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Francisco Pizarro
Conquistador del Perú
I. La juventud de Pizarro
Francisco Pizarro fue un hombre cuya personalidad fue
bastante oscura. Se encuentran pocas biografías que le conciernen y quedan
muchos misterios sobre su juventud. Habría nacido en Trujillo en 1475 según el
cronista Garcilaso de la Vega Inca o en 1471 según otros.
Hijo ilegítimo del Capitán Hernando Pizarro y de Francisca
González, Francisco Pizarro era un niño de pueblo (al contrario de otros
conquistadores). Ciertos historiadores lo ven como porquero en su pueblo natal.
Otros piensan que fue recogido por su abuelo materno, que trabajó como
administrador hasta que se enganchó en la armada y fue a Italia bajo las órdenes
de Gonzalo Fernández de Córdoba.
Muchos conquistadores aprendieron el arte de la guerra en
Italia. La armada española tenía la reputación de ser la mejor del mundo, la más
moderna, de una disciplina rígida, la más diestra, el comando más competente; su
táctica y su estrategia, inspirada en los soldados suizos, la más eficaz.
Pizarro luchó en esta armada como simple soldado antes de
embarcarse para las Indias en 1502 con Nicolás de Ovando. Permaneció en la isla
de Hispaniola antes de ir sobre "Terre Ferme" en 1509 con la expedición de
Alonso de Ojeda que quería poblar la bahía de Darien (Itsmo de Panamá).
II. Pizarro parte para las Indias
En 1509, Ojeda fundó el puerto de San Sebastián de la
Buenavista. Pero faltó de recursos y regresó a Hispaniola dejando una guarnición
en la cual se encontraba Pizarro. Pero estos últimos sufrieron los asaltos
mortales de los indios. Entonces vino a su socorro Núñez de Balboa. Pizarro se
colocó enseguida bajo las órdenes del conquistador.
Balboa supo de la existencia de un Mar del Sur cerca del cual
abundarían tesoros en oro tan codiciados por los españoles. Condujo entonces sus
tropas a través de las ciénagas y el 25 de septiembre de 1513 percibió una
inmensa superficie azul: El Pacífico.
Pero Pedrarias, el gobernador de la "Castilla de oro" (el
Darien), desembarcó en 1515 con una fuerte armada y dio muerte a Balboa.
Pizarro recibió tierras en la "Castilla de oro" y se asoció a
dos hombres: Diego de Almagro, un soldado sin educación y de padres
desconocidos, y el Padre Don Hernando Luque, Canciller de la catedral del
Darien. El padre Luque sería el financiador de los otros dos.
Para asegurarse el apoyo del gobernador, los tres hombres
hicieron entrar a Pedrarias Davila en su empresa en 1526 : Cederían un tercio de
los beneficios a cambio de su apoyo.
Tres años antes, en 1523, Pascual de Andagoya había embarcado
en Panamá y había bordeado el litoral hasta el sur de Colombia. Su navío
encontró canoas de indios que dijeron venir de un país lejano llamado "Birú".
Este país sería muy rico en oro.
III. El mito de El dorado.
Existiría una región donde el oro sería tan
abundante que el jefe de una tribu tiraría ofrendas de este metal en las aguas
de un lago. En efecto, el jefe de Guatavita (a 57 kilómetros al norte de Bogotá)
había castigado cruelmente a su mujer por su infidelidad. Ella se tiró en las
aguas del lago con su hija. Un dragón que vivía en el lago le devoró los ojos a
su hija y se enamoró de la madre. El jefe se impuso un ritual para expiar su
culpa tirando objetos de oro en el lago, lo que hicieron en adelante todos sus
sucesores. El rito se efectuaba desde una barca de donde hacían sus ofrendas.
En realidad, los indios de Guatavita no
tenían minas de oro sino únicamente de sal. Ellos cambiaban la sal por oro y
algodón. Los españoles no podían comprender que la sal tuviese más valor para
los indios que el oro.
