemental de ocupar y colonizar las tierras del oeste.

Las repercusiones de la nueva política de ingresos del gobierno británico fueron más serias. Londres necesitaba más dinero para sostener su creciente imperio, se enfrentaba a un descontento cada día mayor en su propio suelo y le pareció bastante razonable que las colonias pagaran su propia defensa. Eso incluiría nuevos impuestos que el Parlamento establecería a expensas del autogobierno colonial.

El primer paso fue la sustitución de la Ley de la Melaza de 1733, que aplicaba un derecho o impuesto prohibitivo a la importación de ron y melaza de las áreas no inglesas, por la Ley del Azúcar de 1764. Esta ley prohibió la importación de ron extranjero; impuso derechos bastante modestos a la melaza de cualquier fuente y aplicó derechos al vino, la seda, el café y muchos otros artículos de lujo. El gobierno británico aplicó con energía la Ley del Azúcar.

Tanto el derecho impuesto por la Ley del Azúcar como las medidas para su cumplimiento causaron consternación entre los comerciantes de Nueva Inglaterra. Ellos alegaban que aun ese módico pago de derechos que se les impuso sería ruinoso para sus negocios. Los comerciantes, las legislaturas y los concejos municipales protestaron por esa ley. Los abogados de las colonias protestaron por "la tributación sin representación", una consigna que habría de persuadir a muchos norteamericanos de que la madre patria los oprimía.

Más tarde, en 1764, el Parlamento promulgó la Ley de la Moneda "para impedir que se considerara moneda de curso legal a los billetes que expidiera en lo futuro cualquiera de las colonias de Su Majestad". Como quiera que las colonias eran un área comercial deficitaria y siempre estaban escasas de moneda dura, tal medida fue un pesado gravamen para su economía. La Ley de Acuartelamiento aprobada en 1765 fue igualmente objetable desde el punto de vista de las colonias, pues en ella se exigía que éstas dieran provisiones y alojamiento a la tropa real.

LA LEY DEL TIMBRE

Una medida tributaria de carácter general fue la que provocó mayor resistencia organizada. Conocida como la "Ley del Timbre", requería que a todos los periódicos, desplegados, folletos, escrituras de arrendamiento y demás documentos legales se les adhirieran estampillas fiscales. Esos fondos, que los agentes aduaneros norteamericanos debían recaudar, se aplicarían "a la defensa, protección y seguridad" de las colonias.

La Ley del Timbre afectó por igual a todas las personas que hacían cualquier tipo de negocio. Por eso provocó la hostilidad de los grupos más poderosos y elocuentes de la población norteamericana: periodistas, abogados, clérigos, mercaderes y hombres de negocios, ya sea del norte o el sur, el este o el oeste. Destacados comerciantes organizaron la resistencia y crearon asociaciones contra la importación.

El comercio con la madre patria se desplomó en el verano de 1765 cuando un grupo de hombres eminentes se organizó como los "Hijos de la Libertad" y fundó organizaciones secretas para protestar contra la Ley del Timbre, a menudo por medios violentos. Desde Massachusetts hasta Carolina del Sur; la multitud obligó a los infortunados agentes aduaneros a renunciar a sus cargos y destruyó las odiadas estampillas. La resistencia militante logró invalidar esa ley.

Incitada por el delegado Patrick Henry, la Cámara de Burgueses de Virginia promulgó en mayo una serie de resoluciones en las que se decía que la tributación sin representación era una amenaza a las libertades de las colonias. Proclamó que los virginianos tenían los mismos derechos que los ingleses y, por tanto, sólo podían ser sometidos a la tributación que sus propios representantes aprobaran. La Asamblea de Massachusetts invitó a todas las colonias a nombrar delegados para un "Congreso de la Ley del Timbre" que se llevó a cabo en Nueva York, en octubre de 1765, a fin de considerar la idea de enviar apelaciones a la Corona y al Parlamento en busca de una solución. Veintisiete representantes de nueve colonias aprovecharon la ocasión para movilizar la opinión de éstas. Al cabo de muchos debates, el congreso adoptó una serie de resoluciones donde se afirmaba que "ninguna tributación les había sido impuesta nunca, ni lo podría ser, si no provenía de sus respectivas legislaturas" y que la Ley del Timbre tenía una "tendencia manifiesta a subvertir los derechos y libertades de los colonos".

TRIBUTACIÓN SIN REPRESENTACIÓN

Así fue como la atención se centró en el tema de la representación. Los colonos no creían posible que estuvieran representados en el Parlamento si no se les permitía elegir a sus propios miembros para la Cámara de los Comunes. Sin embargo esta idea iba en contra del principio inglés de la "representación virtual", por el cual cada miembro del Parlamento representaba los intereses de todo el país y los del imperio, aunque su base electoral no abarcara más que una minúscula minoría de los propietarios de un distrito determinado.

