CONTENIDO
Capítulo 1:
Los albores de Norteamérica
Capítulo 2:
El periodo colonial
Capítulo 3:
El camino de la independencia
Capítulo 4:
La formación de un gobierno nacional
Capítulo 5:
La expansión hacia el oeste y las diferencias regionales
Capítulo 6:
Conflictos sectoriales
Capítulo 7:
La Guerra Civil y la Reconstrucción
Capítulo 8:
Crecimiento y transformación
Capítulo 9:
Descontento y reforma
Capítulo 10:
Guerra, prosperidad y depresión
Capítulo 11:
El Nuevo Trato y la Segunda Guerra Mundial
Capítulo 12:
Estados Unidos en la posguerra
Capítulo 13:
Décadas de cambio: 1960-1980
Capítulo 14:
El nuevo conservadurismo y un nuevo orden mundial
Capítulo 15:
Un puente hacia el siglo XXI
Bibliografia
PERFILES ILUSTRADOS
El advenimiento de una nación
La transformación de una nación
Monumentos y sitios conmemorativos
Agitación y cambio
Una nación del siglo XXI

AGRADECIMIENTOS
 
Reseña de Historia de Estados Unidos es una publicación del Departamento de Estado de EE.UU. La primera edición (1949-50) fue elaborada bajo la dirección editorial de Francis Whitney, en un principio por la Oficina de Información Internacional del Departamento de Estado y más tarde por el Servicio Cultural e Informativo de Estados Unidos. Richard Hofstadter, profesor de historia en la Universidad Columbia, y Wood Gray, catedrático de historia de Estados Unidos en la Universidad George Washington, colaboraron como consultores académicos. D. Steven Endsley de Berkeley, California, preparó el material adicional. A través de los años, la obra ha sido actualizada y revisada en forma exhaustiva por varios especialistas, entre ellos Keith W. Olsen, profesor de historia de Estados Unidos en la Universidad de Maryland, y Nathan Glick, escritor y ex director de la revista Dialogue (Facetas) de USIA. Alan Winkler, catedrático de historia en la Universidad Miami (Ohio), escribió los capítulos de ediciones anteriores sobre la época posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Man of the People: A Life of Harry S. Truman y For the Survival of Democracy: Franklin Roosevelt and the World Crisis of the 1930s.    Esta nueva edición ha sido revisada y actualizada cabalmente por Alonzo L. Hamby, profesor distinguido de historia en la Universidad de Ohio. El profesor Hamby ha escrito mucho sobre la política y la sociedad estadounidenses. Algunos de sus libros son Man of the People: A Life of Harry S. Truman y For the Survival of Democracy: Franklin Roosevelt and the World Crisis of the 1930s. Vive y trabaja en Athens, Ohio.

Director Ejecutivo—
George Clack
Directora Administrativa—
Mildred Solá Neely
Dirección de Arte y Diseño—
Min-Chih Yao
Ilustración de portada—
Tom White
Investigación fotográfica—
Maggie Johnson Sliker
 


 
Capítulo 15:
Un puente hacia el siglo XXI

Proyecto Salón Hogar
 


Bomberos al pie de los puntales verticales destruidos de las torres gemelas del World Trade Center tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, D.C. (AP/WWP)
"La mejor esperanza para la paz en nuestro mundo es que la libertad se expanda por todo el mundo".
-- Presidente George W. Bush, 2005

Para la mayoría de los estadounidenses, la década de 1990 fue una época de paz, prosperidad y rápidos cambios tecnológicos. Algunos lo atribuyeron a la "Revolución Reagan" y al final de la Guerra Fría, pero otros pensaron que se debió al regreso de un demócrata a la presidencia. En ese periodo, la mayoría de los estadounidenses — cualquiera que fuese su afiliación política — reafirmaron su apoyo a los valores familiares tradicionales basados a menudo en sus ideas religiosas. El columnista del New York Times David Brooks especuló que el país estaba pasando por una "autorreparación moral" en virtud de que "muchos de los indicadores de disolución social, que se dispararon a fines de los años 60 y en los 70 y se estancaron en niveles elevados en los años 80", ya estaban disminuyendo.

Sin tomar en cuenta las mejoras en términos de delincuencia y otras estadísticas sociales, la política del país siguió siendo ideológicamente emotiva y se caracterizó por sus intensas divisiones. Además, poco después de que la nación entró en el nuevo milenio, su sensación de seguridad por haber dejado atrás la Guerra Fría fue sacudida por un ataque terrorista sin precedente que la lanzó por un sendero internacional nuevo y difícil.

LA ELECCIÓN PRESIDENCIAL DE 1992

A medida que la elección presidencial de 1992 se acercaba, los estadounidenses se vieron que su mundo había sido transformado de un modo que habría sido casi inimaginable cuatro años antes. Los conocidos símbolos de la Guerra Fría, desde el Muro de Berlín hasta los misiles intercontinentales y los bombarderos en constante alerta roja, habían desaparecido. Europa oriental era independiente, la Unión Soviética se había disuelto, Alemania estaba unida, árabes e israelíes se reunían para sostener negociaciones directas y la amenaza de un conflicto nuclear se había reducido notablemente. Fue como si un gran volumen de la historia se hubiera cerrado y otro acabara de abrirse.

Sin embargo, en su país, los estadounidenses eran menos optimistas y se enfrentaban a problemas profundos y muy conocidos. El país se vio envuelto en la más profunda recesión registrada desde principios de los años 80. Muchas de las plazas de trabajo perdidas correspondían a empleados de cuello blanco en puestos de gerentes de nivel medio y no tan sólo entre los trabajadores manuales del sector manufacturero, como había ocurrido antes. A pesar de que la economía inició su recuperación en 1992, su crecimiento fue de hecho imperceptible hasta fines de ese año. Además, el déficit federal siguió creciendo, impulsado del modo más sorprendente por el continuo aumento de los gastos para la atención de la salud.

El presidente George Bush y el vicepresidente Dan Quayle lograron con facilidad ser designados de nuevo candidatos del Partido Republicano. En el mando demócrata, el gobernador de Arkansas, Bill Clinton, derrotó a un nutrido grupo de aspirantes y ganó la candidatura de su partido. Como candidato a la vicepresidencia, él escogió al senador de Tennessee Al Gore, reconocido en general como uno de los partidarios más vigorosos de la protección del medio ambiente en el Congreso.