IV. Primeras expediciones por el sur.
El 24 de noviembre de 1524, Pizarro partió de Panamá con una
centena de hombres rumbo al sur. Navegó entre el golfo de San Miguel y el
Archipiélago de las Perlas, dirigiéndose hacia Puerto Piñas, último límite
alcanzado por Andagoya. Penetró en las tierras remontando el río Biru, pero no
encontró más que tierras inhospitalarias.
De acuerdo son sus hombres decidió proseguir la expedición
más al sur. Todo a lo largo de la costa una vegetación densa e inextricable les
impidió desembarcar. Los víveres comenzaban a faltar, el navío soportaba
tempestades. Al fin encontraron una costa más acogedora donde pudieron
desembarcar.
Pero si la costa parecía hospitalaria, los españoles no
encontraron más que desolación a medida que penetraban en el interior de esas
tierras. Los hombres estaban desanimados y hambrientos. Sin ninguna otra
posibilidad, enviaron al mar al único navío, bajo el mando del capitán
Montenegro, en busca de socorro.
Pero el navío se perdió haciendo ruta hacia el norte, camino
del archipiélago de las Perlas, donde pensaban encontrar víveres. Durante este
tiempo, Pizarro y el resto de los hombres esperaban en el lugar en una situación
deplorable. Una veintena de hombres murieron de hambre mientras que los otros
intentaban sobrevivir alimentándose de raíces y frutos del mar. Pizarro salía en
busca de alimentos, ayudaba a los enfermos y enterraba los muertos.
En el momento en que todo parecía perdido, los españoles
percibieron una hoguera. Esta tierra estaba habitada! A golpes de hacha,
abrieron un camino hacia esta fuente de luz. Después de muchos esfuerzos
llegaron a una villa abandonada por los indios que habían huído advirtiendo la
presencia de los extranjeros. Pero habían dejado víveres y algunos objetos de
oro.
Poco a poco los españoles lograron entrar en contacto con los
tímidos indígenas que regresaron a la villa.
Fueron sólo varios días después que Montenegro hizo su
aparición en la costa. Su retorno era esperado con impaciencia porque sin su
navío la expedición no podía proseguirse.
Sin aventurarse mucho el navío continuó bordeando las costas.
Llegando a Candelaria, los españoles descubrieron algo que los horrorizó:
Examinando el contenido de unas marmitas vieron pies y manos de seres humanos.
Delante de tal espectáculo prefirieron reprender la mar en medio de una
tempestad.
Desembarcando en Punta Quemada, los españoles encontraron una
vez más una villa abandonada. Cada vez, los indios huían a la llegada de estos
seres extraños. Los españoles decidieron explorar más estas tierras, pero una
lluvia de flechas cayó sobre ellos y no llegaron a repeler a los indios sino
después de numerosas dificultades.
La situación era peligrosa y no era cuestión de ir más lejos
con el navío dañado por las tempestades.
Pizarro reunió sus capitanes en consejo a fin de tomar una
decisión. Lo más sabio sería regresar a Panamá y organizar una nueva expedición
con el oro encontrado en estas tierras. Pizarro dio entonces la orden de retomar
la ruta hacia el norte. Pero no quería hacer su informe al gobernador Pedrarias
y decidió desembarcar con la mayor parte de sus hombres en la región de Chicama,
dejando al navío alcanzar Panamá con un puñado de soldados.
Entretanto, Diego de Almagro dejó el puerto de Panamá con la
misión de encontrar la expedición de Pizarro. Atracó sobre las tierras ya
visitadas por sus predecesores y debió afrontar a los indios vueltos aún más
belicosos. En el transcurso de una de estas batallas Almagro perdió un ojo, pero
eso no le impidió continuar su ruta hacia el sur.