Los líderes norteamericanos argumentaban que sus únicas relaciones legales eran con la Corona. El rey era quien había accedido a fundar colonias en ultramar y el que las dotaba de gobierno. Afirmaban que el rey era tanto el soberano de Inglaterra como el de las colonias, pero insistían en que el Parlamento inglés no tenía derecho de aprobar leyes para las colonias, del mismo modo que ninguna legislatura colonial tenía derecho de dictar leyes para Inglaterra. Sin embargo, de hecho, su lucha era tanto con el Rey Jorge III como con el Parlamento. Las facciones alineadas con la Corona solían controlar el Parlamento y reflejaban la voluntad del rey de ser un monarca fuerte.

El Parlamento británico rechazó las objeciones de las colonias. Sin embargo, al sentir los efectos del boicot norteamericano, los comerciantes ingleses dieron su apoyo a un movimiento de revocación y el Parlamento cedió en 1766, revocó la Ley del Timbre y modificó la Ley del Azúcar. No obstante, para tranquilizar a los partidarios del control central sobre las colonias, el Parlamento complementó esas decisiones con la aprobación de la Ley Declaratoria, por la cual afirmó su propia autoridad para dictar leyes que serían obligatorias para las colonias "en todos los casos posibles". Los colonos sólo habían ganado un respiro temporal en una crisis inminente.

LAS LEYES DE TOWNSHEND

En el año 1767 se tomó otra serie de medidas que reavivó todos los temas de discordia. Charles Townshend, el ministro de hacienda británico, ensayó un nuevo programa fiscal ante el continuo descontento por los altos impuestos en su país. Decidido a reducir los impuestos británicos haciendo más eficaz la recaudación de derechos sobre el comercio con Norteamérica, restringió la administración de aduanas e impuso derechos de importación al papel, el vidrio, el plomo y el té procedentes de Gran Bretaña. Las "Leyes de Townshend" se basaban en la premisa de que la tributación sobre los bienes importados por las colonias era legal, mientras que los impuestos internos (como la Ley del Timbre) no lo eran.

La finalidad de las Leyes de Townshend era la recaudación de rentas, que en parte se aplicarían al sostenimiento de los funcionarios en las colonias y del ejército británico destacado en Norteamérica. En respuesta a esto, el abogado de Filadelfia John Dickinson afirmó en su obra Letters of a Pennsylvania Farmer (Cartas de un granjero de Pennsylvania) que el Parlamento podía controlar el comercio imperial, pero no tenía derecho de imponer tributos a las colonias, no importa que éstos fueran derechos externos o internos.

La agitación que sobrevino tras la promulgación de las leyes tributarias de Townshend fue menos violenta que la provocada por la Ley del Timbre, pero también fue intensa, sobre todo en las ciudades de la costa este. Los comerciantes volvieron a adoptar acuerdos contra la importación, y la gente optó por consumir sólo productos locales. En Boston, la aplicación de los nuevos reglamentos desató la violencia. Cuando los funcionarios aduaneros trataron de cobrar derechos, fueron inmovilizados por el populacho y tratados con rudeza. Por esa transgresión, dos regimientos británicos fueron enviados para proteger a los comisionados de aduanas.

La presencia de soldados británicos en Boston fue una abierta incitación al desorden. El antagonismo entre los ciudadanos y la tropa británica volvió a estallar con violencia el 5 de marzo de 1770. Lo que empezó como una inofensiva lluvia de bolas de nieve contra los soldados británicos degeneró en un ataque multitudinario. Alguien dio la orden de hacer fuego y cuando el humo se dispersó, tres bostonianos yacían muertos sobre la nieve. Este incidente, conocido como "La Masacre de Boston", fue presentado con tintes dramáticos como prueba de la crueldad y tiranía de los británicos.

Frente a tal oposición, el Parlamento optó por una retirada estratégica en 1770 y revocó todos los impuestos de Townshend, salvo el correspondiente al té, que era un artículo de lujo en las colonias y sólo lo consumía una minoría muy pequeña. Para la mayoría, la decisión del Parlamento significó que los colonos habían ganado una importante concesión y la campaña contra Inglaterra fue abandonada en gran parte.