El profundo descontento del país por el rumbo de la economía propició también el ascenso de un notable candidato independiente, el acaudalado empresario tejano H. Ross Perot. Él supo aprovechar la gran corriente de frustración ante la incapacidad de Washington para lidiar con los problemas económicos en forma eficaz, sobre todo con el déficit federal. Ross Perot tenía una personalidad pintoresca y un don para formular las consignas políticas más elocuentes en pocas palabras. A fin de cuentas fue el más exitoso de los candidatos presentados por terceros partidos desde Theodore Roosevelt en 1912.

La campaña de Bush para la reelección fue erigida sobre las ideas que por tradición han esgrimido los candidatos que están en el cargo: experiencia y confianza. George Bush, de 68 años y el último de una dinastía de presidentes que prestaron servicio en la Segunda Guerra Mundial, se enfrentaba al joven retador Bill Clinton que, a la edad de 46 años, nunca había pertenecido a las fuerzas militares y participó en las protestas contra la guerra de Vietnam. Al poner de relieve su experiencia como presidente y comandante en jefe, Bush atrajo la atención hacia la inexperiencia de Clinton en el nivel nacional.

Bill Clinton organizó su campaña en torno de los temas más antiguos y poderosos de la política electoral: la juventud y el cambio. Cuando estudiaba la preparatoria, Clinton tuvo oportunidad de conocer al presidente Kennedy; 30 años después, gran parte de su retórica fue un eco consciente de la que Kennedy desplegó en su campaña de 1960.

Después de haber sido gobernador de Arkansas por 12 años, Clinton podía hablar de su experiencia en la lucha contra los mismos problemas de crecimiento económico, educación y atención de la salud que, según las encuestas de opinión pública, eran los puntos más vulnerables del presidente Bush. Mientras él ofrecía un programa económico basado en la reducción de impuestos y recortes en los gastos del gobierno, Clinton propuso impuestos más altos para los ricos y mayores egresos en inversiones para educación, transporte y comunicaciones pues, a su juicio, eso impulsaría la productividad y el crecimiento de la nación y, por lo tanto, reduciría el déficit. Así mismo, las propuestas de Clinton en materia de atención de la salud implicaban una participación mucho mayor del gobierno federal que las de Bush.

Clinton demostró ser un comunicador muy eficaz, tanto en persona como por televisión, un medio que realzaba su carisma e inteligencia. Los éxitos mismos del presidente al poner fin a la Guerra Fría y contener el empuje de Irak en Kuwait fortalecieron el argumento implícito de Clinton de que los asuntos exteriores eran ahora menos importantes, en términos relativos, frente a las apremiantes necesidades sociales y económicas que había en el país.

El 3 de noviembre Bill Clinton ganó la elección y fue el 42º presidente de Estados Unidos, después de obtener el 43% del voto popular, frente al 37% de Bush y el 19% de Perot.

UNA NUEVA PRESIDENCIA

En muchos aspectos, Clinton fue el dirigente perfecto para un partido que estaba dividido entre el ala liberal y la moderada. Él trató de asumir el papel de un centrista pragmático, capaz de moderar las demandas de los diversos grupos que defendían intereses especiales en el Partido Demócrata sin distanciarse de ninguno.

Sin recurrir a la retórica ideológica de que el gobierno grande es un factor positivo, él propuso varios programas que le ganaron el mote de "Nuevo Demócrata". El control de la burocracia federal y las designaciones para la rama judicial le brindaron un medio de satisfacer las demandas políticas de los trabajadores organizados y de los grupos defensores de los derechos civiles. En el tema siempre controvertido del aborto, Clinton apoyó el veredicto del caso Roe v. Wade, pero dijo también que el aborto debía practicarse en forma "segura, legal y en raras ocasiones"

La persona que colaboró en forma más importante con el presidente Clinton fue su esposa, Hillary Rodham Clinton. En la campaña, él decía que quienes votaran por él "obtendrían dos por el precio de uno". Ella apoyó a su esposo frente a las acusaciones en torno a su vida personal.

Con una actitud tan enérgica y activista como la de su esposo, la Sra. Clinton asumió un papel más importante en el gobierno que ninguna otra primera dama anterior, incluida Eleanor Roosevelt. Su primera asignación importante fue el desarrollo de un programa de salud nacional. En el año 2000, cuando el gobierno de su esposo llegaba a su fin, ella fue elegida senadora federal por Nueva York.

LANZAMIENTO DE UNA NUEVA POLÍTICA NACIONAL

En la práctica, el centralismo de Clinton requirió tomar decisiones que a veces suscitaron emociones vehementes. La primera iniciativa de política del presidente tuvo el objetivo de satisfacer las demandas de los homosexuales que, exigiendo ser reconocidos como un grupo que era víctima de discriminación, habían llegado a ser un electorado demócrata importante.

En cuanto asumió el cargo, el presidente Clinton emitió una orden ejecutiva que rescindió la antigua política militar por la cual los homosexuales reconocidos eran expulsados del servicio. Esa orden no tardó en provocar la furibunda crítica de algunos militares, en su mayoría republicanos, y de grandes sectores de la sociedad estadounidense. Clinton no tardó en modificarla con una orden de "no preguntar y no declarar" a ese respecto, que restableció de hecho la antigua política, pero desalentó la investigación activa de la conducta sexual de las personas.

El fallido intento de crear un plan nacional de salud fue un revés mucho más grave. La administración organizó una numerosa fuerza de tarea, presidida por Hillary Clinton e integrada por destacados intelectuales y activistas políticos, que trabajó en secreto varios meses en el desarrollo de un plan para proveer atención médica a todos los estadounidenses.

La suposición de trabajo en la que se apoyaba esa estrategia era que un plan con "un solo pagador" y administrado por el gobierno podría impartir servicios de salud a toda la nación con más eficiencia que el sistema descentralizado actual con sus miles de aseguradores y proveedores disociados unos de otros. Sin embargo, tal como fue presentado al Congreso en septiembre de 1993, el plan fue tan complicado como su objetivo. La mayoría de los republicanos y algunos demócratas lo criticaron aduciendo que era un intento federal fatalmente complejo de apoderarse de la medicina en el país. Al cabo de un año de discusiones expiró sin llegar a ser votado en el Congreso.