Cerca del río San Juan los españoles observaron huellas de
una civilización evolucionada, pero preocupados por la suerte de Pizarro no se
retrasaron, y la expedición retomó el rumbo al norte y encontró por fin a este
último y sus hombres en Chicama.
Almagro marchó de nuevo enseguida a Panamá para buscar
refuerzos que obtuvo con dificultades gracias al talento de diplomático del
padre Luque quien logró convencer a Pedrarias.
El 10 de marzo de 1526, los acuerdos entre los
expedicionarios y el gobernador se firmaron. Almagro y Pizarro podían retomar la
mar con dos navíos, 160 hombres y perros de guerra. Su primer piloto era el muy
experimentado Bartolomé Ruíz. Fue a partir del río San Juan, último lugar
descubierto por Almagro, que los españoles iban a retomar su aventura.
En el interior de esas tierras descubrieron un rico tesoro.
Con esta fortuna decidieron hacer venir refuerzos. Una vez más fue a Almagro que
tocó esta tarea.
Pero durante su ausencia, Pizarro no quedó inactivo. Partió
en reconocimiento abriéndose paso en la jungla espesa y hostil.
Durante este tiempo, Bartolomé Ruiz exploró la costa sur.
Descubrió la isla del Gallo pero los indígenas lo recibieron con hostilidad.
Prosiguió entonces hasta la bahía de San Mateo. A medida que la expedición
progresaba los españoles podían observar una población cada vez más densa y
mucho mejor organizada. Pero no pensaban en desembarcar.
El navío se aproximó a una canoa indígena y sus ocupantes les
confirmaron la existencia de una rica civilización más al sur, en Tumbes.
Bartolomé Ruiz hizo embarcar algunos de estos indígenas y se reunió con Pizarro
cerca del río San Juan.
Almagro regresó igualmente con 180 hombres de refuerzo y la
noticia del cambio de gobernador en Panamá. Pedro de los Ríos venía a reemplazar
a Pedrarias y se mostraba más entusiasta hacia la expedición de Pizarro.
Ellos partieron nuevamente entonces hacia el sur, pero las
tempestades los obligaron a refugiarse en la isla del Gallo. Repararon los
navíos y retomaron la mar quince días más tarde para desembarcar en la costa de
Atacames. El oro y las esmeraldas abundaban. Pero los indios, muy bien
organizados militarmente, se mostraban amenazantes. A pesar de sus refuerzos,
Pizarro juzgaba sus tropas poco numerosas para afrontar al enemigo. Partieron de
la isla del Gallo, de donde Almagro estará encargado una vez más de traer
refuerzos.
V. Los "Trece" de la isla del Gallo.
Pero el descontento comenzaba a ganar a los hombres. Almagro,
de regreso en Panamá, no llegó a reclutar otros hombres, y el gobernador decidió
enviar una expedición para recuperar a aquellos que permanecían en la isla del
Gallo. El mando del navío fue confiado a Juan Tafur.
La llegada de este último a la isla del Gallo provocó la
alegría de los expedicionarios desesperados. Tafur no impuso a nadie regresar a
Panamá, pero la gran mayoría ya se había hecho a la idea.
Fue entonces que Pizarro se mostró valiente. En medio de sus
hombres dio un paso adelante. Con su espada, de un gesto arrogante, trazó una
línea sobre la arena de este a oeste. Indicando el sur, declaró: "Camaradas y
amigos, de este lado se encuentran la muerte, las penas y el hambre". Después
indicó el norte, pisándolo: "Del otro, el placer. Sean testigos de que he sido
el primero en la necesidad, el primero en el ataque y el último en la retirada.
De este lado se va a España, permaneciendo pobre. Del otro lado, hacia el Perú
para volverse rico y llevar la palabra de Cristo. Ustedes eligen".
Pizarro franqueó entonces primero la línea hacia el sur,
seguido de 13 de sus hombres. Los otros embarcaron con Tafur.