SAMUEL ADAMS

En un intervalo de tres años de tranquilidad, un número relativamente pequeño de radicales se esforzó con energía por mantener viva la controversia. Ellos decían que el hecho de pagar el impuesto implicaba aceptar el principio de que el Parlamento tenía derecho de gobernar a las colonias. Su temor era que el principio del gobierno parlamentario se llegara a aplicar en cualquier momento futuro, con un efecto devastador para todas las libertades coloniales.

El líder más eficaz de los radicales fue Samuel Adams de Massachusetts, quien luchó sin descanso por una sola meta: la independencia. Desde que se graduó por la Escuela Superior de Harvard en 1743, Adams siempre ocupó algún cargo público: inspector de chimeneas, recaudador de impuestos y moderador de concejos municipales.

Adams quería liberar a la gente del temor reverencial a sus superiores sociales y políticos, hacerla consciente de su propio poder e importancia y así impulsarla a la acción. Para alcanzar esos objetivos publicó artículos en la prensa y pronunció discursos en las asambleas de la ciudad, pugnando por una serie de resoluciones en las que apelaba a los impulsos democráticos de los colonos.

En 1772, Adams indujo al concejo municipal de Boston a elegir un "Comité de Correspondencia" para dar a conocer los derechos y agravios de los colonos. El comité se opuso a la decisión británica de que el salario de los jueces fuera extraído de los ingresos aduaneros, pues temió que si esos magistrados ya no dependían económicamente de la legislatura, tampoco estarían obligados a rendirle cuentas, lo cual podía dar lugar a "una forma despótica de gobierno". El comité se comunicó con otras ciudades para discutir el asunto y les pidió que redactaran sus respuestas. En casi todas las colonias se crearon comités y así se formó una base de organismos revolucionarios eficaces. Sin embargo, Adams no tenía suficiente combustible para iniciar un incendio.

LA "FIESTA DEL TÉ" DE BOSTON

Sin embargo, en 1773 los británicos les dieron por fin un tema incendiario a Adams y sus aliados. La poderosa East India Company, que estaba en un crítico apremio financiero, apeló al gobierno británico y éste le otorgó el monopolio sobre todo el té que se exportaba a las colonias. El gobierno autorizó también a la East India Company a vender directamente a minoristas, pasando por alto a los mayoristas coloniales. Para entonces, la mayor parte del té que se bebía en América se importaba ilegalmente, libre de derechos. Al vender el té a un precio muy inferior al de costumbre, por medio de sus propios agentes, la East India Company hizo que el contrabando dejara de ser productivo y amenazó con eliminar a los comerciantes coloniales independientes. Acicateados no sólo por la pérdida del comercio del té, sino también por la práctica monopolista que eso implicaba, los colonos comerciantes se unieron a los agitadores radicales que aspiraban a la independencia.

En puertos de toda la costa del Atlántico, los agentes de la East India Company fueron obligados a renunciar y los nuevos embarques de té fueron devueltos a Inglaterra o refundidos en almacenes. Sin embargo, los agentes desafiaron a los colonos en Boston y, con apoyo del gobernador real, tomaron providencias para el desembarco del producto a pesar de la oposición. En la noche del 16 de diciembre de 1773 una partida de hombres, disfrazados de indígenas mohawks y encabezados por Samuel Adams, abordó tres barcos británicos atracados en el muelle y arrojó su cargamento de té a las aguas del puerto de Boston. Ante la duda de que sus conciudadanos fueran fieles a sus principios, temieron que si el té era desembarcado los colonos lo compraran a pesar de todo y pagaran el impuesto.

Ahora los británicos se enfrentaban a una crisis. La East India Company había actuado de acuerdo con un estatuto parlamentario y si la destrucción del té quedaba impune, el Parlamento tendría que admitir ante el mundo que no tenía control sobre las colonias.

LAS LEYES COERCITIVAS

El Parlamento respondió con nuevas leyes que los colonizadores llamaron "Leyes Coercitivas" o "Intolerables". La primera de ellas, el Proyecto Legislativo del Puerto de Boston, ordenó el cierre de éste hasta que el té fuera pagado. Esa decisión amenazó la vida misma de la ciudad, pues el hecho de privar a Boston de acceso al mar la condenaba a la ruina económica. Otras promulgaciones restringieron la autoridad local y prohibieron casi todos los concejos municipales que se reunían sin el consentimiento del gobernador. Una Ley de Alojamiento de Tropa exigía a las autoridades locales dar hospedaje adecuado a la tropa británica, aun en casas particulares si era preciso. En lugar de someter y aislar a Massachusetts, como lo deseaba el Parlamento, esas leyes hicieron que las colonias hermanas se unieran a ella y le dieran su apoyo. La Ley de Quebec, aprobada más o menos en la misma época, amplió las fronteras de esa provincia al sur del río Ohio; de acuerdo con la práctica pretérita en Francia, dispuso juicios sin jurado, no estableció ninguna asamblea representativa y concedió a la Iglesia Católica una categoría semioficial. Al hacer caso omiso de las viejas reclamaciones sobre las tierras del oeste, amenazó con bloquear la expansión colonial al norte y el noroeste, y su reconocimiento de la Iglesia Católica Romana indignó a las sectas protestantes cuya presencia era predominante en todas las colonias. Aunque la Ley de Quebec no fue promulgada como una medida punitiva, los norteamericanos la asociaron a las Leyes Coercitivas y todas en conjunto se llegaron a conocer como las "Cinco Leyes Intolerables".