Clinton tuvo más éxito en otro asunto de mayor repercusión en la economía nacional. El presidente anterior, George Bush, había negociado el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) para establecer un comercio totalmente abierto entre Canadá, Estados Unidos y México. Electores demócratas clave se opusieron a ese acuerdo. Los sindicatos pensaron que estimularía la exportación de empleos y socavaría las normas laborales del país. Los defensores del medio ambiente dijeron que induciría a las principales industrias nacionales a reubicarse en países donde los controles contra la contaminación fueran más débiles. Esos fueron los primeros indicios de un movimiento creciente del ala izquierda de la política estadounidense contra la visión de un sistema económico mundial integrado.

A pesar de todo, el presidente Clinton aceptó la idea de que, a la postre, el comercio abierto sería benéfico para todas las partes porque conduciría a un flujo más abundante de bienes y servicios producidos con más eficiencia. Su administración no sólo presentó el NAFTA ante el Senado, sino también respaldó la creación de un sistema de comercio internacional muy liberalizado que sería administrado por la Organización Mundial del Comercio (OMC). Al cabo de un debate vigoroso, el Congreso aprobó el NAFTA en 1993. Un año más tarde aprobaría también la afiliación a la OMC.

Aun cuando en la campaña presidencial Clinton habló de una "reducción de impuestos para la clase media", presentó al Congreso un presupuesto que requería un incremento general en la tributación. En su versión original incluía un fuerte impuesto sobre el consumo de energía destinado a promover la conservación, pero pronto éste fue sustituido por un aumento nominal del impuesto federal sobre la gasolina. También aplicó impuestos a los beneficios de la seguridad social para los beneficiarios con ingresos medianos y mayores. Sin embargo, el factor principal consistió en elevar el impuesto sobre la renta a quienes tenían altos ingresos. El debate ulterior no fue sino una repetición de las discusiones de los partidarios de la reducción de impuestos con los defensores de la "responsabilidad fiscal" que fueron características de los años de Reagan. Al final, Clinton se salió con la suya, pero por muy estrecho margen. El proyecto de ley fue aprobado en la Cámara de Representantes por un solo voto.

Para entonces, las campañas de 1994 para las elecciones del Congreso ya estaban en marcha. Aun cuando la administración ya había tomado muchas decisiones sobre política exterior, estaba claro que los asuntos del país revestían mayor interés para los votantes. Los republicanos describían a Clinton y a los demócratas como derrochadores incapaces de reformar el sistema tributario. El propio Clinton ya estaba abrumado por acusaciones de que incurrió en presuntos actos indebidos de índole financiera en un proyecto de bienes raíces en Arkansas, y a eso se sumaron cargos de conducta sexual inapropiada. En noviembre, los votantes entregaron a los republicanos el control de las dos cámaras del Congreso por primera vez desde la elección de 1952. Muchos observadores creyeron que Bill Clinton no sería elegido para un segundo periodo en la presidencia. En una decisión que pareció apegarse a las nuevas realidades políticas, Clinton prefirió moderar su derrotero político. En el resto de su presidencia presentó pocas iniciativas en materia de política. Contrariando las predicciones republicanas de desastre, los incrementos tributarios de 1993 no impidieron que la economía mostrara un mejoramiento constante.

En cambio, el nuevo liderazgo republicano en la Cámara de Representantes presionó mucho para alcanzar sus objetivos de políticas, en marcado contraste con el nuevo tono moderado de la administración. Cuando extremistas de derechas bombardearon un edificio federal en la ciudad de Oklahoma en abril de 1995, Clinton respondió en un tono tan moderado y conciliador que elevó su estatura e implícitamente arrojó ciertas dudas en torno a sus opositores conservadores. Al final del año, vetó un proyecto presupuestario republicano, lo cual suspendió las operaciones del gobierno por varias semanas. Al parecer, la mayor parte del público culpó de esto a los republicanos.

El presidente cooptó también una parte del programa republicano. En su discurso sobre el Estado de la Unión, en enero de 1996, declaró en tono manera rotundo: "La época del gobierno grande ha terminado". Ese verano, en vísperas de la campaña presidencial, firmó un importante proyecto de reforma del bienestar social que era en esencia un producto republicano. Como su propósito era terminar con el apoyo permanente para la mayoría de los beneficiarios de la seguridad social e inducirlos a trabajar, muchos miembros de su partido se opusieron al proyecto. En términos generales, la aplicación de esa reforma habría de tener éxito en la década siguiente.

LA ECONOMÍA DE ESTADOS UNIDOS EN LA DÉCADA DE 1990

A mediados de los años 90, el país no sólo se había recuperado de la breve, pero intensa, recesión de la presidencia de Bush, sino también estaba entrando en una era de floreciente prosperidad, y eso a pesar de la declinación de su base industrial tradicional. Es probable que la principal fuerza impulsora de ese nuevo crecimiento haya sido el auge de la computadora personal (PC).

A menos de 20 años de su lanzamiento, la PC había llegado a ser un artículo muy familiar, no sólo en las oficinas de todo tipo de empresas, sino también en los hogares de todo Estados Unidos. Mucho más potente de lo que cualquiera pudo haber imaginado dos decenios antes, capaz de almacenar enormes cantidades de datos, disponible al costo de un refrigerador de buena calidad, llegó a ser un aparato doméstico de uso común en los hogares del país.

Con el uso de paquetes de software, las personas pudieron usar sus máquinas para operaciones de contabilidad, procesamiento de textos o como un depósito de música, fotografías y vídeos. El ascenso de la Internet, surgida de una red previamente cerrada de datos de defensa, brindó acceso a información de toda índole, creó nuevas oportunidades para hacer compras y estableció el correo electrónico como una modalidad común de comunicación. La popularidad de los teléfonos móviles creó una industria nueva y gigantesca que se fecundó en forma recíproca con la PC.

La comunicación al instante y la manipulación de datos a la velocidad de la luz aceleraron el ritmo de muchos negocios, reforzaron en alto grado la productividad y crearon nuevas oportunidades de lucro. Las industrias incipientes que alimentaron la demanda de ese nuevo equipo llegaron a alcanzar un valor de varios miles de millones de dólares casi de la noche a la mañana, generando una nueva y enorme clase media integrada por técnicos, gerentes y publicistas de software.