La isla del Gallo no era hospitalaria y los 13 hombres que
quedaron en tierra vieron muy rápidamente sus víveres disminuir. durante siete
meses iban a vivir en una condición muy precaria esperando los refuerzos que
Almagro y Bartolomé Ruiz habían partido a buscar a Panamá.
Una noche, un navío apareció en el horizonte. Bartolomé Ruiz
llegó con refuerzos. Los trece hombres embarcaron sobre el navío que puso rumbo
al sur. Después de 13 semanas de navegación, llegaron al Golfo de Guayaquil. Los
españoles desembarcaron en la isla de Santa Elena y pudieron contemplar la
ciudad de Tumbes separada por un brazo del mar.
Era una ciudad con numerosos templos y una fortaleza para
defenderla. el puerto estaba cerrado por una puerta. Pizarro no se arriesgó a
penetrar. Se contentó de colectar noticias de las cuales ciertas daban cuenta de
una guerra civil que dividía el gran Imperio.
Pero Pizarro comprendía que sus fuerzas eran ridículas frente
a este poderoso imperio y decidió regresar a Panamá. Sobre la ruta del norte
hizo embarcar unos jóvenes indios, bautizados Felipillo y Martinillo, quienes
jugaron el rol de intérpretes.
Su llegada, mientras que se los creía perdidos, alegró a
Panamá. Regresaban triunfantes con pruebas reales de la existencia de la tierra
que todo el mundo buscaba. Pero el gobernador Pedro de los Ríos no quería
dejarse convencer. Almagro y Luque pidieron entonces a Pizarro de ir a ver al
rey.
Pizarro embarca en la primavera de 1528 para España.
Carlos Quinto lo recibió cordialmente y escuchó con atención
los relatos increibles de Pizarro. Pero el rey estaba ocupado con otros
problemas: Estaba a punto de hacerse coronar Gran Emperador del Santo Imperio
Romano Germánico. Carlos Quinto lo envía al Gran Consejo Real de Indias. Fue la
emperatriz Isabel quien firmó las Capitulaciones de la conquista del Perú el 26
de julio de 1529. Pizarro recibió los títulos de Gobernador y de Capitán
General.
Pizarro se fue a Trujillo y llevó con él a sus hermanos
Hernando, Juan y Gonzalo, así como a Francisco Martín de Alcántara. El 19 de
enero de 1530 un navío emprendió la mar a fin de reunirse en Panamá con Diego de
Almagro y el padre Luque.
VI. La Conquista del Perú.
Fue en los primeros días del año 1531 que
Pizarro emprendió la mar con 180 hombres y 3 navíos. Almagro quedó en Panamá
para reclutar otros hombres y completar el abastecimiento.
La flota se dirigió hacia Tumbes, pero el
mal tiempo los obligó a desembarcar dos leguas más al norte.
Pizarro decidió continuar por tierra. En la
región de Coaque, los españoles descubrieron riquezas en las ciudades
abandonadas por los indios. Una parte del oro es enviado a Panamá a fin de
acelerar el reclutamiento de refuerzos. Los tres navíos regresan a Panamá
dejando a Pizarro y sus hombres sin ningún medio de comunicación con el mundo
que han dejado.
Pero poco a poco los refuezos van a llegar.
En medio de los recién llegados se encontraban capitanes que iban a ilustrarse
en las conquistas futuras: Sebastián Benalcázar, Conquistador de Quito; Hernando
de Soto, futuro explorador del Mississippi.
Sintiéndose suficientemente armado, Pizarro
decidió por fin desembarcar en Tumbes, listo para conquistar el imperio Inca
dividido por una guerra fratricida que oponía a los hijos del emperador difunto
Huayna Capac, Huascar y Atahualpa.
En Tumbes los españoles no encontraron
hostilidad por parte de los indios. Pero poco tiempo después cayeron en una
emboscada: tres de ellos fueron hechos prisioneros y terminaron en una marmita.