A instancias de la Cámara de Burgueses de Virginia, los representantes coloniales se reunieron en Filadelfia el 5 de septiembre de 1774 "para hacer consultas sobre la triste situación actual de las colonias". Los delegados a esa reunión, conocida como el Primer Congreso Continental, fueron elegidos por congresos provinciales o convenciones populares. La división de opiniones en las colonias fue un verdadero dilema para los delegados. Era preciso dar la impresión de una firme unanimidad para inducir al gobierno británico a hacer concesiones, pero también se debía evitar cualquier señal de radicalismo o espíritu independentista que pudiera alarmar a los norteamericanos más moderados.

Un discurso inicial cauto, seguido de la "resolución" de que no se debía obediencia alguna a las Leyes Coercitivas, terminó con la adopción de una serie de resoluciones que afirmaron el derecho de los colonos a "la vida, la libertad y la propiedad" y el derecho de las legislaturas provinciales a decidir "en todos los asuntos de tributación y del sistema político interno". Sin embargo, la decisión más importante del Congreso fue la formación de una "Asociación Continental" que reanudó el boicot comercial. Se creó un sistema de comités para inspeccionar lo que llegaba a las aduanas, publicar los nombres de los comerciantes que violaban los acuerdos, confiscar las importaciones de éstos y alentar la frugalidad, la economía y la laboriosidad.

La Asociación Continental asumió de inmediato el liderazgo en las colonias e instó a las nuevas organizaciones locales a acabar con los restos de la autoridad real. Dirigida por los líderes partidarios de la independencia, no sólo recibió apoyo de los menos afortunados, sino también de muchos miembros de la clase profesional, sobre todo abogados, de la mayoría de los hacendados de las colonias del sur y de numerosos comerciantes. Sus miembros intimidaron a los indecisos para que se unieran al movimiento popular y castigaron a los que eran hostiles. Además, iniciaron la recolección de pertrechos militares y la movilización de tropa y avivaron la opinión pública para inflamar su fervor revolucionario.

Sin embargo, muchos de los que se oponían a que los británicos conculcaran los derechos de los norteamericanos eran partidarios del diálogo y el compromiso como la solución apropiada. En ese grupo había funcionarios designados por la Corona, cuáqueros y miembros de otras sectas religiosas que se oponían al uso de la violencia, muchos mercaderes (sobre todo de las colonias de la región media) y varios granjeros y pobladores de la frontera descontentos, en las colonias del sur.

El rey habría podido concertar una alianza con esos moderados y su posición se habría fortalecido mediante concesiones oportunas, al grado que a los revolucionarios les habría sido difícil mantener las hostilidades. Pero Jorge III no estaba dispuesto a hacer concesiones. En septiembre de 1774, mofándose de una petición de los cuáqueros de Filadelfia, el monarca escribió: "La suerte está echada y las colonias no tienen más alternativa que someterse o vencer". Esa decisión dejó aislados a los realistas, que se sintieron decepcionados y temerosos por el curso que tomaron los acontecimientos después de las Leyes Coercitivas.

EMPIEZA LA REVOLUCIÓN

El general Thomas Gage, un afable caballero inglés cuya esposa nació en Norteamérica, comandaba la guarnición en Boston, donde la actividad política ya había suplantado casi por completo al comercio. Cuando Gage supo la noticia de que los colonos de Massachusetts estaban haciendo acopio de pólvora y pertrechos militares en la ciudad de Concord, a 32 kilómetros de allí, envió un fuerte destacamento a confiscar ese arsenal.