El cambio de milenio le dio el impulso decisivo a ese fenómeno. La enorme urgencia de mejorar el equipo de cómputo anticuado que tal vez no sería capaz de reconocer las fechas ulteriores al año 2000 llevó a un punto máximo los gastos para adquirir tecnología informática.

Estos hechos empezaron a cobrar forma en el primer periodo de Clinton y al final del segundo le dieron impulso a un repunte de la economía. Cuando él fue elegido presidente, el desempleo era de 7,4%; cuando contendió por la reelección en 1996, la cifra era de 5,4%; cuando los votantes fueron a las urnas para elegir a su sucesor, en noviembre de 2000, era de 3,9%. En muchos lugares, el problema no era tanto atender a la gente desempleada, sino encontrar trabajadores dispuestos a ocupar un empleo.

Un personaje de la talla del presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, vio con preocupación la rápida escalada del mercado de valores e hizo una advertencia contra la "exuberancia irracional". La exuberancia de los inversionistas, la más grande desde los años 20, prosiguió con la convicción de que las normas ordinarias de evaluación ya eran obsoletas ante una "nueva economía" de potencial ilimitado. Los buenos tiempos avanzaron peligrosamente de prisa, pero la mayoría de los estadounidenses se sintieron más inclinados a disfrutar de ese auge, mientras durara, que a hacer planes para una quiebra futura.

LA ELECCIÓN DE 1996 Y SU SECUELA POLÍTICA

El presidente Clinton emprendió su campaña de reelección en 1996 en la más favorable de las circunstancias. Aunque su personalidad no era imponente como la de Roosevelt, tenía un don natural para hacer campaña y proyectarse ante muchos con un encanto contagioso. Él presidió durante una creciente recuperación económica y se posicionó en el espectro político de una manera que lo hizo parecer como un hombre de centro inclinado a la izquierda. Su opositor republicano, el senador Robert Dole de Kansas, líder republicano de la cámara alta, era un formidable legislador, pero tuvo menos éxito como candidato a la presidencia.

Con la promesa de "construir un puente hacia el siglo XXI", Clinton venció con facilidad a Dole en una contienda entre tres partidos, los cuales obtuvieron los siguientes resultados: 49,2% contra 40,7% y 8,4% para Ross Perot. De este modo se convirtió en el segundo presidente estadounidense que ganó dos elecciones consecutivas con menos de la mayoría del total de votos. (El otro fue Woodrow Wilson en 1912 y 1916.) A pesar de todo, los republicanos conservaron el control tanto de la Cámara de Representantes como del Senado.

Clinton nunca dio muchos detalles sobre un programa nacional para su segundo periodo. El hecho culminante de su primer año fue un acuerdo con el Congreso para equilibrar el presupuesto, lo cual reforzó aún más la posición del presidente como un liberal moderado y responsable en el aspecto fiscal.

En 1998, la política del país entró en un periodo de agitación por la revelación de que Clinton había tenido un lance amoroso con una joven becaria en la Casa Blanca. Al principio el presidente lo negó y le dijo al pueblo estadounidense: "No tuve relaciones sexuales con esa mujer". El presidente ya se había enfrentado a acusaciones similares en el pasado. Ante una demanda de acoso sexual interpuesta por una mujer a la que conoció en Arkansas, él negó bajo juramento el asunto de la Casa Blanca. Esto encaja con la mayoría de las definiciones de perjurio, a juicio de los estadounidenses. En octubre de 1998, la Cámara de Representantes inició las audiencias para someterlo a un juicio político, a partir de acusaciones de perjurio y obstrucción de la justicia.

Cualesquiera que hayan sido los méritos de ese enfoque, tal parece que la mayoría de los estadounidenses opinaron que se trataba de un asunto privado que debía ventilarse dentro de la familia, lo cual implicó un cambio notable en la actitud del público. También fue interesante que Hillary Clinton no dejara de apoyar a su esposo. Otro factor a su favor fue sin duda que era una buena época para el país. En medio del debate de la Cámara en torno al juicio político, el presidente anunció el mayor superávit registrado en el presupuesto en 30 años. Las encuestas de opinión pública mostraron que el índice de aprobación a Clinton era el más alto en sus seis años en el cargo.

En noviembre de ese año, los republicanos sufrieron más pérdidas en las elecciones de medio periodo para el Congreso, lo cual redujo sus mayorías a márgenes minúsculos. El presidente de la Cámara, Newt Gingrich, renunció y el partido trató de forjarse una imagen menos estridente. A pesar de todo, en diciembre la Cámara votó la primera resolución de juicio político contra un presidente en funciones desde Andrew Johnson (1868) y decidió presentar el caso ante el Senado para iniciar el juicio.

El juicio político de Clinton, presidido por el presidente de la Corte Suprema de Estados Unidos, produjo poca expectación. En el curso del mismo, el presidente pronunció su discurso anual del Estado de la Unión ante el Congreso. Nunca tuvo que testificar y ningún observador serio llegó a pensar que alguno de los cargos presentados contra él pudiera obtener el voto de dos tercios del tribunal para destituirlo de su puesto. A la postre, ninguno de los cargos obtuvo siquiera una mayoría simple. El 12 de febrero de 1999 Clinton fue absuelto de todos los cargos.

LAS RELACIONES EXTERIORES DE ESTADOS UNIDOS EN LOS AÑOS DE CLINTON

Bill Clinton no esperaba ser un presidente que hiciera énfasis en la política exterior. Sin embargo, igual que sus predecesores inmediatos, no tardó en descubrir que todas las crisis internacionales parecían seguir una ruta que pasaba por Washington.

Él tuvo que lidiar con la confusa secuela de la Guerra del Golfo de 1991. Al no lograr destituir a Saddam Hussein, Estados Unidos trató de contenerlo con el apoyo de Gran Bretaña. Un régimen de sanciones económicas administrado por las Naciones Unidas con la intención de permitir a Irak la venta de suficiente petróleo para satisfacer sus necesidades humanitarias fue relativamente ineficaz. Saddam canalizó gran parte de los beneficios hacia su propio bolsillo y dejó en la miseria a grandes masas de su pueblo. Las "zonas vedadas a los vuelos", impuestas como una medida militar para evitar que el gobierno iraquí desplegara su fuerza aérea contra los kurdos rebeldes en el norte y los chiítas en el sur, requirió de constantes patrullajes aéreos de Estados Unidos y Gran Bretaña que siempre tenían que eludir el ataque de misiles antiaéreos.