Gracias a la caballería los otros escapan de la muerte. Los indios huyeron ante
estas estas extrañas criaturas, refugiándose en la selva. Tumbes fue abandonada
por sus habitantes.
El 16 de mayo de 1532 Pizarro salió de la
ciudad, dejando en el lugar un pequeño destacamento. Quiso explorar estas
tierras y encontrar un entorno ideal para fundar una ciudad que le sirviera de
base para la conquista. Mientras que exploraba la costa, Hernando de Soto se
dirigió hacia las montañas.
Al cabo de tres o cuatro semanas, a treinta
leguas al sur de Tumbes, en el valle de Tangara, los españoles fundaron San
Miguel, la primera ciudad hispánica del Perú.
Después de haber organizado la ciudad, los
españoles partieron en la búsqueda del Inca en el mes de septiembre de 1532.
Ciento setenta hombres atravezaron tierras ricas que probaban la existencia de
un pueblo trabajador y técnicamente avanzado.
Los indios se mostraban dóciles y ofrecían
su colaboración a Pizarro para luchar contra Atahualpa, el usurpador.
Hernando de Soto partió en expedición y
regresó 8 días más tarde en compañía de un embajador de Atahualpa, encargado de
conocer las intenciones de los españoles.
Después de haber atravezado Lambayeque y
Chiclayo, los españoles lucharon de nuevo contra los indios. Uno de ellos es
tomado prisionero y aceptó servir de espía. A su regreso, Pizarro supo que
Atahualpa se encontraba en Cajamarca a la cabeza de una gran armada.
Pizarro decidió ir a Cajamarca y emprendió
con sus hombres la difícil ascensión de los Andes. La vegetación se hizo más
rara, el frío más amenazante. Los españoles sufrían del mal de las montañas, el
Soroche, y manifestaban dificultades para respirar. Un ataque en estas
condiciones sería catastrófico para los españoles.
Pero Atahualpa no intentó nada contra
ellos, estimando que este puñado de hombres tal vez no sería peligroso frente a
su armada invencible.
Una vez llegados a la cima, los españoles
recibieron a los embajadores del Inca que les ofrecieron presentes. Pizarro y su
tropa descendieron entonces hacia el valle de Cajamarca al que divisaron al cabo
de siete días.
El 15 de noviembre de 1532, después de
haber dividido sus hombres en tres compañías, Pizarro avanzó hasta el centro de
Cajamarca.
La ciudad parecía dormida o abandonada.
Pizarro envió a Hernando de Soto hasta el campamento del Inca. Soto fue recibido
por Atahualpa. Pizarro se les unió. Al momento de partir, Hernando de Soto hizo
encabritar su caballo. Algunos soldados de Atahualpa sintieron miedo. Después de
la partida de los españoles los miedosos fueron ejecutados.
Caída la noche, se podía observar un gran
número de fogatas que testificaban la importancia de la armada del inca. Ciertos
españoles sintieron miedo, pero Pizarro intentó tranquilizarlos, dobló la
guardia y estudió con sus capitanes el plan de operación del día siguiente.
Al amanecer, las tropas españolas se
repartieron alrededor de Cajamarca. El emperador Atahualpa hizo su entrada en la
ciudad sobre un palanquín dorado, llevado a espaldas de hombre, en medio de su
poderosa armada. Llegado a la plaza de la ciudad, Fray Vicente de Valverde
blandió frente al emperador una biblia, le habló de un dios único, de su
representante en la tierra, el Papa, quien concedió al rey de Castilla Carlos
Quinto estas tierras para una misión evangélica. Después le pidió al Inca
reconocer esta soberanía. Pero el Inca le preguntó de dónde tomó esas palabras.
El hermano Vicente le respondió que estaban en ese libro, tendiéndole la biblia.
Atahualpa la tomó, la llevó a su oído y no oyendo nada la tiró al suelo.