Después de caminar toda la noche, la tropa británica llegó al poblado de Lexington el 19 de abril de 1775 y vio una amenazadora banda de 77 milicianos -- conocidos como "hombres minuto" porque se decía que en ese lapso podían aprestarse al combate -- entre la niebla de las primeras horas de la mañana. El único propósito de los milicianos era hacer una protesta silenciosa, pero el mayor de marina John Pitcairn, líder de la tropa británica, gritó: "¡Dispersaos, malditos rebeldes! ¡Huid, perros!". El líder de los milicianos, capitán John Parker, ordenó a su tropa que no hiciera fuego, a menos que les dispararan. Cuando los norteamericanos se retiraban, alguien hizo un disparo y la tropa británica abrió fuego contra los milicianos. Entonces los ingleses cargaron con bayonetas, dejando un saldo de ocho muertos y 10 heridos. Según la muy citada frase del poeta del siglo XIX Ralph Waldo Emerson, ese fue "el disparo que oyó el mundo entero".

Los británicos continuaron su avance hacia Concord. Los norteamericanos se habían llevado casi todo el parque, pero aquéllos destruyeron lo que quedaba. Entre tanto, las fuerzas insurgentes se movilizaron en el campo y hostigaron a los británicos en su largo regreso a Boston. Sin embargo, en todo el camino, ocultos detrás de muros de piedra, promontorios y casas, milicianos "de todas las aldeas y granjas de Middlesex" hacían blanco en las brillantes casacas rojas de los soldados de la Corona. Cuando el exhausto destacamento de Gage llegó a Boston con paso vacilante, sus bajas eran más de 250 muertos y heridos. Los norteamericanos perdieron 93 hombres.

El Segundo Congreso Continental se reunió en Filadelfia, Pennsylvania, el 10 de mayo. El Congreso votó por levantarse en armas y reclutó a las milicias coloniales para el servicio continental. Designó como comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas al coronel George Washington, de Virginia, el 15 de junio. Antes de dos días, los insurgentes sufrieron muchas bajas en Bunker Hill, en las afueras de Boston. El Congreso ordenó también que varias expediciones norteamericanas avanzaran al norte, hasta Canadá, en otoño. Tomaron Montreal, su asalto invernal contra Quebec fue un fracaso y al final retrocedieron hasta Nueva York.

Aún cuando el conflicto armado había estallado, la idea de separarse por completo de Inglaterra aún les parecía repugnante a muchos miembros del Congreso Continental. Éste adoptó la Petición de la Rama de Olivo en julio, suplicando al rey que se abstuviera de más acciones hostiles mientras se concertaba algún acuerdo. El Rey Jorge III la rechazó y, por el contrario, emitió una proclamación el 23 de agosto de 1775, declarando que las colonias estaban en actitud de rebelión.

Gran Bretaña esperaba que las colonias del sur le fueran leales, en parte porque dependían de la esclavitud. Muchos pobladores de las colonias del sur temían que una rebelión contra la madre patria desatara también una insurrección de los esclavos. El gobernador de Virginia, Lord Dunmore, trató de capitalizar ese temor en noviembre de 1775, ofreciendo la libertad a todos los esclavos que lucharan a favor de los británicos. Sin embargo, su proclama empujó hacia el bando rebelde a muchos virginianos que en otras condiciones habrían seguido siendo leales al rey.

Los buques de guerra británicos siguieron por la costa hasta Charleston, Carolina del Sur, y abrieron fuego contra la ciudad a principios de junio de 1776. Pese a todo, los habitantes de esa colonia tuvieron tiempo para prepararse y rechazaron a los británicos al final del mes. Éstos no habrían de regresar al sur en más de dos años.

COMMON SENSE E INDEPENDENCIA

Thomas Paine, el teórico político y escritor radical que llegó a Norteamérica en 1774, procedente de Inglaterra, publicó el folleto de 50 páginas titulado Common Sense (Sentido común) en enero de 1776. En menos de tres meses se vendieron 100.000 ejemplares. Paine atacó la idea de la monarquía hereditaria y dijo que un hombre honrado era más valioso para la sociedad que "todos los rufianes coronados que ha habido en la historia". Él propuso dos opciones: seguir sometidos a un rey tiránico y un gobierno desgastado o buscar la libertad y la felicidad como república independiente y autosuficiente. Common Sense circuló en todas las colonias y ayudó a cristalizar la decisión de separarse de Inglaterra.

Sin embargo seguía pendiente la tarea de obtener la aprobación de cada una de las colonias para una declaración formal. El 7 de junio Richard Henry Lee, de Virginia presentó en el Segundo Congreso Continental una resolución declarando "que estas Colonias Unidas son y tienen derecho de ser estados libres e independientes...". Un comité de cinco miembros encabezado por Thomas Jefferson de Virginia fue designado de inmediato para redactar un documento que sería cometido a votación.