Estados Unidos dio también el principal respaldo a los equipos de la ONU a cargo de las inspecciones de armas, cuya misión era investigar los programas químicos, biológicos y nucleares de Irak, comprobar la eliminación de las armas de destrucción masiva existentes y suprimir los programas en marcha para fabricarlas. Los inspectores de la ONU encontraron crecientes obstáculos en su labor y fueron expulsados del país en 1998. La respuesta de Estados Unidos, tal como ocurrió ante otras provocaciones anteriores, consistió en ataques limitados con misiles. La secretaria de Estado Madeline Albright dijo que Saddam seguía encerrado "en su cajón".

Fue inevitable que la disputa entre Israel y Palestina, interminable al parecer, involucrara a la administración a pesar de que ni el presidente Clinton ni el ex presidente Bush tuvieron mucho que ver con el acuerdo de Oslo de 1993, por el cual se estableció una "autoridad" palestina para gobernar a esa población en la Ribera Occidental y la Franja de Gaza y se obtuvo el reconocimiento palestino del derecho de Israel a existir.

Igual que muchos acuerdos sobre el Oriente Medio concertados en principio en el pasado, el de Oslo se desmoronó en cuanto fue discutido en detalle. El líder palestino Yasser Arafat rechazó las ofertas finales del líder pacifista israelí Ehud Barak en 2000 y enero de 2001. Surgió entonces una insurgencia palestina en gran escala, caracterizada por la inclusión de atentados suicidas con bombas. Barak cayó del poder y fue sustituido por un personaje mucho más duro, Ariel Sharon. La identificación de Estados Unidos con Israel fue considerada por algunos como un gran problema para la resolución de otros problemas de la región, pero los diplomáticos estadounidenses pudieron aportar muy poco más que sus buenos deseos para contener la violencia. Después de la muerte de Arafat a fines de 2004, surgió un nuevo liderazgo palestino más receptivo frente a un acuerdo de paz y los creadores de políticas estadounidenses reanudaron sus esfuerzos para el logro de un acuerdo.

El presidente Clinton se involucró también a fondo con "los problemas" de Irlanda del Norte. En uno de los bandos se hallaba el violento Ejército Republicano Irlandés, respaldado sobre todo por los irlandeses católicos que querían incorporar esos países británicos a la República de Irlanda. En el otro bando estaban los unionistas, con fuerzas paramilitares igualmente violentas, respaldados por la mayor parte de la población protestante de escocés-irlandeses que deseaban seguir siendo parte del Reino Unido.

Clinton concedió a los separatistas un mayor reconocimiento del que nunca habían obtenido en Estados Unidos, pero trabajó también de cerca con los gobiernos británicos de John Meyor y Tony Blair. El resultado final, los acuerdos de paz del Viernes Santo de 1998, estableció un proceso político, pero muchos detalles quedaron pendientes de ser precisados. En los siguientes años, la paz y el orden se mantuvieron mejor en Irlanda del Norte que en el Oriente Medio, pero siguieron siendo precarios. El acuerdo final siguió eludiendo a los negociadores.

La desintegración de Yugoslavia — un estado dividido en lo étnico y religioso entre serbios, croatas, eslovenos, musulmanes bosnios y kosovares albaneses — después de la Guerra Fría, se abrió paso también hasta Washington cuando los gobiernos europeos no fueron capaces de imponer el orden. El gobierno de Bush se negó a involucrarse en la violencia inicial, pero la administración Clinton lo hizo al fin, con mucha renuencia, a petición expresa de sus aliados en Europa. En 1995 negoció un acuerdo en Dayton, Ohio, para establecer en Bosnia algo siquiera parecido a la paz. En 1999, ante las masacres de kosovares a manos de los serbios, encabezó una campaña de la OTAN que consistió en un bombardeo de tres meses contra Serbia, lo cual la obligó a negociar por fin.

En 1994, la administración reinstauró en el poder al presidente derrocado Jean-Bertrand Aristide en Haití, y él habría de seguir gobernando nueve años antes de volver a ser depuesto.

En suma, el gobierno de Clinton siguió mirando sobre todo hacia el interior, dispuesto a abordar sólo los problemas internacionales que no fuera posible eludir y, en otros casos, obligado por el resto del mundo a enfrentarlos.

INDICIOS DE TERRORISMO

Hacia el final de su administración, George H. W. Bush envió tropas estadounidenses a la caótica nación de Somalia, en el este de África. Su misión consistió en encabezar una fuerza de la ONU con el objetivo de proteger el tránsito regular de alimentos para una población que moría de hambre.

Somalia habría de ser otro asunto heredado a la administración Clinton. Los intentos de establecer allí un gobierno representativo llegaron a ser una empresa equivalente a "edificar una nación". En octubre de 1993, soldados estadounidenses enviados para arrestar a un caudillo recalcitrante tropezaron con una resistencia inesperadamente vigorosa en la cual perdieron un helicóptero de ataque y sufrieron 18 bajas. El cacique jamás fue capturado. Todas las unidades de combate estadounidenses fueron retiradas en los siguientes meses.

Desde el punto de vista de la administración, una medida prudente consistió en poner fin a un compromiso marginal, mal aconsejado, y concentrarse en otras prioridades. Sólo más tarde se percibió con claridad que el cacique somalí había contado con el apoyo de una organización sombría e incipiente que llegaría a ser conocida como al-Qaeda, encabezada por un musulmán fundamentalista de nombre Osama bin Laden. Enemigo fanático de la civilización occidental, se dice que bin Laden vio ratificada su idea de que los estadounidenses no peleaban cuando eran atacados.

Para entonces, Estados Unidos ya había sufrido un embate de extremistas musulmanes. En febrero de 1993, un coche con una enorme bomba explotó en un estacionamiento subterráneo bajo una de las torres gemelas del World Trade Center en el bajo Manhattan. La explosión mató a siete personas e hirió a casi un millar, pero no logró derribar el gigantesco edificio en el que laboraban miles de personas. Las autoridades federales y las de Nueva York vieron el asunto como un acto criminal, aprehendieron a cuatro de los conspiradores y lograron que los condenaran a cadena perpetua. Más tarde, otras conspiraciones para hacer estallar túneles vehiculares, edificios públicos y hasta las Naciones Unidas fueron descubiertos y resueltos en forma similar.