El Hermano Vicente Valverde gritó al
sacrílego. Era el momento que esperaban los españoles para salir de su
escondite, atacando a la armada inca por sorpresa. Fue un ataque breve, durante
el cual Pizarro puso a cubierto al emperador. La armada india intentó huir pero
los españoles la persiguieron, dejando alrededor de dos mil muertos en menos de
media hora.
VII. La caída del Imperio Inca
El Imperio Inca caía. La guerra civil había roto su unidad;
Atahualpa prisionero, la nación Inca cayó en la anarquía.
Pizarro cenó la noche misma de la batalla con el emperador
caído, asegurándole que no había nada que temer. Algunos días más tarde,
Atahualpa hizo una oferta a Pizarro: una gran cantidad de oro a cambio de su
libertad; tanto oro que podría llenar su celda.
Viendo a su soberano y a los otros dignatarios Incas
impotentes frente a los españoles, los indios comenzaron a interesarse en la
religión que los recién llegados intentaban imponerles. Una religión que
pregonaba la caridad y la clemencia, nociones poco conocidas en este país.
Hernando de Soto y Pedro del Barco, acompañados por los
mensajeros del Inca, regresaron con el oro que cubría los muros de los templos.
Sobre el camino encontraron un grupo de indios que habían hecho prisionero a
Huascar, el Inca legítimo. Éste último ofreció a los españoles un rescate más
importante que el prometido por su hermano.
Sabiendo eso, Atahualpa lo hizo asesinar. Su cadáver fue
tirado a las aguas del río Andamarca.
A la llegada del tesoro a Cajamarca, Pizarro lo repartió
entre sus hombres y la Corona. Fue Hernando Pizarro quien estuvo a cargo de
llevar un quinto de las riquezas al rey de España.
Pizarro había dejado a Atahualpa en una semi-libertad. El
Inca continuaba dando órdenes para la buena marcha de su imperio. Pero rumores
alarmantes circulaban sobre la preparación de una rebelión.
Unos generales incas, entre ellos el hermano de Atahualpa,
Titi Atauchi, preparaban el ataque a Cajamarca. Atahualpa fue entonces juzgado
culpable de traición, de haber usurpado su función y de haber hecho asesinar a
su hermano Huascar, el Inca legítimo, así como a los miembros de su familia. Se
le condenó igualmente por haber exterminado cruelmente a sus enemigos y por
haberse vuelto culpable de idolatría. Atahualpa fue condenado a muerte.
Pizarro aceptó de mala gana la sentencia. Sin embargo dio a
Atahualpa la posibilidad de "salvar su alma".
El 29 de agosto de 1533, el hermano Vicente Valverde bautizó
a Atahualpa antes de fuera ahorcado en lugar de ser quemado en la hoguera. Su
cuerpo fue inhumado en la iglesia San Francisco al día siguiente.
Después de la ejecución, Francisco Pizarro se puso a llorar
como un niño y portará el duelo durante varios días.
Con la muerte del Inca, el Imperio se disgregó totalmente:
Era la anarquía; los pueblos sometidos se rebelaban. Para evitar el caos,
Pizarro decidió nombrar un nuevo Inca, un hermano de Huascar y de Atahualpa,
Titi Cussi Hualpa Yupanqui.
Después Pizarro decidió marchar sobre Cuzco, la capital del
Imperio. En camino, dominó fácilmente las últimas rebeliones indígenas. A las
puertas de la capital, recibió el apoyo de los indios fieles a Huascar y el 15
de noviembre de 1533 los españoles entraban en Cuzco.
Manco, quien sucedía a su hermano que acababa de morir, fue
bautizado. Con la cristianización del Inca comenzó la de todo el Imperio.
Sobre las ruinas de la capital, se comenzó a edificar
iglesias y residencias españolas. Nuevas ciudades fueron fundadas, así como la
nueva capital del Virreynato del Perú, Ciudad de los Reyes, el 18 de enero de
1536. Situada cerca del mar, en proximidad del puerto de Callao, la nueva
capital (que más tarde se llamará Lima), se encontraba en un entorno más
favorable, tanto desde el punto de vista natural como político.