La Declaración de Independencia, que en gran parte fue obra de Jefferson y fue proclamada el 4 de julio de 1776, no sólo anunció el nacimiento de una nueva nación, sino también expuso una filosofía de la libertad humana que habría de llegar a ser una fuerza dinámica en el mundo entero. La Declaración se basa en la filosofía política de la Ilustración en Francia e Inglaterra, pero destaca en ella una influencia en especial: el Second Treatise on Government (Segundo tratado de gobierno) de John Locke. Éste tomó algunas concepciones de los derechos tradicionales de los ingleses y las universalizó como los derechos naturales de toda la humanidad. En el conocido pasaje inicial de la Declaración se oye un eco de la teoría del contrato social de Locke como forma de gobierno:

"Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas, que todos los hombres han sido creados iguales, que fueron dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables como el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Que para dar cumplimiento a esos derechos, los hombres han instituido gobiernos, los cuales derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados; que siempre que una forma cualquiera de gobierno llega a ser perjudicial para alcanzar esos fines, el pueblo tiene derecho de cambiarlo o abolirlo, y de instituir un nuevo gobierno, erigiendo sus cimientos sobre los principios y organizando sus facultades en las formas que el pueblo juzgue más apropiadas para el logro de su seguridad y felicidad".
Jefferson vinculó directamente los principios de Locke con la situación de las colonias. Luchar por la independencia de la Unión Americana era luchar por un gobierno basado en el consentimiento popular, en lugar de un gobierno encabezado por un rey que se había "confabulado con otros para someternos a una jurisdicción que es ajena a nuestra constitución y no ha sido reconocida por nuestras leyes...". Sólo un gobierno basado en el consentimiento popular podía garantizar los derechos naturales a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. De este modo, luchar por la independencia de la Unión Americana era luchar en nombre de los derechos naturales de uno mismo.

DERROTAS Y VICTORIAS

Si bien los norteamericanos sufrieron graves tropiezos por varios meses después de declarar su independencia, su tenacidad y perseverancia les redituaron al final buenos dividendos. En agosto de 1776, durante la Batalla de Long Island en Nueva York, la posición de Washington se volvió insostenible y él ordenó una retirada magistral, en pequeñas embarcaciones, desde Brooklyn hasta la costa de Manhattan. El general británico William Howe tuvo dos momentos de vacilación y eso permitió que los norteamericanos escaparan. No obstante, en noviembre Howe ya había tomado el Fuerte Washington, en la isla de Manhattan. La ciudad de Nueva York habría de continuar bajo control británico hasta el final de la guerra.

En diciembre, las fuerzas de Washington estaban al borde del desastre cuando las provisiones y la ayuda prometida no llegaron a materializarse. El día de Navidad, 25 de diciembre de 1776, Washington cruzó el río Delaware, al norte de Trenton, Nueva Jersey. En las primeras horas de la mañana del 26 de diciembre, su tropa tomó por sorpresa la guarnición de Trenton e hizo más de 900 prisioneros. Una semana después, el 3 de enero de 1777, Washington atacó a los británicos en Princeton y recuperó casi todo el territorio formalmente ocupado por ellos. Las victorias en Trenton y Princeton dieron nuevo vigor al quebrantado espíritu de los norteamericanos.

Sin embargo, Howe venció al ejército de la Unión en septiembre de 1777 en Brandywine, Pennsylvania y ocupó Filadelfia, obligando al Congreso Continental a huir. Washington tuvo que soportar el gélido invierno de 1777-1778 en Valley Forge, Pennsylvania, sin alimento, ropa y provisiones suficientes.

Valley Forge marcó el punto más bajo en la marcha del Ejército Continental de Washington, pero en otro lugar el año 1777 resultó ser el momento decisivo de la guerra. El general británico John Burgoyne, avanzando hacia el sur desde Canadá, trató de invadir Nueva York y Nueva Inglaterra a través del lago Champlain y el río Hudson, pero su equipo era demasiado pesado para transitar por aquellos terrenos boscosos y de marisma. El 6 de agosto, en Oriskany, Nueva York, una partida de realistas y norteamericanos nativos bajo el mando de Burgoyne fueron presa de una fuerza norteamericana ágil y madura que logró contener su avance. Pocos días después, en Bennington, Vermont, otro grupo de fuerzas de Burgoyne que buscaban las tan necesarias provisiones fue repelido por tropas norteamericanas.

El ejército de Burgoyne se trasladó al lado oeste del río Hudson y avanzó hacia Albany. Los norteamericanos ya lo esperaban. Encabezados por Benedict Arnold -- quien después traicionaría a los norteamericanos en West Point, Nueva York -- los insurgentes repelieron dos veces a los británicos. Burgoyne ya para entonces había sufrido numerosas pérdidas y se retiró a Saratoga, Nueva York, donde una fuerza norteamericana muy superior bajo el mando del general Horatio Gates cercó a la tropa británica. El 17 de octubre de 1777 Burgoyne se rindió con todo su ejército: seis generales, otros 300 oficiales y 5.500 soldados.