Sin embargo, el posible terrorismo del exterior fue eclipsado por el terrorismo nacional, sobre todo por la bomba que estalló en la ciudad de Oklahoma. Perpetrado por los extremistas de la derecha Timothy McVeigh y Terry Nichols, mató a 166 personas e hirió a cientos de ellas, un recuento de bajas mucho mayor que el del ataque al World Trade Center en 1993. Sin embargo, el 25 de junio de 1996 otra enorme bomba explotó en las Torres de Khobar, un complejo de viviendas militares en Arabia Saudita, causando la muerte a 19 personas e hiriendo a 515. Un gran jurado federal acusó a 13 saudíes y un libanés por ese ataque, pero Arabia Saudita se negó a hacer extradiciones.

Dos años después, el 7 de agosto de 1998, la explosión simultánea de potentes bombas destruyó las embajadas de Estados Unidos en Kenya y Tanzania, matando a 301 personas e hiriendo a más de 5.000. En represalia, Clinton ordenó ataques con misiles sobre los campos de entrenamiento de terroristas dirigidos por Bin Laden en Afganistán, pero al parecer éstos estaban desiertos. Clinton ordenó también un ataque con misiles para destruir una fábrica de productos químicos sospechosa en Sudán, un país que le brindó refugio a bin Laden con anterioridad.

El 12 de octubre de 2000, terroristas suicidas se lanzaron en una lancha rápida con bombas contra el destructor Cole de la Marina de Guerra de Estados Unidos que hacía una visita de cortesía a Yemen. La acción heroica de la tripulación mantuvo el barco a flote, pero en el atentado murieron 17 marinos. Se percibía con claridad la mano de Bin Laden detrás de los ataques en Arabia Saudita, África y Yemen, pero no era posible atraparlo a menos que la administración estuviera dispuesta a invadir Afganistán para buscarlo ahí.

El gobierno de Clinton nunca quiso dar ese paso. Incluso se retrajo ante la posibilidad de asesinarlo porque otras personas podían morir en el intento. Los ataques habían sido remotos y muy separados entre sí; era fácil aceptarlos como un costo indeseable e imposible de evitar, asociado al estado de superpotencia. Bin Laden siguió siendo una molestia grave, pero no una máxima prioridad para un gobierno que se acercaba a su fin.

LA ELECCIÓN PRESIDENCIAL DE 2000 Y LA GUERRA CONTRA EL TERRORISMO

El Partido Demócrata puso al vicepresidente Al Gore a la cabeza de su lista de candidatos en el 2000. Para oponerse a él, los republicanos escogieron a George W. Bush, gobernador de Texas e hijo del ex presidente George H. W. Bush.

Gore contendió como un liberal consumado, muy preocupado por los daños al medio ambiente y dispuesto a buscar más ayuda para los sectores menos favorecidos de la sociedad del país. Al parecer, se colocó en una posición política un poco a la izquierda de la del presidente Clinton.

Bush estableció una orientación más cercana al legado de Ronald Reagan que al de su propio padre. Mostró un interés especial por la educación y se definió a sí mismo como un "conservador compasivo". Su profesión del cristianismo evangélico, que según declaró cambió su vida después de una juventud mal empleada, fue un hecho especialmente notable y subrayó un apego a valores culturales tradicionales que contrastaba con el claro modernismo tecnocrático de Gore. Ralph Nader, el viejo crítico de la gran empresa, compitió a la izquierda de Gore como candidato del Partido Verde. El republicano conservador Patrick Buchanan se presentó como candidato independiente.

La votación final quedó dividida casi por igual en todo el país; lo mismo ocurrió con los votos electorales. El estado decisivo fue Florida, donde sólo un minúsculo margen separó a los candidatos y miles de sufragios fueron disputados. Al cabo de una serie de impugnaciones en tribunales estatales y federales a las leyes y procedimientos empleados para el recuento de votos, la Corte Suprema de la nación dictó una decisión por estrecho margen que en efecto concedió la victoria a Bush. Los republicanos conservaron el control de ambas cámaras del Congreso por un pequeño margen.

Los totales definitivos pusieron de manifiesto lo reñido de la elección: Bush ganó 271 votos electorales frente a los 266 de Gore, pero éste aventajó a su opositor en el voto popular nacional por 48,4% contra 47,9%. Nader obtuvo el 2,7% y Buchanan el 0,4%. Gore arrasó en los estados del noreste y en la costa oeste, todas las cuales aparecían en azul en el mapa; también obtuvo buen resultado en el corazón industrial del medio oeste. Bush, cuyos estados se marcaban en rojo, doblegó a su opositor en el sur, en el resto del medio oeste y en los estados montañosos. En todas partes los comentaristas reflexionaron sobre la amplia brecha que separaba las zonas "rojas" y "azules" del país, una división que se caracterizó más por cuestiones culturales y sociales que por diferencias económicas, lo cual hizo que la cuestión fuera aún más emocional. George Bush asumió el cargo en un clima de acritud partidista extrema.

Bush esperaba ser un presidente enfocado ante todo en la política nacional. Él quería una reforma de la educación; en su campaña habló de remozar el sistema de seguridad social; quería seguir el ejemplo de Reagan y reducir los impuestos.

El presidente muy pronto descubrió que tendría que lidiar con una economía que ya empezaba a descender de la elevada cima que alcanzó a fines de los años 90. Esto le ayudó a obtener la aprobación para un recorte tributario en mayo de 2001. Al final del año, logró que también se aprobara la Ley "Que Ningún Niño se Quede Atrás", por la cual se exigió a las escuelas públicas efectuar pruebas anuales de destrezas matemáticas y de lectura, y se instituyeron sanciones para las instituciones que no lograran alcanzar un nivel previamente establecido. Los déficits proyectados en el fondo fiduciario de seguridad social no fueron atendidos.