Nuevos colonos llegaron, acelerando la implantación de
españoles en Perú. Hernando Pizarro recibió el título de Caballero de Santiago.
Su hermano, Francisco, devino Marqués.
Durante los primeros meses del año 1536, Hernando, Gonzalo y
Juan Pizarro estuvieron en Cuzco. El Inca Manco, queriendo restaurar el Imperio,
les regaló una gran cantidad de oro. Hernando, a quien Francisco le confió el
mando de la ciudad, aceptó el presente. Pero entretanto los indios habían ya
preparado una revuelta. Manco había enviado emisarios a todo el antiguo imperio,
llamando a la movilización general. Muy rápidamente, Cuzco y Lima fueron
sitiadas.
Francisco Pizarro envió entonces sus navíos a recuperar las
tropas españolas dispersas sobre la costa del Perú, y solicitó refuerzos desde
México, Panamá, Santo Domingo, Nicaragua y Guatemala.
En el curso de una de las cargas de la caballería, el general
Inca Tempangui fue muerto y el sitio de Lima cayó.
Inmediatamente, Pizarro intentó llevar socorro a Cuzco.
Después de numerosas batallas los españoles llegaron a entrar victoriosos en la
antigua capital, ayudados por Almagro quien regresaba de una expedición
desafortunada en Chile contra los temibles araucanos.
Bajo su mando, los españoles terminaron rápidamente con la
resistencia de Manco quien se refugió en las regiones montañosas de Vilcabamba.
VIII. La guerra entre los Conquistadores
Los españoles terminaban con la resistencia
india, y ya los partidarios de Almagro y de Pizarro estaban a punto de
enfrentarse para tomar el control de Cuzco.
El 19 de abril de 1537, Almagro entró
repentinamente en la capital Inca e hizo prisioneros a Hernando y Gonzalo
Pizarro. Alonso de Alvarado, lugarteniente de Pizarro, llegó al auxilio, pero su
armada de 570 hombres fue derrotada en el valle de Abancay.
Pizarro, entonces en Lima, decidió enviar
su armada contra las tropas de Almagro, las que se enfrentaron cerca de Cuzco el
26 de abril de 1538. Esta vez, los pizarristas triunfan y Diego de Almagro es
tomado prisionero. Francisco Pizarro fue a Cuzco y su desafortunado adversario
fue condenado a la pena capital. Fue ejecutado el 8 de julio de 1538.
Pero eso no alcanzó para calmar a los
partidarios de Almagro, quienes continuaron conspirando contra el Gobernador. El
domingo 26 de junio de 1541, Pizarro fue a la misa y después se retiró a su
palacio al final del oficio. En ese momento catorce conjurados decidieron tomar
por asalto el edificio. Los domésticos y amigos del marqués huyeron. Sólo
quedaron los más fieles: Martín de Alcántara, Juan Ortíz de Zárate, Don Gómez de
Luna, el capitán Cháves y cuatro domésticos.
Martín de Alcántara y dos domésticos fueron
muertos, Gómez y Ortíz fueron heridos. Pizarro se echó a su turno a la batalla,
pero la lucha era desigual. Fue tocado en la garganta, cayó de rodillas y pidió
la confesión. Sus confesores le gritaron: "¡Ve a confesarte al infierno!".
Pizarro trazó entonces sobre el suelo una cruz con su propia sangre, la abrazó y
se derrumbó gritando "¡Jesús!".
Los conjurados arrastraron a continuación
el cuerpo del viejo Marqués sobre la Plaza de Armas antes de emprender la fuga.
Fueron sus viejos y fieles amigos quienes se encargaron de recogerlo y de darle
cristiana sepultura en la Iglesia de los Naranjos. Sus restos fueron
transferidos a finales del siglo siguiente a la catedral.
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