LA ALIANZA FRANCO-NORTEAMERICANA

En Francia había mucho entusiasmo por la causa norteamericana: el mundo intelectual francés también estaba en franca rebelión contra el feudalismo y los privilegios. Sin embargo la Corona dio su apoyo a las colonias por motivos más geopolíticos que ideológicos: desde la derrota de Francia en 1763, el gobierno de ese país estaba ansioso de ajustar cuentas con Gran Bretaña. Benjamin Franklin fue enviado a París en 1776 para trabajar por la causa norteamericana. Su ingenio, astucia y talento hicieron que su presencia muy pronto fuera percibida en la capital francesa y desempeñó un papel importante para obtener la ayuda de Francia.

Francia empezó a dar ayuda a las colonias en mayo de 1776 cuando envió a Norteamérica 14 barcos con pertrechos de guerra. De hecho, la mayor parte de la pólvora que usaron los ejércitos insurgentes llegó de Francia. Después de la derrota de los británicos en Saratoga, los franceses vieron la oportunidad de debilitar seriamente a su antiguo enemigo y restaurar el equilibrio de poder, perturbado por la Guerra de los Siete Años (que en las colonias de Norteamérica se llamó Guerra contra Francia y los Indígenas). Las colonias y Francia firmaron un Tratado de Amistad y Comercio el 6 de febrero de 1778 por el cual París reconoció a Estados Unidos y le otorgó concesiones comerciales. Ambos países firmaron también un Tratado de Alianza donde se estipuló que si Francia entraba en la guerra, ninguno de los dos depondría las armas mientras las colonias no ganaran su independencia; que ninguno de ellos firmaría la paz con los británicos sin el consentimiento del otro; y que cada uno garantizaba las posesiones del otro en Norteamérica. Ese fue el único tratado bilateral de defensa firmado por Estados Unidos o sus predecesores antes de 1949.

La alianza franco-estadounidense no tardó en extender el conflicto. En junio de 1778, la flota británica hizo fuego contra barcos franceses y ambos países entraron en guerra. Con la esperanza de recobrar los territorios que perdió a manos de los británicos en la Guerra de los Siete Años, España se involucró en el conflicto en 1779 al lado de Francia, pero no como aliada de los norteamericanos. En 1780 Gran Bretaña declaró la guerra a los holandeses, quienes no habían dejado de comerciar con la Unión Americana. La combinación de esas potencias europeas, con Francia a la cabeza, fue una amenaza mucho mayor para los británicos que si las colonias norteamericanas hubieran luchado solas.

LOS BRITÁNICOS SE DIRIGEN AL SUR

Con Francia ya involucrada en el conflicto, los británicos, creyendo aún que la mayoría de los sureños eran realistas, redoblaron sus esfuerzos en las colonias del sur. La campaña empezó a fines de 1778 con la toma de Savannah, Georgia. Poco después, tropas y fuerzas navales británicas convergieron en Charleston, Carolina del Sur, que era el principal puerto meridional. Lograron mantener a raya a las fuerzas norteamericanas en la península de Charleston. El 12 de mayo de 1780, el general Benjamin Lincoln capituló, entregando la ciudad y sus 5.000 soldados en lo que fue la mayor derrota de la Unión Americana en la guerra.

Los reveses de la fortuna sólo infundieron más audacia a los rebeldes norteamericanos. Los habitantes de Carolina del Sur empezaron a rondar la campiña y atacaron las líneas de aprovisionamiento británicas. En julio el general norteamericano Horatio Gates, que había reunido una fuerza sustituta de milicianos sin entrenamiento, se lanzó sobre Camden, Carolina del Sur, para enfrentarse a las fuerzas británicas comandadas por el general Charles Cornwallis. Los inexpertos soldados del ejército de Gates sintieron pánico y huyeron ante el embate de los soldados británicos. La tropa de Cornwallis luchó varias veces contra los americanos, pero la batalla más importante fue a principios de 1781 en Cowpens, Carolina del Sur, y en ella los norteamericanos derrotaron rotundamente a los británicos.