La presidencia de Bush cambió de modo irrevocable el 11 de septiembre de 2001, cuando Estados Unidos sufrió el ataque más devastador de su historia dirigido desde el exterior contra su territorio continental. Esa mañana, terroristas del Oriente Medio secuestraron cuatro aviones de pasajeros a la vez y usaron dos de ellos como vehículos suicidas para destruir las torres gemelas del World Trade Center. El tercer avión se estrelló contra el edificio del Pentágono, las oficinas generales del Departamento de Defensa, en las afueras de Washington, D.C. El cuarto, que probablemente se dirigía al Capitolio federal, se estrelló en la campiña de Pennsylvania durante el forcejeo de los pasajeros y los secuestradores.

El recuento de muertos, en su mayoría civiles que se hallaban en el World Trade Center, fue de unos 3.000, un número mayor que el de las bajas sufridas en el ataque japonés a Pearl Harbor en 1941. También los costos económicos fueron altos. La destrucción del centro de comercio arrastró en su caída a otros edificios y obligó al cierre de los mercados financieros por varios días. El resultado fue la prolongación de una recesión que ya estaba en plena marcha.

A medida que el país se empezó a recobrar del ataque del 9/11, una persona desconocida o un grupo de ellas envió cartas que contenían pequeñas cantidades de la bacteria del ántrax. Algunas fueron dirigidas a miembros del Congreso y a funcionarios del gobierno, otras a personas desconocidas. Ningún personaje notable resultó infectado. Sin embargo, cinco víctimas murieron y otras sufrieron enfermedades graves. Las cartas provocaron una oleada de histeria nacional que desapareció tan repentinamente como se había iniciado, y aun permanecen en el misterio.

Ese fue el marco donde el gobierno logró la aprobación de la Ley Patriótica de EE.UU. el 26 de octubre de 2001. Proyectada para combatir el terrorismo en el país, la nueva ley amplió en forma notable las facultades del gobierno federal para realizar registros, capturas y detenciones. Sus opositores dijeron que eso implicaba una grave violación de las garantías individuales protegidas por la Constitución. Sus partidarios respondieron que un país en guerra necesita protegerse a sí mismo.

Después de dudar un poco, la administración Bush optó también por apoyar la creación de un nuevo y gigantesco Departamento de Seguridad Nacional. Autorizado en noviembre de 2002 y proyectado para coordinar la lucha contra los ataques terroristas en el país, el nuevo departamento consolidó en su seno a 22 agencias federales.

En el exterior, la administración no tardó en tomar represalias contra los autores de los ataques del 11 de septiembre. Habiendo determinado que el ataque fue una operación de Al-Qaeda, lanzó una ofensiva militar contra Osama bin Laden y los talibanes fundamentalistas del gobierno musulmán de Afganistán. Estados Unidos obtuvo la cooperación pasiva de la Federación Rusa, entabló relaciones con las ex repúblicas soviéticas vecinas de Afganistán y, sobre todo, reanudó una alianza por largo tiempo desatendida con Pakistán, país que le dio apoyo político y acceso a sus bases aéreas.

Por medio de fuerzas especiales del Ejército de EE.UU. y operativos paramilitares de la Agencia Central de Inteligencia, la administración se alió con los rebeldes afganos que por tanto tiempo habían estado marginados. Con un respaldo aéreo eficaz, la coalición depuso al gobierno de Afganistán en dos meses. Se creyó que Bin Laden, los dirigentes talibanes y muchos de sus combatientes lograron escapar a las áreas remotas y semiautónomas del noreste de Pakistán. A partir de allí tratarían de reagruparse y atacar al nuevo y frágil gobierno afgano.

Entre tanto, el gobierno de Bush identificó otras fuentes de terrorismo enemigo. En su discurso sobre el Estado de la Unión en 2002, el presidente mencionó a un "eje del mal" que, a su juicio, amenazaba a la nación: Irak, Irán y Corea del Norte. De estos tres países, él y sus asesores estimaron que Irak era el problema más inmediato. Saddam Hussein había logrado expulsar a los inspectores de armas de la ONU. Había una creencia generalizada, no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo, de que Irak tenía grandes arsenales de armas químicas y biológicas y tal vez estaba en vías de adquirir la capacidad nuclear. ¿Por qué otra razón podría haber expulsado a los equipos de inspectores y soportado sanciones en forma constante?

Durante todo el año, la administración presionó a la ONU para que dictara una resolución exigiendo la reanudación de las inspecciones de armas sin restricción alguna de acceso. En octubre de 2002, Bush obtuvo la autorización del Congreso para usar la fuerza militar, por votación de 296 contra 133 en la Cámara y 77 contra 23 en el Senado. Las fuerzas militares de EE.UU. empezaron a acumular personal y material bélico en Kuwait.

En noviembre de 2002, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad la Resolución 1441, en la cual se exigió a Irak que concediera a los inspectores de la ONU el derecho incondicional de hurgar en cualquier lugar de Irak en busca de armas prohibidas. Al cabo de cinco días, Irak declaró que acataría la resolución. Sin embargo, los nuevos equipos de inspección se quejaron de mala fe. En enero de 2003, el jefe de inspectores Hans Blix presentó un informe a las Naciones Unidas declarando que Irak no había logrado explicar satisfactoriamente la presencia de sus armas de destrucción masiva, pero recomendó que se hicieran más esfuerzos antes de retirarse.

A pesar de la insatisfactoria cooperación de Saddam con los inspectores de armas, los planes estadounidenses de destituirlo del poder se toparon con una oposición inusitadamente vigorosa en gran parte de Europa. Francia, Rusia y Alemania se opusieron al uso de la fuerza, lo cual hizo imposible la aprobación de una nueva resolución del Consejo de Seguridad para autorizar el uso de la fuerza contra Irak. Incluso en las naciones cuyos gobiernos apoyaban a Estados Unidos hubo una intensa hostilidad popular hacia la cooperación. Gran Bretaña se convirtió en el principal aliado de Estados Unidos en la guerra subsiguiente. Australia y la mayor parte de las naciones de Europa oriental independizadas en fecha reciente aportaron su ayuda. También los gobiernos de Italia y España dieron su respaldo. Turquía, por largo tiempo un aliado de Estados Unidos digno de confianza, se negó a hacerlo.

El 19 de marzo de 2003, tropas estadounidenses y británicas, apoyadas por pequeños contingentes enviados por otros países, iniciaron la invasión de Irak desde el sur. Grupos pequeños aerotransportados al norte coordinaron sus esfuerzos con la milicia kurda. En ambos frentes, la resistencia fue feroz en ciertas ocasiones, pero por lo general se reblandeció. Bagdad cayó el 9 de abril. El 14 de abril oficiales del Pentágono anunciaron que la campaña militar había terminado.

Resultó que tomar Irak fue mucho más sencillo que administrarlo. En los primeros días después del final del combate principal, el país fue víctima del pillaje generalizado. Las tropas aliadas pronto empezaron a ser víctimas de ataques relámpago que más tarde se organizaron cada vez mejor, a pesar de la captura de Saddam Hussein y la muerte de sus dos hijos y herederos. A veces parecía que las distintas facciones iraquíes estaban a punto de hacerse la guerra entre sí.

Los nuevos equipos de inspectores de armamento no lograron encontrar los arsenales esperados de armas químicas y biológicas. Aun cuando ninguna explicación pareció tener sentido, fue cada día más evidente que Saddam Hussein había llevado a cabo una gigantesca y enigmática campaña de simulación, o bien, que tal vez las armas fueron llevadas a otro país.

Después de la caída de Bagdad, Estados Unidos y Gran Bretaña, con la creciente cooperación de las Naciones Unidas, procedieron a instaurar un gobierno provisional que asumiera la soberanía sobre Irak. Ese esfuerzo se produjo en medio de una violencia cada día mayor que incluyó ataques no sólo contra las tropas aliadas, sino también contra los iraquíes que tenían algún nexo con el nuevo gobierno. Tal como parecían las cosas, la mayoría de los insurgente eran leales a Saddam; algunos eran sectarios musulmanes del país y también había entre ellos un buen número de combatientes extranjeros. No se sabía con claridad si a partir de ese caos sería posible crear una nación liberal y democrática, pero era seguro que Estados Unidos no podría imponerla nación si los iraquíes no lo deseaban.

LA ELECCIÓN PRESIDENCIAL DE 2004

A mediados de 2004, ante una insurgencia violenta en Irak y un grado considerable de oposición extranjera a la guerra en ese país, Estados Unidos parecía estar tan fuertemente dividido como lo había estado cuatro años antes. Para contender contra el presidente Bush, los demócratas nombraron candidato al senador John F. Kerry de Massachusetts. El historial de Kerry como veterano de Vietnam condecorado, su larga experiencia en Washington, su porte digno y sus dotes de orador parecieron proyectarlo como el candidato ideal para unificar a su partido. Su estrategia inicial de campaña consistió en evitar divisiones profundas entre los demócratas en torno a la guerra, haciendo énfasis en su expediente militar personal como combatiente de Vietnam para indicar que tal vez podría manejar el conflicto de Irak mejor que Bush. Sin embargo, los republicanos pusieron de relieve que él incurría en una evidente contradicción al votar primero por que el presidente fuera autorizado para invadir Irak y después dar su voto contra una importante asignación de recursos para esa guerra. Además, un grupo de veteranos de Vietnam impugnó el historial militar de Kerry y su activismo ulterior contra la guerra.

Bush, by contrast, portrayed himself as frank and consistent in speech and deed, a man of action willing to take all necessary steps to protect the country. He stressed his record of tax cuts and education reform and appealed strongly to supporters of traditional values and morality. Public opinion polls suggested that Kerry gained some ground following the first of three debates, but the challenger failed to erode the incumbent's core support. As in 2000, Bush registered strong majorities among Americans who attended religious services at least once a week and increased from 2000 his majority among Christian evangelical voters.

En cambio Bush se presentó como alguien franco y congruente en sus palabras y sus hechos, un hombre de acción dispuesto a tomar todas las medidas necesarias para proteger al país. Él hizo énfasis en su historial de recortes de impuestos y reforma educativa y apeló con vigor a los partidarios de los valores y la moral tradicionales. Según las encuestas de la opinión pública, Kerry ganó algo de terreno después del primero de tres debates, pero no logró erosionar el voto duro de los que apoyaban al presidente en funciones. Igual que en el 2000, Bush fue aprobado en forma mayoritaria por los estadounidenses que suelen asistir a servicios religiosos por lo menos una vez a la semana y obtuvo una mayoría aún mayor que la del 2000 entre los votantes cristianos evangélicos.

El ritmo al que fueron organizadas las campañas fue tan frenético como la retórica de las mismas. Los dos bandos se superaron en su poder de convocatoria; el voto popular total fue cerca de 20% más numeroso que en 2000. Bush ganó por 51% contra 48%, siendo el 1% restante para Ralph Nader y otros candidatos independientes como él. Tal parece que Kerry no pudo convencer a la mayoría de que su estrategia para poner fin a la guerra era eficaz. Los republicanos tuvieron también ganancias pequeñas, pero importantes, en el Congreso.

Cuando George W. Bush inició su segundo periodo, Estados Unidos se enfrentaba a un sinfín de desafíos: la situación en Irak, las tensiones en la alianza atlántica, en parte a causa de Irak, los crecientes déficits del presupuesto, la escalada de costos en los derechos de seguridad social y una moneda tambaleante. Las profundas divisiones persistieron en el electorado. En el pasado, Estados Unidos ha prosperado en ese tipo de crisis. Lo que ocurra en el futuro aún está por verse.

COMENTARIO FINAL

Desde su inicio como un conjunto de oscuras colonias abrazadas a la costa del Atlántico, Estados Unidos ha pasado por una notable transformación hasta llegar a ser lo que el analista político Ben Wattenber ha llamado "la primera nación universal", con una población de casi 300 millones de personas que representan a casi todas las nacionalidades y grupos étnicos del planeta. También es una nación donde el ritmo y la magnitud del cambio — económico, tecnológico, cultural, demográfico y social — aumentan sin cesar. Este país es a menudo el heraldo de la modernización y el cambio que avanzan de modo inexorable hacia otras naciones y sociedades en un mundo cada día más interdependiente e interconectado.

Sin embargo, Estados Unidos mantiene también un sentido de continuidad, un conjunto de valores fundamentales cuyo origen se remonta a su fundación. Entre ellos figuran la fe en la libertad individual y el gobierno democrático y un compromiso con la oportunidad económica y el progreso para todos. La tarea incesante de Estados Unidos será asegurarse de que sus valores de libertad, democracia y oportunidad — el legado de una historia rica y turbulenta — estén protegidos y florezcan a medida que la nación y el mundo entero avanzan en el siglo XXI.