VICTORIA E INDEPENDENCIA

En julio de 1780, el rey de Francia Luis XVI envió a Norteamérica una fuerza expedicionaria de 6.000 hombres bajo el mando del conde Jean de Rochambeau. Por añadidura, la flota francesa hostigó los embarques de Gran Bretaña e impidió que las fuerzas inglesas se reforzaran y reabastecieran en Virginia. Los ejércitos y las armadas de Francia y Estados Unidos, que sumaban 18.000 hombres, lucharon contra Cornwallis todo el verano y parte del otoño. Cornwallis capituló por fin el 19 de octubre de 1781, cuando quedó atrapado con su ejército de 8.000 soldados británicos en Yorktown, cerca de la entrada de la bahía de Chesapeake.

Aún cuando la derrota de Cornwallis no acabó de inmediato con la guerra -- que se prolongó casi dos años más sin resolverse -- un nuevo gobierno británico decidió iniciar negociaciones de paz en París a principios de 1782, con el bando norteamericano representado por Benjamin Franklin, John Adams y John Jay. El 15 de abril de 1783, el Congreso aprobó el tratado final. Firmado el 3 de septiembre, el Tratado de París reconoció la independencia, libertad y soberanía de las 13 ex colonias que ahora eran estados. El nuevo Estados Unidos se extendía al oeste hasta el río Mississippi, al norte hasta Canadá y al sur hasta la Florida, que fue devuelta a España. Las nacientes colonias, a las que hizo alusión Richard Henry Lee más de siete años antes, se habían convertido al fin en "estados libres e independientes". Lo que faltaba era unirlos para formar una nación.

LA TRASCENDENCIA DE LA REVOLUCIÓN ESTADOUNIDENSE

La Revolución Estadounidense trascendió mucho más allá de Norteamérica y atrajo la atención de algunos intelectuales de la política en todo el continente europeo. Idealistas notables como Thaddeus Kosciusko, Friedrich von Steuben y el marqués de Lafayette se unieron a ese grupo para afirmar ideas liberales que esperaban trasladar a sus propias naciones. Su éxito reforzó el concepto de los derechos naturales en todo el mundo occidental y fomentó la crítica racionalista de la Ilustración contra un viejo orden edificado en torno de la monarquía hereditaria y una iglesia oficialmente impuesta. En un sentido muy real, fue precursora de la Revolución Francesa, pero sin la violencia y el caos de esta última porque tuvo lugar en una sociedad que ya era en esencia liberal.

Las ideas de la Revolución han sido descritas muy a menudo como un triunfo de las teorías de John Locke sobre el contrato social y los derechos naturales. Si bien esta descripción es correcta, descarta demasiado de prisa la incesante importancia del protestantismo calvinista disidente que desde los peregrinos y los puritanos suscribió los ideales del contrato social y el autogobierno de la comunidad. Los intelectuales partidarios de Locke y el clero protestante eran importantes defensores de modalidades del liberalismo compatibles con las que florecieron en las colonias británicas de Norteamérica.

Los especialistas han argumentado que otra tendencia contribuyó también a la Revolución: el "republicanismo". Afirman que éste no negaba la existencia de derechos naturales, pero los subordinaba a la convicción de que para mantener una república libre se requería un fuerte sentido de responsabilidad comunal y el cultivo de la virtud de la abnegación en los dirigentes. En cambio, la afirmación de los derechos individuales e incluso la búsqueda de la felicidad individual parecían egoístas. Por un tiempo, el republicanismo amenazó con desplazar a los derechos naturales como el tema principal de la Revolución. Sin embargo, la mayoría de los historiadores de hoy conceden que esa diferencia se exageró mucho. Casi todos los que pensaban en esos temas en el siglo XVIII consideraban que ambas ideas eran las dos caras de la misma moneda intelectual.

La revolución implica de ordinario agitación social y violencia en gran escala. Según esos criterios, la Revolución de Estados Unidos fue relativamente moderada. Cerca de 100.000 realistas salieron de la nueva Unión Americana. Varios miles de ellos eran miembros de las viejas elites que sufrieron la expropiación de sus bienes y fueron expulsadas del país; otros eran sólo gente ordinaria fiel a su rey. La mayoría de los que fueron al exilio lo hicieron por su voluntad. La Revolución abrió y liberalizó aún más a una sociedad que ya era liberal. En Nueva York y las Carolinas, las grandes haciendas realistas fueron repartidas entre pequeños agricultores. Las premisas liberales llegaron a ser la norma oficial de la cultura política estadounidense, ya sea el desconocimiento de la Iglesia Anglicana como religión oficial del país, el principio de elección del ejecutivo nacional y los estatales o la amplia difusión de la idea de la libertad individual. Sin embargo, la estructura de la sociedad cambió poco. Con Revolución o sin ella, la mayoría de la gente siguió gozando de seguridad para su vida, su libertad y sus propiedades.

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